sábado, 30 de mayo de 2009

Secuencia de Pentecostés

Ven, Espíritu Santo y envia desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza en las pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.

jueves, 28 de mayo de 2009

PENTECOSTES Y LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Nos acercamos al domingo en que celebramos la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia solemniza esta celebración con una Misa de vigilia el sábado anterior que tiene sus formularios propios. La celebración de las segundas vísperas del domingo de Pentecostés marca el cierre del tiempo litúrgico de Pascua, durante el cuál se mantuvo encendido el cirio pascual en las celebraciones eucarísticas, el que luego será colocado en el presbiterio para ser encendido en las celebraciones del bautismo y de las exequias. Durante este tiempo, cuya duración es de cincuenta días (de allí el nombre de pentecostés proveniente del griego), la liturgia celebra gozosamente la resurrección de nuestro Salvador Jesucristo y el cumplimiento de su promesa de enviarnos el Espíritu Santo del cual recibimos sus siete dones. Aprovechemos estos días que faltan para rogar al Padre Dios que renueve en nosotros la presencia de estos dones divinos, de modo que podamos ser verdaderos testimonios de vida cristiana en un mundo que se jacta de prescindir de Dios. Mientras tanto recordemos cuáles son estos dones que recibimos en nuestro bautismo.
Don de sabiduría

Hoy muchas cosas alejan a los cristianos de lo que Jesús nos enseñó. El espíritu de la mentira hace que no veamos claro lo que Dios quiere. Por eso el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda con el don de la sabiduría. Así podemos conocer cuales son los planes de Dios para la humanidad y para cada uno de nosotros. De esta manera podemos construir el mundo de acuerdo a la voluntad de Dios. Así podemos hacer juntos un Feliciano mejor. Para hacer las cosas como Jesús quiere, pidamos al Espíritu Santo el don de la sabiduría.

Don de consejo Muchas veces el cristiano no sabe que hacer en una situación espinosa. Otras veces son los demás los que piden nuestra opinión para poder obrar bien. En todas estas ocasiones difíciles en las que nos empantanamos, Dios Espíritu Santo viene en nuestro auxilio con el don del consejo. Ilumina nuestras mentes para que veamos lo que tenemos que hacer. Así el cristiano, que tiene al Espíritu Santo como consejero, puede también aconsejar a los demás. Pidamos a Dios espíritu Santo el don del consejo para hacer las cosas como Dios manda.

Don de piedad Cuantas veces nos olvidamos de Dios. No pensamos en El y menos nos acordamos de rezarle todos los días. Dios Espíritu Santo, el Espíritu de Amor, viene en nuestra ayuda y nos da el don de piedad. Así podemos inclinar nuestro corazón con reverencia ante Dios y, con la confianza de los hijos, elevarle nuestras oraciones. De esa manera todos nuestras penas y dolores se los presentamos a Dios Padre. Así también le agradecemos todas las alegrías que derrama en nuestras vidas. Pidamos a Dios Espíritu Santo el don de la piedad para que de nuestros labios broten las alabanzas a Dios.

Don de ciencia Cuanta gente opina de todo sin saber nada. ¡Si hasta los inmorales nos quieren enseñar moral! Por eso, muchas veces estamos confundidos y no sabemos que pensar. Dios Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y nos da el don de ciencia. Así el cristiano aprende a ver las cosas con la mirada de Dios. Así podemos juzgar cada cosa de este mundo con la visión que viene desde el cielo. Pidamos a Dios Espíritu Santo el don de la ciencia para poder distinguir entre lo bueno y lo malo, para poder pensar como Dios piensa.

Don de fortaleza Cuantas veces nos atacan por ser cristianos. Cuantas veces se burlan de nosotros porque vamos a misa… porque queremos ser buenos. Dios Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y nos da el don de la fortaleza. Así, con la fuerza de Dios, nos animamos a enfrentar todas las cruces. Así las burlas no nos echan atrás. Así también podemos practicar las “cosas difíciles” que tiene nuestra fe. Pidamos a Dios Espíritu Santo el don de la fortaleza para poder vivir con coraje nuestra fe.

Don de entendimiento Cuantas veces leemos la Palabra de Dios sin entenderla. Cuantas veces lo que aprendimos en catequesis nos resulta oscuro y complicado. Dios Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y nos da el don del entendimiento. Así podemos entender la profundidad de todas las cosas que Dios nos ha dicho a través de Jesús. De esta manera podemos gozar con el conocimiento de las cosas de Dios. Pidamos a Dios Espíritu Santo el don del entendimiento para poder comprender más las enseñanzas de Dios. Pero también nos vamos a comprometer a tratar de acercarnos más a la Biblia y a la catequesis.

Don de temor de Dios Hay gente que le tiene miedo a Dios y en lo único que piensa es en el castigo que puede recibir de El. Otra gente no tiene miedo a Dios y por eso hace tantas maldades. Dios Espíritu Santo viene en nuestra ayuda y nos da el don del temor de Dios. Así nos acordamos de que tenemos que amar tanto a Dios que evitamos todo lo que lo puede ofender. Si hubiera más temor de Dios, cuanta menos maldad habría en el mundo. Si hubiera más temor de Dios, cuanta gente sería más feliz por preocuparse en amarlo y no en tenerle miedo a su castigo. Pidamos a Dios Espíritu Santo el don del temor a Dios que nos ayude a vivir en serio como hijos de Dios.

(Fuente: Blog del padre Fabián)

sábado, 23 de mayo de 2009

Para Jesús: el triunfo, para nosotros: la fiesta y la tarea.

Este domingo celebramos la solemnidad de la ascensión del Señor. El p. J. Aldazábal liturgista de capacidad reconocida ha preparado el siguiente texto.

-PARA JESÚS, EL TRIUNFO.

La celebración de hoy debe estar impregnada de alegría y admiración por el triunfo de Jesús de Nazaret y señalar también la carga de compromiso que proyecta esta victoria sobre nosotros. Jesús ha sido glorificado. Ha cumplido su misión, ha seguido su camino hasta el final, incluida la muerte, y ahora ha llegado a su plenitud como persona y como cabeza de la nueva humanidad.

Como nos ha dicho Pablo, «el Padre ha desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo», o sea, constituyéndole Señor de todo el universo. El prefacio emplea unos términos entusiastas que en la homilía podemos anticipar para proclamarlos o cantarlos luego con más énfasis: «Jesús el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos».

La Ascensión es el mismo misterio que hemos venido celebrando durante este tiempo pascual, pero pedagógicamente desplegado en dos movimientos. La Resurrección apuntaba a la liberación de Cristo de entre los muertos; La Ascensión, a su exaltación a la nueva existencia gloriosa

-PARA NOSOTROS, LA FIESTA Y LA TAREA.

La Ascensión la hemos escuchado dos veces . Y es que, por una parte, representa el final del evangelio, la plenitud del camino de Jesús. Y por otra el comienzo, el punto de partida de la historia de la Iglesia.

a) Para nosotros es ante todo FIESTA. El triunfo de Jesús nos afecta: «La Ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria» (oración colecta), «nos das ya parte en los bienes del cielo», «en Cristo nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa de su misma gloria» (poscomunión), «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino» (prefacio).

La fiesta de hoy nos llena de optimismo: «Que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos» (2ª lectura). Más aún: es fiesta de esperanza para la humanidad entera. Todos estamos incluidos en la victoria de Cristo, que nos da la medida del amor de Dios y de la capacidad del hombre. La Ascensión nos señala el camino y la meta final: un destino de vida, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro.

b) El motivo es que no celebramos un «aniversario» del triunfo de Cristo. Sino que estamos convencidos de su presencia: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Su presencia en la Iglesia y en cada uno de nosotros -y además la donación que nos hace de su Espíritu- es lo que da más vigor a nuestra fe y a nuestra acción. Como dice el prefacio, «no se ha ido para desentenderse de este mundo». La Ascensión no es un movimiento contrario a la Navidad (entonces «bajó» y ahora «sube y se va»): desde su existencia gloriosa, libre ya de todo límite de espacio y de tiempo, es cuando más presente nos está Jesús, el Señor, como él mismo nos ha prometido.

