martes, 30 de marzo de 2010

Lo que muchos quisieramos decirle a Benedicto XVI

El blog La Buhardilla de Jerónimo publicó su traducción de una carta que Mons. Luigi Negri envió al Santo Padre Benedicto XVI, con ocasión de los ataques de que viene siendo objeto, y que a continuación se  publica.


Santidad:

La mentira y la violencia diabólica se abalanzan, cada día, sobre su Sagrada Persona.
Usted vive frente a toda la Iglesia una singularísima participación en la Pasión del Señor Jesucristo.
Frente a la Iglesia y al mundo, usted está recorriendo la “vía dolorosa”. Siéntanos junto a usted, con un afecto infinito y con la voluntad de confortar, en lo que podamos, este dolor suyo. En su dolor, Santidad, vibra ya todo el poder de Dios que, en este dolor y por este dolor, vence hoy el mal del mundo.
Un grandísimo y común amigo, el Presidente Marcello Pera, me escribió en estos días: cómo es posible que mil millones de cristianos asistan en silencio e impotentes al intento de destruir al Papa, sin darse cuenta de que, después de esto, no habrá más salvación para nadie.

Santidad, es necesario que todos nosotros trabajemos, bajo usted, en una gran reforma de la inteligencia y del corazón de la Iglesia, fundada en la adhesión incondicional a su Magisterio.
Sólo esto puede profundizar el sentido de nuestra dignidad, frente a nosotros mismos y al mundo, y de la inderogable tarea de la misión, que se nos ha conferido por nuestro bautismo.
Demasiadas malas teologías, demasiadas exégesis vacías, muchas veces en explícito desacuerdo con su Magisterio, envilecen hoy la cultura de la Iglesia.
A esta gran reforma de la inteligencia y del corazón de la Iglesia seguirá necesariamente una verdadera reforma moral, premisa de un nuevo florecimiento de santidad. Y así reflorecerá la misión de la Iglesia en este mundo, fuerte, alegre y sacrificada. En los momentos más graves de su historia, la Iglesia siempre experimentó todo esto. Hoy, como entonces, acogeremos la gracia de este sufrimiento para vivir también más profundamente nuestras responsabilidades.

Santidad, usted conoce nuestros corazones, sabe que nos uniremos en un abrazo a su persona, prontos a morir por usted y por la Iglesia.
Santidad, perdone nuestro atrevimiento y bendíganos.

27 de marzo de 2010
Mons. Luigi Negri
Obispo de San Marino-Montefeltro
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)

martes, 23 de marzo de 2010

 La excelente página "La Buhardilla de Jerónimo", ha publicado la traducción de una entrevista realizada por ZENIT  al P. Nicola Fux,  que aquí se publica en su totalidad.

En julio de 2007, con el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice Benedicto XVI ha restaurado la celebración de la Misa en latín. El evento suscitó revuelo. Se levantaron vibrantes voces de protesta pero también valientes aclamaciones.

Para explicar el sentido y la práctica de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, don Nicola Bux, sacerdote, experto en liturgia oriental y consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, publicó el libro “La reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre tradición e innovación” (Piemme, Casale Monferrato 2008), con prefacio de Vittorio Messori.

En el libro, don Nicola explica que el restablecimiento del rito latino no es un paso atrás, un retorno a los tiempos precedentes al Concilio Vaticano II, sino más bien un mirar adelante, retomando de la tradición pasada cuanto de bello y significativo ella pueda ofrecer a la vida presente de la Iglesia.

Según don Bux, lo que el Pontífice quiere hacer en su paciente obra de reforma es renovar la vida del cristiano, los gestos, las palabras, el tiempo de lo cotidiano, restaurando en la liturgia un sabio equilibrio entre innovación y tradición. Haciendo así emerger la imagen de una Iglesia siempre en camino, capaz de reflexionar sobre sí misma y de valorizar los tesoros de los que es rico su cofre milenario.

Para tratar de profundizar el significado y el sentido de la Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio del lenguaje con Dios, Zenit ha entrevistado a don Nicola Bux.

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¿Qué es la liturgia y por qué es tan importante para la Iglesia y para el pueblo cristiano?

La sagrada liturgia es el tiempo y el lugar en que, con seguridad, Dios va al encuentro del hombre. Por lo tanto, el método para entrar en relación con Él es precisamente el de rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le damos gracias y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín colere, cultivar una relación importante, pertenece al sentido religioso del hombre, en toda religión desde los orígenes.

Para el pueblo cristiano, la sagrada liturgia y el culto divino realizan, por lo tanto, la relación con lo más querido que tiene, Jesucristo Dios – el atributo sagrado significa que en ella tocamos su presencia divina. Por eso, la liturgia es la realidad y la “actividad” más importante para la Iglesia.
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¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por qué ha suscitado tanto revuelo?

