lunes, 31 de agosto de 2009

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE SETIEMBRE

INTENCIÓN GENERAL: Para que la Palabra de Dios sea más conocida, acepada y vivida como fuente de libertad y alegría. INTENCIÓN MISIONERA: Para que los cristianos en Laos, Camboya y Myanmar que, con frecuencia, encuentran grandes dificultades, no se desanimen de anunciar el Evangelio a sus hermanos, confiando en la fuerza del Espíritu Santo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La nota que les propongo es para leerla con una actitud de pausada meditación, y con el sólo objetivo de comprender acertadamente las razones que expone el obispo de Tulsa para adoptar su decisión.
Cada lector se formará su propio juicio, luego de una sincera y leal lectura del tema.

El Obispo Edward Slattery de Tulsa, Oklahoma, ha retornado a la práctica de celebrar la liturgia eucarística “ad orientem” en su catedral. El Obispo Slattery explicó en su periódico diocesano que reconoce las ventajas de la Misa celebrada con el sacerdote de cara al pueblo pero que “desafortunadamente, este cambio tuvo una cantidad de efectos no previsibles y en gran parte negativos”. A continuación, nuestra traducción de la explicación de Mons. Slattery.

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Debido a que la Misa es tan necesaria y fundamental para nuestra vida como católicos, la Liturgia es un tema constante en nuestras conversaciones. Es por esto que cuando nos reunimos, a menudo reflexionamos sobre las oraciones y las lecturas, hablamos sobre la homilía, y – probablemente – discutimos acerca de la música. El elemento crítico en estas conversaciones es nuestra comprensión de que nosotros, los católicos, damos culto en la forma en que lo hacemos debido a lo que la Misa es: el Sacrificio de Cristo, ofrecido bajo los signos sacramentales de pan y vino.

Si nuestro hablar acerca de la Misa quiere “tener sentido”, entonces tenemos que captar esta verdad esencial: en la Misa, Cristo nos une a Sí en la ofrenda que hace de Sí mismo, en sacrificio al Padre por la redención del mundo. Nosotros podemos ofrecernos de esta forma en Él, porque hemos sido hechos miembros de Su Cuerpo por el Bautismo.

También queremos recordar que todos los fieles ofrecen el Sacrificio Eucarístico como miembros del Cuerpo de Cristo. Es incorrecto pensar que sólo el sacerdote ofrece la Misa. Todos los fieles tienen parte en la ofrenda, si bien el sacerdote tiene un rol único. Él lo hace “en la Persona de Cristo” Cabeza del Cuerpo Místico, por lo que en la Misa es el Cuerpo entero de Cristo, la Cabeza y los miembros, que juntos hacen la ofrenda.

De cara hacia la misma dirección

Desde los primeros tiempos, la posición del sacerdote y del pueblo reflejaron esta comprensión de la Misa, dado que la gente oraba, de pie o de rodillas, en el lugar que visiblemente correspondía al Cuerpo de Nuestro Señor, mientras que el sacerdote, en el altar, encabezaba [la oración] como Cabeza. Formamos el Cristo total – Cabeza y miembros – tanto sacramentalmente por el Bautismo como visiblemente por nuestra posición y postura. Igual de importante es que todos – el celebrante y la congregación – miraban hacia la misma dirección, dado que estaban unidos con Cristo en la ofrenda del Sacrificio único, irrepetible, y aceptable al Padre.

Cuando estudiamos las prácticas litúrgicas más antiguas de la Iglesia, encontramos que el sacerdote y el pueblo miraban en la misma dirección, usualmente hacia el oriente, previendo que cuando Cristo regresara, lo haría “desde el este”. En la Misa, la Iglesia se mantiene en vigilia, esperando este regreso. Esta simple posición es llamada “ad orientem”, que significa “hacia el este”.

Múltiples ventajas

Por casi 18 siglos, la norma litúrgica fue que el sacerdote y el pueblo celebraran la Misa “ad orientem”. Deben existir razones sólidas para que la Iglesia haya sostenido esta postura por tanto tiempo. ¡Y existen!

