miércoles, 19 de diciembre de 2012

María, madre y virgen, cantada por los padres de la Iglesia

Para preparar nuestra Navidad, es conveniente recurrir a los textos siempre actuales de nuestros santos padres. Aquí uno de ellos:
 
San Efrén de Nisibe. Mesopotamia, siglo IV

«Dilexit Ecclesiam» amó a la Iglesia Católica

 
Himno XI De la Natividad

 
A tu madre, Señor nuestro, nadie sabe
cómo llamarla; que si uno la llama virgen,
ahí está su hijo; y si casada,
ningún hombre ha conocido.
Si hasta tu madre es inabarcable,
¿quién podrá abarcarte a Ti?
Madre tuya, en efecto, lo es sólo ella,
pero es hermana tuya, junto con todos.
Ella es tu madre, y tu hermana.
También es tu esposa, igual que las mujeres castas.
Con toda clase de adornos las has embellecido,
¡Tú, Belleza de tu madre!
Ella estaba desposada según la naturaleza,
antes de que vinieses. Y quedó encinta,
al margen de la naturaleza,
cuando viniste, ¡oh, Santo!
Y era virgen
cuando te daba santamente a luz.
Contigo adquirió María
toas las propiedades de las mujeres casadas:
el niño en su seno, sin unión carnal;
la leche en sus pechos, de una manera insólita.
A la tierra sedienta la hiciste de pronto
una fuente de leche.
Si ella pudo llevarte,
es que tu montaña inmensa aligeró su peso;
si pudo darte de comer, es porque Tú quisiste tener hambre;
si pudo darte de beber, es porque Tú quisiste tener sed;
si pudo abrazarte, es porque el fuego, misericordioso,
protegió su regazo.
¡Tu madre es un prodigio! Entró el Señor a ella,
y se volvió siervo; entró el Hablante,
y se quedó mudo en ella;
entró el Trueno, y acalló su voz;
entró el Pastor de todos,
y se volvió en ella cordero, que salía balando.
El seno de tu madre ha trastocado los órdenes.
El que dispone todas las cosas entró siendo rico,
y salió pobre; entró a ella ensalzado,
y salió humilde;
entró a ella resplandeciente,
y se vistió para salir
de pálidos colores.
Entró el héroe, y se revistió de temor
en el interior del seno; entró el que a todos provee,
y adquirió hambre; el que a todos da de beber,
y adquirió sed;
desnudo, despojado,
salía de ella el que a todos viste.

Traducción de Javier Martínez - arzobispo de Granada 2004.12.25

(Fuente: Conocereis de verdad.org)

 

jueves, 6 de diciembre de 2012


Lo que sigue es un hermoso texto del padre Cantalamesa, a propósito de la solemnidad que celebraremos el día 8 de diciembre próximo. Invito a su lectura dado el enfoque  particular que el predicador de la Curia Vaticana le da al tema.

Fiesta de la belleza - Diciendo que María es la Inmaculada decimos de ella dos cosas, una negativa y una positiva: negativamente, que ha sido concebida sin la «mancha» del pecado original; positivamente, que ha llegado al mundo llena ya de toda gracia. En esta palabra está la explicación de todo lo que María es. El Evangelio de la fiesta lo subraya haciendo que volvamos a escuchar la palabra del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».


La palabra gracia tiene dos significados. Puede significar favor, perdón, amnistía, como cuando decimos de un condenado a muerte que ha obtenido gracia. Pero puede significar también belleza, fascinación, amabilidad. El mundo de hoy conoce bien este segundo sentido de gracia, es más, el único que conoce.


También en la Biblia gracia tiene estos dos significados. Indica ante todo y primariamente el favor divino gratuito e inmerecido que, en presencia del pecado, se traduce en perdón y misericordia; pero indica después también la belleza que se deriva de este favor divino, lo que llamamos el estado de gracia.


