domingo, 29 de junio de 2008

El culto a la Eucaristía fuera de la Misa

Adoración Eucarística:

Exposición y bendición

Siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene.

En toda forma de culto a este Sacramento hay que tener en cuenta que su intención debe ser una mayor vivencia de la celebración eucarística. Las visitas al Santísimo, las exposiciones y bendiciones han de ser un momento para profundizar en la gracia de la comunión, revisar nuestro compromiso con la vida cristiana; la verificación de cada uno ante la Palabra del Evangelio, el asomarse al silencioso misterio del Dios callado... Esta dimensión individual del tranquilo silencio de la oración, estando ante él en el amor, debe impulsar a contrastar la verdad de la oración, en el encuentro de los hermanos, aprendiendo también a estar ante ellos en la comunicación fraternal.

LA EXPOSICIÓN

La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento es un acto comunitario en el que debe estar presente la celebración de la Palabra de Dios y el silencio contemplativo. La exposición eucarística ayuda a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo o invita a la unión más íntima con él, que adquiere su culmen en la comunión Sacramental.

Habiéndose reunido el pueblo y, si parece oportuno, habiéndose iniciado algún cántico, el ministro se acerca al altar. Si el Sacramento no se reserva en el altar de la exposición, el ministro, con el paño de hombros lo trae del lugar de la reserva, acompañado por acólitos o por fieles con velas encendidas.

El copón o la custodia se colocará sobre el altar cubierto con mantel; mas si la exposición se prolonga durante algún tiempo, y se hace con la custodia, se puede usar el manifestador, colocado en un lugar más alto, pero teniendo cuidado de que no quede muy elevado ni distante. Si se hizo la exposición con la custodia, el ministro inciensa al Santísimo; luego se retira, si la adoración va a prolongarse algún tiempo.

Si la exposición es solemne y prolongada, se consagrará la hostia para la exposición, en la Misa que antes se celebre, y se colocará sobre él altar, en la custodia, después de la comunión. La Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiendo los ritos de la conclusión. Antes de retirarse del altar, el sacerdote, si se cree oportuno, colocará la custodia y hará la incensación.

LA ADORACIÓN

Durante el tiempo de la exposición, se dirán oraciones, cantos y lecturas, de tal suerte que los fieles, recogidos en oración, se dediquen exclusivamente a Cristo Señor.

Para alimentar una profunda oración, se deben aprovechar las lecturas de la sagrada Escritura, con la homilía, o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio del misterio eucarístico. Es también conveniente que los fieles respondan a la palabra de Dios, cantando. Se necesita que se guarde piadoso silencio en momentos oportunos.

Ante el Santísimo Sacramento expuesto por largo tiempo, se puede celebrar también alguna parte, especialmente las horas más importantes de la Liturgia de las Horas; por medio de esta recitación se prolonga a las distintas horas del día la alabanza y la acción de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Misa, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por Cristo al Padre, en nombre de todo el mundo.

ORACIÓN

Oh saludable Hostia Que abres la puerta del cielo: en los ataques del enemigo danos fuerza, concédenos tu auxilio. Al Señor Uno y Trino se atribuye eterna gloria: y El, vida sin término nos otorgue en la Patria.

Amén.

LA BENDICIÓN

Al final de la adoración, el sacerdote o el diácono se acerca al altar; hace genuflexión, se arrodilla y se canta este himno u otro cántico eucarístico:

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.

Nos fue dada, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce. El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero con su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo.

Y aunque fallen los sentidos, baste sólo la fe para confirmar al corazón recto en esa verdad. Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que de uno y de otro procede. Amen

Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia.

V. Les diste pan del cielo. (T.P. Aleluya). R. Que contiene en sí todo deleite. (T.P. Aleluya).

Luego se pone en pie y dice:

Oremos

Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tú Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R. Amen.