-... Y la TAREA , Los discípulos son invitados a que no se queden mirando al cielo.

Reciben el encargo de continuar la misión de Jesús en este mundo: «hacer discípulos», «bautizar», «enseñar». Así como Cristo ha sido el gran testigo del Padre, ahora la comunidad cristiana lo tiene que seguir siendo en cada generación, animada siempre por el Espíritu de Jesús: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos».

El tiempo que sigue a la Ascensión, hasta la manifestación gloriosa de Cristo al final de los tiempos, es tiempo de trabajo y responsabilidad, tarea y compromiso. Misión: «Id y predicad». Debemos ser cristianos tan convencidos de nuestra fe en Cristo, que la comuniquemos a los demás, de palabra y de obra, con un estilo de vida que resulte creíble y elocuente a todos . El libro de los Hechos fue el primer capitulo. Nosotros, al final del siglo XX, estamos escribiendo el nuestro, en la historia de la Iglesia, esta comunidad que se sabe débil y pecadora, pero sigue fiel al encargo recibido de evangelizar al mundo.

La tarea que nos deja el Señor es que en medio de un mundo donde no abunda la esperanza, seamos personas ilusionadas. En medio de un mundo egoísta, mostremos un amor desinteresado. En medio de un mundo centrado en lo inmediato y lo material, seamos testigos de los valores que no acaban. Y esto son invitados a realizarlo los religiosos y los laicos, los mayores, los jóvenes y los niños, cada uno en su ambiente. Miramos al Cristo que triunfa, le recibimos en la Eucaristía, y esto nos da fuerzas para seguir cumpliendo la tarea de cada día.

J. ALDAZABAL (Fuente: Mercaba.org)

domingo, 17 de mayo de 2009

Formación Litúrgica

LAS CORONACIONES DE LAS IMÁGENES MARIANAS

El próximo día 25 de mayo, se realizará en nuestro país -la República Argentina- la coronación de la imagen de nuestra Señora del Rosario de San Nicolás. A continuación se inserta un texto referido a la historia y significado de esta celebración.

“La veneración a las imágenes de santa María Virgen frecuentemente se manifiesta adornando su cabeza con una corona real”. Esta frase tomada de los prenotandos del Ritual de la coronación de una imagen de santa María Virgen deja a las claras que es costumbre antigua. Desde el Concilio de Éfeso (431) se inicia esta costumbre, extendida tanto por Oriente como por Occidente. Al generalizarse se fue organizando el rito para dicha ceremonia, rito que fue incorporado en el S. XIX a la liturgia romana.

El fundamento teológico de esta costumbre de considerar e invocar a la Virgen como Reina se basa en que María es Madre del Hijo de Dios y Rey mesiánico, Madre del Verbo encarnado por medio del cual fueron creadas todas las cosas, celestes y terrestres. Es colaboradora augusta del Redentor ya que tuvo una participación relevante en la obra salvadora de Cristo y es la más perfecta discípula de Cristo ya que dando su asentimiento al plan divino se hizo digna merecedora de la corona de gloria. Además María es miembro supereminente de la Iglesia, bendita entre las mujeres, Reina de todos los santos.

Por todos esos méritos, no exhaustivamente expuestos, la costumbre de coronar a la Virgen está más que justificada. Pero si teológicamente tiene un fundamento claro hay otras razones, quizás de más peso aunque de tipo sentimental. Coronar una imagen de la Virgen es una muestra de amor, de cariño, de profundo respeto con el que los fieles devotos de dicha imagen pretenden expresar su entrega y agradecimiento a la Reina de los Cielos.

sábado, 9 de mayo de 2009

El simbolismo del pelícano

Quizás hayas visto alguna vez en algún texto referido a la Eucaristía, ilustrado con la figura de un pelícano y sus crías, y te habrás preguntado acerca de su significado; pues bien, aquí tienes una respuesta. El pelícano en el arte cristiano Como todos sabemos el pelícano es una de las aves marinas más grandes con capacidad de volar. Se alimenta de peces, crustáceos, ranas y para ello, la mayoría de las veces debe sumergirse en el agua para conseguirlo. Pero ¿qué tiene que ver el pelícano con Jesucristo y los primeros cristianos? Los primeros cristianos vivían en medio de una sociedad pagana y hostil. Desde la persecución de Nerón, hacia el año 64 después de Cristo, se consideraba que su religión era "una superstición extraña e ilegal". Los paganos desconfiaban de los cristianos y se mantenían a distancia, sospechaban de ellos y los acusaban de los peores delitos. Los perseguían, los encarcelaban y los condenaban al destierro o a la muerte. Como no podían profesar abiertamente su fe, los cristianos se valían de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grababan en las lápidas de mármol que cerraban las tumbas. Era una forma de decir que ahí se encontraba un cristiano. Se utilizaban símbolos como la paloma (símbolo del alma en la paz divina), el pez (en griego se escribe “Ijzýs”. Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico: "Iesús Jristós, Zeú Yiós, Sotér" = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador), el ancla (símbolo del alma que ha alcanzado felizmente el puerto de la eternidad) y es por eso que el pelícano aparece en el arte cristiano, en tabernáculos, columnas y altares. La verdad es que el pelícano es un animal poco estético. Comparado con otro tipo de animales como el águila o el león, que infunden poderío, bravura o soberanía, el pelícano puede parecer hasta ridículo. Pero la comparación con Jesucristo que hicieron los primeros cristianos, no se basaba en esos primeros aspectos, si no en la belleza y la nobleza de su corazón. Cuando sus crías nacen, los pelícanos, al igual que todos los animales, tienen que buscar comida para alimentarles. El rasgo más interesante que se encuentra fuera de lo común, es que si el pelícano adulto no encuentra comida para sus crías, en vez de abandonarlas (como hace la gran mayoría de los animales) les da de comer de su propia carne. El gran ave se abre el pecho con su pico para alimentar con su sangre y se arranca trozos de su propio cuerpo para dárselos a sus crías. Es decir, sacrifica su vida para que sus hijos puedan vivir. He ahí la gran similitud con Cristo que ofreció su cuerpo y su sangre para la salvación del hombre. Durante la celebración de la eucaristía cuando el presbítero bebe el vino, está bebiendo la sangre de Cristo y recibiendo la vida de él. Ese es el momento en que Cristo nos alimenta con su cuerpo y sangre para salvarnos y así poder recibir la vida eterna. Al igual que las crías del pelícano no podrían vivir sin la carne que les da su propia carne, así también nuestra alma no podría vivir sin el alimento de la eucaristía (el cuerpo y la sangre de nuestro Dios). Por este motivo el pelícano se utilizó como símbolo cristiano, símbolo de piedad y sacrificio, resaltando la más alta expresión del amor humano y divino.

viernes, 8 de mayo de 2009

El Cardenal Arzobispo de Bolonia prohibe la comunión en la mano, en la catedral y otros dos templos de esa arquidiócesis.

El cardenal arzobispo de Bolonia, monseñor Carlo Caffarra, ha hecho pública la primera revocación oficial del indulto de la Conferencia Episcopal Italiana de 1989 que permitía recibir la comunión en la mano. En la catedral y otros dos templos de la archidiócesis italiana sólo se podrá recibir la comunión en la boca.

Publicado el 2009-05-08 01:11:00

(Buhardilla de Jerónimo/Infocatólica) Cantuale Antonianum informa sobre las nuevas disposiciones dadas a conocer por la Oficina de Pastoral de las Comunicaciones Sociales de la Archidiócesis de Bolonia (Italia). Se trata de un comunicado que pone en conocimiento público la primera revocación oficial en Italia del indulto de recibir la Comunión en la mano.

“El primer domingo de Adviento de hace veinte años, en 1989, entraba en vigor la resolución de la Conferencia Episcopal Italiana, que autorizaba, con la aprobación de la Santa Sede, la distribución de la Sagrada Comunión en la mano.