En María hallamos estos dos significados de gracia. Ella es «llena de gracia» ante todo porque ha sido objeto de un favor y de una elección únicos; ella ha sido también «agraciada», esto es, salvada gratuitamente por la gracia de Cristo. (¡Ella fue preservada del pecado original, «en previsión de los méritos de Cristo»!). Pero es «llena de gracia» también en el sentido de que la elección de Dios la ha hecho resplandeciente, sin mancha, «toda bella», «tota pulchra», como le canta la Iglesia en esta fiesta.


Si la Inmaculada Concepción es la fiesta de la gracia y de la belleza, ésta tiene algo importantísimo que decirnos hoy. La belleza nos toca a todos, es uno de los alicientes más profundos de la acción humana. El amor por ella nos une a todos. «El mundo será salvado por la belleza», dijo Dostoievski. Pero debemos añadir inmediatamente, el mundo también puede perderse por la belleza.


¿Por qué tan frecuentemente la belleza se transforma en una trampa mortal y en causa de delitos y de lágrimas amargas? ¿Por qué muchas personificaciones de la belleza, a partir de la Helena de Homero, han sido causa de enormes lutos y tragedias y muchos modernos mitos de belleza (el último del de Marilyn Monroe) acabaron de forma tan triste?


Pascal dice que existen tres órdenes de grandeza, o categorías de valores, en el mundo: el orden de los cuerpos y de las cosas materiales, el orden de la inteligencia y del genio, y el orden de la bondad o santidad. Pertenecen al primer orden la fuerza, las riquezas materiales; pertenecen al segundo orden el genio, la ciencia, el arte; pertenecen al tercer nivel la bondad, la santidad, la gracia.


Entre cada uno de estos niveles y el sucesivo hay un salto de calidad casi infinito. Al genio no quita ni pone nada el hecho de ser rico o pobre, bello o feo; su grandeza se sitúa en un plano diferente y superior. De la misma forma, al santo no añade ni quita nada el hecho de ser fuerte o débil, rico o pobre, un genio o un iletrado: su grandeza se sitúa en un plano diferente e infinitamente superior. El músico Gounod decía que una gota de santidad vale más que un océano de genio.


Todo lo que Pascal dice de la grandeza en general, se aplica también a la belleza. Existen tres tipos de belleza: la belleza física o de los cuerpos, la belleza intelectual o estética, y la belleza moral y espiritual. Igualmente aquí entre un plano y el sucesivo hay un abismo.



La belleza de María Inmaculada se sitúa en el tercer plano, el de la santidad y de la gracia, más aún, constituye su vértice, después de Cristo. Es belleza interior, hecha de luz, de armonía, de correspondencia perfecta entre la realidad y la imagen que tenía Dios al crear a la mujer. Es Eva en todo su esplendor y perfección, la nueva Eva.

¿Es que los cristianos despreciamos o tenemos miedo de la belleza, en el sentido ordinario del término? En absoluto. El Cantar de los Cantares celebra esta belleza en la esposa y en el esposo, con entusiasmo insuperado y sin complejos. También ella es creación de Dios, es más, la flor misma de la creación material. Pero decimos que ella debe ser siempre una belleza «humana», y por ello reflejo de un alma y de un espíritu. No puede ser abajada al rango de belleza puramente animal, reducida a puro reclamo para los sentidos, a instrumento de seducción, a sex appeal. Sería deshumanizarla.

Todos podemos hacer algo para entregar a las generaciones que vendrán un mundo un poco más bello y limpio, si no de otra forma eligiendo bien lo que dejamos entrar en nuestra casa y en nuestro corazón, a través de las ventanas de los ojos. Aquello que fue para María el punto de partida en la vida es para todo creyente el punto de llegada. También la Iglesia de hecho está llamada a ser un día «sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada» (Ef 5, 27).
 
(Fuente: Conocereis de verdad.org)



 

 

 

martes, 4 de diciembre de 2012

¿Hay una tercera venida?


El Adviento en algunos Padres de la Iglesia

 TRES VENIDAS

Algunas lecturas de la Liturgia de las Horas subrayan admirablemente el sentido del Tiempo de Adviento, preparación para la Navidad.

