viernes, 30 de abril de 2010

El Rosario y algunas particularidades sobre él

¿Conoces el origen de la oración del Santo Rosario? Lo que sigue te ayudará a conocerlo mejor y a rezarlo con mayor devoción.
 La formación del Santo Rosario no es tan clara en cuanto a su origen. Es antiquísimo el uso de numerar las oraciones con granos o cuentas tanto entre los cristianos como entre los paganos. En el s. IV el monje Pablo solía contar sus Padrenuestros con piedrecitas. El uso del rosario se hizo común en el s. XV, después de la propagación de la devoción del Rosario. Para algunos su origen  es producto de una lenta evolución. Comúnmente se presenta a Santo Domingo como quien recibió esta oración de manos de la Virgen María. De hecho, la Virgen en sus apariciones, la Iglesia a través de sus pastores y la historia de los santos (que siempre lo rezaban diariamente), demuestran que es del agrado divino que se rece el Rosario.
La primera parte, que es una alabanza a la Santísima Virgen María, la componen las palabras de salutación del Arcángel Gabriel el día de la Anunciación (Lc 1,28), y las de la santa Isabel el día de la Visitación (Lc 1,42). La Iglesia a añadido a estas salutaciones los nombres de María y Jesús.
Los dos saludos reunidos con la inclusión del nombre de María (aun falta el de Jesús) se encuentran como oración colecta del cuarto Domingo de Adviento, en el antifonario de San Gregorio (muerto en el 604). Probablemente, el uso de repetir a María Santísima los dos saludos reunidos se remonta al menos a un siglo antes, ya que se encuentra en la más antigua liturgia antioquena, la de Santiago. El nombre de Jesús aparece por primera vez en el s. VI. Al repetir a María la salutación del Arcángel junto con las bendiciones de santa Isabel tratamos de gozarnos con ella por los singulares privilegios y dones que Dios le concedió con preferencia sobre todas las creaturas y bendecimos juntamente y damos gracias a Dios por habernos dado a Jesucristo por medio de María.
La segunda parte del Ave María está compuesta en tiempos relativamente recientes. Parece que se debe al primer período franciscano (s XIII) el uso de añadir, a las palabras de alabanza de la oración colecta de San Gregorio, una invocación pidiendo su ayuda a la Virgen Madre de Dios. La forma actual se encuentra usada en distintos lugares hacia la mitad del s. XV; fue adoptada posteriormente por el papa San Pío V en su edición del breviario (libro de oraciones de los religiosos) en 1568, y desde entonces se fue haciendo de uso común. Con la segunda parte del Ave María pedimos a la Virgen su materna intercesión por nosotros en el curso de nuestra vida y especialmente en la hora de la muere, donde esperamos la Santísima Virgen nos asiste y nos alcance de Dios la gracia de la perseverancia final, es decir, de poder morir en gracia e ir al cielo a gozar eternamente de Dios.
 A muchos de nuestros hermanos separados les es difícil aceptar el rezo del Santo Rosario por algunos motivos muy concretos que uno debe tener en cuenta cuando conversa con ellos: no creen en la intercesión de la Santísima Virgen María por nosotros (ni en la de ningún otro santo, culto que ellos consideran, erróneamente y en contra del mismo querer de Dios, idolátrico); no aceptan que María sea Madre de Dios al ser Madre de Cristo (de hecho, muchos de ellos no aceptan la Divinidad de Nuestro Señor); y no creen que la Iglesia puedan realizar actos de docencia, es decir, enseñar a los cristianos cómo deben rezar, ni nada que se le parezca, olvidándose que fue el mismo Jesús quien les mando a los Apóstoles que enseñasen a las gentes y que confirmasen su fe, dándoles una autoridad tal que la equiparó a la de Dios ('Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo' Mt 18:18).
Hay que tener presente también la excelencia del Santo Rosario, que es una fuente de gracias para el que lo reza con devoción y amor. Uno va considerando, en el transcurso de los padrenuestros (oración enseñada por Cristo) y avemarías (oración también tomada en su primera parte, como vimos, de la Sagrada Escritura), los misterios más excelentes de la vida de Cristo y de María, dándose que no hay otra oración más bíblica que esta. Además en casi todas las apariciones de la Virgen, Ella pide que los hombres recen todos los días el Santo Rosario, prometiéndole el cielo al que así lo haga. También los Papas han mostrado la excelencia de esta oración al conceder muchas indulgencias al que lo rece. Por todas estas cosas nos damos cuenta de la importancia del rezo del Rosario, y no podemos menos que hacernos el propósito de rezarlo y de motivar a los otros para que lo recen también. No hacerlo es privarse absurdamente de un sinfín de gracias y de la materna protección de María. 
(Fuente: El teólogo responde)