En las últimas semanas, los párrocos y rectores de iglesias de nuestra diócesis han recibido la notificación de las disposiciones adoptadas por el Cardenal Arzobispo, en vista de los graves abusos que se han producido en este sentido. En particular, el Cardenal ha ordenado que, en la Catedral de San Pedro, la Basílica de San Petronio y el Santuario de la Virgen de San Lucas, la Comunión se distribuya a los fieles únicamente sobre la lengua”.

La posibilidad que se concedió para recibir la Hostia consagrada en la mano puede, de hecho, originar "graves abusos", porque "hay quienes se llevan las Sagradas Especies para tenerlas como "souvenirs", "quienes las venden”, o peor "quienes las llevan para profanarlas en ritos satánicos". Lo dice el provicario general, Monseñor Gagriele Cavina, en la carta a los sacerdotes que acompaña las disposiciones del Cardenal, citando un escrito de Mons. Malcolm Ranjith, secretario de la Congregación para la Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Debemos tomar nota, escribe el Cardenal Carlo Caffarra, que, “por desgracia, se han repetido casos de profanación de la Eucaristía aprovechando la posibilidad de recibir el Pan consagrado en la palma de la mano, sobre todo, pero no exclusivamente, en las grandes celebraciones o en las grandes iglesias que son lugares de paso de numerosos fieles. Por este motivo es bueno para controlar el momento de la Santa Comunión a partir del cumplimiento de las normas comunes por todos bien conocidas”.

Durante la Comunión, se lee en el decreto del Cardenal, “los servidores asistan al Ministro, en la medida de lo posible, vigilando de que cada fiel, después de haber recibido el Pan consagrado lo consuma de inmediato ante el Ministro y por ningún motivo sea llevado de allí, o colocado en un bolsillo o en sacos o en cualquier otro lugar, o caiga al suelo y sea pisado”.

Junto con una fuerte recomendación de vigilancia que vale para todos los sacerdotes, el cardenal ha dictado esta disposición para tres iglesias de la diócesis: "habida cuenta de la frecuencia con que se han notificado casos de comportamiento irreverente en el acto de recepción de la Eucaristía - escribe el Cardenal - disponemos que en la Iglesia Metropolitana de San Pedro, en la Basílica de San Petronio y el Santuario de la Santísima Virgen de San Lucas en Bolonia, los fieles sólo reciban el Pan consagrado de las manos del Ministro directamente sobre la lengua".

La disposición está atenuada para las parroquias, porque, escribe Mons. Cavina, "los fieles son en gran parte conocidos, y el párroco puede estar más seguro de su actitud al hacer el gesto de la comunión en la mano con el debido respeto e intervenir con oportunas advertencias de vez en cuando a fin de educar continuamente a la asamblea para participar de la liturgia en modo activo y consciente ".

(Fuente: InfoCatólica)

8 de Mayo - Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

~ Cambio del Manto de la Virgen de Luján ~

En ocasión de la fiesta de la patrona de la República Argentina, se realiza el cambio del manto de la imagen. Aquí hay algunos datos sobre el mismo:

El nuevo manto. El vestido se realiza con 70 cmts. de doble ancho de raso color blanco y 50 cmts. doble ancho de crep azul el manto. Se borda con una maquina computarizada, se usa 1500 mts. de hilo metalizado dorado importado de Japón. Luego se realza dicho bordado con mostacillas, canutillos partidos y cristales importados de Austria y Ucrania. Dicho trabajo es manual. Con pasamanería dorada se realzan las terminaciones. Con belcro se une el manto con el vestido. El diseño esta inspirado en dibujos que se encuentran en el templo: las tres azucenas que se destacan en el manto fueron tomadas del camarín. Las azucenas están entrelazadas con pequeños frutos, todos los cuales terminan en tres pistilos que representan a la santísima trinidad. Las azucenas simbolizan a María con todas sus virtudes. Los pequeños frutos, a nosotros sus hijos amados. Nuestra madre nos invita a vivir "abrazados" a ella y a nuestros hermanos. De esa manera nos conducirá dulce y suavemente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

jueves, 7 de mayo de 2009

Un texto que lo dejará pensando

Aquí está lo prometido, el excelente prólogo escrito por Vittorio Messori, al libro de Nicola Bux: "La Reforma de Benedicto XVI". Léalo con atención; léalo poniéndose en el lugar de su autor; y léalo sobre todo recordando aquel dicho: "Dios escribe derecho sobre renglones torcidos"

La crisis litúrgica que ha seguido al Concilio Vaticano II ha causado un cisma, con excomuniones latae sententiae, ha provocado incomodidades, polémicas, sospechas, acusaciones recíprocas. Y, tal vez, ha sido uno de los factores – uno, digo, no el único – que ha determinado la hemorragia de practicantes, incluso los de Misa festiva únicamente. Y bien, podrá parecer singular pero, en lo que a mí respecta, una tempestad así no ha disminuido sino más bien aumentado mi confianza en la Iglesia.

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Trato de explicarme usando la primera persona singular, refiriéndome, por lo tanto, a una experiencia personal: una falta de modestia, según algunos; según otros, en cambio, el modo más simple para ser claros y directos. Ocurre, de hecho, que a pesar de la edad, no tengo más que un brevísimo recuerdo del culto “antiguo” de la Iglesia. Habiendo crecido en una familia agnóstica, educado en escuelas laicistas, descubrí el Evangelio – y, furtivamente, comencé a entrar en las iglesias como creyente y ya no sólo como turista – precisamente muy poco tiempo antes de la entrada en vigor de la reforma litúrgica que, en lo que a mí respecta, significaba solamente la “Misa en italiano”.

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En definitiva, prendí la historia por el final. Sólo algunos meses después hube encontrado los altares dados vuelta, con el nuevo kitsch de pacotilla en compensación, aluminio, plástico, para sustituir el “triunfalismo” de los altares antiguos, a menudo realizados por maestros, con oro y mármoles preciosos. Pero ya desde hacía algún tiempo veía – sorprendido en mi inocencia de neófito – las guitarras en el lugar de los órganos, los jeans del vicario asomándose por debajo de los ornamentos que se querían “pobres”, las prédicas “sociales” con debate, la abolición de lo que llamaban “incrustaciones devocionalísticas” como la señal de la cruz con agua bendita, los reclinatorios, las velas, el incienso. Además constataba la desaparición de las estatuas de los santos populares,incluso de los confesionarios que, descubrí luego, se habían puesto de moda -en las casas “lujosas”- transformados en barras de bar.

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Todo esto era realizado por clérigos que sólo hablaban de “democracia en la Iglesia” afirmando que ésta era reclamada por un “pueblo de Dios” al cual, sin embargo, no se preocupaban de consultar. El pueblo, se sabe, es “soberano”, debe ser respetado, más aún venerado, pero sólo si acepta los esquemas de la Nomenklatura, sea política, social o también religiosa. Si no está de acuerdo con quien tiene el poder de bajar línea debe ser reeducado según el esquema de la ideología triunfante en aquel momento. Para mí, que había apenas llamado a las puertas de la Iglesia muy contento de aceptar la stabilitas – tan atrayente y consoladora para quien no había conocido más que la precariedad del mundo –, esa devastación de un patrimonio milenario me tomaba de sorpresa y me parecía, más que moderna, anacrónica. Me parecía, sobre todo, vislumbrar un abuso de los sacerdotes contra la propia gente. La cual, por cuanto yo sabía, nada había pedido, no se había organizado en comités para la reforma, no había firmado cartas o cortado calles y caminos para terminar con el latín (“lengua clasista”, pero sólo según los intelectuales demagogos), o para tener de frente la cara del sacerdote durante toda la Misa, o para hacer lecciones políticas durante la liturgia, o para condenar como alienantes las prácticas de piedad que, por el contrario, les eran queridas como vínculo con los propios ancestros. La revuelta, en cambio, fue de algunos grupos de fieles - enseguida silenciados y tratados por los medios católicos como incorregibles nostálgicos, quizás un poco fascistas – reunidos bajo el lema, venido de Francia, “on nous change la réligion”, nos cambian la religión. En resumen, a pesar de ser querida por los paladines de la “democracia”, la reforma litúrgica (dejando de lado los contenidos, hablo ahora del método) fue la menos “democrática”, no consultó a los fieles del presente y rechazó lejos a los del pasado. ¿No es, tal vez, la Tradición, como ha sido dicho, la “democracia de los muertos”? ¿No es el “dar la palabra” a los hermanos que nos han precedido?