En las lecturas patrísticas de la Liturgia de las Horas, se encuentran –en la primera semana de Adviento- dos que subrayan admirablemente el sentido de este tiempo litúrgico de preparación para la Navidad. Nos enseñan o recuerdan que nos hallamos en un tiempo intermedio entre la primera venida de Cristo y la futura, al final de los tiempos. Estamos en camino. La primera venida de Cristo, por la encarnación del Verbo -con todo lo que implica desde la concepción de Jesús en el seno inmaculado de María hasta su ascensión a los Cielos-, es el formidable trampolín de esperanza, que nos lanza seguros hacia la definitiva Patria.

«Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo».

Consuelo porque todavía no poseemos la gloria eterna que nos prepara el Señor. Descanso, porque, a pesar de las contrariedades y dificultades de este tiempo, en esperanza, poseemos ya el fin. Por eso, la alegría del cristiano está asegurada, por encima de todos los eventos de la tierra.

 

DOMINGO 1º DE ADVIENTO

De las cartas pastorales de San Carlos Borromeo, obispo (Catequesis 15, 1-3: PG, 33, 870-874) (Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)

Las dos venidas de Cristo

Ha llegado, hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña -que la venida de Cristo no solo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió-, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron. con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

 

MIÉRCOLES DE LA 1ª SEMANA DE ADVIENTO

De los Sermones de San Bernardo, abad (Sermón 5 en el Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, edición cisterciense, 4, 1966. 188-190)

Vendrá a nosotros la Palabra de Dios

Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando -como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última venida, todos contemplarán  la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria.

- Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos sobre la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. He leído también en otra parte: El que teme al Señor obrará bien. Pero veo que se dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su palabra. ¿Dónde debe guardarla? No hay duda que en el corazón, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Conserva tú también la palabra de Dios, porque son dichosos los que la conservan. Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien sacia tu alma con este manjar delicioso.

Si guardas así la palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y, así como el primer Adán irrumpió en todo el hombre y lo llenó y envolvió por completo, así ahora lo poseerá totalmente Cristo, que lo ha creado y redimido y que también un día lo glorificará.

(Fuente: Arvo.org)

 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Tiempo de preparación


En el tiempo de Adviento nos preparamos para revivir el nacimiento de Cristo Jesús en Belén y renovamos nuestra fe en su regreso glorioso al final de los tiempos. Nos disponemos a la vez a reconocerlo presente ya entre nosotros y a acogerlo en nuestro corazón con las mismas disposiciones, si fuera posible, con que le recibió su Santísima Madre. Esto es la esencia de la vida cristiana: que Cristo viva en mí.

«Ven, Señor Jesús» (cf Ap 22, 20), reza en su liturgia la Iglesia. Vino hace veinte siglos, nació en Belén, creció en Nazaret, se entregó al sacrificio de la Cruz, murió y resucitó al tercer día. A la derecha del Padre, es Señor del

Universo y de la Historia, como celebrábamos el último del año litúrgico. Desde allí ha de venir a juzgar al mundo, lleno de poder y majestad.

La visión de Juan en el Apocalipsis es impresionante. Su rostro se compara al resplandor del sol. Luz cegadora para quienes desean habitar en la oscuridad; fascinante para quienes aspiran a la verdad completa. De sus ojos proceden como llamaradas de fuego y de su boca una espada aguda de doble filo. Se trata de metáforas para expresar de algún modo lo inexpresable. El poder y la magnificencia. Solo pueden inspirar terror a los adversarios empecinados. El Apocalipsis de Juan es la gran consolación de los fieles. No un consuelo fácil sino la revelación del final de la gran historia, la historia de la salvación.

Los que habrán sido fieles, perseverantes hasta el final, recibirán la corona de la vida.

La revelación despierta el entusiasmo, la adoración, una alegría inmensa. Fascinan las imágenes del poder, de la gloria, de la majestad que ha de poseer el hombre Cristo. En Él habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Gal 2,9)0.