Para leer y cuestionarnos

¿Qué es la Eucaristía? La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. La Eucaristía es Jesús real y personalmente presente en el pan y el vino que el sacerdote consagra. Por la fe creemos que la presencia de Jesús en la Hostia y el vino no es sólo simbólica sino real; esto se llama el misterio de la transubstanciación ya que lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; los accidente—forma, color, sabor, etc.— permanecen iguales. La institución de la Eucaristía, tuvo lugar durante la última cena pascual que celebró con sus discípulos y los cuatro relatos coinciden en lo esencial, en todos ellos la consagración del pan precede a la del cáliz; aunque debemos recordar, que en la realidad histórica, la celebración de la Eucaristía ( Fracción del Pan ) comenzó en la Iglesia primitiva antes de la redacción de los Evangelios. Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última Cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros... Este es el cáliz de mi Sangre..." . Encuentro con Jesús amor Necesariamente el encuentro con Cristo Eucaristía es una experiencia personal e íntima, y que supone el encuentro pleno de dos que se aman. Es por tanto imposible generalizar acerca de ellos. Porque sólo Dios conoce los corazones de los hombres. Sin embargo sí debemos traslucir en nuestra vida, la trascendencia del encuentro íntimo con el Amor. Resulta lógico pensar que quien recibe esta Gracia, está en mayor capacidad de amar y de servir al hermano y que además alimentado con el Pan de Vida debe estar más fortalecido para enfrentar las pruebas, para encarar el sufrimiento, para contagiar su fe y su esperanza. En fin para llevar a feliz término la misión, la vocación, que el Señor le otorgue. Si apreciáramos de veras la Presencia real de Cristo en el sagrario, nunca lo encontraríamos solo, únicamente acompañado de la lámpara Eucarística encendida, el Señor hoy nos dice a todos y a cada uno, lo mismo que les dijo a los Apóstoles "Con ansias he deseado comer esta Pascua con vosotros " Lc.22,15. El Señor nos espera con ansias para dársenos como alimento; ¿somos conscientes de ello, de que el Señor nos espera el Sagrario, con la mesa celestial servida.? Y nosotros ¿ por qué lo dejamos esperando.? O es que acaso, ¿ cuando viene alguien de visita a nuestra casa, lo dejamos sólo en la sala y nos vamos a ocupar de nuestras cosas.? Eso exactamente es lo que hacemos en nuestro apostolado, cuando nos llenamos de actividades y nos descuidamos en la oración delante del Señor, que nos espera en el Sagrario, preso porque nos "amó hasta el extremo" y resulta que, por quien se hizo el mundo y todo lo que contiene (nosotros incluidos) se encuentra allí, oculto a los ojos, pero increíblemente luminoso y poderoso para saciar todas nuestras necesidades.

jueves, 26 de junio de 2008

Taller para guias de misas y confección de guiones

Los días 14 y 21 de junio pasado se desarrolló el taller preparado por la Secretaria de Liturgia, Música y Arte Sacro de Diócesis de San Justo. El taller estuvo a cargo del diácono Jorge Roncagliolo, y en el mismo participaron 34 personas de diferentes parroquias, que profundizaron en temas tales como: la identidad del monitor o guía de misa, su actitud frente a la asamblea, sus distintas intervenciones durante la celebración, cómo preparar un guión, finalidad del guión, que elementos deben tenerse en cuenta al prepararlo, etc. La actividad del taller concluyó con un trabajo práctico, que tuvo la participación interesada de los participantes.

miércoles, 25 de junio de 2008

La Eucaristía: Culmen y Fuente - III

Aquí está la conclusión de este trabajo tomado de www.conoceréisdeverdad.org. Espero que te haya sido de utilidad.

Llamada a los cristianos alejados de la eucaristía

La vida cristiana es una vida eclesial, que tiene su corazón en la eucaristía. No puede haber, pues, vida cristiana en un alejamiento habitual de la eucaristía, y por tanto, de la Iglesia. Por eso la Iglesia, que nunca da leyes que no sean estrictamente necesarias, dispone en su Código de vida comunitaria: «El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa» (cn. 1247). Manda esto la Iglesia porque está convencida de que los fieles no pueden permanecer vivos en Cristo si se alejan de la eucaristía de modo habitual y voluntario. Desde el comienzo de la Iglesia los cristianos han sido siempre hombres que el domingo celebran la eucaristía. Y así seguirá siéndolo hasta el fin de los siglos. Recordemos aquí sólamente algunos testimonios documentales:

Siglo I.-Jesús murió en la cruz «para congregar en uno a todos los hijos de Dios, que están dispersos» (Jn 11,52). Por eso los que habían creído «perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles, en la unión, en la fracción del pan [la eucaristía] y en la oración» (Hch 2,42). «Reunidos cada día del Señor [el domingo], partid el pan y dad gracias [celebrad la eucaristía]» (Dídaje 14).

