El Papa Benedicto XVI recibió en el transcurso de la semana pasada en audiencia privada a su E.R. Monseñor Angelo Amato sdb, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia el Santo Padre autorizó a la Congregación para promulgar varios Decretos, entre los cuales se encuentra el de las "virtudes heroicas" del Siervo de Dios Juan Pablo II, Sumo Pontífice, nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920 y muerto en Roma el 2 de abril de 2005.
En la misma audiencia Benedicto XVI ha dado otra gran alegría a la Iglesia universal
al firmar el decreto referente a “las virtudes
heroicas del Siervo de Dios Pío XII (Eugenio Pacelli), Sumo Pontífice;
nacido en Roma el 2 de marzo de 1876 y muerto en Castelgandolfo el 9 de
octubre de 1958”. De este modo, en un mismo día, nuestro Santo Padre
nos ha dado el gozo de poder llamar con el título de “Venerable” a dos
grandes Romanos Pontífices de nuestro tiempo. Continuemos orando
fervientemente por la pronta beatificación de estos dos Sucesores del
Apóstol San Pedro.
“Las
principales etapas del reconocimiento de la santidad por parte de la
Iglesia – dijo precisamente hoy Benedicto XVI en un discurso con
ocasión del 40º aniversario de la Congregación para las Causas de los
santos -, es decir, la beatificación y la canonización, están unidas
entre ellas por un vínculo de gran coherencia. A ellas deben ser
añadidas, como indispensable fase preparatoria, la declaración de la
heroicidad de las virtudes o del martirio de un Siervo de Dios y la
comprobación de algún don extraordinario, el milagro que el Señor
concede por intercesión de un fiel Siervo suyo.
¡Cuanta
sabiduría se manifiesta en tal itinerario! En un primer momento, el
Pueblo de Dios es invitado a mirar a aquellos fieles que, después de un
primer cuidado discernimiento, son propuestos como modelos de vida
cristiana; luego, es exhortado a dirigir a ellos un culto de veneración
y de invocación circunscrito al ámbito de las Iglesias locales o de
Órdenes religiosas; finalmente, es llamado a exultar con la entera
comunidad de los creyentes por la certeza de que, gracias a la solemne
proclamación pontificia, un hijo o hija suya ha alcanzado la gloria de
Dios, donde participa en la perenne intercesión de Cristo a favor de
los hermanos (cfr. Hebreos 7, 25)”.
(Fuente: "La Buhardilla de Jerónimo")
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