jueves, 4 de diciembre de 2014

Te traigo un texto con una breve historia del tiempo de adviento. Espero que te ayude a vivirlo más intensamente.
 

La palabra Adviento proviene del latín "Adventus" que significa la venida. En un principio con este término se denominaba al tiempo de la preparación para la segunda venida de Cristo o parusía y no el nacimiento de Jesús como ahora lo conocemos. Haciendo referencia a este tiempo la primitiva Iglesia meditaba sobre los pasajes evangélicos que hablan del fin del mundo, el juicio final y la invitación de San Juan Bautista al arrepentimiento y la penitencia para estar preparados.

No se sabe desde cuando se comienza a celebrar. En los antiguos leccionarios de Capua y Wursemburgo hacen referencia al Adventus Domini. En los leccionarios gregoriano y gelasiano se encuentran algunas plegarias con el título de Orationes de Adventu. Más tarde comienzan a aparecer las domínicas ante Adventum Domini, en las cuales al término adventus se le asocia con la preparación a la Navidad.

A pesar de que esta temporada es muy peculiar en las Iglesias de Occidente, su impulso original probablemente vino de las Iglesias Orientales, donde era común, después del Concilio ecuménico de Efeso en 431, dedicar sermones en los domingos previos a la Navidad al tema de la Anunciación. En Ravena Italia - un canal de influencia oriental a la iglesia de Occidente - San Pedro Crisóstomo (muerto en 450) daba estas homilías o sermones.

La primera referencia que se tiene a esta temporada es cuando el obispo Perpetuo de Tours (461-490) estableció un ayuno antes de Navidad que comenzaba el 11 de Noviembre (Día de San Martín). El Concilio de Tours (567) hace mención a la temporada de Adviento. Esta costumbre, a la cual se la conocía como la Cuaresma de San Martín, se extendió por varias iglesias de Francia por el Concilio de Macon en 581.

El período de seis semanas fue adoptado por la Iglesia de Milán y las iglesias de España. En Roma, no hay indicios del adviento antes de la mitad del siglo VI AD, cuando fue reducida - probablemente por el Papa Gregorio Magno (590-604) - a cuatro semanas antes de Navidad. La larga celebración gala dejó su presencia en libros de uso litúrgico como el Misal de Sarum (Salzburgo), que era muy usado en Inglaterra, con su domingo antes de Adviento. La llegada de Cristo en su nacimiento fue cubierta por un segundo tema, que también proviene de las iglesias galas, su Segunda venida al final de los tiempos. Este entretejido de temas de los dos advientos de Cristo da a la temporada una tensión particular entre penitencia y alegría en la espera de Cristo que está por "venir".

(Fuente: Churchforum)

 

martes, 4 de noviembre de 2014

Para tener siempre presente


La doctrina católica está contenida en el catecismo y el católico sintoniza, está  y vive de acuerdo con ella. No haga consultas a cualquiera, vaya a las fuentes. Ésta es la fe de los católicos: así enseña el Señor: ¡El que esté sin pecado, que tire la primera piedra. (cf. Jn. 8,7) A la luz de la fe no hay sólo «puros» o sólo «corruptos»: la condición humana y sus contradicciones nos unen a todos. Sólo el Padre es perfección absoluta. Al ser todos pecadores -siete veces al día-, pedimos los cristianos perdón. La petición de perdón y el don del perdón, igualmente debido al hermano.

Si quieres aprender lo que la Iglesia Católica realmente enseña, consulta  siempre el Catecismo de la Iglesia Católica: sólo allí está indefectible la Doctrina oficial de la Iglesia, ella emana de la Autoridad Apostólica. Los demás comentarios –los nuestros incluidos- son datos y pareceres. Con dolor se constatan arrogantes casos en internet; son a veces más artificios para la verborrea, moño de presuntuosidad o altanería, que un acto de sumisión al servicio catequético de la Iglesia. La humildad pasa por poner luz, serenamente como hermanos, porque hemos sido perdonados, como lo recuerda el papa emérito  Benedicto XVI, con la misma sangre de nuestro Salvador, Cristo Jesús. Así lo creemos y así lo decimos.
Consulte www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html

(Fuente: www.conocereisdeverdad.org)

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE NOVIEMBRE

INTENCIÓN UNIVERSAL: Para que las personas que sufren la soledad sientan la cercanía de Dios y el apoyo de sus hermanos.
INTENCIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN: Para que los seminaristas, religiosos y religiosas jóvenes, tengan formadores sabios y bien preparados.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Elementos fundantes de nuestra fe


"Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3).

CIC 620 Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque  "Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19).

CIC 621 Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19).

CIC 622 La redención de Cristo consiste en que él "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).

CIC 623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).

sábado, 13 de septiembre de 2014

Himno AKATHISTOS




El Akatistos es un himno litúrgico que se reza en la Iglesia Bizantina en honor a Jesucristo, a la Madre de Dios, al Espíritu Santo o a algún santo.

Su nombre derivado del griego (a =negativo, y kathistomai=sentarse) significa "no sentado" o "de pie" como se está ante el Evangelio, en señal de atención reverente.