En primer lugar, la liturgia católica siempre ha mantenido una adhesión maravillosa a la Tradición Apostólica. Vemos la Misa, y de hecho toda expresión litúrgica de la vida de la Iglesia, como algo que hemos recibido de los Apóstoles, y que nosotros, por nuestra parte, estamos llamados a transmitir intacto (1Co 11,23).

En segundo lugar, la Iglesia mantuvo esta sencilla postura hacia el este porque ésta revela en un modo sublime la naturaleza de la Misa. Incluso si alguien que no estuviera familiarizado con la Misa reflexionara sobre el hecho de que el celebrante y los fieles están orientados en la misma dirección, reconocería que el sacerdote ocupa el lugar de cabeza del pueblo, teniendo parte en una única y misma acción que – notaría después de un momento de mayor reflexión – se trata de un acto de culto.

Una innovación con consecuencias imprevistas

En los últimos cuarenta años, sin embargo, esta orientación compartida se perdió; ahora el sacerdote y el pueblo se han acostumbrado a mirar en direcciones opuestas. El sacerdote mira al pueblo mientras que el pueblo mira al sacerdote, aunque la plegaria eucarística está dirigida al Padre y no al pueblo. Esta innovación fue introducida después del Concilio Vaticano, en parte para ayudar al pueblo a comprender la acción litúrgica de la Misa permitiéndole ver lo que está sucediendo, y en parte como una adaptación a la cultura contemporánea, en la que se espera que el que tiene autoridad mire directamente a las personas que sirve, como un maestro que se sienta detrás de un escritorio.

Desafortunadamente, este cambio tuvo una cantidad de efectos no previsibles y, en gran parte, negativos. Primero, que fue una seria ruptura con la tradición de la Iglesia. Segundo, que puede dar la apariencia de que el sacerdote y el pueblo están ocupados en una conversación acerca de Dios, en lugar de estarlo en el culto a Dios. Y tercero, que esto le da una importancia excesiva a la personalidad del celebrante, poniéndolo en una especia de escenario litúrgico.

Recuperar lo sagrado

Incluso antes de su elección como sucesor de San Pedro, el Papa Benedicto ha estado urgiéndonos a poner nuestra atención en la práctica litúrgica clásica de la Iglesia para recuperar un culto católico más auténtico. Por esta razón, he restaurado la venerable posición “ad orientem” cuando celebro la Misa en la Catedral.

Este cambio no debe ser malinterpretado en el sentido de que el obispo “está dando la espalda a los fieles”, como si yo estuviera siendo inconsiderado u hostil. Tal interpretación no entiende que, al mirar en la misma dirección, la postura del celebrante y de la congregación hacen explícito el hecho de que juntos estamos en camino hacia Dios. El sacerdote y el pueblo están juntos en esta peregrinación.

También sería equivocado ver la recuperación de esta antigua tradición como un mero “atrasar el reloj”. El Papa Benedicto ha hablado repetidamente de la importancia de celebrar la Misa “ad orientem”, pero su intención no es animar a los celebrantes a transformarse en “anticuarios litúrgicos”. En lugar de esto, su Santidad quiere que descubramos lo que está detrás de esta antigua tradición y lo que la hizo viable por tantos siglos, es decir, la comprensión de la Iglesia de que el culto de la Misa es primaria y esencialmente el culto que Cristo ofrece a Su Padre.

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Fuente: What Does The Prayer Really Say?

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

jueves, 20 de agosto de 2009

¿Son necesarias las normas en la liturgia?

Normas contra espontaneidad.

El 23 de abril de 2004 se hacía la presentación oficial de la Instrucción Redemptionis Sacramentum, sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía. Por una lectura veloz de la Instrucción podemos darnos cuenta de la cantidad de cosas que se deben observar y, asimismo, la cantidad de cosas que deben evitarse. Pocas veces la palabra latina quibusdam ha sido mejor empleada como en el caso actual. Nos encontramos frente a una serie de cosas (1) que deben ser observadas o evitadas en la celebración de la Eucaristía: sobre el modo cómo la asamblea debe reunirse para celebrar la Eucaristía, la materia que debe usarse, el tipo de plegarias que deben utilizarse, la práctica de sujetarse a las plegarias eucarísticas aprobadas por la sede Apostólica, la imposibilidad de comulgar bajo pecado grave, el tipo de templo en el que se debe celebrar la Eucaristía, etc., etc. Y en este largo etcétera no debemos olvidar, como matiz novedoso el énfasis con el que se subraya que “cualquier católico, sea sacerdote, diácono o laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico” (2), ante el obispo diocesano.