La reforma de la liturgia, término que debe ser entendido según la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como instauratio, es decir, restablecimiento en el lugar correcto en la vida eclesial, no comienza con Benedicto XVI sino con la historia misma de la Iglesia, de los apóstoles a la época de los mártires con el papa Dámaso hasta Gregorio Magno, de Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio es continua, porque siempre existe el riesgo de que la liturgia caiga de su puesto, que es el de ser fuente de la vida cristiana; la decadencia ocurre cuando se somete el culto divino al sentimentalismo y al activismo personales de clérigos y laicos, que penetrando en el culto lo transforman en obra humana y entretenimiento espectacular: actualmente un síntoma de esto está dado por el aplauso en la iglesia que acompaña indistintamente el bautismo de un recién nacido y la salida del ataúd en un funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento, ¿no necesita reforma? Esto es lo que Benedicto XVI está haciendo: como emblema de su obra reformadora quedará siempre el restablecimiento de la Cruz al centro del altar con el fin de hacer entender que la liturgia está dirigida al Señor y no al hombre, aunque sea ministro sagrado. El revuelo está siempre en todo giro de la historia de la Iglesia pero no hay que impresionarse.
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¿Cuáles son las diferencias entre los denominados innovadores y los tradicionalistas?

Estos dos términos deben ser aclarados en primer lugar. Si innovar significa favorecer la instauratio de la que hablaba, es precisamente de lo que tenemos necesidad; como también si traditio significa custodiar el depósito revelado sedimentado también en la liturgia. Si, en cambio, innovar quiere decir transformar la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando entre un gusto arcaico que quiere conservar sólo los aspectos que agradan y un conformismo a la moda del momento, vamos fuera de camino; o por el contrario, ser conservadores de tradiciones meramente humanas que se han superpuesto a modo de incrustaciones en el cuadro, no permitiendo ya captar la armonía del conjunto. En realidad, los dos opuestos terminan por coincidir y revelar la contradicción. Un ejemplo: los innovadores sostienen que la Misa antiguamente era celebrada dirigida al pueblo. Los estudios demuestran lo contrario: la orientación ad Deum, ad Orientem, es la propia del culto del hombre a Dios. Piénsese en el judaísmo. Todavía hoy todas las liturgias orientales la conservan. ¿Cómo es que los innovadores, amantes de la restauración de los elementos antiguos en la liturgia postconciliar, no la han conservado?
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¿Qué significado tiene la tradición en la historia y en la fe cristiana?

La tradición es una de las dos fuentes de la Revelación: la liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124), es un elemento constitutivo de ella. Benedicto XVI, en el libro “Jesús de Nazaret”, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia. Luego están las tradiciones de fe, de cultura, de piedad, que han entrado y han revestido la liturgia; actualmente conocemos varias formas de ritos en Oriente y en Occidente. Todos comprenden, entonces, por qué la Constitución litúrgica, después de haber recordado que sólo la Santa Sede es la autoridad competente para regular la sagrada liturgia, afirma perentoriamente en el n. 22, § 3: “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.”.
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¿Sería posible, en su opinión, volver actualmente a la Misa en latín?

El Misal Romano renovado por Pablo VI es en latín y constituye la edición llamada típica, ya que a ella deben hacer referencia las ediciones en lengua vernácula a cargo de las Conferencias Episcopales nacionales y territoriales, aprobadas por la Santa Sede. Por lo tanto, la Misa en latín se ha continuado celebrando también con el nuevo Ordo, si bien raramente. Esto ha terminado contribuyendo a la imposibilidad, para una asamblea compuesta de lenguas y naciones diversas, de participar en una Misa celebrada en la lengua sagrada universal de la Iglesia Católica de rito latino. Así, en su lugar surgieron las llamadas Misas internacionales, celebradas de tal forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se recitan o cantan en varias lenguas; de este modo, ¡cada grupo comprende sólo la suya!

Se ha sostenido que el latín no lo entendía nadie; ahora, si la Misa en un santuario es celebrada en cuatro lenguas, cada grupo termina entendiendo sólo una cuarta parte. Aparte de otras consideraciones, como ha deseado el Sínodo del 2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en latín: al menos, una dominical en las catedrales y en las parroquias. Esto ayudará, en la aclamada sociedad multicultural actual, a recuperar la participación católica, tanto en el sentirse Iglesia universal como en el reunirse junto a otros pueblos y naciones que componen la única Iglesia. Los cristianos orientales, aún dando espacio a las lenguas nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico en las partes más importantes de la liturgia como la anáfora y las procesiones con las antífonas para el Evangelio y el Ofertorio.

A instaurar todo esto contribuye mucho el antiguo Ordo del Misal Romano anterior, restaurado por Benedicto XVI con el Motu Proprio Summorum Pontificum que, simplificando, es llamada Misa en latín: en realidad, es la Misa de san Gregorio Magno, en cuanto su estructura se remonta a la época de aquel Pontífice y permaneció intacta a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y de los otros pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II la han celebrado cotidianamente sin notar ningún contraste con la actualización que estaban realizando.
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El Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de los abusos litúrgicos. ¿De qué se trata?

