viernes, 31 de julio de 2009

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE AGOSTO

Intención General: Para que la opinión pública se ocupe más del problema de los millones de desplazados y refugiados y se encuentren soluciones concretas para su situación frecuentemente trágica. Intención Misionera: Para que a los cristianos, que en no pocos países son discriminados y perseguidos a causa del nombre de Cristo, se les reconozcan los derechos humanos, la igualdad y la libertad religiosa, de modo que puedan vivir y profesar libremente su fe.

miércoles, 29 de julio de 2009

LITURGIA Y RUTINA

Gustar de la liturgia, es saciar el hambre que tenemos de Dios. La liturgia se saborea como manjar exquisito puesto por Dios a nuestra disposición, para saciar nuestra sed. Recorrer las páginas del Misal Romano es sentir el paso y el peso de tantos siglos de tradición que nos han dejado oraciones y textos de alabanza, súplica y acción de gracias al Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo, que repetimos con un sentido nuevo cada vez.

Comprender las partes de la Misa

A alguna gente, románticos de corazón, le gusta pensar que el culto de los primeros cristianos era puramente espontáneo e improvisado. Les gusta imaginar a los primeros creyentes con un entusiasmo tan desbordante que la alabanza y la acción de gracias se traducía en una profunda plegaria en cuanto la Iglesia se reunía para partir el pan. A fin de cuentas, ¿quién necesita un misal para gritar “te quiero”?

En tiempos, yo también creía eso. Si embargo, el estudio de las Sagradas Escrituras y la Tradición me llevó a ver el buen sentido de la ordenación del culto.

Desde los tiempos de San Pablo, vemos a la Iglesia interesarse por la precisión ritual y la etiqueta litúrgica. Creo que hay una buena razón para esto. Suplico paciencia a mis amigos románticos cuando digo que el orden y la rutina no son necesariamente cosas malas. De hecho, son indispensables para una vida buena, piadosa y pacífica. Sin programaciones y rutinas, pocas cosas podríamos llevar a cabo en nuestra labor diaria. Sin frases hechas, ¿cómo serían nuestras relaciones humanas? Todavía no he encontrados padres que se cansen de escuchar a sus hijos repetir la vieja frase “gracias”. Aún no he encontrado una esposa que esté harta de escuchar “te quiero”.

La fidelidad a nuestras rutinas es una forma de mostrar el amor. No trabajamos, o agradecemos, o mostramos afecto sólo cuando realmente nos apetece. El amor verdadero es el amor que vivimos con constancia, y esa constancia se manifiesta en rutinas.

La liturgia es formadora de hábitos

Las rutinas no son una buena teoría. Funcionan en la práctica. El orden hace que la vida sea más pacífica, más eficiente y más eficaz. De hecho, cuantas más rutinas desarrollamos, más eficaces somos. Las rutinas nos libran de la necesidad de ponderar pequeños detalles una vez y otra; las rutinas permiten adquirir buenos hábitos, liberando la mente y el corazón para que puedan expandirse.

Los ritos de la liturgia cristiana son las frases hechas que han pasado la prueba del tiempo: el “gracias” de los hijos de Dios, el “te quiero” de la Iglesia, Esposa de Cristo. La liturgia es el hábito que nos hace altamente eficientes, no sólo en la “vida espiritual”, sino en la vida general, puesto que la vida hay que vivirla en un mundo que ha sido hecho y redimido por Dios.

La liturgia compromete a la persona entera: cuerpo, alma y espíritu. Recuerdo la primera vez que asistí a un acto litúrgico católico, una celebración de las Vísperas en un seminario bizantino. Mi pasado y formación calvinistas no me habían preparado para la experiencia: el incienso y los iconos, las postraciones e inclinaciones, el canto y las campanas. Todos mis sentidos estaban elevados. Después, un seminarista me preguntó: “¿qué te parece?”. Todo lo que pude decir fue: “Ahora sé por qué Dios me dio un cuerpo: para dar culto al Señor con Su pueblo en la liturgia”. Los católicos no sólo oyen el Evangelio. En la liturgia, lo escuchamos, lo vemos, lo olemos y lo gustamos.

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

domingo, 26 de julio de 2009

EL ARTE DE CELEBRAR EL SERVICIO LITÚRGICO

El artículo que sigue, fue publicado en el diario "L"Osservatore Romano el 4 de agosto de 2008. Al celebrarse ahora el Año Sacerdotal, su contenido tiene amplia vigencia por tratar una materia de suma importancia en la vida sacerdotal. Los clérigos y todos cuantos ejercen un oficio litúrgico deben tener muy en cuenta todo lo que concierne al "Ars Celebrandi", de manera que la liturgia manifieste claramente su contenido que la liga a lo divino.

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Una reflexión a la luz del magisterio eclesiástico

Para celebrar el servicio litúrgico con arte, el sacerdote no debe recurrir a artificios mundanos sino enfocarse en la verdad de la Eucaristía. La Ordenación General del Misal Romano señala: “También el presbítero… cuando celebra la Eucaristía, debe servir a Dios y al pueblo con dignidad y humildad, y en el modo de comportarse y de proclamar las divinas palabras, dar a conocer a los fieles la presencia viva de Cristo”. El sacerdote no inventa nada, sino que con su servicio debe hacer llegar tanto como sea posible a los ojos y a los oídos, pero también al tacto, gusto y olfato de los fieles, el Sacrificio y la Acción de Gracias de Cristo y de la Iglesia, a cuyo misterio tremendo pueden acercarse aquellos que se han purificado de los pecados. ¿Cómo podemos acercarnos a Él si no tenemos los sentimientos de Juan, el Precursor: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya"? (Jn 3, 30). Si queremos que el Señor camine con nosotros, tenemos que recuperar esta conciencia. De lo contrario, privamos a nuestro acto de devoción de su eficacia: el efecto depende de nuestra fe y nuestro amor.