domingo, 25 de abril de 2010

¿ALTAR CON FLORES O SIN FLORES?

Este tema puede ser de mucho interés para grupos de liturgia, sacristanes, y también, por qué no, para algunos párrocos.  Es que la ornamentación del altar tiene una gran significación expresiva, en especial cuando es realizada en concordancia con las normas establecidas. En consecuencia sugiero la lectura completa del texto que sigue.
Lo primero que hay que decir es que las flores en el altar tienen una función de ornamentación (así como los cirios, el mantel, el incienso, etc.), es un modo de honrar a Cristo, pues, el altar es Cristo. Secundariamente, también honrar a sus miembros más gloriosos, que son los mártires, cuyas reliquias están depositadas en el altar, es decir, la Iglesia triunfante, Esposa de Cristo. Relaciónese esto con la corona de flores de naranjo que llevaba la novia en el matrimonio, y por qué no, con el mismo Cristo, ya que, por ejemplo, en el rito bizantino, también el esposo es coronado.
Según una antiquísima tradición, atestiguada ya en la Traditio Apostolica (año 215), atribuida a San Hipólito de Roma, los cristianos llevaban rosas y lirios como ofrenda al altar: “algunas veces ofrecían flores; se ofrecía, pues, la rosa y el lirio, y no otras” (Traducimos el texto de la edición de BOTTE, 1963, 78). Como nota el famoso liturgista italiano, Mons. Mario Righetti, “el pavimento a mosaico de la basílica de Aquilea, construido en los primeros años del s. IV, lleva también un panel que representa las mujeres que ofrecen a la Iglesia flores sueltas y a festones”. (M. RIGHETTI, Storia Liturgica, I, 544). Desde el s. IV, y probablemente antes, los sepulcros de los mártires, conforme al uso universal, que de este modo honraba todas las tumbas, eran adornados con perfume de flores, que llegaba también a la mesa del altar que custodiaba las reliquias.  De aquí que cantara Prudencio († 410 ca.): “Violis et fronde frequenti/Nos tecta fovebimus ossa” (Cathemerinon, X, v. 169). Que podríamos traducir: “Con asiduas violetas y frondas/honraremos los huesos cubiertos”. San Jerónimo elogiaba a Nepociano que cuidaba diligentemente la decoración floral de las basílicas y lugares de los mártires, con diversas flores, ramas de árboles y sarmientos (Cf. Epist. LX ad Heliodorum).
A falta de ramos de olivo y de palmeras, se bendijeron flores (y aún se bendicen) en los países septentrionales el Domingo de Ramos (de aquí, “Pascua Florida”). Esta circunstancia dio nombre a la península de “Florida” en los Estados Unidos, precisamente por este uso litúrgico, ya que los españoles llegaron allí para esa fecha en el año 1513 (Cf. M. RIGHETTI, Idem, II, 184). Una costumbre característica de la época medieval el día de Pentecostés, era la de hacer llover rosas, durante el canto de Tertia o de la Sequentia de la Misa, que recreaban simbólicamente las lenguas de fuego y los dones del Espíritu Santo, por eso se conoce esta solemnidad también con el nombre de “Pascua rosada” (Cf. Ibidem, II, 316).
En fin, sirvan estos datos históricos para atestiguar el uso litúrgico de las flores.