La Instrucción se presenta en concordancia con la Encíclica Ecclesia de Eucaristía, y por lo tanto, en continuidad con la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, desde la aparición de la Constitución Sacrosantum Concilium del 4 de diciembre de 1963. Son 40 años aproximadamente de esfuerzos por renovar la liturgia. Esfuerzos que de alguna manera se han venido entendiendo como un libre hacer o deshacer. Por ello, la concepción de normas, o de cosas que han de hacerse o evitarse, parecerían ir en contra del espíritu del Concilio y en contra de la libertad y la creatividad personal o de los grupos que asisten a las celebraciones eucarísticas.

Lo que el Concilio nunca dijo.

En un juego de palabras que termina por confundir al fiel católico, se ha querido interpretar al Concilio como una caja de Pandora en donde todo era posible, en donde todo podía cambiarse, en donde todo y todos podían experimentar, en donde el pasado debía ser eliminado sólo por ser pasado. Todo esto siempre en aras de la renovación. Conviene por tanto remontarnos al espíritu de la reforma conciliar en materia litúrgica para entender cuál era el objetivos que se proponía: “En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria” (3)

La reforma de la liturgia tiene como principal objetivo hacer más accesible a los hombres el misterio de la salvación, siendo que la liturgia es “el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público” (4)

El Concilio, fiel a la lectura de los signos de los tiempos, se daba cuenta que el hombre del siglo XX era un hombre penetrado por lo inmediato, en donde el mundo de los sentidos comenzaba a tener una mayor importancia sobre el mundo de la razón. Un hombre que comenzaba a ir a lo esencial, dejando a un lado lo accesorio. Un hombre que necesitaba espacios y lugares para acceder al misterio del trascendente, pero por falta de tiempo para decantar el espíritu, por falta de una preparación adecuada para comprender signos y ritos, corría el peligro de quedarse en aspectos externos de la liturgia, sin penetrar su sentido más profundo. Un hombre que corría el riesgo de reducir la espiritualidad al aspecto ritual o meramente simbólico de las celebraciones litúrgicas.

Por ello el Concilio, consciente que la liturgia era un patrimonio de la Iglesia, promovió la adecuada renovación de los ritos, las celebraciones, los libros litúrgicos, las oraciones. Pero nunca dijo que cada uno podía hacer de la liturgia lo que mejor le pareciera. Dio normas para dicha renovación, consciente que estaba tratando con un patrimonio del cuál ella era depositaria, pero no dueña. “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo la guía de los Obispos; por tanto, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo realizan; pero afectan a cada uno de sus miembros de manera distinta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.”(5)

¿Quién es el dueño de la liturgia?

De esta definición se desprende el hecho de que “la liturgia no es simplemente la convergencia de un grupo de personas que se construye una fiesta (una celebración) para su propio uso y consumo, o incluso se autocelebra”. (6) La liturgia es más bien la celebración del misterio de la salvación del hombre, por parte de Jesucristo. Esta celebración se realiza mediante actos queridos por el mismo Jesucristo, cuya depositaria es la Iglesia.

De esta manera la liturgia no es el patrimonio de una comunidad, de un grupo, de una persona, ni siquiera del obispo diocesano. Pertenece a Cristo y como patrimonio espiritual, a la Iglesia Católica, toca preservarlo. Existe sin embargo la posibilidad de cambiarlo y de adaptarlo, de acuerdo al paso de los tiempos. De alguna forma podemos verlo como una criatura viva y que crece. Su esencia no cambia, es inmutable en el tiempo, pero está sujeta al crecimiento, como cualquier sujeto vivo. Quien cuida que su crecimiento esté apegado lo más posible a su esencia, para que no se desvirtúe y pierda sus características esenciales, es la Iglesia. Así lo vio el Concilio y así lo ha vivido hasta nuestros días: “Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.” (7).