Siglo II.-«Celebramos esta reunión general [eucarística] el día del sol [el domingo], pues es el día primero, en el que Dios creó el mundo, y en que Jesucristo resucitó de entre los muertos» (San Justino, I Apología 67).

Siglo III.-«En tu enseñanza, invita y exhorta al pueblo a venir a la asamblea, a no abandonarla, sino a reunirse siempre en ella; abstenerse es disminuirla. Sois miembros de Cristo; no os disperséis, pues, lejos de la Iglesia, negándoos a reuniros. Cristo es vuestra cabeza, siempre presente, que os reúne; no os descuidéis, ni hagáis al Salvador extraño a sus propios miembros. No dividáis su cuerpo, no os disperséis» (Didascalia II,59,1-3).

Es clara, pues, y constante desde el principio de la Iglesia, la convicción de que los cristianos, ante todo, hemos sido congregados como pueblo sacerdotal, para ofrecer a Dios la eucaristía, el sacrificio de la Nueva Alianza. En medio de una humanidad que da culto a la criatura y se olvida de su Creador, despreciándolo (+Rm 1,18-25), ésa es, como asegura San Pedro, nuestra identidad fundamental:

«vosotros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo». Así pues, «vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,5.9).

Sería vano excusarse de la asistencia a la eucaristía, alegando que, sin ella, puede vivirse la moral evangélica, que es lo más importante. Sí, hemos sido llamados los cristianos a una vida moral nueva, que sea en el mundo luz, sal y fermento. Es cierto. Pero recordemos sobre esto dos verdades fundamentales:

1º- La primera obligación moral del hombre es ésta: «al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo darás culto» (Mt 4,10).

Lo más injusto, lo más horrible, desde el punto de vista moral -peor que la mentira, la calumnia o el robo, el homicidio o el adulterio-, es que los hombres se olviden de su Creador, «no le glorifiquen ni le den gracias», y vengan así, aunque sea solamente en la práctica, a «adorar a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos» (Rm 1,21.25). Y de esa miserable irreligiosidad, precisamente, es de donde vienen todos los demás pecados y males de la humanidad (1,24-32).

2º- La fe cristiana nos asegura que es la eucaristía la clave necesaria para toda transformación moral. Cree en lo que afirma Cristo: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 15,5). En la misa, no sólo el pan y el vino se convierten en el Cuerpo de Cristo, sino también la asamblea de los creyentes se va convirtiendo en Cuerpo místico de Cristo. Participando asiduamente en la eucaristía es precisamente como los discípulos de Jesús «nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor» (2Cor 3,18).

Por otra parte, recuerden también los cristianos alejados que es Cristo mismo quien nos convoca a la eucaristía con todo amor y con toda autoridad. Celebrarla a lo largo de los días y de los siglos es para nosotros un mandato del Señor, no un simple consejo:

«En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,53.56). Así pues, «tomad, comed mi cuerpo y bebed mi sangre. Haced esto en memoria mía» (+Mt 26,26-28; 1Cor 11,23-26).

Escuchemos, pues, la voz de Cristo y de la Iglesia, que desde el fondo de los siglos, hoy y siempre, nos está llamando a la participación asidua en la eucaristía. No despreciemos a Cristo, no menospreciemos la «doble mesa del Señor», en la que Él mismo nos alimenta primero con su Palabra, y en seguida con su propio Cuerpo.

Los alejados, al no asistir habitualmente a la eucaristía, se privan así del pan de la palabra divina y del pan del cuerpo de Cristo. «La palabra del Señor es para ellos algo sin valor: no sienten deseo alguno de ella» (Jer 6,10). Y el pan del cielo no les sabe a nada: «se nos quita el apetito de no ver más que maná» (Núm 11,6). Lo que ellos desean, según se ve, es la comida de Egipto: «carne y pescado, pepinos y melones, puerros, cebollas y ajos» (11,5).

Así las cosas, el Señor se queja con gran amargura, diciendo a sus hijos alejados: «Pasmáos, cielos, de esto, y horrorizáos sobremanera, palabra del Señor. Ya que es un doble crimen el que ha cometido mi pueblo: Dejarme a mí, fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de contener el agua» (Jer 2,12-13). «¡Ah! Mi pueblo está loco, me ha desconocido» (4,22).