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Antes aún, lo repito, del juicio de valor, se trató de una operación clerical de vértice, que fue bajada desde lo alto sobre el “pueblo de Dios”, habiendo sido pensada, realizada, impuesta a quien no la había pedido o, incluso, la aceptó con resistencia. Entre los fieles desorientados estuvo quien, no pudiendo hacer de otra manera, “votó con los pies”, en el sentido de emplearlos, los domingos, para alcanzar otras metas y no para ir a un culto que no sentía más suyo.

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Pero, para aquel novicio que yo era respecto a las cosas católicas, había otro motivo de estupor. No habiendo tenido, antes, particulares intereses religiosos y siendo extraño a la vida de la Iglesia, sabía que estaba en curso el Vaticano II por algunos títulos de periódico, sin introducirme en la lectura de los artículos. Nada sabía, por lo tanto, de los trabajos y de los largos debates, con desencuentros entre escuelas contrapuestas, que habían conducido a la Sacrosanctum Concilium, la Constitución sobre la liturgia que fue el primer documento producido por aquella Asamblea conciliar. Junto a las otras actas conciliares, el texto lo leí “después”, cuando la fe irrumpió de improviso en mi vida. Leí, y como decía, quedé sorprendido: la revolución que veía en la práctica eclesial no parecía tener mucho que ver con el prudente reformismo recomendado por los Padres. Leía cosas como: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular”; no encontraba ninguna recomendación de modificar la orientación del altar; no había nada que justificase la iconoclastia de cierto clero que provocaba la alegría de los anticuarios malvendiendo todo cuanto no hiciese la Iglesia desnuda y desadornada como un garaje. Lugar de asamblea participada, decían, de confrontación y de debate, no de culto alienante ni - ¡horror supremo! – insulto a la miseria del proletariado con el fulgor de los oros y la exhibición del arte.

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En fin, no comprendía: los ultras de la democracia eclesial la desmentían, imponiendo los propios esquemas teóricos al “pueblo de Dios” sin ocuparse de lo que pensarían y aislando, ridiculizando a los disidentes. Y los ultras de la “fidelidad al Concilio” – y eran casi siempre las mismas personas – hacían lo que el Concilio no había dicho que se hiciera o incluso lo que recomendaba no hacer.

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Desde entonces, han pasado décadas y ocurrió lo que bien sabe quien sigue la vida religiosa. Pues bien: lo que ha turbado a muchos, con frecuencia me ha afligido pero no ha afectado, lo decía al inicio, mi confianza en la Iglesia. No la ha afectado porque los abusos, las equivocaciones, las exageraciones, los errores pastorales han venido de hijos de la Iglesia y no de la Iglesia misma. Ésta, si se observa el Magisterio auténtico, aún en los sombríos “años de plomo”, no ha estado alejada de su et-et de siempre: renovación y tradición, innovación y continuidad, atención a la historia y conciencia del Eterno, comprensión del rito y misterio de lo sagrado, sentido comunitario y atención a cada uno, inculturación y catolicidad. Y, en lo que respecta al culmen, la Eucaristía: banquete fraterno, ciertamente; pero, al mismo tiempo, renovación real del Sacrificio de Cristo.

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El documento conciliar sobre la liturgia – me refiero al verdadero, no al del mito – es una exhortación a la reforma (Ecclesia semper reformanda) pero no tiene ningún acento revolucionario. De hecho, encuentra buena parte de su inspiración en la meditada, y al mismo tiempo abierta, enseñanza de aquel gran papa que fue Pío XII. El cual, obviamente después de la Escritura, es la fuente más citada (más de doscientas referencias) por aquel Vaticano II que, según la leyenda negra, habría querido contraponerse precisamente a la Iglesia que él representaba. En muchos documentos oficiales que han seguido al Concilio hay, a veces, un poco de imprudencia pastoral, sobre todo en el exceso de confianza hacia un clero que se ha aprovechado, pero no hay relajación en los principios: los abusos han sido a menudo tolerados en la práctica pero condenados – y esto es lo que finalmente cuenta – a nivel magisterial. Lo peor que se ha hecho no se debe a variaciones de doctrina sino a “indultos” que han sido instrumentalizados. Por eso, ni yo ni muchos otros nos hemos desmoralizado incluso en los momentos y en los años más turbulentos: ha prevalecido la confianza de que las imprudencias pastorales serían corregidas, de que los anticuerpos eclesiales habrían de reaccionar como siempre, de que el “principio petrino” prevalecería finalmente.

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La confianza, en fin, de que llegarían tiempos como los que describe en este libro don Nicola Bux, también él con el debido realismo y, a pesar de todo, con gran esperanza: el pasado reciente ha sido el que ha sido, los daños han sido muy grandes, alguna retaguardia de viejos ideólogos del progresismo aún se obstina con sus slogans, pero nada se ha perdido porque los principios están bien claros, no han sido afectados. El problema no es, ciertamente, el Concilio sino, más bien, su deformación: la salida de la crisis está en el retornar a la letra, y al espíritu, de sus documentos. Es necesario trabajar, nos recuerda también el autor de estas páginas, para descontaminar muchas mentalidades que – quizá sin siquiera darse cuenta – han sido desviadas, ayudándoles a recuperar lo que los alemanes llaman die katholische Weltanschauung, la perspectiva católica. Y uso el alemán no por casualidad, sabiendo todos de donde nos llega aquel Pastor que no ha esperado la elevación al papado para tejer sus pacientes tramas, como “humilde trabajador en la viña del Señor”. Si he puesto de relieve, con la cursiva, la referencia a la paciencia es porque es una de las claves interpretativas del magisterio de Benedicto XVI, como bien subraya también este libro.

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Éstas son páginas que don Nicola Bux estaba bien preparado para escribir y por las cuales debemos estarle agradecidos: docente de teología y de liturgia en cátedras importantes, tiene una especial preparación en el culto divino del Oriente cristiano. Y precisamente esto, entre otras cosas, le permite advertir una enésima contradicción de los innovadores extremistas: “Los estudios comparativos demuestran que la Liturgia romana era mucho más cercana a la oriental en la forma preconciliar que en la actual”. Ciertos apóstoles del ecumenismo a ultranza han, en realidad, agravado los problemas del encuentro y del diálogo, alejándose de aquellas antiguas y gloriosas iglesias griegas, eslavas, armenias, coptas y así sucesivamente, para buscar complacer a los profesores de la tradición protestante oficial. La cual, a cinco siglos de la Reforma, parece ya agotada y está a menudo representada sólo por algún teólogo, casi sin séquito de pueblo, transportado a las playas del agnosticismo y del ateísmo o a aquellas de pentecostales y carismáticos de infinitos grupos y sectas donde cada uno se inventa sus ritos según el gusto del momento, en un caos que sería del todo impropio definir litúrgico.

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El proyecto del autor de estas páginas ha partido del deseo de explicar – refutando equívocos y errores – las motivaciones y los contenidos del motu proprio Summorum Pontificum con el que el Papa Ratzinger, conservando un solo rito para la celebración de la Misa, ha permitido dos formas: la ordinaria, surgida de la reforma litúrgica, y la extraordinaria, según el misal de 1962 del beato Juan XXIII. Para dar cuerpo a su proyecto, don Bux podía basarse no sólo en su preparación de estudioso sino también en su experiencia de trabajo en comisiones y oficinas de la Curia Romana. Un “experto”, entonces, no sólo un especialista y un docente. Se ha dado cuenta, sin embargo, que no era posible afrontar la cuestión controvertida del “retorno de la Misa en latín” (nos expresamos así para simplificar) sin referirse antes a la perspectiva teológica, y por lo tanto también litúrgica, de Joseph Ratzinger y, luego, a la cuestión del culto cristiano y católico en general. Ha nacido así este libro – pequeño y denso – que une historia y actualidad, teología y crónica, y que puede servir a quien “ya sabe” de estas cosas para profundizar y reflexionar, y al laico que “no sabe” para darse cuenta de la importancia, del desarrollo, de la belleza de aquel objeto misterioso que es para él la liturgia que, aún no siendo practicante, se cruza en momentos fundamentales para él o para aquellos que están cerca.