Hay que recordar que el Occidente tiene un fuerte sentido de historicidad, a diferencia del Oriente, en donde las cosas permanecen sin cambio en el tiempo. La liturgia para el Occidente es un don de Dios, cuya esencia no puede cambiarse, pero, como sujeto real, vive y se desarrolla, participa de la historia, del tiempo. Influye y se deja influir por el tiempo. Así observamos como cuando venían evangelizados diversos pueblos, éstos enriquecían la liturgia con cantos, himnos y celebraciones diversas, enriqueciéndola y dándole esplendor. Se llegaba al caso de extremos y es así como el Papa Pío V redimensiona una secuencia de himnos que se habían añadido en la liturgia, o Pío X que ha tenido que reformar la proliferación de las celebraciones de los santos, suprimiendo una parte y también tuvo que reformar la celebración del domingo.

Todas estas reformas o modificaciones se hacen siempre con el objetivo de mantener la celebración del misterio de la salvación, de acuerdo a como Cristo lo fundó. El católico recibe la liturgia como un don. No es propiedad privada ni del celebrante ni de la comunidad que asiste. No se está en contra de la libertad o de la creatividad. Se está en contra de los atentados que pueda sufrir la propiedad ajena. En el estado de derecho en el que vivimos, nadie que no esté autorizado puede hacer uso o entrar en una propiedad privada, so pena de recibir la debida reprimenda o el castigo que contemplan las leyes jurídicas. De alguna forma el católico debería comenzar a desarrollar este sentido de respeto por lo ajeno y aún más si esta propiedad privada que es la liturgia, es el canal por el que le llegan grandes gracias, necesarias para su salvación.

Además, la celebración de la liturgia, establecida como Cristo la ha deseado, nos pone en comunión con la Iglesia triunfante y purgante, que de alguna manera se benefician también de esa acción litúrgica. No seguir las normas, las rúbricas, las indicaciones que se ordenan para las diversas celebraciones, y en especial para la celebración eucarística, pueden poner en riesgo la adecuada participación de los fieles para la obtención de las debidas gracias contenidas en la celebración eucarística, así como entrar en comunión con la Iglesia triunfante y purgante.

No es un mecanismo desmontable.

Siendo la liturgia un don, la postura de los católicos debería ser la de receptores. No es un regalo que se nos ha hecho para ser menospreciado, intercambiado o sustituido, como quien toma un mecanismo que puede montar y desmontar a su libre albedrío, en forma arbitraria. Es un regalo con unas normas de uso muy precisas, que requieren de una meticulosidad, basada siempre en el amor. Nadie se sentiría menguado en su libertad por seguir las indicaciones para el correcto uso de un reloj, especialmente si este reloj es de un valor sumamente preciado. La liturgia recoge la memoria plurisecular del cristianismo que hace presente, especialmente en la celebración eucarística, el misterio de la salvación. Por ello las normas quieren salvaguardar la posibilidad de que el encuentro con el Trascendente, con el misterio, la actualización de la salvación se lleve a cabo como Cristo lo ha querido y la Iglesia lo ha interpretado a lo largo del tiempo.

Y no es para más, especialmente en los tiempos que corren, en donde el hombre de la posmodernidad, tiene una sed del trascendente y busca abrevarse en aguas de otras religiones o sectas, como lo anota Juan Pablo II8. La liturgia reaviva el sentido del misterio, cuando se celebra con pasión, con amor, teniendo a Cristo presente en cada acto, en cada gesto. Y es de este sentido del misterio del que tantos hombres y mujeres tienen necesidad. Es incalculable el bien que puede hacerse al hombre del Tercer Milenio cuando asiste a una celebración litúrgica que lo acerca a Dios.

La Instrucción Redemptionis Sacramentum no es colección de normas arbitrarias como camisa de fuerza que constriñe la libertad, sino un medio para hacer vivir con mayor intensidad y fidelidad los misterios de nuestra salvación.

Notas:

1 “Todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta”. (Diccionario de la Real Academia Española).

