¿Qué tema, verdad? ¿Y dónde lo se lo va a tratar, si no lo hacemos aquí?.¡Bueno, bueno, que nadie se enoje! Léalo, pues puede ser que en su parroquia no se lo hayan comentado. Pero... una advertencia, no opine hasta no haber leído todo.
Para entrar en el tema del uso de los instrumentos
en la liturgia, y en particular de la guitarra, no estaría de más
recordar, como enseña el Card. Ratzinger, que «la liturgia cristiana se
define por su relación con el Logos» (seguimos libremente, J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, ed. Cristiandad, Madrid 2001, 171-179). Esto, en un triple sentido:
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En la música litúrgica, basada en
la fe bíblica, hay una «clara primacía de la palabra». De aquí se sigue
«el predominio del canto sobre la música instrumental (que de ningún
modo ha de ser excluida)».
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El
canto logra superar las palabras, que muchas veces no alcanzan para
expresar la inefabilidad del misterio, pero no supera la Palabra (el Logos),
por lo que se hace necesaria la música. Ahora bien, «la liturgia
cristiana no está abierta a cualquier tipo de música». Una música que
«arrastra al hombre a la ebriedad de los sentidos, pisotea la
racionalidad y somete el espíritu a los sentidos», no eleva al hombre.
Por eso la música litúrgica debe ser tal que, superando la sensualidad,
eleve el corazón (sursum corda, “levantemos el corazón”).
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«La
música humana es tanto más bella cuanto más se adapte a las leyes
musicales del universo». La liturgia debe ser cósmica, es decir,
abierta al canto de los ángeles «que rodean a Dios e iluminan el
universo». «Nosotros, al celebrar la Santa Misa, nos incorporamos a
esta liturgia que siempre nos precede. Nuestro canto es participación
del canto y la oración de la gran liturgia que abarca toda la
creación». Por tanto, en la liturgia, los cantos deberían ser tales que
se puedan cantar en presencia de los ángeles. Los instrumentos son el
coro de las criaturas que acompañan la voz del hombre en la alabanza
divina.
Pues bien, sobre estos principios, reformulamos la
pregunta: ¿puede utilizarse la guitarra en la liturgia? Creemos que no
puede excluirse de plano, sino que su aceptación dependerá del tipo de
música que se sirva de ella, y de su modo de ejecución.
En la música litúrgica judía, se utilizaban instrumentos de cuerda para
«acompañar» (y subrayamos este verbo, «acompañar») el canto de los
salmos. De hecho, «psalterio», viene del griego, «psallein» (traducción del hebreo «zamir»,
que significa «pulsar» (una cuerda) o «puntear», y salmodiar es cantar
con acompañamiento de una cítara o un arpa, o un instrumento afín. De
aquí se puede colegir la exclusión de la guitarra «rasgueada», que
privilegia el ritmo, y se pone sobre la palabra y al nivel de los
sentidos. En efecto, la guitarra así tocada, resuena en el corazón,
pero no lo eleva.
Los Papas siempre se han preocupado de
corregir los abusos en materia de música litúrgica, sobre todo para que
la liturgia no se confunda con una teatralización de tipo operístico.
Así, por ejemplo, Benedicto XIV, en la Encíclica Annus Qui,
de 1749, delimitó el uso de los instrumentos musicales, admitiendo:
«...el órgano, también violones, violoncelos, fagotes, violas y
violines» y excluyendo «los timbales, los coros de caza, las trompetas,
los oboes, las flautas, los flautines, los salterios modernos, las
mandolinas e instrumentos similares, que sólo sirven para hacer la
música más teatral». Aquí se circunscriben las guitarras. Sin embargo,
la preocupación estaba dirigida no tanto a ciertos instrumentos sino a
aquellos que representaban este tipo de música. «De forma semejante,
Pío X intentó, entonces, alejar la música operística de la liturgia,
declarando el canto gregoriano y la gran polifonía de la época de la
renovación católica (con Palestrina como figura simbólica destacada)
como criterio de la música litúrgica. Así, la música litúrgica se ha de
distinguir claramente de la música religiosa en general...» (J.
RATZINGER, El espíritu de la liturgia..., 169).
Si tenemos en cuenta el uso actual de la guitarra, esto es, para el
folclore o canto popular, el canto melódico, incluso, el rock (con la
guitarra eléctrica), no parece que sea un instrumento adecuado para la
liturgia, pero si se toca con arte y punteando, de manera que sirva de
acompañamiento, creemos que podría usarse, como pueden usarse la cítara
y el arpa. El problema, de todos modos, estaría en ¿para qué tipo de
música que sea apta para la liturgia, puede ser utilizada la guitarra como instrumento de acompañamiento? ¿Y a qué textos velará con su sonido?
Tal vez su uso litúrgico, pues, se vea reducido al acompañamiento de
los salmos en la liturgia de las horas, a modo de cítara o arpa. Esto
no obsta a que se use este hermoso instrumento para otro tipo de cantos
religiosos, pero extra-litúrgicos, así como por ejemplo, en algún tipo
de reuniones y jornadas.
La Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II, establece: «Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos,
como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un
esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar
poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.
En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos,
a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica
territorial competente, a tenor del artículo 22, Par. 2, 37 y 40,
siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a
la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los
fieles» (n. 120).
En cuanto a los aplausos en la liturgia,
digamos, ante todo, que se oponen al decoro y la belleza propios de la
liturgia. Se trata del culto de la Esposa de Cristo, en el que deben
resplandecer el orden, la mesura, y las manifestaciones contenidas.
Hay manifestaciones artísticas que se introducen en la liturgia para
hacerla más atractiva, como por ejemplo la inclusión de una danza antes
del Evangelio, que generalmente terminan en aplausos espontáneos por
parte de los fieles, «lo cual está justificado, -dice el Card.
Ratzinger, si se tiene en cuenta, propiamente hablando, su talento
artístico». Pero, -concluye el actual Pontífice-, «cuando se aplaude
por la obra humana dentro de la liturgia, nos encontramos ante un signo
claro de que se ha perdido totalmente la esencia de la liturgia...» (El espíritu de la liturgia. Una introducción, ed. Cristiandad, Madrid 2001, 223).
Cuando se aplaude, ¿a quién se aplaude? Si se aplaude a una persona por
un discurso, o porque ha hecho sus votos religiosos, o se ha casado, o
porque ha cantado muy bien, etc, estamos ante una desnaturalización de
la liturgia, que es el culto que se tributa a Dios y no al hombre,
aunque sea porque se quiera alabar en el hombre, las “maravillas” de
Dios.
Por el contrario, si es a Dios a quien se aplaude, entonces hay que
decir que la liturgia tiene sus modos de alabar a Dios y de expresar el
júbilo, y es mediante las aclamaciones, esto es, el canto del Aleluya, del Amen, del Deo gratias,
etc. Los aplausos están muy ligados al uso profano. Pongamos un
ejemplo. Así como en la liturgia hay modos propios de saludar y no cabe
un cotidiano y vulgar “¡Buenos días!”, sino un bíblico (aunque no menos
sencillo), “¡El Señor esté con vosotros!”, acompañado de un extender y
juntar los brazos por parte del que saluda (como un modo estilizado y
litúrgico del abrazo humano), así tampoco caben los aplausos en señal
de aprobación o confirmación, o bien como expresión de júbilo, pues
estos sentimientos del alma tienen su modo estilizado en las
aclamaciones.
(Fuente: El teólogo responde)