El Sacerdote no es el dueño de los Misterios

El Sacerdote es ministro, no dueño, es administrador de los misterios: los sirve y no los usa para proyectar sus propias ideas teológicas o políticas y su propia imagen, al punto que los fieles queden enfocados en él en lugar de mirar a Cristo, que está significado en el Altar, y presente sobre el Altar, y elevado en la Cruz.

*Como el Santo Padre advirtió recientemente, la cultura de la imagen en el sentido del mundo, marca y condiciona también a los fieles y a los pastores. La televisión italiana, como comentario a este discurso, mostró una concelebración en la que algunos sacerdotes hablaban por teléfonos celulares.

*Del modo de celebrar la Misa se pueden deducir muchas cosas: la sede del celebrante, en muchos lugares, ha descentrado a la cruz y al tabernáculo ocupando el centro de la iglesia, a veces superando en importancia al altar, terminando por parecerse a una cátedra episcopal que en las iglesias orientales está fuera del iconostasio, claramente visible hacia un lado. Esto era así también para nosotros, antes de la reforma litúrgica.

*El ars celebrandi consiste en servir al Señor con amor y temor: esto es lo que se expresa con los besos al altar y a los libros litúrgicos, inclinaciones y genuflexiones, señales de la Cruz e incensaciones de la gente y de los objetos, gestos de ofrenda y de súplica, y la ostensión del Evangeliario y de la Santa Eucaristía.

Ahora, tal servicio y estilo del sacerdote celebrante, o como gustan decir, del presidente de la asamblea –término que lleva a malentender la liturgia como un acto democrático – puede verse en su preparación en la sacristía, en silencio y recogimiento para la gran acción que está por realizar; en su camino hacia el altar que debe ser humilde, no ostentoso, sin mirar a derecha y a izquierda, casi buscando el aplauso. De hecho, el primer acto es la inclinación o genuflexión delante de la cruz o el tabernáculo, en síntesis delante de la Presencia divina, seguido del beso reverente al altar y eventualmente la incensación. El segundo acto es la señal de la cruz y el sobrio saludo a los fieles. El tercero es el acto penitencial, que debe realizarse profundamente y con los ojos bajos, mientras que los fieles podrían arrodillarse como en el antiguo rito - ¿por qué no? – imitando al publicano que agradó al Señor. Las lecturas serán proclamadas como Palabra no nuestra y, por tanto, con tono claro y humilde. Así como el sacerdote, inclinado, pide que sean purificados sus labios y su corazón para anunciar dignamente el Evangelio, ¿por qué no podrían hacerlo los lectores, si no visiblemente como en el rito ambrosiano, al menos en su corazón? No se levantará la voz como en una plaza y se mantendrá un tono claro para la homilía, pero sumiso y suplicante para las oraciones, solemne si se cantan. El sacerdote se preparará inclinado para celebrar la anáfora con “espíritu humilde y corazón contrito”.

El asombro Eucarístico

Tocará los santos dones con asombro – el asombro Eucarístico del que ha hablado a menudo Juan Pablo II – y con adoración, y purificará los vasos sagrados con calma y atención, según el pedido de tantos padres y santos. Se inclinará sobre el pan y sobre el cáliz al decir las palabras de Cristo en la consagración y al invocar al Espíritu Santo para la súplica o epíclesis. Los elevará separadamente fijando la mirada en ellos en adoración, bajándolos, luego, en meditación. Se arrodillará dos veces en adoración solemne. Continuará la anáfora con recogimiento y tono orante hasta la doxología, elevando los santos dones en ofrenda al Padre. Recitará el Padrenuestro con las manos levantadas, y sin tomar de la mano a otros, porque eso es propio del rito de la paz; el sacerdote no dejará el Sacramento en el altar para dar la paz fuera del presbiterio. Fraccionará la Hostia de un modo solemne y visible, se arrodillará ante la Eucaristía y orará en silencio pidiendo ser librado de toda indignidad para no comer y beber la propia condenación, y pidiendo también ser custodiado para la vida eterna por el santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Cristo. A continuación, presentará la Hostia a los fieles para la Comunión, suplicando Domine, no sum dignus e, inclinado, será el primero en comulgar. Así dará ejemplo a los fieles.

*Después de la Comunión, se hará la acción de gracias en silencio, la cual, mejor que sentados, puede hacerse de pie en señal de respeto o de rodillas, si es posible, como Juan Pablo II ha hecho hasta el final, con la cabeza inclinada y las manos juntas; esto, con el fin de pedir que el don recibido sea remedio para la vida eterna, como se dice mientras se purifican los vasos sagrados. Muchos fieles lo hacen y son un ejemplo para nosotros. El sacerdote, después del saludo y la bendición final, se dirige al altar para besarlo y eleva los ojos a la cruz, o se inclina o arrodilla frente al tabernáculo. Luego vuelve a la sacristía, recogido, sin disipar con miradas o palabras la gracia del misterio celebrado. De este modo, los fieles serán ayudados a comprender los santos signos de la liturgia, que es un asunto serio, y en el que todo tiene un sentido para el encuentro con el misterio presente.

*Pablo VI, en la instrucción Eucharisticum mysterium llama la atención sobre una verdad central expuesta por Santo Tomás: “Este sacrificio, como la misma pasión de Cristo, aunque se ofrece por todos, sin embargo «no produce su efecto sino en aquellos que se unen a la pasión de Cristo por la fe y la caridad... y les aprovecha en diverso grado, según su devoción»”. La fe es una condición para la participación en el sacrificio de Cristo con todo mi ser. ¿En qué consiste la acción de los fieles, a diferencia de la del sacerdote que consagra? Ellos recuerdan, dan gracias, ofrecen y, dispuestos de modo conveniente, comulgan sacramentalmente. La expresión más intensa está en la respuesta a la invitación del sacerdote, poco antes de la anáfora: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de Su Nombre, para nuestro bien y el toda su santa Iglesia”.