2 “Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice. Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y caridad.” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis Sacramentum, 25.04.2004, n. 184)

3 Paulo VI, Constitución Sacrosantum Concilium, 4.12.1963, n.21

4 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, n.1070

5 Código de Derecho Canónico, 837 § 1.

6 Joseph Ratzinger, Dio e il Mondo, Edizioni San Paolo, Milano, 2001, p. 376.

7 Paulo VI, Constitución Sacrosantum Concilium, 4.12.1963, n.21

8 “Pero, como han subrayado los Padres sinodales, « el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en insoportable ». Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza piensa poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. De este modo la esperanza, reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta, por ejemplo, con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas formas de mesianismo, con la felicidad de tipo hedonista, lograda a través del consumismo o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades del milenarismo, con el atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las diferentes corrientes de New Age.” (Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.06.2003, n.10)

Autor:

Germán Sánchez Griese

Fuente:

Church Forum www.churchforum.org

sábado, 15 de agosto de 2009

Algo del Cardenal Newman

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Estrella de la Mañana tras la noche oscura, y precursora siempre del Sol.

En este mundo de la vista y de los sentidos, ¿cuál será la manera de representarnos simbólicamente los esplendores de ese mundo superior que se encuentra más allá de nuestras percepciones corporales? ¿Cuáles serán las señales y las promesas más verdaderas, por pobres que sean, de lo que esperamos ver de hermoso y de singular en el más allá? Sean las que sean, seguro que la Santísima Madre de Dios puede reclamarlas como suyas. Y así es en realidad: dos de esos símbolos se le atribuyen como títulos en las Letanías: las estrellas del cielo y las flores de la tierra. María es al mismo tiempo la Rosa Mystica y la Stella Matutina.

Y de esos dos, ambos muy apropiados, el de Estrella de la Mañana es el que mejor le sienta, y eso por tres razones.

La primera, porque la rosa es de esta tierra, mientras que la estrella está colocada en lo alto del cielo. María ya no tiene parte alguna en este mundo de aquí abajo. A las estrellas del cielo no les afecta el cambio, ni la violencia del fuego, del agua, de la tierra o del aire; se hacen visibles, siempre brillantes y maravillosas, en todas las partes del globo y a todas las razas humanas.

En segundo lugar, porque la rosa tiene una vida efímera; su decadencia es tan cierta como grácil y fragante fue su mediodía. Pero María, como las estrellas, permanece para siempre tan brillante hoy como el día de su Asunción, tan pura y tan perfecta cuando su Hijo venga a juzgarnos como lo es hoy.

Y finalmente, es un privilegio de María el ser la Estrella de la Mañana, la Estrella que anuncia el Sol. Ella no brilla por sí misma, ni con luz propia, sino que es un reflejo de su Redentor y el nuestro, lo glorifica. Cuando ella aparece en la oscuridad, sabemos que Él está a las puertas. Él es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Él viene pronto, y trae con Él su salario, para dar a cada uno según sus trabajos. “Sí, Yo vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús”.

John Henry Newman, “Meditaciones sobre las Letanías”

(Fuente: "La Buhardilla de Jerónimo".com

En la Asunción de la Santísima Virgen María

HOMILÍA DE S.S. JUAN PABLO II Durante la santa misa celebrada en la solemnidad de la Asunción de María del año 2001