Vayamos ahora a las normas de la Ordenación General del Misal Romano: el principio es que “en la ornamentación del altar se guardará moderación” (
OGMR, 305). Hay templos en los que uno no sabe si se encuentra en una florería, un vivero, o una selva. En el afán de adornar, se convierte en principal aquello que es accesorio, y pierde visibilidad lo más importante, que es el altar, o incluso, se dificulta la movilidad del sacerdote en el desenvolvimiento del rito. Ahora bien, hay tiempos litúrgicos en los que la moderación debe ser aún mayor, como en el Adviento, o incluso no deben ponerse flores, como durante la Cuaresma (excepto el IV domingo, conocido como domingo de “Laetare” – “Alégrate”, como un anticipo de la alegría pascual, que ya está próxima). Las solemnidades y fiestas, por supuesto, requieren de mayor abundancia floral (Cf. OGMR, 305). Entre paréntesis, a veces se ve un lunes cualquiera del año la iglesia llena de flores que quedaron del matrimonio celebrado el día anterior, esto no se condice con la función de manifestar la alegría festiva que reservamos para las ceremonias más solemnes, porque no puede ser fiesta todos los días, con lo cual se perdería el verdadero sentido de la fiesta, que exige que haya algún exceso significativo.
Sin embargo, la Ordenación vuelve a insistir: “el empleo de las flores como adorno del altar ha de ser siempre moderado, y se colocarán, más que sobre la mesa del altar, en torno a él” ( OGMR, 305). Esto último tiene un motivo práctico o funcional, que es, precisamente, para que no se entorpezca la visibilidad de los fieles sobre los diferentes ritos que realiza el sacerdote, pero, hay un motivo más de fondo, y es que el altar no es solamente la mesa de un banquete, sino sobre todo, el ara del sacrificio, como se deduce de lo que dice la misma OGMR: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios…” (OGMR, 296). 
(Fuente: El teólogo responde)

lunes, 19 de abril de 2010

¿POR QUÉ SE COLOCAN VELAS SOBRE EL ALTAR?



¿Por qué siempre hay que encender velas en el altar? ¿Qué significado tienen?
La Ordenación General del Misal Romano establece:

«117. Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o cerca de él, colóquese en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva de precepto y, si celebra el Obispo diocesano, siete, con sus velas encendidas. Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado pueden llevarse en la procesión de entrada. Sobre el mismo altar puede ponerse el Evangeliario, libro diverso al de las otras lecturas, a no serque se lleve en la procesión de entrada».

En el Caeremoniale Episcoporum también se pide que entre las cosas a tener listas en el secretarium (especie de aula o salón, distinto de la sacristía, desde donde se sale para la procesión de ingreso) para la Misa con el obispo, se tengan siete (o al menos dos) candeleros con los cirios encendidos (CE, n. 125). El número siete, que indica perfección, tal vez destaque la plenitud del sacerdocio de la que participa el obispo.De hecho, el origen de este uso viene de la época de la liturgia estacional, en que el Papa, obispo de Roma, era acompañado de su séquito,turnándose para ello las siete divisiones o regiones de la Urbe romana. Quienes portaban los cirios encendidos eran los acólitos.

La costumbre de los dos cirios, proviene también de la procesión en que se acompañaba al Emperador o a algún personaje importante con todos los honores, lo que luego se aplicó al Santo Padre. Más tarde,se dejaron los cirios para alumbrar el altar, porque el altar es Cristo.

Tal vez en un comienzo los cirios tenían una función más bien práctica, porque la Misa se celebraba cuando todavía no había amanecido, o bien por las vigilias, o porque se celebraba en las catacumbas.Pero este no es el motivo principal, como escribe San Jerónimo a propósito de los cirios que se encendían para leer el Evangelio: «En todas las iglesias de Oriente se encienden cirios de día cuando se lee el Evangelio, no para ver claro, sino como señal de alegría y como símbolo de la luz divina de la cual se lee en el Salmo: vuestra palabra es la luz que ilumina mis pasos».