*Sin la fe y la devoción del sacerdote no hay ars celebrandi y no es favorecida la participación del fiel, sobre todo la percepción del misterio. Porque el Señor, “conoce nuestra fe y entrega” (cfr. Canon Romano) que se expresa en los gestos sagrados, las inclinaciones, las genuflexiones, las manos juntas, el estar arrodillados. La falta de devoción en la liturgia impulsa a muchos fieles a abandonarla y a dedicarse a formas de piedad secundarias, ampliando la brecha entre éstas y aquella.

*Dado que la sagrada liturgia es un acto de Cristo y de la Iglesia, y no el resultado de nuestra habilidad, no prevé un éxito al cual aplaudir. La liturgia no es nuestra sino Suya.

La tradición de la Iglesia

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en la instrucción Redemptionis Sacramentum recuerda al sacerdote la promesa de la ordenación, renovada cada año en la Misa crismal, de celebrar “devotamente y con fe y devoción los misterios de Cristo para gloria de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia” (cfr. 31). Él está llamado a actuar en la Persona de Cristo, y, por tanto, debe imitarlo en el acto supremo de la oración y del ofrecimiento, no debe deformar la liturgia en una representación de sus ideas, ni cambiar o agregar algo arbitrariamente: “El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal” (ibíd. 11). La Misa no es propiedad del sacerdote o de la comunidad. La instrucción expone detalladamente cómo debe ser celebrada correctamente la Misa, de eso se trata el ars celebrandi: los seminaristas deben ser los primeros en aprenderlo cuidadosamente a fin de poder ponerlo en práctica como sacerdotes.

*Benedicto XVI, en la Sacramentum caritatis (38-42) trata el tema del ars celebrandi, entendido como el arte de celebrar rectamente y lo presenta como condición para la participación activa de los fieles: “El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes” (38). En la nota 116, la Propositio 25 especifica que “una auténtica acción litúrgica expresa la sacralidad del Misterio eucarístico. Ésta debería reflejarse en las palabras y las acciones del sacerdote celebrante mientras intercede ante Dios, tanto con los fieles como por ellos”. Luego, la exhortación recuerda que “El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado” (40). Tratando del arte sagrado, llama a la unidad entre altar, crucifijo, tabernáculo, ambón y sede (41): con atención a la secuencia que revela el orden de importancia. Junto con las imágenes, también el canto debe servir para orientar la compresión y el encuentro con el misterio. El obispo y el presbítero están llamados a expresar todo esto en la liturgia, que es sagrada y divina, de manera que se manifieste verdaderamente el Credo de la Iglesia.

(©L'Osservatore Romano - 4- agosto 2008)

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

miércoles, 22 de julio de 2009

¿CANTIDAD O CALIDAD?

Las homilías de Mons. Carmelo Giaquinta son para no dejarlas pasar. Tienen un real sentido de la oportunidad y de la actualidad y una forma directa en su estilo.

En este año sacerdotal no está de más analizar las causas de la escasez de vocaciones, pero ¿que vale más la cantidad o la calidad? Veamos:

Homilía de monseñor Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia para el décimo sexto domingo durante el año

(19 de julio 2009)

I. La miseria de estar “como ovejas sin pastor”

1. Las miserias del hombre son muchas, y Jesús se compadece de todas: del ciego, del leproso, de la madre viuda, de la multitud hambrienta. Pero hay una que le rompe el corazón: que el pueblo esté como ovejas sin pastor. Entonces él mismo se ofrece como solución: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato” (Mc 6,34).

2. La fórmula “estar como ovejas sin pastor” designa, en el antiguo Israel, una de las peores miserias que el pueblo pudiera sufrir. Moisés, a punto de morir, le ruega a Dios “que ponga al frente de esta comunidad un hombre que la guíe en todos sus pasos, y al que ellos obedezcan en todo. Así la comunidad del Señor no estará como una oveja sin pastor” (Num 27,17). Más tarde, el profeta Miqueas le anuncia al rey Ajab su ruina, pues “he visto a todo Israel disperso por las montañas, como ovejas sin pastor” (1 Re 22,17; 2 Cro 18,16).

II. ¿Cantidad o calidad de los pastores?

3. La cuestión de la falta de pastores se ha vuelto clásica, pues en la Iglesia se habla de “la falta de vocaciones” como tal vez nunca antes. Es, ciertamente, una cuestión de cantidad, como lo dice el mismo Jesús: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt 9,37). Sin embargo, con la primera lectura, tomada de Jeremías 23,1-6, la Iglesia quiere plantearnos el problema de la falta de vocaciones desde la otra cara: la calidad. Sobran malos pastores y faltan buenos: “¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal! –oráculo del Señor. Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo. Ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones, -oráculo del Señor” (Jer 23,1-3).

4. Que en Israel falten buenos pastores y sobren malos: es un problema endémico que atraviesa el Antiguo Testamento. El mejor testigo de ello es el profeta Ezequiel en el capítulo 34. Y para que no pensemos que es una cuestión sólo del pasado, sino que nos atañe también hoy, la Iglesia, todos los años, nos propone a los clérigos el comentario que San Agustín hace a dicho capítulo. Comienza así: “Como no faltan pastores a quienes les gusta el nombre de pastor, pero no cumplen, en cambio, con las obligaciones del pastor, no estará mal que recordemos lo que dice el Señor por boca del profeta sobre esos tales” (cf. Liturgia de las Horas, semanas 24ª/25ª). Un siglo después, San Gregorio Magno atestigua lo mismo: “Para una mies abundante, son pocos los trabajadores. Al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Miren cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio” (Liturgia de las Horas, San Lucas, 18 octubre).