En realidad, el primero en lamentar las alteraciones en la liturgia fue Pablo VI, a pocos años de la publicación del Misal Romano, en la audiencia general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI estaba convencido de que la reforma litúrgica realizada después del Concilio realmente había introducido y sostenido firmemente las indicaciones de la Constitución litúrgica (discurso al sagrado Colegio del 22 de junio de 1973). Pero la experimentación arbitraria continuaba y se agudizaba, por otro lado, la nostalgia del antiguo rito. El Papa, en el consistorio del 27 de junio de 1977, reprendía a “los contestatarios” por las improvisaciones, banalizaciones, ligerezas y profanaciones, pidiéndoles severamente atenerse a la norma establecida para no comprometer la regula fidei, el dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi; y también a los tradicionalistas para que reconocieran la “accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los ritos.

En 1975, la bula Apostorum Limina de Pablo VI para convocar el año santo había apuntado a propósito de la renovación litúrgica: “Nos estimamos extremadamente oportuno que esta obra sea reexaminada y reciba nuevos desarrollos de modo que, basándose sobre lo que ha sido firmemente confirmado por la autoridad de la Iglesia, se pueda ver por todas partes aquellas que son realmente válidas y legítimas y continuar su aplicación con un celo aún mayor, según las normas y los métodos aconsejados por la prudencia pastoral y por una verdadera piedad”.

Dejo a un lado las denuncias de abusos y sombras en la liturgia por parte de Juan Pablo II en varias ocasiones, en particular en la Carta Vicesimus quintus annus de la entrada en vigor de la Constitución litúrgica. Benedicto XVI, por lo tanto, ha querido reexaminar y dar nuevo impulso precisamente abriendo una ventana con el Motu Proprio, para que poco a poco cambie el aire y se reubique en el correcto carril lo que ha ido más allá de la intención y la letra del Concilio Vaticano II en continuidad con la entera tradición de la Iglesia.
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Usted ha afirmado varias veces que, en una correcta liturgia, es necesario respetar los derechos de Dios. ¿Nos puede explicar qué es lo que quiere sostener?

La liturgia, término que en griego indica la acción ritual de un pueblo que celebra, por ejemplo, sus glorias, como ocurría en Atenas o como ocurre todavía hoy para la inauguración de las Olimpiadas u otras manifestaciones civiles, evidentemente es producida por el hombre. La sagrada liturgia tiene este atributo porque no es a nuestra imagen – en tal caso, el culto sería idolátrico, es decir, creado por nuestras manos – sino que es hecha por el Señor omnipotente: en el Antiguo Testamento, con su presencia indicaba a Moisés cómo debía predisponer en los mínimos detalles el culto al Dios único y verdadero, junto a su hermano Aarón. En el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el verdadero culto echando a los mercaderes del Templo y dando a los Apóstoles las disposiciones para la Cena pascual. La tradición apostólica ha recibido y relanzado el mandato de Jesucristo. Por lo tanto, la liturgia es sagrada, como dice Occidente, y divina, como dice Oriente, porque ha sido instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de Dios, a la que nada debe anteponerse.

Precisamente la función mediadora entre Dios y el hombre, propia del sumo sacerdocio de Cristo y ejercida en y con la liturgia por el sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que la liturgia desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina basándose en la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y, por lo tanto, indica cómo se debe “adorar en espíritu y en verdad”, es decir, en su Hijo Jesús y en el Espíritu Santo. Él tiene el derecho de ser adorado como Él quiere.

Sobre todo esto se necesita una profunda reflexión, ya que su olvido está en el origen de los abusos y de las profanaciones, ya muy bien descritas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum en la liturgia contribuye mucho a respetarla como algo sagrado, como prescribían las rúbricas; pero también las nuevas deben volver a ser seguidas con espíritu de devoción y obediencia por parte de los ministros sagrados para edificación de todos los fieles y para ayudar a muchos que buscan a Dios a encontrarlo vivo y verdadero en el culto divino de la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas deben volver a aprender y a realizar los sagrados ritos con tal espíritu y contribuirán así a la verdadera reforma querida por el Vaticano II y, sobre todo, a reavivar la fe que, como escribió el Santo Padre en la Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, corre el riesgo de apagarse en muchas partes del mundo.
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)

sábado, 20 de marzo de 2010

RESUMEN DE LA CARTA PASTORAL A LOS FIELES IRLANDESES


 El santo padre Benedicto XVI ha dirigido una carta pastoral a la iglesia de Irlanda con ocasión de los graves hechos ocurridos en el pasado referidos a casos de abuso de menores por parte de eclesiásticos -sacerdotes y religiosos- de esa iglesia particular.
El texto es contundente y explícito y muestra no sólo la preocupación de su Santidad, sino también su postura firme e inflexible para terminar con hechos de esta naturaleza dentro de la Iglesia.
La carta era esperada después de la entrevista mantenida por Benedicto XVI en Roma con los obispos irlandeses.
Es digno de alabar y agradecer a Dios la firmeza de nuestro Papa -en esta y otras circunstancias similares- que no hace sino reafirmar la postura de la Iglesia frente al flagelo de la inmoralidad, aún dentro de ella misma.
Se publica aquí al resumen brindado por el VIS (Vatican Information Service).