Que en no pocas Iglesias locales descristianizadas un 50, un 80 % de los bautizados viva habitualmente alejado de la eucaristía es un espanto, es una inmensa ceguera, es algo que no es posible sin una inmensa y generalizada falsificación voluntarista del cristianismo. Por eso a todos los cristianos alejados les exhortamos, como el apóstol San Pablo, «con temor y temblor» (1Cor 2,3), y «con gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas» (2Cor 2,4). «En el nombre de Cristo os suplicamos» (2Cor 5,20): «no os engañéis» (1Cor 6,9; 15,33; Gál 6,7), pensando que la eucaristía no os es necesaria, «no recibáis en vano la gracia de Dios» (2Cor 6,1). «Miremos los unos por los otros, no abandonando nuestra asamblea, como acostumbran algunos» (Heb 10,24-25).

Quiera Dios que las páginas que anteceden sean una ayuda para los cristianos que «perseveran en oir la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan», y un estímulo también para aquellos cristianos que viven, que malviven, alejados de la eucaristía, donde Cristo se manifiesta y se comunica a sus fieles.

martes, 24 de junio de 2008

La Eucaristía, culmen y fuente - II

Aquí está la segunda parte de este trabajo, anímate a leerlo, porque da en el centro de una realidad que nos toca a todos, ¿acaso no crees que es así?.

Llamada a los asiduos de la misa

Los cristianos fieles conocen la eucaristía, ciertamente, entienden en la fe lo principal del misterio litúrgico: que allí está Cristo santificando más intensamente que en ningún otro momento. Y por eso acuden a la misa con devoción, y perseveran años y años en esa asistencia. Buscan a Cristo en la eucaristía con sincero corazón, y allí le encuentran. Esto es indudable.

Pero ellos mismos confiesan con frecuencia que tienen grandes dificultades habituales para seguir atentamente la misa, para participar en todos y cada uno de sus momentos sagrados con fácil y activa devoción... Muy pocos de ellos, si son padres, están en condiciones de «explicar a su hijo» la santa misa. No es raro, pues, que el hijo la vaya abandonando, y diga como excusa: «la misa no me dice nada». Y aún podría alegar: «¿Y cómo la podré entender, si nadie me la explica?» (Hch 8,31). Y el padre, a su vez podría decir: «¿Y cómo podré explicar a mi hijo lo que yo mismo apenas entiendo?»...

En la eucaristía, es evidente, debemos procurar que la mente esté atenta a las palabras y acciones de la celebración. Pero tantas veces esto no se da. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que, incluso en personas de buen espíritu, sea más frecuente en la misa la distracción que la atención? Si en la misa se dicen cosas tan grandiosas y bellas, tan formidables y estimulantes, y después de todo tan sencillas, ¿cómo es que tantos fieles no logran habitualmente decirlas, interior o vocalmente, con sincero y entusiasta corazón? ¿Por qué algo tan fácil resulta a tantos tan difícil?

Pues, sencillamente, porque muchos cristianos no entienden suficientemente el acto litúrgico en el que, con su mejor voluntad, están participando. No es que tengan el corazón «lejos del Señor», no. Muchas veces, en ese mismo momento, estarán pensando en Él, suplicándole y alabándole. Lo que ocurre es que, psicológicamente, viene a ser en la práctica imposible atender sin entender. No es posible mantener la atención en palabras y gestos cuya significación en gran parte se ignora.

El sacerdote, por ejemplo, dice: «Orad, hermanos»... Y el pueblo responde: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». ¿Por qué, tantas veces, esa respuesta tan hermosa viene dada por el pueblo sin atención ni intensidad? Pues porque muchos fieles apenas saben que la eucaristía es realmente el sacrificio de la Nueva Alianza; porque no son suficientemente conscientes de que la alabanza y glorificación de Dios es el fin primordial de la Iglesia; porque apenas saben que están en la eucaristía para procurar el bien de la santa Iglesia, y no solo el bien personal propio... Para ser más exactos: todo eso lo saben por la fe, pero, por falta de formación bíblica y litúrgica, no lo tienen actualizado mental y afectivamente de un modo suficiente.