III. Jesús, prototipo del Pastor, entre la multitud y la “solitud”

5. La escena evangélica de hoy nos pinta a Jesús y a sus discípulos en una situación de tensión entre la atención a la gente y la necesidad de oración y de descanso: “Él les dijo: ‘Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco’. Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer” (Mc 6,31). Marcos es quizá el evangelista que mejor pinta el asedio que sufre Jesús de parte de la gente. Pero es, a la vez, el que mejor lo pinta acudiendo al descanso y a la oración antes o después de estar con el pueblo. El frustrado descanso de la escena leída hoy, es compensado con lo que Marcos dice poco después de la multiplicación de los panes: “Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar” (6,46). Lo mismo nos dice al comienzo de su escrito cuando describe otra jornada intensa de Jesús: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (1,35).

IV. “Año sacerdotal” y estilo de vida

6. El ideal de vida apostólica de Jesús ha inspirado innumerables reglas de vida, como las que tienen las congregaciones clericales. Ninguna agota el ideal de Jesús. Ninguna es, por lo mismo, necesaria. Pero es del todo necesario que los clérigos adoptemos un estilo de vida coherente con la vocación y misión recibidas. Hemos de conjugar armoniosamente estar con la multitud de los hombres y estar en la “solitud” de la oración personal con Dios. Son dos tensores que nos sostienen en alto. Si se afloja uno, nuestra vida de pastor se derrumba.

Esta es, posiblemente, la mejor lección que se desprende de la figura de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, de cuyo nacimiento celebramos el 150º aniversario. Para ello necesitamos la oración ferviente de Uds., los fieles.

Mons. Carmelo Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia

(Fuente: AICA)

lunes, 20 de julio de 2009

PARA NO QUEDARSE CON LO QUE LE DICEN

América: ¿«lenguas cortadas»?

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Como ejemplo clamoroso y actual del olvido (o ma­nipulación) de la historia, como señal de una verdad cada vez más en peligro, pensemos en lo que ha ocu­rrido a la vista de 1992, el año del Quinto Centenario del desembarco de Cristóbal Colón en las Américas. Ya hemos hablado ampliamente de ello. Aquí nos limitamos a examinar un aspecto concreto de ese acontecimiento.

Anticipemos ya que el descubrimiento, la con­quista y la colonización de América latina —central y meridional— vieron el trono y el altar, el Estado y la Iglesia estrechamente unidos. En efecto, ya desde el principio (con Alejandro VI), la Santa Sede reco­noció a los reyes de España y de Portugal los de­rechos sobre las nuevas tierras, descubiertas y por descubrir, a cambio del «Patronato»: es decir, la mo­narquía reconocía como una de sus tareas principales la evangelización de los indígenas, y se encargaba de la organización y los gastos de la misión. Un sistema que también presentaba sus inconvenientes, limi­tando por ejemplo, en muchas ocasiones, la libertad de Roma; pero que sin embargo resultó muy eficaz —por lo menos hasta el siglo XVIII, cuando en las cortes de Madrid y Lisboa empezaron a ejercer influen­cia los «filósofos» ilustrados, los ministros masones— porque la monarquía se tomó muy en serio la tarea de difusión del Evangelio.

Por lo tanto, las polémicas que ya han nacido so­bre este pasado implican también a la Iglesia, por su estrecho vínculo con el Estado, en la acusación de «genocidio cultural». Que, ya se sabe, siempre em­pieza por el «corte de la lengua»: o sea la imposición a los más débiles del idioma del conquistador.

Pero tal acusación sorprenderá a quien tenga co­nocimiento de lo que realmente pasó. A propósito de esto escribió cosas importantes el gran historiador (y filósofo de la historia) Arnold Toynbee, no católico y por lo tanto fuera de toda sospecha. Este célebre es­tudioso observaba que, atendiendo su fin sincero y desinteresado de convertir a los indígenas al Evan­gelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), los misioneros en todo el imperio español (no sólo en Centro y Sudamérica, sino también en Filipinas), en lugar de pre­tender y esperar que los nativos aprendieran el cas­tellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas.

Y lo hicieron con tanto vigor y decisión (es Toyn­bee quien lo recuerda) que dieron gramática, sintaxis y transcripción a idiomas que, en muchos casos, no habían tenido hasta entonces ni siquiera forma es­crita. En el virreinato más importante, el de Perú, en 1596 en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en el vi­rreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita. Y lo mismo pasó con otras lenguas: el náhuatl, el guaraní, el tarasco...

Esto era acorde con lo que se practicaba no sólo en América, sino en el mundo entero, allá donde llegaba la misión católica: es suyo el mérito indiscutible de haber convertido innumerables y oscuros dialectos exóticos en lenguas escritas, dotadas de gramática, diccionario y literatura (al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana, dura difusora solamente del inglés). Último ejemplo, el somalí, que era lengua sólo hablada y adquirió forma escrita (ofi­cial para el nuevo Estado después de la descoloni­zación) gracias a los franciscanos italianos.

Pero, como decíamos, son cosas que ya debería saber cualquiera que tenga un poco de conocimiento de la historia de esos países (aunque parecían igno­rarlo los polemistas que empezaron a gritar a la vista de 1992).

Pero en estos años un profesor universitario es­pañol, miembro de la Real Academia de la Lengua, Gregorio Salvador, ha vertido más luz sobre el asunto. Ha demostrado que en 1596 el Consejo de In­dias (una especie de ministerio español de las colo­nias), frente a la actitud respetuosa de los misioneros hacia las lenguas locales, solicitó al emperador una orden para la castellanización de los indígenas, o sea una política adecuada para la imposición del caste­llano. El Consejo de Indias tenía sus razones a nivel administrativo, vistas las dificultades de gobernar un territorio tan extenso fragmentado en una serie de idiomas sin relación el uno con el otro. Pero el em­perador, que era Felipe II, contestó textualmente: «No parece conveniente forzarlos a abandonar su len­gua natural: sólo habrá que disponer de unos maes­tros para los que quisieran aprender, voluntaria­mente, nuestro idioma.» El profesor Salvador ha observado que detrás de esta respuesta imperial es­taban, precisamente, las presiones de los religiosos, contrarios a la uniformidad solicitada por los políti­cos.