CIUDAD DEL VATICANO, 20 MAR 2010 (VIS).-Ofrecemos a continuación un resumen de la Carta pastoral del Papa a los fieles de Irlanda, que se ha hecho pública esta mañana:

  El Papa ha enviado una carta pastoral a todos los católicos de Irlanda para expresar su consternación ante los abusos sexuales de jóvenes por parte de representantes de la Iglesia y por la forma en que fueron afrontados por los obispos y superiores religiosos de Irlanda. Pide que la carta se lea con atención en su totalidad. El Santo Padre habla de su cercanía en la oración a toda la comunidad católica irlandesa en este momento doloroso y sugiere un camino de curación, renovación y reparación.

  El Santo Padre pide a los fieles que se acuerden de la roca de la que fueron tallados (cf. Is 51, 1) y, en particular, de la válida contribución que los misioneros irlandeses aportaron a la civilización de Europa y a la propagación del cristianismo en todos los continentes. En los últimos años ha habido muchos desafíos a la fe en Irlanda, debido a un rápido cambio social y a una menor fidelidad a las tradicionales prácticas devotas y sacramentales. Este es el contexto en el que hay que comprender la forma con que la Iglesia ha afrontado el problema de los abusos sexuales de menores.

  El problema es consecuencia de muchos factores: una formación moral y espiritual insuficiente en los seminarios y noviciados, una tendencia en la sociedad a privilegiar el clero y otras figuras de autoridad, una preocupación desmedida por el buen nombre de la Iglesia y para evitar escándalos han llevado a la falta de aplicación, cuando era necesario, de las penas canónicas existentes. Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que dieron origen a la crisis es posible identificar con precisión sus causas y encontrar los remedios eficaces.

  Durante su visita "ad limina" a Roma en 2006, el Papa exhortó a los obispos irlandeses a "establecer la verdad de lo sucedido en el pasado, a tomar todas las medidas necesarias para evitar que se repita otra vez, a garantizar que los principios de justicia son plenamente respetados y, sobre todo, a curar a las víctimas y a todos aquellos que están afectados por estos crímenes atroces". A partir de entonces, el Papa se encontró con algunas víctimas en más de una ocasión, escuchó sus historias personales, rezó con ellos y por ellos, y está dispuesto a hacerlo de nuevo en el futuro. En febrero de 2010 llamó a los obispos irlandeses para que vinieran a Roma con el fin de examinar con ellos las medidas que estaban adoptando para solucionar el problema, con especial referencia a los procedimientos y protocolos actualmente en vigor dirigidos a garantizar la protección de los niños en los ambientes eclesiales y responder con prontitud y justamente a las denuncias de abusos. En esta carta pastoral, se dirige directamente a una serie de grupos dentro de la comunidad católica de Irlanda, a la luz de la situación que se ha creado.

  Dirigiéndose en primer lugar a las víctimas de abusos, el Papa reconoce la terrible traición que han sufrido y les asegura que siente mucho lo que han tenido que soportar. Reconoce que en muchos casos nadie estaba dispuesto a escucharles cuando encontraron el coraje para contar lo que les había sucedido. Comprende cómo se debían sentir los que vivían en internados al no poder escapar de su sufrimiento. Si bien reconoce lo difícil que debe resultar para muchos de ellos perdonar o reconciliarse con la Iglesia, les exhorta a no perder la esperanza. Jesucristo, que fue víctima de sufrimientos injustos, comprende la profundidad de su dolor y la persistente secuela en sus vidas y sus relaciones. A pesar de todo, precisamente las heridas de Cristo, transformadas por su sufrimiento redentor, son los medios por los cuales se destruye el poder del mal y renacemos a la vida y a la esperanza. El Papa insta a las víctimas a buscar en la Iglesia la oportunidad de encontrar a Jesucristo y de hallar la curación y la reconciliación, redescubriendo el infinito amor de Cristo por cada uno de ellos.

  En sus palabras a los sacerdotes y religiosos que han abusado de los jóvenes, el Papa recuerda que deben responder ante Dios y ante los tribunales legítimamente constituidos de las acciones pecaminosas y criminales que han cometido. Han traicionado una confianza sagrada y han provocado vergüenza y deshonra a sus hermanos. Se ha causado un gran daño no sólo a las víctimas, sino también a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa en Irlanda. Mientras les pide que se sometan a las exigencias de la justicia, les recuerda que no deben desesperar de la misericordia que Dios ofrece incluso a los pecadores más grandes, si se arrepienten de sus acciones, hacen penitencia y piden perdón humildemente.

  El Papa anima a los padres a que perseveren en la difícil tarea de educar a los hijos a reconocer que son amados y apreciados y a desarrollar una sana autoestima. Los padres tienen la responsabilidad primordial de educar a las nuevas generaciones en los principios morales que son esenciales para una sociedad civil. El Papa invita a los niños y jóvenes a hallar en la Iglesia una oportunidad para un encuentro vivificante con Cristo, y a no desanimarse por las faltas de algunos sacerdotes y religiosos. Tiene confianza en la contribución de los jóvenes para la renovación de la Iglesia. Exhorta también a los sacerdotes y religiosos a no desanimarse, sino más bien a renovar su dedicación a los respectivos apostolados, trabajando en armonía con sus superiores. De esta manera aportarán nueva vida y dinamismo a la Iglesia en Irlanda a través de sus testimonios vivos de la obra redentora del Señor.