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Como declara él mismo, con solidaridad respetuosa y afectuosa, la perspectiva teológica y pastoral de don Nicola Bux es la misma de Joseph Ratzinger, a quien mira como maestro no sólo desde ahora. Maestro, también, en la práctica de dos virtudes indispensables: la paciencia, como decía, y la prudencia. Una prudencia donde hay lugar para la renovación pero sin olvidar nunca la Tradición, y para la cual el cambio no interrumpe la continuidad. Ecclesia non facit saltus: el Vaticano II es aquí escuchado y aplicado como merece, pero en su verdadera intención, la de la actualización y profundización, sin discontinuidad con la entera historia de la doctrina católica. Estas páginas nos ayudan también a reencontrar aquel sentido de lo Sagrado que el culto expresa: en la acción litúrgica no basta entender, en el sentido iluminista, por lo tanto no bastan las traducciones en “lengua vulgar”, sino que es necesario redescubrir que ella es principalmente el lugar de encuentro con el Dios vivo.

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Hay que rehacer una mentalidad, nos recuerda este especialista que bien conoce el “mundo”. Pero las condiciones, según parece, están: hoy son frecuentemente los jóvenes quienes redescubren, con una admiración que se convierte en pasión, los tesoros de los que se enriquece el cofre de la Iglesia. Son aquellos jóvenes que se amontonaban en torno al papa polaco, el gran carismático, y que ahora se amontonan en torno a este papa bávaro del que – bajo los modos amables y sencillos – intuyen el sabio proyecto de “restauración”. Palabra que suena inquietante para algunos pero que, desde siempre, Joseph Ratzinger entiende en su sentido noble y necesario: la restauración de la Domus Dei después de una de las tantas tempestades de su historia. Un proyecto largamente meditado y que ahora Benedicto XVI está realizando con valor y, al mismo tiempo, con prudencia porque en él, como dice don Bux, obra “la paciencia del amor”. Amor por Dios y por Su Iglesia, ciertamente; pero también por el hombre post-moderno, para ayudarlo a redescubrir en el culto litúrgico el encuentro con Aquel que se ha definido “Camino, Verdad y Vida”.

Vittorio Messori.

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Fuente: “La riforma di Benedetto XVI”; Nicola Bux.

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

Tomado de: La Buhardilla de Jerónimo . com

miércoles, 6 de mayo de 2009

Formación Litúrgica

EL CULTO AL SANTÍSIMO SACRAMENTO

“El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está unido a la celebración del sacrificio eucarístico” Juan Pablo II Encíclica Ecclesia de Eucharistia nº 25.

La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento debe ser un acto comunitario que contemple la celebración de la Palabra de Dios y el silencio individual contemplativo y meditativo. La exposición eucarística ayuda a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y nos invita a la unión más íntima con él, que adquiere su culmen en la comunión sacramental. La exposición puede hacerse con el copón o en la custodia, sobre el altar o en un ostensorio. Se le debe venerar con genuflexión de la rodilla derecha.

Para la exposición del Santísimo, litúrgicamente se procederá de la siguiente manera: Reunido el pueblo y, si parece oportuno, habiéndose iniciado algún cántico de carácter eucarístico, el ministro se acerca al altar. Si el Sacramento no se reserva en el altar de la exposición, el ministro, con el humeral lo trae del lugar de la reserva, acompañado por fieles con velas encendidas. El copón o la custodia se colocará sobre el altar cubierto con mantel, corporal y seis o cuatro velas de cera encendidas. Si se hizo la exposición con la custodia, el ministro inciensa al Santísimo y suele rezar seis padrenuestros con sus avemarías y glorias tras una jaculatoria eucarística; luego se retira, si la adoración va a prolongarse algún tiempo.

Si la exposición es solemne y prolongada, se debería consagrar la hostia para la exposición, en la Misa que antes se celebre, y se colocará sobre el altar, en la custodia, después de la comunión. La Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiendo los ritos de la conclusión. Antes de retirarse del altar, el sacerdote, si se cree oportuno, hará la incensación.

Durante el tiempo que dure la exposición, se podrán decir oraciones, cantos y lecturas, de manera que se concentren en una profunda oración. Nunca el Santísimo deberá estar expuesto sin vigilancia suficiente ni sin presencia de fieles. Se deben aprovechar las lecturas de la sagrada Escritura o breves exhortaciones, que promuevan un mayor aprecio del misterio eucarístico. Es también conveniente que los fieles respondan a la palabra de Dios cantando. Se necesita que se guarde piadoso silencio en momentos oportunos. Ante el Santísimo Sacramento expuesto por largo tiempo, se puede celebrar también alguna parte, especialmente las horas más importantes, de la Liturgia de las Horas; por medio de esta recitación se prolonga a las distintas horas del día la alabanza y la acción de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Misa, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por Cristo al Padre, en nombre de todo el mundo.

La bendición con el Santísimo es el colofón del acto de culto a Jesús Sacramentado. Al final de la adoración, el sacerdote o el diácono se acerca al altar; hace genuflexión, se arrodilla y se entona el cántico eucarístico. Mientras tanto, arrodillado, el ministro inciensa el Santísimo Sacramento, si la exposición se hizo con la custodia. Luego se pone en pie y entona la oración.

Una vez dicha, el sacerdote o el diácono se coloca el humeral, hace genuflexión, toma la custodia o el copón y traza con el Sacramento la señal de la Cruz sobre el pueblo. A continuación se suelen recitar las alabanzas al Santísimo Sacramento. Concluida la bendición, el mismo sacerdote que impartió la bendición u otro sacerdote o diácono, reserva el Sacramento en el tabernáculo, y hace genuflexión, en tanto que el pueblo si parece oportuno, puede hacer alguna aclamación. Finalmente el ministro se retira.

Queda prohibido expresamente celebrar la Misa durante la Exposición.

La exposición del Santísimo puede hacerla el sacerdote, un diácono e incluso un acólito instituido o persona autorizada aunque estos últimos no pueden en ningún caso impartir la bendición, reservada al presbítero o diácono. Si la exposición del Santísimo Sacramento se prolonga durante uno o varios días, debe interrumpirse durante la celebración de la misa, a no ser que se celebre en una capilla o espacio separado del lugar de la exposición y permanezcan en adoración por lo menos algunos fieles.

Una forma de culto específica al Santísimo Sacramento es el llamado de las Cuarenta Horas instituido por el fraile capuchino fray José de Ferno en 1537 para "traer a la memoria de los cristianos el tiempo en que el Cuerpo de Nuestro Salvador Señor Jesucristo yació en el sepulcro".

martes, 5 de mayo de 2009

Benedicto XVI y la paciencia del amor

Sinceramente estoy gratamente sorprendido por la actualización de temas que presenta diariamente el blog "La buhardilla de Jerónimo". El que sigue - que me permito reproducir - está referido a un nuevo libro de monseñor Nicola Bux. Dejo para otra entrada la reproducción del prólogo escrito por el cardenal Cañizares, actual prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. A disfrutar:

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L`Osservatore Romano ha publicado hoy gran parte de la conclusión del nuevo libro de Monseñor Nicola Bux, “La reforma de Benedicto XVI”. Ofrecemos nuestra traducción de la conclusión, que hemos tomado del texto original italiano del libro, que presenta algunas variantes respecto a la ofrecida por el periódico vaticano.