Es, pues, conveniente y necesario hacer sobre tan grave tema un examen humilde de conciencia. ¿Será posible que un cristiano asiduo a la eucaristía emplee cientos y miles de horas en leer los diarios o en desentrañar las Instrucciones que acompañan a sus computadoras y máquinas domésticas, o que van referidas a tantas otras actividades necesarias o superfluas, y que apenas haya dedicado en su vida un tiempo para informarse acerca de los sagrados misterios de la eucaristía, que constituyen sin duda el centro vital de su existencia? Sí, será posible, es posible. ¿Espera, acaso, este cristiano progresar en la participación eucarística por la mera repetición de asistencias? La realidad defrauda, sin duda, esta esperanza. ¿O quizá espere ese progreso espiritual de una cierta ciencia infusa?

Anímense, pues, los cristianos a procurar un mayor conocimiento de la liturgia de la misa, para que puedan celebrar los sagrados misterios con mayor provecho y gozo, y la mente en ellos concuerde con su voz.

lunes, 23 de junio de 2008

La Eucaristia: culmen y fuente

A continuación y en tres entregas consecutivas, presento un trabajo extraído de la página www.conocereisdeverdad.org, relacionado con el tema del título, y orientado a insistir en una toma de conciencia sobre la centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana.

Introducción

Centralidad de la eucaristía: fuente y cumbre

La Iglesia siempre ha comprendido que su centro vivificante está en la eucaristía, que hace presente a Cristo, continuamente, en el sacrificio pascual de la redención. En la santa misa, el mismo Autor de la gracia se manifiesta y se da a los fieles, santificándoles y comunicándoles su Espíritu. El Vaticano II afirma por eso con verdadera insistencia que la eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11a; +CD 30f; PO 5bc, 6e; UR 6e). Ella es, secretamente, como decía Pablo VI, «el corazón» de la vida de la Iglesia (Mysterium fidei). Como la sangre fluye a todo el cuerpo desde el corazón, así del Corazón de Cristo en la eucaristía fluye la gracia a todos los miembros de su cuerpo.

«La celebración de la misa -afirma la Ordenación general del Misal Romano-, como acción de Cristo y del Pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia universal y local y para todos los fieles individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica en Cristo al mundo y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios. En ella, además, se recuerdan a lo largo del año los misterios de la redención de tal manera, que en cierto modo éstos se nos hacen presentes. Así pues, todas las demás acciones sagradas y cualesquiera obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan» (OGMR 1).

Ignorancia de la misa

Hay que reconocer, sin embargo, que, a pesar de esa centralidad indudable, son pocos los cristianos que tienen acerca de la eucaristía un conocimiento de fe suficiente. Y esa ignorancia litúrgica viene de lejos. La Iglesia de nuestros padres y antepasados -que en tantas cosas, si somos humildes, se nos muestra ahora admirable-, padecía, sin embargo, notables ignorancias en materia de liturgia. Todavía hoy, los cristianos de mayor edad saben que, cuando eran niños o muchachos, era normal que durante la misa se rezara el rosario, o se hicieran desde el púlpito novenas y predicaciones morales, que sólo cesaban durante el tiempo de la consagración, para seguir después. Recuerdan también las misas de comunión general o aquellas especialmente solemnes, que se celebraban ante la Custodia expuesta. En alguna ocasión habrían visto cómo en una misma iglesia, en distintos altares laterales, varios sacerdotes solos celebraban diversas misas. O es posible que recuerden cómo su párroco, a primera hora del día, rezaba completo el Oficio Divino, para quedar ya libre de él durante toda la jornada...

¿Cómo pudo la Iglesia, incluso en excelentes cristianos, ir derivando en su vida litúrgica a situaciones tan anómalas? Son muchas y graves las causas, pero aquí solamente señalaremos una. La capacidad de los fieles para comprender y participar activamente en los sagrados misterios va disminuyendo, más o menos desde el Renacimiento, a medida que va creciendo en la espiritualidad del Occidente cristiano un voluntarismo de corte semipelagiano. La clave de la santificación, entonces, no está tanto en la gratuidad de la liturgia sino en el esfuerzo de la ascética. Y en ésta es, durante los últimos siglos, donde centran su atención los autores espirituales.