  Dirigiéndose a los obispos de Irlanda, el Papa señala los graves errores de juicio y el fracaso de la acción de gobierno de muchos de ellos, porque no aplicaron correctamente los procedimientos canónicos en respuesta a las denuncias de abusos. Aunque a menudo resultara difícil saber cómo hacer frente a situaciones tan complejas, sin embargo hay que resaltar que se cometieron errores graves con la consiguiente pérdida de credibilidad. El Papa les anima a seguir luchando con determinación para poner remedio a los errores del pasado y evitar que se repitan, aplicando plenamente el derecho canónico y cooperando con las autoridades civiles en sus áreas de competencia. También pide a los obispos que se comprometan a ser santos, a dar ejemplo, estimulando a los sacerdotes y a los fieles a cumplir con su papel en la vida y en la misión de la Iglesia.

  Por último, el Papa propone algunas medidas concretas para estimular la renovación espiritual de la Iglesia en Irlanda. Pide a todos que ofrezcan su penitencia de los viernes, durante un año, en reparación por los pecados de los abusos que se produjeron. Recomienda recurrir con frecuencia al sacramento de la reconciliación y a la práctica de la adoración eucarística. Anuncia su intención de que se realice una visita apostólica en algunas diócesis, congregaciones religiosas y seminarios, con la participación de la Curia Romana, y propone una misión nacional de los obispos, sacerdotes y religiosos en Irlanda. En este Año Sacerdotal, presenta a la figura de San Juan María Vianney como modelo e intercesor para un ministerio sacerdotal revitalizado en Irlanda. Después de agradecer a todos los que han trabajado duramente para afrontar con firmeza el problema, concluye proponiendo una oración por la Iglesia en Irlanda, para que la usen todos los fieles para invocar la gracia de la curación y de la renovación en este momento de dificultad.
OP/RESUMEN CARTA PASTORAL/IRLANDA                         VIS 100320 (1290)

lunes, 15 de marzo de 2010

La Liturgia herida

Recientemente se celebró en Roma un Congreso Teológico con motivo del Año Sacerdotal. En esa ocasión el obispo de Bayona (Francia) pronunció una conferencia cuya traducción fue realizada por el portal "La Buhardilla de Jerónimo, y que aquí se ofrece en su totalidad.

En el origen del Movimiento litúrgico, estuvo la voluntad del Papa san Pío X, en particular en el motu proprio Tra le sollecitudini (1903), de restaurar la liturgia y hacer más accesibles los tesoros para que se convirtiese nuevamente en fuente de una vida auténticamente cristiana, precisamente para hacer frente al desafío de una creciente secularización y animar a los fieles a consagrar el mundo a Dios. De aquí, la definición conciliar de la liturgia como “fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia”. Contra toda expectativa, como han advertido a menudo el Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI, la aplicación de la reforma litúrgica, a veces, ha llevado a una suerte de desacralización sistemática, mientras que la liturgia se dejó invadir progresivamente por la cultura secularizada del mundo circunstante perdiendo así su naturaleza y su identidad: “Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo” (CATIC n. 1068).

Sin negar los frutos auténticos de la reforma litúrgica, se puede decir, sin embargo, que la liturgia ha sido herida por lo que Juan Pablo II definió “prácticas no aceptables” (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) y Benedicto XVI denunció como “deformaciones al límite de lo soportable” (Carta a los obispos con ocasión de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum). De este modo ha sido herida también la identidad de la Iglesia y del sacerdote.

En los años postconciliares se asistía a una suerte de oposición dialéctica entre los defensores del culto litúrgico y los promotores de la apertura al mundo. Debido a que estos últimos, basándose en una interpretación secular de la fe, llegaban a reducir la vida cristiana sólo al compromiso social, los primeros, por reacción, se refugiaban en la pura liturgia hasta el “rubricismo”, con el riesgo de animar a los fieles a protegerse excesivamente del mundo. En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI pone fin a esta polémica y recompone esta oposición. La acción litúrgica debe reconciliar la fe y la vida. Precisamente en cuanto celebración del Misterio pascual de Cristo, hecho realmente presente en medio de su pueblo, la liturgia da una forma eucarística a toda la vida cristiana para hacer de ella un “culto espiritual agradable a Dios”. De este modo, el empeño del cristiano en el mundo y el mundo mismo, gracias a la liturgia, están llamados a ser consagrados a Dios. El compromiso del cristiano en la misión de la Iglesia y en la sociedad encuentra, de hecho, su fuente y su impulso en la liturgia, hasta ser atraído en el dinamismo de la ofrenda de amor de Cristo que es actualizada.

El primado que Benedicto XVI quiere dar a la liturgia en la vida de la Iglesia – “el culto litúrgico es la expresión más alta de la vida sacerdotal y episcopal”, dijo a los obispos de Francia reunidos en Lourdes el 14 de septiembre de 2008 en asamblea plenaria extraordinaria – quiere poner de nuevo la adoración en el centro de la vida del sacerdote y de los fieles. Al contrario y en lugar del “cristianismo secular” que con frecuencia ha acompañado la aplicación de la reforma litúrgica, el Papa Benedicto XVI quiere promover un “cristianismo teologal”, el único capaz de servir a lo que ha definido la prioridad que predomina en esta fase de la historia, es decir, “hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios” (Carta a los obispos de la Iglesia Católica, 10 de marzo de 2009). De hecho, ¿dónde mejor que en la liturgia profundiza el sacerdote la propia identidad, bien definida por el autor de la Carta a los Hebreos: “Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb. 5,1)?