Su palabra penetra y transforma, llena de la amorosa sabiduría del Padre y renueva. Es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Nadie ha de temer. Ha venido a llamar a los pecadores a conversión. El Justo Juez nos ha mostrado su infinita misericordia. Nació en un pesebre. Ha entrado en nuestra historia por la puerta de una gruta, un establo, con humildad infinita. Es el misterio al que nos conducirá el Adviento. Deseamos asimilarlo profundamente. Para ello, para entender algo de su contenido, es muy necesario que recordemos lo celebrado el pasado domingo. ¿Quién es este niño por nacer? Suyo es todo el poder, suyo el honor, suya la gloria. Las metáforas más brillantes no pueden expresarlo del todo.

Es necesario orar para recuperar el sentido de la grandeza de Dios, como la Virgen Madre cuando cantó el Magníficat. ¡Mi alma engrandece al Señor! Mi mente ha de navegar contra la corriente que minimiza o intenta anular al Creador y el sentido de lo sagrado. De lo contrario tampoco entenderíamos a qué viene celebrar la Navidad, ni por qué le valió la pena a Dios hacerse hombre, entregarse a una Pasión ignominiosa y entrar en el mundo por el establo.

Es preciso meterse en el clima del Adviento. Benedicto XVI ha recordado que «adviento» no significa esperar algo que todavía no ha llegado. Esperamos a alguien que ha llegado ya, pero no del todo, no plenamente. Tenemos fe, pero necesitamos mucha más, para que el nombre de cristiano responda a la realidad de un vivir en Cristo. Es preciso volver al Bautismo, cuando Cristo vino a vivir en nuestra vida. Cristo era la vida de san Pablo, al extremo de que ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Esto, nos dice el Papa, es privilegio de todo aquel que acaba de bautizarse. Y es responsabilidad del bautizado acoger esa misteriosa vida de Cristo incipiente y conducirla a plenitud. «Por la fe, Cristo habita en nuestros corazones» (Ef 3, 17). Esto es real. Si la fe va informada por el amor, la vida de Cristo es real en el cristiano. El cristiano resulta ser así otro Cristo, más aún, en cierto sentido, el mismo Cristo. Naturalmente siempre, en este mundo quedará una tarea por realizar: la de identificar más y más nuestra mente con la mente de Cristo, nuestro corazón con el corazón de Cristo; nuestras afectos, sentimientos, todo. Según la personalidad de cada uno, que ésta lejos de sufrir por ello, se purifica y potencia.

El Adviento nos prepara para revivir un nacimiento singular. No es el nacimiento de un niño más, sino de niño que tras la muerte resucitará. Por eso es la gran fiesta de la vida. Si no, estaríamos simplemente ante el nacimiento de un ajusticiado. Más valdría un funeral. Al resucitar, será glorificado, transformado de tal modo que podrá superar cualquier barrera, incluso la que media entre cualquier yo y el tú; y podrá vivir en mí, si yo me abro a Él. Es el misterio del Cristo total, el misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, Comunión de los santos. Por el cual ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo (Gal 3, 28).

Todo esto no son palabras o deseos irrealizables, tampoco esperanzas de futuro. Son realidades presentes, actuales. De lo que se trata es de ponderarlas, adentrarse en ellas y vivir de ellas. «El justo vive de la fe» (Rm 1, 17). Vivir de la fe es no poder vivir ni un momento sin la fe. Es darse cuenta de que la fe es vida, la verdadera vida, la vida de Cristo en mí y yo en su Cuerpo, la Iglesia. La Iglesia no se identifica con una estructura jerárquica, aunque la necesite en la tierra. La Iglesia es, en expresión de san Pablo, el Cuerpo de Cristo (Ef 1, 23), del cual soy miembro, como el que más. Ningún miembro puede decir a otro: no te necesito; o bien: tú eres menos importante que yo (cf 1 Co 12, 27).

Si cada uno vive en Cristo, todos somos igualmente importantes (cf 1 Co 12, 14ss).