Renovación litúrgica

En este sentido, la renovación litúrgica impulsada por el Vaticano II es un don inmenso del Espíritu Santo a la Iglesia actual. Es una gracia de cuya magnitud quizá no nos hemos dado cuenta todavía. Esta renovación, iniciada un siglo antes, no solamente ha verificado los ritos litúrgicos en muchos aspectos, devolviéndoles su sencillez y su genuino sentido, sino que, sobre todo, ha impulsado la renovación espiritual litúrgica del mismo pueblo cristiano. En efecto, el concilio Vaticano II exhorta con insistencia a una renovada catequesis litúrgica -que, por otra parte, es imposible sin una simultánea catequesis bíblica (SC 41-46)-, especialmente en lo referente a la eucaristía.

Todos debemos ser muy conscientes de que la mejor formación espiritual cristiana está en aprender a participar plenamente de la eucaristía. En efecto,

«la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí» (SC 48).

Es honrado comprobar, sin embargo, que esta renovación de los fieles en temas litúrgicos no se ha producido sino muy escasamente. Todavía la mayor parte de los cristianos de hoy apenas entiende nada de lo que en la liturgia, concretamente en la eucaristía, se está celebrando. Los mayores -que ya venían, si vale la expresión, malformados-, porque apenas han recibido en estos decenios el complemento necesario de catequesis litúrgica que hubieran necesitado; y los más jóvenes, porque han tenido que sufrir catequesis escasamente religiosas, excesivamente éticas, muy poco capaces de revelar el mundo formidable de la gracia en la liturgia. Y así, unos y otros, aunque sean practicantes -para qué decir de los que no lo son-, entran con gran dificultad en las acciones sagradas de la misa; las siguen de lejos, con no pocas distracciones, tan devotamente como pueden, pero sin facilidad alguna para participar en ellas activa y conscientemente. Y no pocos sufren la mala conciencia de aburrirse durante la celebración de algo que saben tan santo...

miércoles, 4 de junio de 2008

La Gran Promesa

El Corazón de Jesús y los primeros viernes (III)
5-) La Gran Promesa se entiende en el contexto del culto al Sagrado Corazón de Jesús. La Gran Promesa no se debe considerar como una cosa aislada, sin ninguna relación y conexión con el culto al Corazón del Redentor, sino más bien como una expresión de este culto que en definitiva es «la profesión práctica más completa de la religión cristiana « (Encíclica del Pío XII, n 69). Se debe tener por lo tanto la confianza de que aquellos que han cumplido con rectitud las circunstancias para las comuniones de los primeros viernes, recibirán del omnipotente amor y misericordia infinita de Jesús las gracias necesarias para que puedan vivir la auténtica vida cristiana como la quiere el genuino culto al Sagrado Corazón de Jesús; o de todos modos que se cumpla en ellos el plan de salvación establecido por Dios hasta no poner obstáculos al último y grandioso gesto de la misericordia de su Corazón cual es el don de la perseverancia final. Nótese que la práctica de los primeros viernes, precisamente porque deben ser hechos en el contexto del culto al Corazón de Jesús, llevará a lo que es esencial en el Culto al Corazón de Jesús: la consagración y la reparación. (Encíclica de Pío XII n. 75). Con la consagración queremos dar a nosotros mismos y todas nuestras cosas al Señor reconociendo de esta manera que todo lo hemos recibido de Él y que a su servicio deben ser encaminadas. Con la reparación y expiación de los pecados propios y ajenos nos ayudamos mutuamente en el camino que conduce al Padre Celestial y participamos también en la expiación de Cristo. Así en la Liturgia del Corazón de Jesús se pide que nuestra ofrenda resulte agradable para la reparación de los pecados. Oración que puede decirse después de cada una de las comuniones de los nueve primeros viernes- Jesús mío dulcísimo, que en tu infinita y dulcísima misericordia prometiste la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de tu Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acuérdate de esta promesa, y a mí, indigno siervo tuyo, que acabo de recibirte sacramentado con este fin e intención, concédeme que muera detestando todos mis pecados, creyendo en Ti con fe viva, esperando en tu inefable misericordia y amando la bondad de tu amantísimo Corazón. Amén Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo: tened piedad de nosotros. Corazón de Jesús, rico con todos los que os invocan: tened piedad de nosotros . Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Ti: tened piedad de nosotros

martes, 3 de junio de 2008

Taller para guias de misa y preparación de guiones

La Secretaría diocesana de Liturgia, Música y Arte Sacro de la diócesis de San Justo - Buenos Aires, ha programado la realización de un taller destinado a la formación de guías de misa y al mismo tiempo a la correcta preparación de guiones. El emprendimiento se realiza en atención a la necesidad de que quienes se dedican a los ministerios litúrgicos, reciban la conveniente preparación que los capacite para desempeñarse con la habilidad y competencia que requiere su participación. Los encuentros se realizarán los días 14 y 21 de corriente mes, en la Casa de las Instituciones - San Justo.