En la Virgen María, elevada el cielo, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte Ilumina tú, Mujer fiel, a la humanidad de nuestro tiempo, para que comprenda que la vida de todo hombre no se extingue en un puñado de polvo, sino que está llamada a un destino de felicidad eterna 1. «El último enemigo aniquilado será la muerte"» (1 Co 15, 26). Estas palabras de san Pablo, que acaban de resonar en la segunda lectura, nos ayudan a comprender el significado de la solemnidad que hoy celebramos. En María, elevada al cielo al concluir su vida terrena, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado de Adán. Cristo, el "nuevo" Adán, derrotó la muerte, ofreciéndose como sacrificio en el Calvario, con actitud de amor obediente al Padre. Así, nos ha rescatado de la esclavitud del pecado y del mal. En el triunfo de la Virgen la Iglesia contempla a la Mujer que el Padre eligió como verdadera Madre de su Hijo unigénito, asociándola íntimamente al designio salvífico de la Redención. Por esto María, como pone de relieve la liturgia, es signo consolador de nuestra esperanza. Al fijar nuestra mirada en ella, arrebatada al júbilo del ejército de los ángeles, toda la historia humana, mezcla de luces y sombras, se abre a la perspectiva de la felicidad eterna. Si la experiencia diaria nos permite comprobar cómo la peregrinación terrena está marcada por la incertidumbre y la lucha, la Virgen elevada a la gloria del Paraíso nos asegura que jamás nos faltará la protección divina. 2. «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). Contemplemos a María, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos aquí en un día tan importante para la devoción del pueblo cristiano (...) A cada uno deseo que viva con alegría esta solemnidad, rica en motivos de meditación. Una gran señal aparece hoy para nosotros en el cielo: la Virgen Madre. De ella nos habla, con lenguaje profético, el autor sagrado de libro del Apocalipsis, en la primera lectura. ¡Qué extraordinario prodigio se presenta ante nuestros ojos atónitos! Acostumbrados a ver las realidades de la tierra, se nos invita a dirigir la mirada hacia lo alto: hacia el cielo, nuestra patria definitiva, donde nos espera la Virgen santísima. El hombre moderno, quizá más que en el pasado, se siente arrastrado por intereses y preocupaciones materiales. Busca seguridad, pero a menudo experimenta soledad y angustia. ¿Y qué decir del enigma de la muerte? La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo. 3. «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48). Así exclama la Madre de Cristo durante el encuentro con su prima santa Isabel. El evangelio acaba de proponernos de nuevo el Magníficat, que la Iglesia canta todos los días. Es la respuesta de la Virgen a las palabras proféticas de santa Isabel: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). En María la promesa se hace realidad: dichosa es la Madre y dichosos seremos nosotros, sus hijos, si, como ella, escuchamos y ponemos en práctica la palabra del Señor. Que esta solemnidad abra nuestro corazón a esa perspectiva superior de la existencia. Que la Virgen, a la que hoy contemplamos resplandeciente a la derecha del Hijo, ayude a vivir al hombre de hoy, creyendo «en el cumplimiento de la palabra del Señor». 4. «Hoy los hijos de la Iglesia en la tierra celebran con júbilo el tránsito de la Virgen a la ciudad superior, la Jerusalén celestial» (Laudes et hymni, VI). Así canta la liturgia armenia hoy. Hago mías estas palabras, pensando en la peregrinación apostólica a Kazajstán y Armenia que, si Dios quiere, realizaré dentro de poco más de un mes. A ti, María, te encomiendo el éxito de esta nueva etapa de mi servicio a la Iglesia y al mundo. Te pido que ayudes a los creyentes a ser centinelas de la esperanza que no defrauda, y a proclamar sin cesar que Cristo es el vencedor del mal y de la muerte. Ilumina tú, Mujer fiel, a la humanidad de nuestro tiempo, para que comprenda que la vida de todo hombre no se extingue en un puñado de polvo, sino que está llamada a un destino de felicidad eterna. María, «que eres la alegría del cielo y de la tierra», vela y ruega por nosotros y por el mundo entero, ahora y siempre.

Amén.

martes, 4 de agosto de 2009

LAS ALMAS DEL PURGATORIO

El blog "La Buharilla de Jerónimo.com" ha publicado la siguiente entrada que la he tomado completa, dada su importancia y el interés que espero tenga para muchos de los lectores de este blog.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, encontramos una breve y hermosa enseñanza sobre el Purgatorio:

· Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

· La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, (por ejemplo, 1 Co 3,15; 1Pe 1,7) habla de un fuego purificador: Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro.

· Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 Ma 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el Sacrificio Eucarístico (cf DS 856) para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, (cf. Jb 1,5) ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41,5).

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La oración por las Almas del Purgatorio es una de las más bellas prácticas de la piedad católica.

Como preparación para la Conmemoración de los Fieles Difuntos, “La buhardilla de Jerónimo” invita a los lectores a rezar desde el 4 de agosto hasta el 1º de noviembre, cada día por un grupo determinado de Almas. Semana a semana iremos publicando las intenciones que correspondan a cada día, y todos rezaremos alguna oración por dichas intenciones. Quien desee descargar el archivo con las 90 intenciones puede hacerlo aquí.

Con nuestros humildes sacrificios y oraciones, podemos ayudar a un gran número de almas en su camino hacia la Patria Eterna. Ellas mismas, a su vez, sabrán cómo ayudarnos a nosotros en esta vida y en la hora de nuestra muerte.

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)