sábado, 29 de noviembre de 2008

El Año Litúrgico

El Tiempo de Adviento

Con las primeras Vísperas de hoy comienza el Tiempo Litúrgico de Adviento, y con él iniciamos un nuevo Año Litúrgico. Es bueno, entonces, repasar algunos conceptos que nos ayuden a comprender mejor esta realidad eclesial.

“La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino esposo....En el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad, hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor” (Sacrosantum Concilium 102)

El texto citado contiene algunos puntos que deben ser destacados:

1. Celebrar la obra salvífica de Cristo.

2. Recuerdo sagrado.

3. Un tiempo determinado con una estructura determinada.

1. El año litúrgico se estructura alrededor de una realidad que le confiere sentido pleno: la obra nuestra salvación realizada por Dios, a través de la Encarnación, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Verbo Encarnado.

2. No se trata de un mera recordación al estilo de las efemérides patrias, simple recordación de un hecho pasado, sino la actualización de una realidad que realizada en el pasado, se actualiza en el presente: “Conmemorando así -la Iglesia- los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”. (S.C. 102)

3. La estructura del año litúrgico está dada por la sucesión de las horas, los días, las semanas y los meses. En el centro de este entramado se sitúa la celebración de la resurrección del Señor, junto con su santa pasión y muerte, en la máxima solemnidad de la Pascua.

El tiempo de preparación a la Navidad, lo denominamos tiempo de Adviento. Es un tiempo de preparación y espera para las tres venidas del Señor. En primer lugar las dos grandes venidas: la de Navidad, en carne mortal y la triunfante, como Juez al fin de los tiempos. Los textos de todo este tiempo lo dicen de manera clara y repetidamente. Pero este mismo Señor y Salvador, viene en forma velada, místicamente y salvíficamente todos los días a nuestras almas. Ninguna de las tres Venidas debe ser desaprovechada en este comienzo del Año cristiano.

Por tratarse de un tema que merece ser desarrollado de manera extensa y detalladamente, lo iremos desplegando en los próximos días. Por ahora, medítese el texto del prefacio I de Adviento:

Realmente es justo y necesario,

es nuestro deber y salvación

darte gracias siempre y en todo lugar,

Señor, Padre Santo

Dios todopoderoso y eterno,

por Jesucristo, Señor nuestro.

Quien, al venir por primera vez

en la humildad de nuestra carne,

dio cumplimiento al antiguo designio

y nos abrió el sendero de la salvación.

Y así, cuando venga por segunda vez,

en el esplendor de su grandeza.

revelando su obra plenamente realizada,

alcanzaremos los bienes prometidos

que ahora aguardamos en vigilante espera.

Por eso, con los ángeles y los arcángeles,

los tronos y las dominaciones,

y con toda la milicia del ejército celestial,

cantamos un himno a tu gloria,

diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo...

martes, 25 de noviembre de 2008

Cardenal Arinze: El Papa consideraría adelantar saludo de la paz en la Misa ROMA, 24 Nov. 08 (ACI).-El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Francis Arinze, señaló que el Papa Benedicto XVI consideraría cambiar el momento del saludo de la paz al momento del ofertorio en la Misa "para crear un momento de recogimiento mientras nos preparamos para la comunión". En ocasión de sus 50 años de ordenación sacerdotal, L'Osservatore Romano entrevistó al Purpurado quien explicó que actualmente se está reflexionando sobre "una colocación distinta del signo de la paz durante la Misa. Con frecuencia no se comprende el pleno significado de este gesto. Se piensa que es una ocasión para estrechar la mano de los amigos, cuando en realidad es un modo para decir a quien está cerca de uno que la paz de Cristo, presente realmente en el altar, es también para todos los hombres". Seguidamente precisó que "para crear un clima más recogido mientras nos preparamos para la Comunión, se ha pensado transferir el saludo de la paz al ofertorio. El Papa ha hecho la consulta al Episcopado y luego se decidirá". El Cardenal Arinze explicó luego que su dicasterio "no es una especie de 'policía' eclesiástica o de 'interventora' para todos los problemas. El dicasterio nació en primer lugar para promover el culto divino", aunque "ciertamente no podemos cerrar los ojos frente a las situaciones objetivamente problemáticas". El Prefecto dijo luego que "en la Redemptionis Sacramentum de 2004 se indica que muchos de los abusos" litúrgicos "no se deben a una mala voluntad sino a la ignorancia. Algunos no saben, pero además no saben que ignoran algo. No se sabe, por ejemplo, que las palabras y los gestos tienen raíces en la tradición de la Iglesia. Así se cree que se es más original y creativo cambiando textos o gestos. Frente a estas situaciones, es necesario reafirmar que la liturgia es sagrada y es la oración pública de la Iglesia". (Fuente: www.aica.org)