La apertura al mundo deseada por el Concilio Vaticano II ha sido frecuentemente interpretada, en los años postconciliares, como una suerte de “conversión a la secularización”: esta actitud no carecía de generosidad pero llevaba a descuidar la importancia de la liturgia y a minimizar la necesidad de observar los ritos, considerados demasiado lejanos de la vida del mundo que había que amar y con el cual era necesario ser plenamente solidarios, hasta dejarse fascinar por él. El resultado fue una grave crisis de identidad del sacerdote que ya no lograba percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar al mundo la novedad del Evangelio de la Salvación. La liturgia es, sin duda, el lugar privilegiado de la profundización de la identidad del sacerdote, llamado a “combatir la secularización”; ya que, como dice Jesús en su oración sacerdotal: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn. 17, 15-17).

Esto ciertamente será posible a través de una más rigurosa observancia de las prescripciones litúrgicas que preservan al sacerdote de la pretensión, aunque sea inconsciente, de atraer sobre su persona la atención de los fieles: el ritual litúrgico que el celebrante está llamado a recibir filialmente de la Iglesia permite a los fieles, de hecho, llegar más fácilmente a la presencia de Cristo Señor, del cual la celebración litúrgica debe ser signo elocuente y que debe tener siempre el primer lugar. La liturgia es herida cuando los fieles son dejados al arbitrio del celebrante, a sus manías, a sus ideas u opiniones personales, a sus mismas heridas. De esto se desprende también la importancia de no banalizar los ritos que, sacándonos del mundo profano y por lo tanto de la tentación del inmanentismo, tienen el don de sumergirnos inmediatamente en el Misterio y de abrirnos a la Trascendencia. En este sentido, nunca se subrayará suficientemente la importancia del silencio que precede a la celebración litúrgica, atrio interior donde nos liberamos de las preocupaciones, aún legítimas, del mundo profano, para entrar en el tiempo y en el espacio sagrados donde Dios revelará su Misterio; del silencio en la liturgia para abrirse más seguramente a la acción de Dios; y la pertinencia de un tiempo de acción de gracias, integrado o no en la celebración, para tomar la medida interior de la misión que nos espera, una vez vueltos al mundo. La obediencia del sacerdote a las rúbricas es también un signo silencioso y elocuente de su amor por la Iglesia, de la que no es más que el ministro, es decir, el servidor.

De aquí deriva la importancia también de la formación de los futuros sacerdotes en la liturgia y especialmente en la participación interior, sin la cual la participación exterior recomendada por la reforma estaría sin alma y favorecería una concepción parcial de la liturgia que se expresaría en términos de teatralización excesiva de los roles, cerebralización reductiva de los ritos y autocelebración abusiva de la asamblea. Si la participación activa, que es el principio operativo de la reforma litúrgica, no es el ejercicio del “sentido sobrenatural de la fe”, la liturgia ya no es obra de Cristo sino de los hombres. Insistiendo en la importancia de la formación litúrgica de los sacerdotes, el Concilio Vaticano II hace de la liturgia una de las disciplinas principales de los estudios eclesiásticos, evitando reducirla a una formación puramente intelectual: de hecho, antes de ser un objeto de estudio, la liturgia es una vida, o mejor, es “pasar de la propia vida a la vida de Cristo”. Es el sumergirse por excelencia de toda vida cristiana: inmersión en el sentido de la fe y en el sentido de la Iglesia, en la alabanza y en la adoración, como en la misión.

Por lo tanto, estamos llamados a un auténtico “sursum corda”. La frase del prefacio, “levantemos el corazón”, introduce a los fieles en el corazón del corazón de la liturgia: la Pascua de Cristo, es decir, su paso de este mundo al Padre. El encuentro de Jesús Resucitado con María Magdalena, la mañana de la Resurrección, es muy significativo en este sentido: con su “noli me tangere”Jesús invita a María Magdalena a “mirar las realidades de lo alto”, haciéndole notar que aún no ha subido al Padre en su corazón e invitándola a ir a decir a los discípulos que Él debe subir a su Dios y nuestro Dios, a su Padre y nuestro Padre. La liturgia es exactamente el lugar de esta elevación, de esta tensión hacia Dios que da a la vida un nuevo horizonte y, con ello, su orientación decisiva. A condición de no considerarla como material disponible para nuestras manipulaciones demasiado humanas sino de observar, con una obediencia filial, las prescripciones de la Santa Iglesia.

Como afirmaba el Papa Benedicto XVI en la conclusión de su homilía en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo del 2008: “Cuando el mundo en su totalidad se transforme en liturgia de Dios, cuando su realidad se transforme en adoración, entonces alcanzará su meta, entonces estará salvado”.

sábado, 6 de marzo de 2010

¿Y NOSOTROS COMO ANDAMOS?