Por su parte, el n. 307 de la misma OGMR nos da el sentido de los cirios: «Los candeleros, que en cada acción litúrgica se requieren como expresión de veneración o de celebración festiva (cf. n. 117), colóquense en la forma más conveniente, o sobre el altar o alrededor de él o cerca del mismo...».

Hoy es frecuente ver que se coloquen los cirios de un solo lado del altar, lo cual empobrece mucho su sentido. El poner los cirios a ambos lados del altar tiene una simbología importante, sacrificial, dado que evoca el sacrificio que Dios mandó realizar a Moisés y a su pueblo entre dos luces (Ex 12, 6), o también lo del profeta Malaquías, desde donde sale el sol hasta el ocaso (como rezamos en la Plegaria Eucarística III), y también el Sal 113, 3: ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de Yahveh!

Hermosísimas son las palabras de Romano Guardini evocando el sentido espiritual del cirio:

«Helo aquí sobre el candelero. Amplio y seguro se sienta su pie sobre el altar; el tronco se yergue robusto, macizo. El cirio estrechado en su vaina de bronce y sostenido en el disco colocado de plano se lanza hacia lo alto. Poco a poco su figura parece que rejuveneciera. Modelado con exquisita delicadeza, es no obstante macizo. Helo ahí siempre recto en el espacio, esbelto, en su pureza intacta: sin renunciar a sus colores de tonos pálidos. Por su inmaculada blancura y su forma esbelta, el cirio se distingue de todas las cosas que lo rodean. En lo más alto se cierne la llama. Y en ella el cirio transforma su carne purísima en luz cálida y luminosa. ¿No es verdad que su vista evoca en tu espíritu una idea de nobleza? ¡Mira!... Cómo se mantiene inmóvil, arrogantemente en su sitio sin titubear, todo purísimo. Todo en él nos dice: "¡Estoy dispuesto, estoy alerta!". Y el cirio está, día y noche, allí donde debe estar: ante Dios. Nada de cuanto compone su ser escapa a su misión; nada frustra su fin: el cirio se entrega sin reserva. Está para eso: para consumirse. Y se consume cumpliendo su destino de ser luz y calor. "Pero, ¿qué sabe de todo eso el cirio -me dirás- si no tiene alma...?" Es verdad. Entonces tú debes darle una. ¡Haz del cirio el símbolo de tu propia alma!» (de Los signos sagrados). 
(Fuente: El teólogo responde)

lunes, 12 de abril de 2010

Oración por Benedicto XVI

Nos unimos a la propuesta, iniciada por los Caballeros de Colón, de realizar una novena por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, comenzando hoy, domingo 11 de abril, y culminando el próximo lunes 19 de abril, 5º aniversario de su elección a la Sede de Pedro. Invitamos a nuestros lectores a elevar alguna oración especial, durante estos días, por el Papa que la Divina Providencia nos ha dado.
En estos tiempos particularmente difíciles, en que los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo atacan con odio a Su Vicario en la tierra, todos los católicos nos unimos no sólo para expresar nuestro amor filial al Santo Padre sino también para elevar a Dios una intensa oración rogando que proteja al Sucesor de Pedro y lo conserve durante mucho tiempo al frente de la Santa Iglesia.

V. Oremos por nuestro Santo Padre Benedicto XVI.

R. El Señor lo proteja, preserve su vida, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos.

Señor, que en tu providencia edificaste la Iglesia sobre el fundamento de Pedro, y lo pusiste al frente de los demás Apóstoles; mira con bondad a nuestro Papa Benedicto XVI, a quien has constituido sucesor de Pedro, y concédele que sea para tu pueblo principio y fundamento visible de la unidad de fe y comunión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.