Tanto es así que, precisamente a causa de este freno eclesiástico, a principios del siglo XIX, cuando empezó el proceso de separación de la América es­pañola de su madre patria, sólo tres millones de per­sonas en todo el continente hablaban habitualmente el castellano.

Y aquí viene la sorpresa del profesor Salvador. «Sorpresa», evidentemente, sólo para los que no co­nocen la política de esa Revolución francesa que tanta influencia ejerció (sobre todo a través de las sectas masónicas) en América latina: es suficiente ob­servar las banderas y los timbres estatales de este continente, llenos de estrellas de cinco puntas, trián­gulos, escuadras y compases.

Fue, en efecto, la Revolución francesa la que estruc­turó un plan sistemático de extirpación de los dialec­tos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, en esto también, al Ancien Régime, que era, en cambio, el reino de las autonomías también cultu­rales y no imponía una «cultura de Estado» que despo­jara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.

Fueron pues los representantes de las nuevas repúblicas —cuyos gobernantes eran casi todos hom­bres de las logias— los que en América latina, ins­pirándose en los revolucionarios franceses, se dedi­caron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Fue desmontado todo el sistema de protección de los idiomas precolombinos, construido por la Igle­sia. Los indios que no hablaban castellano quedaron fuera de cualquier relación civil; en las escuelas y en el ejército se impuso la lengua de la Península.

La conclusión paradójica, observa irónicamente Salvador, es ésta: el verdadero «imperialismo cultu­ral» fue practicado por la «cultura nueva», que sus­tituyó la de la antigua España imperial y católica. Y por lo tanto, las acusaciones actuales de «genocidio cultural» que apuntan a la Iglesia hay que dirigirlas a los «ilustrados».

Fuente: “Leyendas negras de la Iglesia” de Vittorio Messori. Tomado de: La Buhardilla de Jerónimo.org

viernes, 17 de julio de 2009

Esto es lo que esperan los fieles del sacerdote

El Santo Padre Benedicto XVI al pronunciar su homilia en la pasada celebración del Corpus Christi, dijo lo que sigue, al referirse a los sacerdotes con ocasión del "año sacerdotal":

“[…] Me dirijo particularmente a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto a Él podáis vivir vuestra vida como sacrificio de alabanza para la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podréis sacar aquella fecundidad espiritual que es generadora de esperanza en el ministerio pastoral. Recuerda san León Magno que “nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en lo que recibimos” (Sermo 12, De Passione 3,7, PL 54). Si esto es cierto para todo cristiano, lo es más aún para nosotros, los sacerdotes. ¡Convertirse en Eucaristía! Que éste sea precisamente nuestro constante deseo y compromiso a fin de que la ofrenda del cuerpo y de la sangre del Señor que hacemos sobre el altar, esté acompañada por el sacrificio de nuestra existencia. Cada día saquemos del Cuerpo y Sangre del Señor aquel amor libre y puro que nos hace dignos ministros de Cristo y testigos de su alegría. Esto es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo de una auténtica devoción por la Eucaristía; les gusta verlo transcurrir largos momentos de silencio y de adoración frente a Jesús, como hacía el santo Cura de Ars, a quien recordaremos particularmente durante el casi inminente Año Sacerdotal.

San Juan María Vianney solía decir a sus feligreses: “Venid a la comunión… Es cierto que no sois dignos, pero la necesitáis” (Bernard Nodet, Le curé d’Ars. Sa pensée - Son coeur, éd. Xavier Mappus, Paris 1995, p. 119). Con la conciencia de ser indignos a causa de los pecados pero necesitados de nutrirnos del amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía. ¡No hay que dar por descontada esta fe! Existe hoy el riesgo de una secularización creciente también dentro de la Iglesia, que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones privadas de aquella participación del corazón que se expresa en veneración y respeto por la liturgia. Es siempre fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándonos abrumar por la actividad y las preocupaciones terrenas. […] ”

De la homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la Solemnidad de Corpus Christi, 11 de junio de 2009.

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

martes, 14 de julio de 2009

El arte sagrado, si es auténtido, remite a Dios

El tema preferente de este blog es la liturgia, que también comprende el arte sagrado. Por tanto no podía dejar de incluir la homilía que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció en ocasión de reabrir al culto la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, ejemplo de que el arte sagrado auténtico remite a la gloria de Dios. Una vez más debo agradecer a "La Buharilla de Jerónimo.blogspot.com, de donde fué tomado este trabajo.

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Se realiza hoy, a pocos días de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo y de la clausura del Año Paulino, mi deseo de poder reabrir al culto la Capilla Paulina. En las Basílicas Papales de San Pablo y de San Pedro hemos vivido las solemnes celebraciones en honor de los dos Apóstoles; esta tarde, casi como complemento, nos recogemos en el corazón del Palacio Apostólico, en la Capilla que ha sido querida por el Papa Pablo III y realizada por Antonio da Sangallo el Joven, precisamente como lugar reservado de oración para el Papa y para la Familia pontificia. Ayudan a meditar y a rezar de manera muy eficaz las pinturas y las decoraciones que la embellecen, en particular los dos grandes frescos de Miguel Ángel Buonarroti, que son los últimos de su larga existencia. Representan la conversión de Pablo y la crucifixión de Pedro.

La mirada es atraída sobre todo por el rostro de los dos Apóstoles. Es evidente, ya desde su posición, que estos dos rostros juegan un rol central en el mensaje iconográfico de la Capilla. Pero, más allá de la posición, nos llevan enseguida más allá de la imagen: nos interrogan y nos inducen a reflexionar.