En el tiempo de Adviento vivimos mediante la fe la realidad de la presencia de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia y en nuestro cuerpo, que es - formando unidad con el alma espiritual - miembro del Cuerpo de Cristo. La Comunión sacramental nos convierte en concorpóreos y consanguíneos con Cristo y esta comunión, por la fe, permanece de modo inefable, aunque las especies sacramentales se destruyan en nuestro organismo. La vida que nos ha dado Cristo - en el Espíritu del que somos templo - permanece; de suyo es eterna. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Jn 6, 55).

Si esto es así, ¿por qué la Iglesia reza, desde la vigilia del primer domingo de Adviento, «con la alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada: ¡Ven Señor, no
tardes!?». Y continúa: «Esperamos alegres tu venida». ¿Por qué? Porque el Nacimiento de Jesús en Belén nos remite a la llamada Parusía, que nosotros, en romance, traducimos por Adviento. «Adviento», como explica el papa Benedicto XVI, no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rendía culto y regalaba a sus fieles el tiempo de su parusía. Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios aún no es total, está en proceso de crecimiento y maduración.

Somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. Su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, Hoy ha nacido Cristo, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre, una mujer, permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo. Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo.

La luz viva de la fe vivida nos permite vivir en un futuro que ya es presente aunque todavía «ha de venir». Cristo debe crecer en cada uno y debe crecer en el mundo y en la historia, hasta su segunda venida visible en poder y majestad.

San Bernardo lo dice admirablemente: conocemos tres venidas del Señor.

-En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y vivió como uno más entre los hombres, revestido de la debilidad de la carne. Unos lo amaron, otros lo odiaron.

-En la última contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y, mirarán a quien traspasaron (Jn 19, 27), en el esplendor de su gloria.

-La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia. Es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Subraya san Bernardo que «estas cosas que decimos sobre la venida intermedia, no son invención nuestra, puesto que el mismo Señor ha dicho: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. Y en otra parte: El que teme al Señor obrará bien. Y se dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su palabra en el corazón […] Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, tu alma se deleitará con un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien sacia tu alma con este manjar delicioso. Si guardas así la palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial [Jesucristo]. Y, así como el primer Adán irrumpió en todo el hombre y lo llenó y envolvió por completo, así ahora lo poseerá totalmente Cristo, que lo ha creado y redimido y que también un día lo glorificará».

Por lo tanto, este es tiempo de ensanchar el corazón y la mente. La mente para la
verdad que es Cristo. Para abrazarlo entero de Principio a Fin, desde el seno del Padre eterno al seno temporal de María Virgen, pasando por el corazón nuestro, hoy, ahora, dejándonos llenar y llevar con el deseo hasta la Segunda Venida en triunfo, gloria y majestad. Esta, aunque todavía no ha llegado, la vivimos en la esperanza específica del anticipo, lo cual forma parte integrante y necesaria del vivir cristiano. De lo contrario no estaríamos viviendo de fe cristiana, en la fe viva del discípulo del Señor y así seríamos los más miserables de los hombres (cf 1 Cor 15, 20). Pero no es así.

Entremos en el Adviento. Iniciemos el camino hacia Belén acompañando a María y a José. Vamos a conocer el rostro de Dios. Vamos a conocer a Jesús mediante su Madre.

Contemplemos y estudiemos a su Madre que es también Madre Nuestra, para contemplar y estudiar a Jesús, Dios y hombre verdadero. Dediquemos algún tiempo. Los Evangelios. El Catecismo de la Iglesia Católica o su Compendio. Preparemos el belén. Será un viaje no exento de dificultades, fascinante.

 (Fuente . arvo.net)

 

 

Intenciones del Santo Padre para el mes de diciembre

Intención General: Para que los migrantes sean acogidos en todo el mundo con generosidad y amor auténtico, especialmente por las comunidades cristianas.
Intención Misionera: Para que Cristo se revela a toda la humanidad con la luz que emana de Belén y se refleja en el rostro de la Iglesia.