martes, 18 de noviembre de 2008

Nuevo Sacerdote para la diócesis de San Justo

El próximo día 18 de diciembre el Obispo diocesano de San Justo, conferirá el orden del presbiterado al diácono JUAN MANUEL MOLINA. La solemne celebración tendrá lugar en la iglesia catedral de San Justo a las 20:00 horas. Esta iglesia particular se alegra y agradece a Dios el don de un nuevo sacerdote, e implora de su misericordia la gracia de su Espíritu para que haga fructífera la futura tarea del padre JUAN MANUEL. Invitamos a todos a unirse en la oración, acompañando a nuestro hermano en estos días de su preparación.

sábado, 15 de noviembre de 2008

El Don del Celibato - II

Publicamos la segunda parte de este trabajo, que aporta excelente material para entender y defender esta práctica de la Iglesia latina.

Confusión histórica

Durante los siglos XI y XII, la reforma gregoriana se ocupó de corregir ciertas violaciones a la norma del celibato clerical. El Concilio Laterano II (en 1139) tuvo parte en esta corrección. Comenzando por este hecho histórico tanto católicos como no católicos concluyen erróneamente que este concilio dió origen al celibato clerical. Sin embargo el concilio—así como todos los concilios precedentes que trataron el tema—buscó simplemente mantener en efecto la reglamentación apostólica ya existente, prohibiendo la vida conyugal para el clero.

Los apologistas que defienden la práctica parcial del celibato en las Iglesias Ortodoxas Orientales—en las cuales sacerdotes y diáconos se pueden casar pero los obispos deben ser célibes—ignoran las declaraciones de estos concilios que sostienen y afirman una tradición apostólica.

En tiempos más recientes, el cuerpo que precedió a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, emitió una instrucción en 1858 que declaraba: “Quienes meditan diligentemente en la verdadera tradición de la abstinencia y el celibato, encontrarán sin duda que dicha regla se afirma desde los primeros siglos de la Iglesia Católica, si bien no por una ley general y explícita, pero al menos por conducta y costumbre. Ella establece que, no solamente los obispos y presbíteros, sino todos aquellos clérigos bajo Santas Ordenes deben conservar su virginidad o abstinencia perpetua.” [9]

Que el celibato sacerdotal es una tradición apostólica “se muestra clara y convincentemente” en las obras de of Stickler, Cochini, Heid y otros. Este es el veredicto del entonces Cardenal Ratzinger. [10]

¿Celibato opcional?

La disciplina del celibato opcional en las Iglesias Ortodoxas de Oriente (opcional para diáconos y sacerdotes pero obligatorio para los obispos), fue primeramente formulada en 692 d.C. Antes de ese tiempo todas las Iglesias de Oriente seguían la tradición apostólica de abstinencia obligatoria tanto para clérigos casados como para los que no lo eran.

Sin embargo el Concilio de Trullo en 692 alteró esta disciplina. Uno de sus cánones retuvo la prohibición para los obispos, sacerdotes y diáconos que se casaran después de ser ordenados. También preservó parcialmente la tradición apostólica de requerir abstinencia perpetua a los casados que ascendieran al episcopado, decretando sin embargo que los diáconos y sacerdotes podrían continuar su vida conyugal después de ser ordenados. Este polémico concilio rechazó la disciplina clerical de Roma en forma explícita, lo cual es decir que rechazó una tradición apostólica.

Para justificar esta decisión, los conciliares de Trullo citaron cánones del Concilio de Cartago. Este último concilio, como hemos ya visto, había reafirmado la regla de continencia perpetua para todos los clérigos casados apelando a la tradición apostólica. El cuerpo conciliar de Trullo alteró la fraseología de los cánones cartagineses para que mandaran solamente abstinencia temporaria para los clérigos casados solamente en aquellos días que tuvieran que ministrar en el altar. Esto es, efectivamente, la ley del Antiguo Testamento para los sacerdotes levitas de servicio en el Templo.