Nuevo diácono en la Diócesis de San Justo - Buenos Aires

El pasado 8 de mayo, solemnidad de la Virgen de Luján, patrona de la República Argentina, el obispo diocesano Mons. Baldomero Carlos Martini, confirió el orden del diaconado al seminarista, acólito JUAN MANUEL MOLINA, quien desempeñará su ministerio pastoral en la parroquia San Cayetano de esta ciudad Evita. La celebración se realizó en la iglesia catedral de San Justo, con la asistencia de una gran cantidad de fieles en su mayoría pertenecientes a las distintas comunidades en las cuales el nuevo diácono desarrolló alguna acción pastoral. Rogamos al Señor, le conceda al diácono JuanManuel, las gracias necesarias para un fructífero ministerio en bien de la Iglesia y su santificación personal.

La Gran Promesa

El Corazón de Jesús y los primeros viernes (II de III)
3-) Las condiciones requeridas para ser partícipe de la Gran promesa. La condición expresamente requerida para que se cumpla la Gran Promesa es que se reciba la comunión digna (no sacrílega, es decir recibida conscientemente en estado de pecado grave). Tiene que ser la comunión en los viernes de nueve meses consecutivos. Deben ser nueve y no menos. Además tienen que ser comuniones y no pueden ser suplidas por obras buenas como Rosarios, Vía Crucis, etcétera. Tiene que ser recibida la comunión los primeros viernes: viernes es el día en que se recuerda y revive la pasión del Señor que nos amó y se entregó a sí mismo a la muerte por nuestra redención. Estas comuniones, como se deduce del contexto de las revelaciones hechas a Santa Margarita, deben ser hechas con la intención –que puede ser realizada de una vez para siempre- de rendir culto al Sagrado Corazón de Jesús que es «el culto de amor con el cual Dios nos ha amado por medio de Jesús y es al mismo tiempo la práctica de nuestro amor a Dios y a los hombres» (Encíclica de Pío XII sobre el Sagrado Corazón, n 70). La comunión se hace, en cuanto es posible (no es una condición indispensable) dentro la Misa. Esto corresponde mejor a la Liturgia y también a la mente de Santa Margarita que en una de sus cartas escribe: «Este amable Corazón... quiere que recurran a Él con gran confianza y me parece que no hay medio más eficaz para obtener lo que se pide que el Sacrificio de la Misa». Y en nuestro caso se trata de pedir nada menos que el gran don de la perseverancia. 4-) Las condiciones que empeñan a fondo los fieles. Para que el cristiano pueda cumplir las condiciones indicadas necesita una gran dosis de buena voluntad y de espíritu de sacrificio. - En efecto, la Comunión no está prescrita en domingo o fiesta de precepto, cuando ya de suyo hay obligación de asistir a Misa y por lo tanto es también más fácil acercarse a la comunión. Está prescrita más bien en un día de trabajo y éste no está dejado a la libre elección del fiel, sino que está establecido en concreto: un viernes. Por lo tanto un día hábil en que uno ordinariamente trabaja (en la fábrica, en el campo, en la oficina, o en la escuela). - Además, no en cualquier viernes, sino en el primero del mes- que no cae tampoco siempre en el mismo día, sino que varía todos los meses- y esto durante nueve meses consecutivos. Estas diminutas prescripciones, si por un lado representan cierta dificultad, traen también las ventajas en orden a las fructuosa recepción del sacramento. Suponen en el fiel el deseo sincero de la Comunión, la atención al determinado día; requieren cierto sacrificio para poder acercarse a la Comunión un día de trabajo..., etcétera – circunstancia que ayudan a crear las buenas disposiciones en la persona.