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Está naciendo un nuevo movimiento litúrgico que dirige la mirada a las liturgias de Benedicto XVI; no bastan las instrucciones preparadas por expertos, se necesitan liturgias ejemplares que hagan encontrar a Dios. Sólo por los espíritus voluntariamente superficiales no se advertiría. Es un nuevo inicio que nace desde lo profundo de la liturgia precisamente como el movimiento litúrgico del siglo pasado llegó a su culmen con el concilio.

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La liturgia como lugar del encuentro con el Dios viviente, no un show para hacer interesante la religión, no un museo de formas rituales grandiosas. El pueblo de Dios celebra el nuevo rito con respeto y solemnidad pero queda desorientado por las contradicciones de los dos extremos. La liturgia volverá a ser acción eclesial, no por obra de especialistas y equipos litúrgicos, sino de sacerdotes y laicos que, gracias al conocimiento de las fuentes, consideren la liturgia occidental como fruto de un desarrollo histórico y la oriental como reflejo de la eterna. Los antiguos padres y maestros medievales se opusieron a la mistificación de la liturgia y, conociendo la historia, nos han mostrado las múltiples formas de su camino. Del movimiento litúrgico preconciliar, el Santo Padre recoge su herencia y la hace fructificar, él ha acogido el deseo de que las formas antigua y nueva del rito romano coexistieran una junto a otra como ya ocurre con la ambrosiana y las orientales.

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Confiemos en Él: Él lleva pacientemente la sabiduría de la imaginación católica en la vida de la Iglesia actual. Él comprende bien la innovación no como hostil a la tradición sino como parte de la savia del Espíritu Santo. No es un conservador y, mucho menos, un innovador sino un misionero, “humilde trabajador en la viña del Señor”. En el libro Jesús de Nazareth, pone de relieve la “comprensión” que en el Evangelio de Lucas – a diferencia de los otros evangelios – Jesús demuestra en relación a los israelitas: “Me parece particularmente significativo – observa – el modo en el que conduce la historia del vino nuevo y de los odres viejos o nuevos. En Marcos se lee: «Nadie pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!» (Marcos 2, 22). En Mateo 9, 17 el texto es similar. Lucas nos transmite la misma conversación, agregando sin embargo al final: «Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El viejo es mejor» (Lucas 5, 39) – un añadido que tal vez es lícito interpretar como una expresión de comprensión respecto a aquellos que querían quedarse con «el vino viejo» (pag. 216-117)”. ¿No es esto aplicable al debate entre usus antiquior y usus novus de la Misa, originado a continuación del motu proprio?

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La liturgia cristiana, como el mismo suceso cristiano, no es hecha por nosotros. Un término como actualización ha generado la idea de que nosotros tenemos la capacidad para rehacerlo, de crear las condiciones justas para que pueda ocurrir, de organizarlo casi como si fuéramos creadores de aquello que afirmamos creer. En realidad, Jesucristo es quien hace la sagrada liturgia con el Espíritu Santo. A nosotros nos corresponde seguirlo, dar lugar a su obra. El método, al alcance de todos, es mirar aquello que ocurre – se solía decir “asistir”, esto es, ad-stare – estar delante de su presencia; significa adherir a Algo que viene antes, seguir aquello que Él realiza en medio nuestro, capaz siempre de revertir en un segundo la idea de que el culto es hecho por nosotros. La liturgia es sagrada y divina porque es una Cosa que viene de otro mundo.

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Quisiéramos ayudar a comprender y a celebrar dignamente la liturgia como posibilidad de encuentro con la realidad de Dios y causa de la moralidad del hombre; a leer las degradaciones, síntoma de vacío espiritual, indicando el camino para restaurar el espíritu en el signo de la unidad de la fe apostólica y católica; a promover un debate serio y un camino educativo siguiendo el pensamiento y el ejemplo del Papa que permita retomar el movimiento litúrgico. Es necesario mirar al espíritu de la liturgia como adoración de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo, y como pedagogía para entrar en el misterio y ser transformados en moralidad y santidad. Es una invitación también a los laicos no creyentes pero deseosos de la verdad, ¡porque nadie es inmune a la duda de que tal vez exista Algún otro a quien dedicar el tiempo! Sobre este tal vez, que la liturgia no desvela del todo, -por eso, se pide que sea preservado el sentido del misterio y de lo sagrado, - se instaurará la comunicación entre quienes son creyentes y quienes no lo son, o lo son de manera diversa.

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A Vittorio Messori, con el cual he compartido no pocas reflexiones sobre el tema y que, con su mujer Rosanna, me ha animado en este trabajo, mi agradecimiento cordial y mi gran admiración por haber presentido con Joseph Ratzinger en “Informe sobre la fe” este tiempo “en que se requiere la paciencia, esta forma cotidiana del amor. Un amor en el que están presentes, al mismo tiempo, la fe y la esperanza”.

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Por lo tanto, debemos esperar que se realice lo que el Santo Padre ha dicho en la conclusión de la homilía de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo del año 2008: “Cuando el mundo en su totalidad se transforme en liturgia de Dios, cuando su realidad se transforme en adoración, entonces alcanzará su meta, entonces estará salvado. Este es el objetivo último de la misión apostólica de san Pablo y de nuestra misión. A este ministerio nos llama el Señor. Roguemos en esta hora para que él nos ayude a ejercerlo como es preciso y a convertirnos en verdaderos liturgos de Jesucristo”.

*Monseñor Nicola Bux

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Fuente: “La riforma di Benedetto XVI”; Nicola Bux.

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

(Tomado de La Buhardilla de Jerónimo . com)

lunes, 4 de mayo de 2009

Conceptos de Benedicto XVI en la misa de ordenación de presbíteros en Roma

La claridad de conceptos característico en nuestro Santo Padre, se pone en evidencia en cada una de sus manifestaciones. La homilía pronunciada en la ocasión aludida es un ejemplo de ello.

Al presidir la Eucaristía de Ordenación Sacerdotal de 19 diáconos de la diócesis de Roma, el Papa Benedicto XVI explicó que "el 'mundo' es una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar incluso a la Iglesia, y de hecho la contamina, y por tanto exige constante vigilancia y purificación. Estamos 'en' el mundo, y corremos también el riesgo de ser 'del' mundo. Y, de hecho, a veces lo somos".

El mundo, en el sentido evangélico, dijo luego el Santo Padre "insidia también a la Iglesia, contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados". Haciendo referencia a la primera carta de San Juan "Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a El", el Santo Padre afirmó que "el "mundo"', en la acepción de Juan, "no comprende al cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. En parte, porque de hecho no conoce a Dios; y en parte, porque no quiere conocerlo. El mundo no quiere conocer a Dios y escuchar a sus ministros, pues esto lo pondría en crisis".

En el Domingo del Buen Pastor en el que se celebró la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Papa señaló que "el discípulo, y especialmente el apóstol, experimenta el mismo gozo que Jesús al conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor al ver que Dios no es conocido, que su amor no es intercambiado".

El Papa resaltó además que Jesús "dio la vida por todos, pero de manera particular se consagró por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir en Él, y pudieran hablar y actuar en su nombre, representarlo, prolongar sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados".

Los sacerdotes, dijo, "estamos llamados a 'permanecer' en Cristo –como le gusta repetir al evangelista Juan–, y esto se realiza particularmente en la oración. Nuestro ministerio está totalmente ligado a este 'permanecer', que equivale a rezar, y de ahí deriva su eficacia".

El Pontífice subrayó que entre las diversas formas de oración de un presbítero se encuentra "ante todo la santa misa cotidiana. La celebración eucarística es el acto de oración más grande y más alto y constituye el centro y la fuente de la cual también las demás formas de oración reciben la 'savia': la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo rosario, la meditación".

Finalmente el Santo Padre subrayó que "el sacerdote que reza mucho y que reza bien se va despojando progresivamente de sí mismo y se une cada vez más a Jesús, Buen Pastor y Siervo de los hermanos. En conformidad con Él, también el sacerdote 'da la vida' por las ovejas que se le encomiendan".