A pesar de esta alteración radical de los decretos de Cartago, el Concilio de Trullo aseguró al público que, por medio de estos decretos, estaban meramente “preservando la antigua regla y la perfección del orden apostólico.” [11] La Iglesia Católica, desde luego, nunca ha reconocido el Concilio de Trullo.

En la enseñanza del Magisterio, la Iglesia Católica se ha referido frecuentemente a la práctica oriental del celibato sacerdotal. La Iglesia ha hecho uso de un lenguaje cuidadoso para evitar ensanchar la brecha que la divide de las iglesias orientales; pero nunca ha dicho—ni tan siquiera ha implicado—que la práctica oriental esté a la par de su propia disciplina en lo que toca al celibato sacerdotal. Típico de esta actitud es el lenguaje que el Papa Pío XII usó al referirse al sacerdocio católico en 1935. Luego de alabar las glorias del celibato sacerdotal, dijo que no estaba con eso criticando la disciplina oriental. “Con esto hemos querido solamente exaltar en el Señor algo que consideramos una de las más puras glorias del sacerdocio católico, algo que nos parece que corresponde mejor a los deseos del Sagrado Corazón de Jesús y a sus propósitos en lo que se refiere a las almas de los sacerdotes.”

Una disciplina singular

Hice mención antes que la defensa del celibato opcional contiene dos errores básicos. Uno es histórico—pues falla en reconocer que el celibato es una tradición apostólica. El otro error yace en la ambigüedad de la palabra “disciplina” para caracterizar la regla eclesiástica del celibato. Cierto es, que el requerimiento no es parte del depósito de la fe. Y en cierto sentido, es parte de la disciplina de la Iglesia aunque se distingue de las otras disciplinas. Tomemos por ejemplo las reglas de la Iglesia sobre el ayuno previo a la recepción de la Eucaristía, o la abstinencia de carne los días viernes, o el registrarse en una parroquia aunque uno resida fuera de sus confines. Todas estas cosas han pasado por cambios sin que hubiera consecuencias teológicas.

En teoría, si le pareciera bien, el Papa pudiera poner a un lado la regla del celibato sacerdotal de un día para otro. Pero si lo hiciera, la medida tendría un profundo efecto negativo en el entendimiento que tiene la Iglesia de sí misma y del sacerdocio.

Siguiendo la enseñanza de Benedicto XVI, la Iglesia es a la vez humana y divina. Es una estructura organizativa y también alberga la presencia y el poder del Espíritu Santo. Lo que le da a la Iglesia su permanencia estructural es en sí mismo un Sacramento—el Sacramento de las Santas Ordenes—lo que significa que la Iglesia es recreada en forma continua por la acción infalible de Dios a través de ese Sacramento. La Iglesia, como institución, no puede elegir a aquellos que sirven en su jerarquía. El llamado a las Santas Ordenes proviene de Dios y la Iglesia meramente reconoce tal llamado. Es por eso que el Señor nos ordena: “Orad que el Señor de la cosecha envíe obreros a la siega.” (Mateo 9, 37).

Así es que el ministerio sacerdotal tiene un “carácter estrictamente carismático,” para usar las palabras de Benedicto XVI. La Iglesia hace hincapié en “unir… sacerdocio con virginidad, lo cual puede ser entendido solamente como un carisma personal y nunca como un requisito oficial de calificación.” Cualquier intento de desacoplar sacerdocio y celibato tendría el efecto de negar la calidad carismática del sacerdocio. Lo reduciría a un oficio completamente bajo el control de la institución. De tal manera la Iglesia podría llegar a ser concebida como una institución puramente humana. [12]

La dádiva

El sacerdocio es una dádiva continua a la Iglesia, un regalo. La Iglesia es solamente la administradora de ese regalo. Pero, como nos lo recuerdan las declaraciones magisteriales recientes, el celibato es también un don.