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Pablo

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Principalmente, detengámonos sobre Pablo: ¿por qué está representado con un rostro tan anciano? Es el rostro de un hombre anciano, mientras que sabemos – y lo sabía bien también Miguel Ángel – que la llamada de Saulo en el camino de Damasco ocurrió cuando tenía cerca de treinta años. La elección del artista nos lleva fuera del puro realismo, nos hace ir más allá de la simple narración de los eventos para introducirnos en un nivel más profundo. El rostro de Saulo-Pablo – que es el del mismo artista ya anciano, inquieto y en busca de la luz de la verdad - representa el ser humano necesitado de una luz superior. Es la luz de la gracia divina, indispensable para adquirir una nueva vista con la cual percibir la realidad orientada a la “esperanza que os espera en los cielos” – como escribe el Apóstol en el saludo inicial de la Carta a los Colosenses, que hemos escuchado recién (1,5).

El rostro de Saulo caído en tierra es iluminado desde lo alto, por la luz del Resucitado y, a pesar de su dramatismo, la representación inspira paz e infunde seguridad. Expresa la madurez del hombre interiormente iluminado por Cristo Señor, mientras alrededor gira una serie de eventos en el que todas las figuras se encuentran como en un remolino. La gracia y la paz de Dios han envuelto a Saulo, lo han conquistado y transformado interiormente. Esa misma “gracia” y esa misma “paz” anunciará él a todas sus comunidades en sus viajes apostólicos, con una madurez de anciano, no anagráfica sino espiritual, donada por el Señor mismo. Aquí, por lo tanto, en el rostro de Pablo, ya podemos percibir el corazón del mensaje espiritual de esta Capilla: el prodigio de la gracia de Cristo que transforma y renueva al hombre mediante la luz de su verdad y de su amor. En esto consiste la novedad de la conversión, de la llamada a la fe, que encuentra su realización en el misterio de la Cruz.

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Pedro

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Del rostro de Pablo pasamos así al de Pedro, representado en el momento en que la cruz dada vuelta es levantada y él se vuelve a ver quien lo está observando. También este rostro nos sorprende. La edad representada aquí es la correcta, pero es la expresión la que nos maravilla e interroga. ¿Por qué esta expresión? No es una imagen de dolor, y la figura de Pedro comunica un sorprendente vigor físico. La cara, especialmente la frente y los ojos, parecen expresar el estado de ánimo del hombre frente a la muerte y el mal: hay como un desconcierto, una mirada aguda, tendida, casi buscando algo o a alguien, en la hora final. Y también en los rostros de las personas que están alrededor resaltan los ojos: reflejan miradas inquietas, algunos incluso asustados o extraviados.

¿Qué significa todo esto? Es lo que Jesús había dicho a su Apóstol: “Cuando seas viejo, otro te llevará donde tú no quieras”; y el Señor había añadido: “Sígueme” (Jn. 21, 18.19). Precisamente ahora se realiza la culminación del seguimiento: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa de Dios, toda lo absurdo de la violencia y de la mentira. Si a esta Capilla se viene a meditar, no se puede escapar de la radicalidad de la cuestión planteada por la cruz: la cruz de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y la cruz de Pedro, su Vicario sobre la tierra.

Los dos rostros, sobre los que se detiene nuestra mirada, están uno frente al otro. Más aún, se podría pensar que el de Pedro está dirigido precisamente al rostro de Pablo, el cual, a su vez, no ve pero lleva en sí la luz de Cristo resucitado. Es como si Pedro, en la hora de la prueba suprema, buscase aquella luz que ha dado la verdadera fe a Pablo. En este sentido, entonces, los dos íconos pueden convertirse en dos actos de un único drama: el drama del Misterio pascual: Cruz y Resurrección, muerte y vida, pecado y gracia.

El orden cronológico entre los acontecimientos representados está tal vez invertido pero emerge el plan de la salvación, aquel plan que el mismo Cristo ha realizado en sí mismo llevándolo a cumplimiento, como hemos cantado poco antes en el himno de la Carta a los Filipenses. Para quien viene a rezar en esta Capilla, y principalmente para el Papa, Pedro y Pablo se convierten en maestros de fe. Con su testimonio invitan a avanzar en profundidad, a meditar en silencio el misterio de la Cruz que acompaña a la Iglesia hasta el fin de los tiempos, y a acoger la luz de la fe, gracias a la cual la Comunidad apostólica puede extender hasta los confines de la tierra la acción misionera y evangelizadora que le ha confiado Cristo resucitado. Aquí no se hacen solemnes celebraciones con el pueblo. Aquí el Sucesor de Pedro y sus colaboradores meditan en silencio y adoran al Cristo viviente, presente especialmente en el santísimo Sacramento de la Eucaristía.

La Eucaristía es el sacramento en el que se concentra toda la obra de la Redención: en Jesús Eucaristía podemos contemplar la transformación de la muerte en vida, de la violencia en amor. Escondida bajo los velos del pan y del vino, reconocemos con los ojos de la fe la misma gloria que se manifestó a los Apóstoles después de la Resurrección, y que Pedro, Santiago y Juan contemplaron anticipadamente en el monte, cuando Jesús se transfiguró delante de ellos: evento misterioso, la Transfiguración, que el gran cuadro de Simón Cantarini vuelve a proponer en esta Capilla con fuerza singular.

En realidad, sin embargo, toda la Capilla – los frescos de Lorenzo Sabatini y Federico Zuccari, las decoraciones de otros numerosos artistas convocados aquí en un segundo momento por el Papa Gregorio XIII -, todo, podríamos decir, confluye aquí en un mismo y único himno a la victoria de la vida y de la gracia sobre la muerte y el pecado, en una sinfonía de alabanza y de amor a Cristo redentor que resulta altamente sugestiva.