lunes, 2 de junio de 2008

La gran promesa

El Corazón de Jesús y los primeros viernes ( I de III)
Una humilde religiosa, Santa Margarita Alacoque, del monasterio de Paray –le- Monail (Francia), fue confidente de una serie de revelaciones y promesas por parte de Nuestro Señor Jesucristo, vinculadas a la devoción a su Sagrado Corazón, tan ultrajado por los hombres. Entre las promesas la más conocida es la llamada también Gran Promesa que se refiere a la práctica de los primeros viernes. Jesús le reveló esta promesa a la Santa en el año 1688. He aquí su texto tal como lo reprodujo el Papa Benedicto XV en la Bula de Canonización de Santa Margarita (1920) El Señor Jesús se dignó dirigir estas palabras a su fiel esposa: « Te prometo, en una efusión misericordiosa de mi Corazón, que el omnipotente amor de mi Corazón concederá el beneficio de la penitencia final a los que por nueve meses seguidos, se acerquen a la Sagrada Mesa los primeros viernes de cada mes: No morirán en mi desgracia ni sin recibir los Santos Sacramentos; y, en aquellos últimos momentos, mi Corazón les será asilo seguro». He aquí algunas consideraciones en torno a esta Gran Promesa: 1-) La perseverancia final es una gracia que sólo se puede impetrar con la oración. Para alcanzar la salvación es absolutamente necesario que el hombre, en el momento de la muerte, se encuentre en gracias, es decir en estado de amistad con Dios, que participe de la vida divina. Esta gracia se llama don de la perseverancia final. La realización de esta feliz circunstancia –de que la muerte venga cuando estemos en gracia de Dios- depende sólo de la libre voluntad y misericordia de Dios, por lo cual es un «gran don», como lo llama el Concilio Tridentino (1546). Nadie puede estrictamente merecer este don supremo, pero todos podemos pedirlo incansablemente con la oración confiada, humilde y perseverante. Por lo cual la Iglesia pide sin cesar en sus oraciones litúrgicas esta gracia para todos su hijos y exhorta a los fieles a que la imploren en sus oraciones. 2-) ¿ Qué asegura la Gran Promesa? La Gran Promesa nos asegura nada menos que esta gracia, la máxima que se le puede conceder a un hombre en esta vida: es decir la muerte en estado de amistad con Dios y con ello la eterna salvación. Cuatro cosas expresan la magnitud de la Gran Promesa: - «Concederé la gracia de la perseverancia final», o sea el no morir en pecado mortal, sino en estado de gracia de Dios. - « No morirán en mi desgracia», los que cumplieren las condiciones de la Gran Promesa. - «Ni sin recibir los sacramentos», si les fueren necesarios para salvarse. El recibir los santos sacramentos en la hora de la muerte propiamente no es una promesa absoluta, sino condicional: depende del estado de gracia o de pecado en que se encuentre el moribundo y de lo que Dios determine en sus inescrutables designios. Pues el pecador puede recobrar la gracia santificante también con un acto de contrición o caridad perfecta, en cuyo caso no le es absolutamente necesario el sacramento de la Confesión. Pero si el pecador necesita este sacramento o el de la Unción para salvarse, la Gran Promesa le garantiza su válida y fructuosa recepción. - « Mi Corazón les será asilo seguro en aquella última hora». Es otro modo en que Jesús da la seguridad a sus devotos de obtener una buena muerte. En la Gran Promesa no se promete que hecha una o más veces la práctica devota de los primeros viernes, ya no se volverá a pecar gravemente y así perder la amistad de Dios. Lo que nos asegura es la gracia de no morir en pecado grave, si hemos tenido la desgracia de vivir algún tiempo en él. Se nos promete pues el estado de gracia para el momento decisivo de nuestro traspaso del tiempo a la eternidad. (Gentileza: El evangelio del día)

domingo, 1 de junio de 2008

JUNIO - MES DEL SAGRADO CORAZÓN

«Tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es este que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!Image

Para que, del costado de Cristo dormido en la cruz, se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice “Mirarán al que atravesaron”, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manado de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.

Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella los labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador Porque ésta es la fuete que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra

Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quien quiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama: “Oh hermosura inefable del Dios altísimo, esplendor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida, luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces que, desde la primera aurora, fulguran en el trono de tu divinidad!

¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta de los ojos mortales, cuya profundidad no tiene fondo, altura sin término, anchura ilimitada y pureza imperturbable!

De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz»

(De las Obras de San Buenaventura, doctor de la Iglesia)