En su carta Pastores Dabo Vobis (Os daré pastores, 1992), el Papa Juan Pablo II repetidamente caracteriza al celibato sacerdotal como un don. Lo llama el “regalo preciado”, “el don de Dios a la Iglesia.” El celibato es un don que debe ser atesorado. Y justamente porque es un don de Dios, la Iglesia como institución, no tiene el derecho de ponerlo a un costado, por decirlo así, de regresarle el regalo a Dios.

El Sínodo de Obispos en 1990 emitió una declaración terminante en lo que tiene que ver con el compromiso que la Iglesia tiene en mantener el celibato sacerdotal. “El Sínodo quisiera que el celibato se presente y se explique en la plenitud de su riqueza bíblica, teológica, y espiritual; como don precioso otorgado por Dios a Su Iglesia y como signo del Reino que no es de este mundo—señal del amor de Dios por el mundo y del amor indivisible de cada sacerdote por Dios y por el Pueblo de Dios—y que, como resultado, el celibato sea visto como un enriquecimiento positivo del sacerdocio.”

La Iglesia está totalmente comprometida con el sostenimiento del celibato sacerdotal. “El Sínodo no desea dejar duda alguna en la mente de nadie en lo que toca a la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que demanda el celibato perpetuo y libremente elegido, para todos los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino, presentes y futuros.” (Proposición 11a.)

Si bien es cierto que los proponentes de un sacerdocio sin celibato pueden continuar en sus esfuerzos; no tienen a su favor ni a la historia ni la voluntad de la Iglesia contemporánea.

Rev. P. Ray Ryland

Referencias

[1] Para mayores detalles ver: A Brief History of Clerical Celibacy por Ray Ryland, publ. Peter Stravinskas, ed., Priestly Celibacy: Its Scriptural, Historical, Spiritual, and Psychological Roots (Mt. Pocono: Newman House Press, 2001), pp. 27-44. [2] Ad Catholici Sacerdotii , 43 (1935). [3] Norman P. Tanner, S.J., ed., Decrees of the Ecumenical Councils , Vol. 1 publ. Georgetown University Press, Washington, D.C. 1990, p. 7. [4] Christian Cochini, S.J., Apostolic Origins of Priestly Celibacy publ. Ignatius Press, San Francisco, 1990), pp. 185-195. [5] Ibid. , p. 9. [6] Ibid. , notas aclaratorias 18, p. 12. [7] Ibid. , p. 5. [8] Ibid. , p. 15. [9] Citado por Roman Cholij, Celibacy, Married Clergy, and the Oriental Code, en el Eastern Churches Journal , Vol. 3, No. 3 (Otoño, 1996), p. 112. [10] Joseph Cardinal Ratzinger, The Theological Locus of Ecclesial Movements publ. Communio (Otoño 1998), nota al pie 2, p. 483. [11] Citado por Roman Cholij, Clerical Celibacy in East and Westpubl. Fowler Wright Books, Herefordshire 1988, p. 115. [12] Ratzinger, op. cit., p. 483.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El don del celibato

No es costumbre en este blog incursionar en temas que no sean específicos sobre liturgia o espiritualidad. Sin embargo, en esta oportunidad lo haré, a efectos de presentar los argumentos concretos en que el autor se basa para defender el celibato sacerdotal. De esta manera, también muchos amigos podrán tener respuestas concretas al momento de contestar preguntas o afirmaciones carentes de fundamento en las que incurren no pocos laicos. (o seglares, como se decía antes). Les doy una recomendación, lean sin apuro porque el tema es denso y los argumentos están bien fundados en el magisterio y la tradición de la Iglesia. Por estas razones, lo dividiré en dos publicaciones.

UN DON DE DIOS

Un sacerdote casado, el Padre Ray Ryland, examina el celibato sacerdotal.

“¿Es usted un sacerdote casado? Yo no sabía que hubieran sacerdotes casados. Creo que la Iglesia debería permitir el casamiento para todos los sacerdotes.” He escuchado frases por el estilo con frecuencia desde mi ordenación como sacerdote en 1983, dispensado como estoy, de la disciplina del celibato. Les aseguro, a todos los que proponen la eliminación del celibato, que tanto yo como mi esposa, apoyamos firmemente el celibato sacerdotal. Si bien estoy profundamente agradecido a la Iglesia por haber hecho una excepción en el caso de un ex-sacerdote anglicano como yo, dicha excepción es, a las claras, una tregua. El sacerdocio y el matrimonio son vocaciones que requieren ambas una dedicación total. Está claro que nadie puede servir simultáneamente como esposo y sacerdote sin faltar en algo a alguna de las dos vocaciones.