Queridos amigos, al final de esta breve meditación, quisiera agradecer a cuantos han cooperado para que nosotros pudiésemos gozar nuevamente de este lugar sagrado completamente restaurado: al Profesor Antonio Paolucci y su predecesor el Doctor Francesco Buranelli que, como Directores de los Museos Vaticanos, se han ocupado de esta importantísima restauración; los diversos operadores especialistas que, bajo la dirección artística del Profesor Arnold Nesselrath, han trabajado sobre los frescos y sobre la decoración de la Capilla y, en particular, el Maestro Inspector Maurizio De Luca y su asistente Maria Pustka, que han dirigido los trabajos y han intervenido sobre los dos murales de Miguel Ángel, sirviéndose de la consulta de una comisión internacional formada por estudiosos de reconocida fama. Mi reconocimiento va también al Cardenal Giovanni Lajolo y a sus colaboradores del Governatorato, que han prestado especial atención a la obra. Y naturalmente un caluroso y debido agradecimiento dirijo a los beneméritos bienhechores católicos, americanos y no, es decir a los Patrons of the Arts, generosamente comprometidos en la salvaguardia y valorización del patrimonio cultural en el Vaticano, los cuales han hecho posible el resultado que hoy admiramos. A todos y a cada uno llegue la expresión de mi reconocimiento más cordial.

Dentro de poco, cantaremos el Magníficat. María Santísima, Maestra de oración y de adoración, junto con los santos Pedro y Pablo, obtenga abundantes gracias a cuantos vengan con fe a esta Capilla. Y nosotros esta tarde, agradecidos a Dios por sus maravillas y especialmente por la muerte y resurrección de su Hijo, elevamos a Él nuestra alabanza también por esta obra que hoy se completa. "A Aquel es que capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y para siempre! Amén" (Ef. 3, 20-21).

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

lunes, 13 de julio de 2009

UNA REALIDAD QUE DUELE

Falta de fe en la presencia real.

Por Deborah Morlani

La Sagrada Liturgia es uno de los lugares más importantes donde debiéramos comenzar nuestras consideraciones cada vez que dirigimos nuestra atención hacia los problemas en la fe, o al deseo de volver a poner énfasis o reafirmar alguna verdad de fe. Esto se desprende naturalmente como una extensión del antiguo principio de lex orandi, lex credendi (reafirmado en el Catecismo de la Iglesia Católica, que señala que “la Iglesia cree como ora”) y también se ajusta a la experiencia y a la razón, que comprenden la importancia de las acciones y la práctica en relación con los principios y las creencias.

En algunas instancias esta relación es más indirecta, pero en otras es mucho más directa. Un ejemplo de esto último es una crisis de fe que es bien conocida hoy en muchos lugares, a saber: la falta de fe en la Presencia Real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Abundan las historias de irreverencias y abusos contra el Santísimo. Los católicos culpables de tales cosas no son, muy probablemente, ni maliciosos ni malintencionados. En lugar de esto, lo que sucede es que tienen poco o ningún sentido de lo que hacen y de a Quien se lo están haciendo. A menudo, ni siquiera es culpa de ellos, ya que la culpa debe adjudicarse en gran parte al pobre estado de la Sagrada Liturgia durante años en muchas parroquias, unido con una catequesis ausente o distorsionada.

La Sagrada Liturgia es el corazón y el torrente sanguíneo de la Iglesia. Nuestro acercamiento a la misma, por tanto, es capaz de transmitir claramente las creencias de la fe católica, pero también es capaz de oscurecerlas o distorsionarlas, lo que tiene claramente un efecto adverso. Si los textos y las ceremonias aprobadas de la Liturgia se siguen con fidelidad, belleza y reverencia, los fieles serán llevados, más probablemente, al sentido y a la fe en la Presencia Real. En contraste con esto, si la Misa se propone como un concierto de culto y alabanza, como una conferencia o una reunión comunitaria, entonces es mucho más probable que los fieles no vayan a tener ningún sentido o comprensión de la Eucaristía.

Por supuesto que podemos leer y hablar sobre la Presencia Real, pero es especialmente mediante la experiencia del encuentro con Cristo en la Liturgia que el corazón es movido a la fe y al amor. No considerar a la Liturgia como una parte de la solución es ignorar tanto esta realidad como la enseñanza de la Iglesia que sostiene que la Liturgia es fuente y cumbre de la fe cristiana: “es el lugar privilegiado de la catequesis [de los fieles]”, dado que “la catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental” (CATIC 1074).

A muchos preocupa, y con razón, la poca fe en la Presencia Real en sus parroquias, pero lo que a menudo queda fuera de las discusiones sobre este asunto es una demasiado común exclusión, e incluso una negación, no sólo de la importancia primordial de la Sagrada Liturgia a la hora de buscar una solución; directamente se niega que la Liturgia tenga importancia alguna. Las soluciones que a menudo se enumeran son tener más catequesis, más adoración eucarística, y dar la Comunión de rodillas y en la lengua. Todas estas cosas ayudarán sin duda, son todas buenas e incluso necesarias. Pero si no tratamos de la necesidad de unas celebraciones apropiadas, reverentes y bellas de la Sagrada Liturgia, probablemente continuaremos viendo una ausencia de fe o una fe distorsionada en la Presencia Real.

Como el Santo Padre Benedicto XVI nos ha enseñado tan profundamente en Sacramentum Caritatis, “la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada” (SC 64), y “es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya gusto por la belleza. También hay que respetar y cuidar los ornamentos, la decoración, los vasos sagrados, para que, dispuestos de modo orgánico y ordenado entre sí, fomenten el asombro ante el misterio de Dios, manifiesten la unidad de la fe y refuercen la devoción” (SC 41).