(Fuente ACI Prensa)

domingo, 3 de mayo de 2009

Por favor, tómese un tiempo, no será muy largo, y lea lo que sigue. Lo considero importante como para dejarlo pensar acerca de la realidad de la música que hoy se escucha en nuestros templos. En muchos casos se trata de temas que nada tienen que ver con los textos litúrgicos, y adolecen de calidad musical. ¿Puede decirse que en estos casos se trata de música sacra o sagrada?; porque tratándose de música litúrgica debe llamarse así.

La principal objeción a la música sacra

Por Jeffrey Tucker

Los argumentos en favor de la música sacra en la liturgia católica siempre me han dado la impresión de ser irresistiblemente obvios desde un plano estético y teológico. Después de todo, se trata de la liturgia, de la obra de comunicación entre la eternidad y el tiempo, que permite enclaves de santidad y de perfecta belleza en este valle de lágrimas. Por supuesto que la música debe ser diferente. Debe tener ciertos rasgos propios. Debe ajustarse al ritual; servirse de las tradiciones que nos llevan fuera de nuestro propio tiempo, y nos tienden un puente hacia la anchura de la experiencia humana y la entera historia de nuestra fe. Sobre todo, debe tener una belleza que se esfuerce por hacer audible la belleza de las cosas eternas.

Pero lo que es obvio para mí, no es obvio para el aplastante número de editoriales y expertos que escriben sobre música católica. Trato de seguir sus argumentos lo mejor que puedo, siquiera, al menos, para revisar mis premisas, y me esfuerzo por ver sus puntos de vista. Me intriga saber qué tan fuerte es realmente una opinión contraria, o si es vulnerable en sus fundamentos. Esto es importante porque un argumento en contra de la música sacra que sea vulnerable no soportará la prueba del tiempo. Podemos saber algo probable de nuestro futuro si podemos evaluar los méritos de los argumentos de ambos lados.

Entonces: ¿cuál es el principal argumento que se esgrime contra la aplicación consistente del ideal de la música sacra en nuestras parroquias? Éste ha cambiado con el tiempo. Solía versar sobre la necesidad de salir al encuentro de los jóvenes, que supuestamente estaban atascados del otro lado de una brecha generacional. Se suponía que usásemos una música que llegase a este grupo de gente en un modo especial, porque estamos en la era de acuario, y todo eso. Eventualmente, este argumento decayó por motivos divertidos pero inevitables: los jóvenes se hicieron viejos, aunque sus gustos musicales nunca maduraron realmente. Hoy es el joven quien, con más probabilidad, mira con ojos desorbitados al material de los ’70 en la Misa.

Hay otros argumentos que uno escucha, acerca de las intenciones del Vaticano II, pero tampoco se sostienen. Tanto los documentos como la investigación histórica detallada que está surgiendo ahora sobre este período, apuntan a una creciente comprensión de que la implementación del Concilio se apartó en modo alarmante de las intenciones de los Padres Conciliares.

Lo que es más probable que oigamos hoy es el argumento en favor de la diversidad de estilos. Es algo así: Necesitamos una amplia variedad de música en la Misa, porque hay una amplia variedad de personalidades y de grupos en el mundo. Las personas tienen distintas formas de dar culto a Dios. No existe un tipo de sonido característico del Cielo, por lo que no existe un sonido característico del Pueblo de Dios en la tierra. Existen muchos modos de ser “elevado”, y no hay manera de decir con certeza qué tipo de música conseguirá ese fin. Podría ser el canto gregoriano. Para muchos lo es. Pero para otros es el rock o el calypso, el fuerte repiqueteo de tambores o el ritmo electrónico, o quizá la composición serial, los himnos tradicionales, la música popular o la música country. Las opciones son tan amplias como la banda de radio. Y si negamos esto, estamos cuestionando la inmensidad del Amor de Dios. Podemos descubrir a Cristo en muchas formas, a través de muchos caminos.

Es un párrafo largo, pero ni de cerca tan largo como podría haberlo sido si hubiera seguido multiplicando obviedades tanto como me fuera posible. Seguro que pueden agregar aquí las suyas propias. Y es que la diversidad, enraizada en el relativismo, es la fe de nuestros tiempos, y no es difícil contagiarse de su espíritu. Es parte integral de una mentalidad cultural consumista, que dice que todos tenemos derecho a conseguir lo que queremos sin importar lo que esto sea, y que a nadie le está permitido interponerse en nuestro camino, sin importar el contexto. Se cree que los mejores fabricantes son aquellos que arrojan sus principios al viento y satisfacen todas nuestras necesidades. Efectivamente, no sorprende que los que más probablemente dicen estas cosas con respecto a la liturgia son las compañías editoriales, que quieren llenar cada hueco posible del mercado.

Suena tan razonable, tan inclusivo, tan tolerante, tan abierto de mente. ¿A quién no le va a gustar? Bueno: primero debemos observar que uno puede rastrear los escritos de todos los Papas desde el comienzo de la vida de la Iglesia hasta el día de hoy, y no encontrar una sola declaración diciendo que una amplia diversidad de música debe estar disponible en la liturgia, según las preferencias de la gente. Ese solo hecho debiera hacer sonar alguna alarma. Si la diversidad y la preferencia personal fueran realmente los principios centrales de la vida litúrgica católica, podríamos esperar una extensa elaboración de este tema emanando de la Sede de San Pedro. Pero lo que encontramos es lo opuesto. Desde los primeros siglos, la meta de todos los escritos sobre música sacra se centra en decir qué constituye una música apropiada para la vida litúrgica de la fe.

Esta preocupación empieza bien temprano en la historia de la fe. Hubiera sido enteramente posible que los primeros cristianos tomaran la música de la cultura pagana en su elección de la música para la Misa. Podrían haber usado ritmos de baile, poesía métrica, o rimas. Pero no lo hicieron. En su lugar, la primer música que sirvió para la liturgia fueron los Salmos. Los Salmos son prosa. Eran tradicionales, en el sentido de que estaban enraizados en una larga historia. Los instrumentos no tenían ningún rol en el culto. No hay duda de cuál es la idea que estaba detrás de esto. Ellos veían que la música litúrgica tenía características especiales que eran apropiadas para los eventos sagrados. La otra música era excluida.

Esta idea fue articulada en el año 95 por el Papa San Clemente, quien prohibió la música profana en la Iglesia. Y así se enseñó durante 1900 años. A comienzos del siglo XX, el Papa San Pío X confrontó directamente la cuestión de lo que llamamos “música moderna”: se permite en la Iglesia músicas nuevas, siempre y cuando “no contengan cosa ninguna profana ni ofrezcan reminiscencias de motivos teatrales, y no estén compuestas tampoco en su forma externa imitando la factura de las composiciones profanas” (Motu proprio Tra le Sollecitudini).

Juan Pablo II escribió que “no todas las formas musicales pueden considerarse aptas para las celebraciones litúrgicas”, y habló de la necesidad de “purificar el culto de impropiedades de estilo, de formas de expresión descuidadas, de músicas y textos desaliñados, y poco acordes con la grandeza del acto que se celebra” (Quirógrafo del Sumo Pontífice Juan Pablo II sobre la Música Sagrada). Alguien puede decir que no es suficiente el citar a los Papas. Quizá ellos no comprenden el espíritu y las necesidades de nuestros tiempos. Tal vez debiéramos observar, junto con el documento “La Música en el Culto Católico” (USCCB, 1982) que “buena música de nuevos estilos está hallando hoy un feliz lugar en las celebraciones”. Y tal vez debiéramos saber que no se puede juzgar el valor de la música solamente por su estilo. Que debe juzgarse su valor dentro de cada estilo, pero que no hay modo de juzgar un estilo en cuanto tal.