La objeción que sigue presentándose comúnmente es: “Seguro que un hombre casado está mejor cualificado para aconsejar a la gente sobre el matrimonio que un sacerdote célibe.” Y nuevamente debo estar cortésmente en desacuerdo. El propósito de los cursillos de preparación para el matrimonio, por ejemplo, no es el enseñar a las parejas la experiencia particular del sacerdote. Las parejas católicas tienen derecho a ser instruidas en la verdad revelada a la Iglesia en lo que toca al significado de la sexualidad humana y el santo matrimonio. Si el sacerdote (casado o célibe) es una persona razonablemente madura y enseña en armonía con la Iglesia, el casado no tiene ninguna ventaja especial sobre el otro para aconsejar sobre el tema matrimonial.

El argumento normalmente concluye con: “Sí, eso es posible, pero si los sacerdotes pudieran casarse, no habría tanta escasez de sacerdotes.” Siempre respondo que eso es una suposición que no tiene evidencia alguna que la avale. Si el problema de la falta de clérigos lo causa el celibato sacerdotal, ¿cómo se explica la abundancia de sacerdotes en ciertas diócesis? Como dijo el Papa Paulo VI hace ya cuarenta a años, el descenso en el número de vocaciones parte de la falta de fe entre el pueblo de la Iglesia. El disenso rampante de las últimas décadas ha creado abundante confusión en el entendimiento de las doctrinas de la Iglesia y especialmente en lo que toca al sacerdocio.

Una antigua disciplina

No hay duda que cierta simpatía por la eliminación del celibato obligatorio surge con frecuencia en estos días, aun entre los católicos fieles. Sin embargo hay dos errores fundamentales que subyacen a esta opinión. Uno es histórico y el otro, teológico.

Veamos primero el error histórico. Algunos creen que la Iglesia hizo obligatorio el celibato sacerdotal en el cuarto siglo, en el siglo doce o en algún un punto intermedio. En realidad, el celibato es una disciplina apostólica. [1]

La conexión entre celibato y sacerdocio se revela primeramente en Cristo. En Cristo vemos su más perfecta realización ya que el sacerdocio requiere el permanecer libre de los lazos de matrimonio y paternidad. Es esa libertad la que permitió que el Hijo de Dios estuviera completamente disponible para hacer perfectamente la voluntad de Dios Padre en El (Juan 4, 34).

Al llamar a sus sucesores, los Apóstoles “ellos lo dejaron todo y le siguieron” (Lucas 5, 11). Más tarde, Pedro le recuerda a Jesús, “lo hemos dejado todo para seguirte.” Luego agrega, con la candidez que lo caracteriza, “¿Qué otra cosa ya nos queda?” (Mateo 19, 27). Jesús le responde: “No hay nadie que haya dejado casa, esposa, hermanos, padres o hijos por causa del Reino de los Cielos, que no reciba a cambio mucho más en esta era y en el mundo por venir” (Lucas 19, 29). Recordemos que Jesús enseñó la indisolubilidad del matrimonio y también recomendó especialmente el celibato (Mateo 19, 12). San Pablo recomendó con especial énfasis el celibato como una manera de hacer más efectivo el ministerio del Señor.

Los cánones disciplinarios del Concilio de Elvira en 305 d.C. son el registro más temprano de la disciplina del celibato sacerdotal. Este concilio tuvo que explicar el motivo de sus directivas que eran ya antiguas y presumiblemente bien conocidas. El Canon XXXIII prohíbe las relaciones maritales y la procreación a todos los obispos casados, sacerdotes y diáconos. Igualmente recuerda a los clérigos casados que están unidos por un voto de abstinencia perpetua so pena de ser privados del ministerio para los que violaran tal voto. En sus comentarios sobre este Concilio, el Papa Pío XI indica que dichos cánones son las “primeras huellas escritas” de la “Ley del Celibato Eclasiástico,” “que permiten suponer que la práctica existía antes de ser puesta por escrito.” [2]