Dado el contenido de esta nota y la procedencia confiable de la fuente, he decidido incorporarla tal como fue publicada por "La Buhardilla de Jerónimo"

 

Mejorar la catequesis: una “urgencia pastoral”

 

Mons. Charles Pope, párroco en la Arquidiócesis de Washington (USA), ha publicado un interesante artículo acerca de la catequesis, su contenido y disciplina. Dicho artículo aparece en el blog asociado a la página web oficial de la Arquidiócesis. Presentamos aquí nuestra traducción.
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Casi nadie en la Iglesia diría hoy que hemos hecho un buen trabajo en el transmitir la fe a nuestros niños. Dependiendo de cómo lo consideremos, hemos perdido dos o tres generaciones en la ignorancia y la incapacidad de articular la fe. Incluso las enseñanzas más básicas son desconocidas para los jóvenes.

Algunos años atrás, hablando con niños católicos de sexto grado acerca de Adán y Eva, descubrí que ellos tenían muy poca idea de quiénes eran Adán y Eva, sabían sólo que estaban “en la Biblia o algo”. Eso era todo. Recolecté todos los libros de religión, e instituí un curriculum de “retorno a lo básico” para cada nivel. Comenzamos con la creación y la caída del hombre y usamos la narrativa bíblica junto con preguntas y respuestas a memorizar, culminando el año con un “concurso de religión”, con premios, en el que se esperaba que los niños demostraran su conocimiento del material. Los niños lo hicieron bien, y lo contaron a los gritos a sus padres. Al año siguiente instituimos un programa paralelo para los padres. Mientras sus hijos estaban en la escuela dominical, yo instruía a los padres con el mismo material.

No soy experto en pedagogía (teoría de la educación), pero me parece bastante claro que tenemos serias carencias en dos áreas importantes de la instrucción catequética: la disciplina y el contenido. ¡Brechas bastante devastadoras, me parece! No queda más que auto-estima y lemas como “Dios te ama”.

En cuanto a los contenidos, parece que hemos mejorado. La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, y requerimientos más estrictos de que nuestros materiales catequéticos se conformen con él, han sido la mayor reforma. Nuestros materiales son más ortodoxos y el contenido es más sustancial que en los oscuros años de los ’70 y ’80. Se han publicado distintas buenas series, que tienen buen contenido y son también agradables a la vista. No las mencionaré por nombre, dado que éste es un blog de la Arquidiócesis y no es apropiado que las señale. Por esto, entonces, creo que el contenido está mejorando.

Pero el contenido no es suficiente. También se requiere disciplina académica. Todo el mejor material y el más visualmente hermoso no puede hacer, por sí solo, que los niños comprendan la fe. Debe reafirmarse una disciplina académica más fuerte y rigurosa en el proceso catequético. Hay algunos elementos de esta disciplina académica que quisiera mencionar, quizá vosotros podáis agregar más.

1. Repetición: Existe un antiguo adagio latino: Repetitio mater studiorum (la repetición es la madre de los estudios). El aprendizaje requiere mucho de la repetición, para que lo aprendido penetre y se transforme en una segunda naturaleza. Uno de los mayores defectos en el actual proceso catequético en la mayoría de las parroquias y escuelas católicas es la forma en que el currículum está dividido. En segundo grado hablamos de la Santa Comunión y de la Confesión, pero no lo hacemos nunca más. En cuarto grado, hablamos de los Mandamientos, pero nunca más. En quinto grado hablamos de la Iglesia (historia y estructura), pero nunca más. En sexto grado hablamos de la Vida de Jesús, pero no lo hacemos nunca más. Y así con todo. El proceso catequético está “compartimentalizado” y no siempre parece construir sobre el dominio de lo que se enseñó antes.

Hablar de las cosas una sola vez difícilmente parece efectivo, especialmente si el material no construye sobre lo que vino antes. En la escuela pública, al menos en mi tiempo, las matemáticas hacían un gran trabajo de currículum en espiral que combinaba la repetición con un dominio cada vez mayor al mismo tiempo que se introducía nuevo material. Primero aprendimos los números. Luego usamos los números para contar. Después usamos los números y el conteo para ir hacia atrás y hacia adelante, sumando y restando. Luego usamos los números y las funciones para darnos cuenta de que los números enteros pueden ser fraccionados, y que los números pueden tener valores negativos, y aprendimos cómo contar en fracciones y cómo sumarlas, restarlas, multiplicarlas y dividirlas. Y el material continuó construyendo sobre el manejo de lo que aprendimos antes, y esto no quedó atrás sino que se plegó al nuevo material y fue utilizado en una espiral ascendente.

Es verdad que la fe no es tan simple como las matemáticas, pero la narrativa de la fe sí construye en un modo espiral. Desde Dios a la Creación, a la caída, a la promesa de Salvación, al Misterio Pascual, a la vida de la gracia por los Sacramentos, hasta la última restauración con Dios para siempre en el paraíso del Cielo. Estos elementos básicos deben ser vistos una y otra vez en una espiral ascendente que respete el crecimiento humano en sus distintos niveles. Pero hablar de la Creación y la caída sólo en los primeros grados y no hablar para nada de ellos luego lleva como resultado a un estudiante olvidadizo y confundido. Si olvidamos la herida del pecado original y la pérdida de la relación con Dios, ¿cómo va a tener sentido la Redención? No nos asombremos si todo les parece a muchos de ellos “irrelevante”.