(Fuente la Buhardilla de Jerónimo.com)

domingo, 5 de julio de 2009

Jesús, Buen Pastor, que has querido guiar a tu pueblo mediante el ministerio de los sacerdotes: ¡gracias por este regalo para tu Iglesia y para el mundo! Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros: cuídalos y concédeles el ser fieles. Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo, siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos. Te rogamos por quienes se están preparando para servir como pastores: que sean disponibles y generosos para dejarse moldear según tu corazón. Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas: que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte, que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora, que te descubran como el verdadero Tesoro y estén dispuestos a dar la vida "hasta el extremo". Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre de Luján, y San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, en este Año Sacerdotal. Amén.
Conferencia Episcopal Argentina

sábado, 4 de julio de 2009

La desobediencia está lastimando a la Iglesia

En este año sacerdotal, cuyo lema es "Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote", no está de más conocer algunas opiniones acerca de las realidades, con las que los católicos tropezamos en nuestro camino eclesial. No está demás, digo, porque conociéndolas debe animarnos más en la oración por la santificación de nuestros sacerdotes, lo cual implica también una firme adhesión al magisterio de la Iglesia, expresado en las decisiones del Santo Padre y los Obispos en comunión con él. Por eso, publico el texto que sigue tomado de "La Buhardilla de Jerónimo", un blog que leo con sumo interés. Espero que sirva de verdadera ayuda para todos.

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Nuevas y valientes declaraciones del obispo inglés Patrick O'Donoghue, ya conocido por nuestros lectores por su análisis de la realidad actual de la Iglesia y por su coherente decisión en defensa de la vida.

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"Los obispos que tienen profundas diferencias teológicas con el Papa están socavando la unidad de la Iglesia Católica", ha declarado un prominente obispo inglés.

El obispo Patrick O'Donoghue dijo que tales diferencias provocan que los párrocos ignoren la autoridad de sus obispos.

“La idea de que pueda haber diferencias teológicas entre un obispo y el Papa es simplemente una cosa increíble de admitir, pero es la verdad. Supongo que si los sacerdotes ven a los obispos mostrando infidelidad al Papa, no es nada sorprendente que, a su vez, muestren infidelidad a su obispo. Todos sabemos lo que Jesús dijo acerca de una casa dividida”.

Y agregó: “No es fuera de lo común que entre los sacerdotes surjan camarillas contra el Obispo, que ignoran con desdén sus directivas y consejo. Algunas veces, parece que el párroco y la parroquia declaran UDI [Declaración Unilateral de Independencia] del obispo y de la diócesis. También existe el peligro de que esto pase en la actitud de un grupo de obispos frente al Papa reinante”.

El obispo dijo que esta desunión crea una “conspiración de silencio” en la Iglesia. “Este cocktail de disenso, desobediencia e infidelidad ha resultado en lo que llamo ‘una conspiración de silencio’ entre grupos en la Iglesia. No hay diálogo real ni buena disposición para hablar abierta y honestamente acerca de nuestras diferencias”.

“Por ejemplo, no sé por qué mis documentos ‘¿Listos para la misión?’ se chocaron contra una pared de silencio entre los obispos de este país. Lo único que hice fue reiterar la enseñanza de la Iglesia, pero esto ha sido tratado como algo inaceptable, indecible. ¿Por qué?”.

El Obispo O’Donoghue ofreció su análisis en un retiro para sacerdotes de la diócesis de Northampton en Ars, la parroquia de San Juan María Vianney en Francia, en mayo. Llamó la atención al hecho de que “incontables sacerdotes, laicos e incluso obispos, creen que son libres para decidir por sí mismos qué significa ser católico”. Sugirió que la aceptación de la enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad sexual es una “prueba de fuego” para los católicos.

“Por ejemplo, hemos sido testigos de un general rechazo a la perenne enseñanza de la Iglesia contra la contracepción. Esta es la prueba de fuego de la aceptación de la obediencia en la Iglesia. ¿Cuántos sacerdotes respaldan el rechazo claro como el cristal que la Gaudium et Spes hace de la contracepción, rechazo sostenido por los papas sucesivos – Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI? ¡Si rechazamos su enseñanza en este asunto, estamos diciendo, como sacerdotes, que sabemos más que el Sucesor de Pedro! ¿Es esto sostenible en un sacerdote?”.

El obispo O'Donoghue no solo criticó el disenso liberal, sino que también tuvo palabras agudas para los tradicionalistas que, dijo, tienen el peligro de caer en el “liturgismo”.

Dijo: “Con esto me refiero a la tendencia entre el clero y algunos laicos de centrarse solamente en la liturgia y en la vida sacramental, ignorando nuestra misión de salir del edificio de la Iglesia al mundo, donde vive la humanidad sufriente. Durante un siglo la Iglesia ha estado diciendo que la justicia social debería ser tanto una preocupación para los católicos como el atender a la Misa dominical. ¿Cuántos creen esto? ¿Cuántos sacerdotes animan a esto?”.

El obispo O'Donoghue también habló de la vida de San Juan María Vianney, cuyo 150 aniversario se celebra este año y quien es el patrono del Año Sacerdotal, trazando paralelos entre los desafíos enfrentados por el santo párroco y los desafíos que los sacerdotes enfrentan hoy.

Sostuvo que San Juan María Vianney tuvo un “agudo sentido de la necesidad de la salvación”, y que lo expresó en “todo su ser sacerdotal”. El obispo O'Donoghue urgió a los sacerdotes que lo escuchaban a reflexionar sobre un número de cuestiones relativas a sus roles e identidad como sacerdotes en el mundo moderno. Esto incluyó preguntas sobre las tendencias al consumismo y al alcohol; y sobre confrontar el mal y el verdadero arrepentimiento.

También les preguntó: “¿Es posible hablar hoy con los jóvenes acerca de la salvación? ¿Es necesario ir a confesarse regularmente? ¿Qué creen que diría el Cura de Ars?”. El P. Paul Ardí, un sacerdote que participó en el retiro, dijo: “Fue muy bueno. Habló de los desafíos que enfrentamos – si los evadimos, o si los enfrentamos”.

(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo.com)

miércoles, 1 de julio de 2009

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE JULIO

Intención General: Para que los cristianos de medio oriente puedan vivir su fe con plena libertad y ser instrumentos de reconciliación y de paz. Intención Misionera: Para que la Iglesia sea germen y núcleo de una humanidad reconciliada y reunida en la única familia de Dios, mediante el testimonio de todos los fieles en las diversas naciones del mundo.