EL Concilio de Arles, nueve años más tarde, afirmó la obligación de la abstinencia para los clérigos casados y las penalidades consecuentes en caso de incumplimiento. El Concilio de Nicea en 325 d.C. presupone la existencia de del celibato eclesiástico para clérigos solteros y casados. El Canon III establece, “este gran sínodo prohíbe absolutamente a los obispos, sacerdotes, diáconos y cualquier otro clérigo el mantener la compañía de una mujer tomada para vivir con él, con la excepción natural de su madre, hermana, tía u otra persona sobre quien no caiga sospecha alguna.” [3] Tomando en cuenta la evidencia de los siglos IV y V, el Rev. P. Christian Cochini, S. J. sostiene que la frase “otra persona sobre quien no caiga sospecha alguna” incluye a las esposas de los clérigos que han tomado votos conjuntos de abstinencia antes de la ordenación de sus esposos. [4]

Hacia el final del siglo IV, un obispo español escribió al Papa, pidiendo ayuda para disciplinar a ciertos clérigos casados que estaban teniendo relaciones conyugales con sus esposas y en consecuencia procreando hijos. En 385 d.C. el Papa Siricius recordó a todos los clérigos casados que los votos de abstinencia pertpetua eran “indisolubles.” [5] Al año siguiente, el Papa emitió un decreto repitiendo la misma regla. En él insiste que no estaba creando nuevas reglas sino recordándoles reglas establecidas por la Iglesia ya por largo tiempo.

Algunos de los clérigos casados trataron de defender la continuidad de la vida conyugal, pero la falta de una tradición establecida de celibato opcional le impidió apelar. En cambio apuntaron a 2 Timoteo 3, 2; Tito 1, 6 y 1 Timoteo 3, 12; los cuales especifican que los obispos, presbíteros y diáconos deben ser esposos “de una sola mujer” (unis uxoris vir.) En respuesta, el Papa Siricio declaró que “esposo de una sola mujer” no significaba que el clérigo pudiera mantener relaciones conyugales después de haber sido ordenado. El verdadero sentido es éste: de un hombre fiel a una esposa se puede esperar que sea lo suficientemente maduro como para vivir en la abstinencia perpetua que se requiere de ambos una vez efectuada la ordenación.

Este es la exégesis original del Magisterio para estos pasajes. La enseñanza del Papa Siricius se refleja claramente en los escritos de los Padres de esos tiempos: Ambrosio, Epifanio de Salamina y Ambrosiastro. [6]

Otro pasaje usado para reforzar el argumento del celibato opcional es 1 Corintios 9, 5. Refiriéndose a sus prerrogativas como apóstol, San Pablo pregunta (en forma aparentemente retórica) “¿Acaso no tenemos el derecho de tener en nuestra compañía una esposa creyente, como todos los otros apóstoles y hermanos del Señor y Cefas?” El significado griego de “una esposa creyente” es el de “una hermana esposa” o “una hermana como esposa.” Las palabras, puestas juntas, no significan “esposa” en el sentido ordinario del término. En los primeros siglos, la palabra “hermana” (sor como en 1 Corintios 9,5) era usado para designar a la esposa de un clérigo que hubiera hecho votos de abstinencia perpetua antes de la ordenación. Su relación era la misma que la de un hombre y su hermana.

Saliendo un poco de nuestra cronología, miremos por un momento al Directorio del Ministerio y Vida Sacerdotal publicado en 1994 por la Congregación del Clero. En la Sección 59 encontramos la exégesis del Papa Siricius en lo que respecta a los pasajes ya enunciados de las cartas a Timoteo y Tito. Contiene citas adicionales de varios concilios anteriores que requirieron la abstinencia para los clérigos casados y solteros. A continuación encontramos las siguientes palabras: “La Iglesia desde tiempos apostólicos ha deseado conservar el don de la perpetua abstinencia para el clero y elige los candidatos para las Santas Ordenes entre los fieles célibes.” Es claro que los “fieles célibes” en los primeros siglos incluían a hombres casados que hacían votos de castidad perpetua junto con sus esposas antes de ser ordenados.