2. Memorización: El manejo del material es casi imposible sin la buena y pasada de moda memorización. Simplemente tenemos que saber cosas como los siete Sacramentos, los Diez Mandamientos, los siete pecados capitales, las oraciones básicas, los siete Dones del Espíritu Santo. Más aún, definiciones básicas de la gracia, de la Redención, del pecado mortal y del pecado venial, de la Encarnación, etc., deben ser memorizadas y comprendidas. Respuestas a cuestiones básicas como por qué Dios me hizo a mí, quiénes fueron nuestros primeros padres, qué es la Iglesia, quiénes fueron los Profetas, etc. Respuestas como éstas necesitan saberse de memoria. Sin que estas piedras base del edificio se sepan de memoria, muy poca edificación se podrá continuar. Estas cosas básicas memorizadas son como soportes de los que cuelgan muchas otras. Sin los soportes, todo se derrumba. En la escuela, al principio memoricé el abecedario, y luego muchas palabras y cómo estas se deletreaban. Mucho dependía de que me aprendiera estas cosas básicas de memoria. Lo mismo con las tablas de multiplicación. Mis padres y docentes eran claros: ¡tan sólo memorízalas! Haz ahora el trabajo, y todo lo demás será más fácil y tendrá sentido en la medida en que vayas avanzado. Me costó, pero lo logré, y nunca lo he perdido. Dadme dos números cualquiera entre 1 y 12 y os daré al instante su producto. Memorizar esas tablas abrió para mí un mundo entero y me simplificó enormemente la vida.

¿Por qué debería ser diferente con la fe? Memorizando y conociendo los siete pecados capitales soy enormemente asistido en mi examen de conciencia, captando los impulsos más profundos del pecado en mi vida, comprendiendo y anticipando los movimientos del mundo, del demonio y de la carne, y ayudado a otros a comprender los impulsos negativos en sus vidas. Todo comienza simplemente por memorizar y captar conceptos básicos.

3. Tiempo: La mayoría de las personas gastan apenas una hora en la semana para intentar conocer su fe. Esto no es suficiente. El dominio de cualquier disciplina requiere algo más que una hora a la semana. No podemos esperar magia. Si sólo pedimos a los niños que estén una hora a la semana, sin tarea ni expectativas entre semana y semana, no podemos esperar que manejen el material. Otro problema relacionado con el tiempo es que la instrucción catequética en las parroquias no dura todo el año. La mayoría de las iglesias protestantes que conozco nunca pensarían en cancelar la escuela dominical durante el verano. Ellos le dan la misma prioridad a la escuela dominical que nosotros le damos a la Misa. La escuela dominical está presente cada domingo, casi sin falta. En la Iglesia Católica terminamos todo entre mayo y mediados de septiembre. Y cada vez que ocurre un fin de semana de tres días, también lo pasamos. En muchas parroquias los niños tienen instrucción religiosa solamente la mitad de las semanas del año, ya que se sustraen el verano, los feriados y los días de nieve. En mi parroquia estamos aumentando gradualmente la cobertura, con la meta de hacer que la escuela dominical funcione todo el año.

4. Rendición de cuentas: En algún momento necesitamos esperar que los jóvenes demuestren manejo del material. Deberían usarse cosas como exámenes, concursos de religión, presentaciones, etc. ¿Por qué habrían los niños de tomarse en serio la educación religiosa si nunca tendrán que dar cuenta de lo que han hecho o dejado de hacer? Cosas como los concursos de religión pueden ser divertidas y, a la vez, un desafío. Se pueden ofrecer premios. Estas cosas pueden ser una forma divertida pero seria de lograr evaluar el conocimiento del material. Esto y los exámenes también imponen ciertas fechas límite para el manejo del material. Las fechas límites son realmente una soga de salvataje ya que despiertan la urgencia y la disciplina. En fin, tanto los estudiantes como los profesores deben rendir cuentas. La rendición debe regresar al proceso catequético.

5. Los recursos: En la escuela, no pude aprenderlo todo. Pero una de las disciplinas que aprendí fue cómo encontrar respuestas. Recuerdo salir de la biblioteca de la escuela habiendo aprendido el sistema Dewey de clasificación y cómo usar un catálogo de fichas. Fuimos introducidos en las enciclopedias, las publicaciones, y luego en la universidad, en el “resumen abstracto”. Hoy las cosas son más fáciles con Internet, pero aún tenemos que enseñar a los jóvenes acerca de cómo encontrar respuestas. En definitiva, unno de los mejores frutos de mi educación fue cómo ser una persona de recursos.

Fuente: Blog.Adw.Org


lunes, 1 de marzo de 2010

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE MARZO

Intención General: Para que la economía mundial se desarrolle según criterios de justicia y equidad, teniendo en cuenta las exigencias de los pueblos, especialmente de los más pobres.
Intención Misionera: Para que las iglesias en África sean signo e instrumento de reconciliación y de justicia en todas las regiones del continente.