Ahora bien, eso suena como una regla razonable hasta que uno considera que no sirve para descartar nada. Si es correcta, entonces el punk rock y el rockabilly pueden ser tan apropiados como el canto gregoriano. Pero esta es la realidad: el documento que promueve esta teoría particular fue escrito por un comité, nunca fue votado por el cuerpo de los Obispos norteamericanos y, más importante aún, ha sido sabiamente reemplazado y declarado nulo y sin efecto. El nuevo documento “Cantar al Señor” no contiene nada de este lenguaje abierto, e intenta cuidadosamente tomar las riendas del asunto: la música debe satisfacer “las demandas rituales y espirituales de la liturgia. Al discernir la cualidad sacra de la música litúrgica, los músicos litúrgicos encontrarán la guía en el tesoro de música sacra de la Iglesia, música que es de un valor inestimable, y a la que las pasadas generaciones han hallado como apropiada para el culto”.

¡Se agradece la claridad!

Lo que intento aquí no es decir precisamente qué es lo que debiera y lo que no debiera oírse en la liturgia, sino subrayar algo que a menudo se niega: hay una larga tradición de pensamiento en el mundo católico que dice claramente que sí existe una música apropiada para la Misa; que no se trata de lo que queramos o no queramos, que el estilo sí importa, y que la sola diversidad no es un principio decisivo para seleccionar lo que es correcto y lo que no lo es para la música de la Misa.

El slogan de la diversidad es bueno para poner productos en el mercado dentro de un variado catálogo, pero es una idea demasiado débil como para anular las palabras claras del Concilio Vaticano II. Aclaro: no hay nada de malo en escuchar en el propio tiempo o en alguna ocasión social cualquier estilo de música con palabras religiosas, y con fines religiosos. Nuestros deseos musicales pueden verse satisfechos de esta forma, y en el ámbito no-litúrgico, puede haber muchos estilos que, de hecho, nos “eleven”.

Pocas piezas musicales me emocionan como la 5º sinfonía de Mahler. Hay un sentido en el que todas las cosas bellas, finalmente apuntan hacia Dios, y esta sinfonía lo hace para mí. Pero la liturgia no es ni el tiempo ni el espacio para una sinfonía de Mahler.

Más aún: debe hacerse una distinción entre la música religiosa en general y la música litúrgica en particular. La música de la liturgia no es algo completamente distinto del texto litúrgico: está para instruirnos, enseñarnos, guiarnos, ayudarnos a madurar en la fe, y para asistirnos en la salvación de nuestras almas. No cualquier texto hará esto. Tampoco lo hará cualquier música.

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

sábado, 2 de mayo de 2009

Formación Litúrgica

La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos: el de LATRÍA o de adoración, el de DULÍA o de veneración, y el de HIPERDULÍA (veneración llevada al extremo). El CULTO DE LATRIA (adoración): Es exclusivo de Dios. Sólo Dios puede ser adorado y sólo Cristo, Dios hecho hombre, es el Salvador. El mismo Cristo nos lo dijo: "Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El darás culto". El culto de latría al Santísimo Sacramento tiene un hito importante al instituirse la fiesta del Corpus Christi por Urbano IV, habiendo la Iglesia previamente impuesto la obligación, por decisión del IV Concilio de Letrán en 1215 de confesar y comulgar al menos una vez al año, en tiempo Pascual. Ya en el año 1508, al crearse por Doña Teresa Enríquez de Alvarado (llamada por Julio II la loca del Sacramento) la primera hermandad sacramental en el templo romano de San Lorenzo in Dámaso para dar culto al Santísimo y llevar el Viático a los enfermos y moribundos se extendió rápidamente este tipo de Hermandades, y el culto al Santísimo se generalizó. En rigor, se puede afirmar que esta piadosa dama es la fundadora de todas las Hermandades Sacramentales, ya que el Papa Julio II le concedió por Bula el privilegio de fundar estas Hermandades por toda la Cristiandad. El CULTO DE DULIA (veneración): Es el propio debido a los santos, personas que por su probada heroicidad en el ejercicio de las virtudes cristianas la Iglesia nos los pone como ejemplo a seguir subiéndolos a los altares. Al patriarca bendito San José se le considera el primero de los santos, dedicándosele un culto de protodulía. San José es proclamado patrono universal de la Iglesia por Pío IX en 1870. Sin duda que en los orígenes del culto a los santos está la influencia profunda y ejemplar de los mártires. De ellos celebramos su dies natalis, o sea, el día en que nacen para la eternidad, día de su martirio. Muy pronto (desde el S. IV), el catálogo de los mártires se va incrementando y sus aniversarios se van celebrando para recordarles y celebrar la Eucaristía. A partir del S. V se componen los primeros martirologios, que son unas relaciones de la vida de los santos. El primero conocido es el llamado jeronimiano, posterior al año 431. Las reliquias de los santos empiezan a ser veneradas y se construyen templos en los lugares donde sufrieron martirio así como se instaura la costumbre de colocar sus reliquias debajo del altar. Más adelante se suman los confesores de la fe, las vírgenes, los monjes y las personas que el pueblo, por aclamación, consideran santos. No es hasta el año 993 en que es canonizado el primer santo por el papa Juan XV (se trata de san Ulrico, Obispo de Augsburgo) que se inicia, desde entonces, una centralización vaticana en este asunto que culmina cuando Sixto V crea en 1588 la Congregación de Ritos. Pablo VI dividió la Congregación de Ritos en dos: la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Congregación para la causa de los Santos, que tiene a su cargo actualmente los expedientes para las beatificaciones y canonizaciones. No obstante, también hoy en día el pueblo sigue dando aureola de santidad a personas a las que considera santas, como puede tratarse del Juan Pablo II, o de la beata madre Teresa de Calcuta, adelantándose así a los procesos canónicos. Las celebraciones de santos que la Iglesia considera como muy importantes son la de San José, ya citada, la del Bautista, la de Todos los Santos (solemnidad al igual que la anterior) y la de los Apóstoles Pedro y Pablo, por ser la base del fundamento apostólico de nuestra fe. La celebración de San José Obrero ha quedado como memoria libre para las asociaciones cristianas de trabajadores. Hoy en día, vivimos en una época de cierto ascenso en el culto a los santos, que tuvo su cenit en la Edad Media, sin lugar a dudas. El Vaticano II determinó, en lo referente al culto a los santos, lo siguiente: “Para que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre las fiestas que conmemoran los misterios propios de la salvación, debe dejarse la celebración de muchas de éstas a las Iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiéndose a toda la Iglesia sólo aquellas que recuerdan a santos de importancia realmente universal” (SC.111). Para seleccionar a estos santos de importancia universal se han tenido en cuenta a los Doctores de la Iglesia, a Pontífices romanos, Mártires romanos y no romanos y a santos no mártires. El Martirologio Romano es donde se hallan catalogados todos los santos que la Iglesia reconoce. El nuevo Calendario universal de la Iglesia ha quedado reducido a 158 santos, de los cuales 63 tienen memoria obligatoria y 95 memoria libre. Cierto es que, antes de la reforma litúrgica, el número de fiestas de los santos era excesiva y distraía en cierto modo a los fieles de la celebración del misterio pascual. Hay que aclarar que lo anterior no quiere decir que sólo existan ese números de santos ni mucho menos pero sí que el Calendario Universal sólo recoge aquellos santos de importancia universal dejando el resto a las iglesias particulares. El CULTO DE HIPERDULIA: Es exclusivo de la Virgen María y nace como una necesidad de poner el culto a la Santísima Virgen en un lugar privilegiado, por encima del debido a los santos , sin llegar al culto de latría. El Concilio de Éfeso marca una línea clave en el antes y el después en el desarrollo del culto mariano. Fue el Pontífice Pablo VI quien, en la Marialis Cultus ha reformado las fiestas dedicadas a la Virgen pasando a considerar como fiestas del Señor tanto la Anunciación como la Presentación (Candelaria), mudando en cambio la fiesta de la Circuncisión del Señor en la de la Maternidad divina de María y suprimiendo algunas memorias menores o devocionales. Esta reforma de Pablo VI y el enriquecimiento que supone la nueva colección de las Misas de Santa María Virgen (Decreto de 15 de agosto de 1986) con su correspondiente leccionario de 1987 que contiene hasta 46 formularios de misas, deja el culto a la Virgen en la actualidad perfectamente establecido y en su justo lugar.