Volviendo al cuarto siglo: el Concilio de Cartago en 390 d.C. que cuenta con la anuencia de toda la jerarquía africana, reafirmó la regla de la castidad perpetua para todos los miembros casados del clero. Esta reafirmación confirma una tradición continua de la Iglesia. AL explicar el decreto, el Obispo Presidente, Genethlius insta a sus conciliares: “Perseveremos en guardar lo que los apóstoles enseñaron y lo que los antiguos mismos observaron.” [7]

El decreto Dominus Inter fue emitido a principios del siglo V por un Sínodo Romano muy probablemente bajo la conducción del Papa Inocencio I. Respondiendo a ciertas preguntas formuladas por los obispos de Galia, el Canon XVI repite la regla de castidad perpetua para los clérigos casados [8] Encontramos la misma enseñanza en los registros de los pontífices que sucedieron a Inocencio I—León el Grande y Gregorio el Grande, por ejemplo; además de San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio. También lo hizo el Concilio de Tours (461 d.C.), el Conclio de Gerona (517 d.C.) y el Concilio de Auvergne (535 d.C.) Además encontramos el mismo requerimiento en los anales penintenciales de las iglesias célticas. fuente www.conocereisdeverdad.org

martes, 11 de noviembre de 2008

Eucaristia fuente y cumbre

"En el centro de toda comunidad cristiana está la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Quien se pone al servicio del Evangelio, si vive de la Eucaristía, avanza en el amor a Dios y al prójimo y contribuye así a construir la Iglesia como comunión. Cabe afirmar que «el amor eucarístico» motiva y fundamenta la actividad vocacional de toda la Iglesia, porque como he escrito en la encíclica Deus caritas est, las vocaciones al sacerdocio y a los otros ministerios y servicios florecen dentro del pueblo de Dios allí donde hay hombres en los cuales Cristo se vislumbra a través de su Palabra, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. Y eso porque «en la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor» (n. 17). .Benedicto XVI.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Intenciones del Santo Padre para el mes de noviembre

Intención General: Para que el testimonio de amor ofrecido por los santos fortifique a los cristianos en la entrega a Dios y al prójimo, imitando a Cristo que vino para servir y no para ser servido. Intención Misional: Para que las comunidades cristianas de Asia, contemplando el rostro de Cristo, sepan encontrar las vías más convenientes para anunciarlo, con plena fidelidad al evangelio, a las poblaciones de aquel vasto continente, rico en cultura y en antiguas formas de espiritualidad.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein, 1891-1942) carmelita descalza, mártir, co-patrona de Europa. La oración de la Iglesia

El Padrenuestro y la Eucaristía - Todo lo que necesitamos para ser acogidos en la familia de los santos está resumido en las siete peticiones del Padrenuestro que el Señor ha rezado, no en su nombre propio sino para servirnos de ejemplo. Lo recitamos antes de recibir la comunión y cada vez que lo rezamos con toda sinceridad y de todo corazón, recibiendo la comunión con la disposición de un alma recta, nos alcanza entonces todo lo que pedimos. Esta comunión nos libera del mal porque nos purifica de nuestras ofensas cometidas y nos da la paz del corazón que quita a todos los demás males su aguijón. Nos trae el perdón de los pecados y nos fortalece contra las tentaciones. La eucaristía es el pan de vida que necesitamos cada día para ir creciendo ya ahora en vida eterna. Hace de nuestra voluntad un instrumento dócil de la voluntad de Dios. Por aquí pone en nosotros los fundamentos del Reino de Dios purificando nuestros labios y nuestro corazón para que podamos glorificar el santo nombre de Dios.

Breve meditación

Jesús en el Sagrario abandonado

Rufino Villalobos Jesús en el Sagrario abandonado, Víctima del agravio y del olvido, Contempla como el mundo enloquecido, Camina por las sendas del pecado.

¡Cuántos Pedros cobardes le han negado! ¡Cuántos Judas traidores le han vendido! ¡Y cuántos pecadores, son y han sido, los que abrieron de nuevo su Costado!.

¡Alma! Siquiera sé tú de las fieles y con tu amor endúlzate las hieles, del templo en el recinto solitario,

¡consolar a Jesús que a solas llora! No hallarás en tu vida mejor hora, Que aquella que pasaste ante un Sagrario.

(tomado de www.conocereisdeverdad.org)