En el rito bizantino el Akatistos a la Madre de Dios ocupa un lugar privilegiado y goza de su propia fiesta: el quinto sábado de la gran cuaresma, llamado precisamente por eso: Sábado del Akáthistos.
Se desconoce el nombre de su autor. Entonces, el himno es de todos porque es de la Iglesia.En él un gran poeta, teólogo y contemplativo supo reducir a oración todo lo que la fe profesa.
Hay en el himno tres expresiones claves: Alégrate. Aleluya. Madre, Siempre Virgen.

¡Alégrate! Palabra biblica y profética con la que el Ángel saluda a María en la Anunciación. Es la invitación de Dios al gozo por la bendición del cielo que se ofrece al mundo por María.

¡Aleluya! Es una aclamación de alabanza dirigida al Señor a quien se refieren las estrofas pares del himno, tras las cuales corresponde cantar el Aleluya porque de él proceden la gracia y la verdad que inundan a María y se derraman en el mundo por la Anunciación y la Encarnación.

¡Madre, Siempre Virgen! Esta aclamación cierra las estrofas impares que se refieren a María y une en el canto al coro con la asamblea. Ella fija la mente de los fieles en la Virgen Madre: Mujer íntimamente unida a Dios llamada Madre, Esposa; y tan libre de toda posesión humana que es llamada Virgen. Así la suprema condición humana es revestida de lo divino, pero sin perder su condición de criatura.
 
(Fuente: orientales.org)





 
 

Salve, por ti resplandece la dicha;
Salve, por ti se eclipsa la pena.
Salve, levantas a Adán, el caído;
Salve, rescatas el llanto de Eva.

Salve, oh cima encumbrada a la mente del hombre;
Salve, abismo insondable a los ojos del ángel.
Salve, tú eres de veras el trono del Rey;
Salve, tú llevas en ti al que todo sostiene.

Salve, lucero que el Sol nos anuncia;
Salve, regazo del Dios que se encarna.
Salve, por ti la creación se renueva;
Salve, por ti el Creador nace niño.

Salve, ¡Virgen y Esposa!
Salve, ¡Virgen y Esposa!



Salve, tú guía al eterno consejo;
Salve, tú prenda de arcano misterio.
Salve, milagro primero de Cristo;
Salve, compendio de todos los dogmas.

Salve, celeste escalera que Dios ha bajado;
Salve, oh puente que llevas los hombres al cielo.
Salve, de angélicos coros solemne portento;
Salve, de turba infernal lastimero flagelo.

Salve, inefable, la Luz alumbraste;
Salve, a ninguno dijiste el secreto.
Salve, del docto rebasas la ciencia;
Salve, del fiel iluminas la mente.

Salve, ¡Virgen y Esposa!
Salve, ¡Virgen y Esposa!

 

 Salve, oh tallo del verde Retoño;

Salve, oh rama del Fruto incorrupto.
Salve, al pío Arador tú cultivas;
Salve, tú plantas quien planta la vida.
Salve, oh campo fecundo - de gracias copiosas;

Salve, oh mesa repleta - de dones divinos.

Salve, un Prado germinas - de toda delicia;

Salve, al alma preparas - Asilo seguro.

Salve, incienso de grata plegaria;
Salve, ofrenda que el mundo concilia.
Salve, clemencia de Dios para el hombre;
Salve, del hombre con Dios confianza.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, Nutriz del Pastor y Cordero;
Salve, aprisco de fieles rebaños.
Salve, barrera a las fieras hostiles;
Salve, ingreso que da al Paraíso.
Salve, por ti con la tierra - exultan los cielos;

Salve, por ti con los cielos - se alegra la tierra.

Salve, de Apóstoles boca - que nunca enmudece;

Salve, de Mártires fuerza - que nadie somete.

Salve, de fe inconcuso cimiento;
Salve, fulgente estandarte de gracia.
Salve, por ti es despojado el averno;
Salve, por ti revestimos la gloria.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, oh Madre del Sol sin ocaso;
Salve, aurora del místico Día.
Salve, tú apagas hogueras de errores;
Salve, Dios Trino al creyente revelas.
Salve, derribas del trono - al tirano enemigo;

Salve, nos muestras a Cristo - el Señor y el Amigo.

Salve, nos has liberado - de bárbaros ritos;

Salve, nos has redimido - de acciones de barro.

Salve, destruyes el culto del fuego;
Salve, extingues las llamas del vicio.
Salve, camino a la santa templanza;
Salve, alegría de todas las gentes.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, levantas al género humano;
Salve, humillas a todo el infierno.
Salve, conculcas engaños y errores;
Salve, impugnas del ídolo el fraude.
Salve, oh mar que sumerge - al cruel enemigo;

Salve, oh roca
que das de beber -
a sedientos de Vida.

Salve, columna de fuego - que guía en tinieblas;

Salve, amplísima nube - que cubres el mundo.

Salve, nos diste el Maná verdadero;
Salve, nos sirves Manjar de delicias.
Salve, oh tierra por Dios prometida;
Salve, en ti fluyen la miel y la l
eche.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, azucena de intacta belleza;
Salve, corona de noble firmeza.
Salve, la suerte futura revelas;
Salve, la angélica vida desvelas.
Salve, frutal exquisito - que nutre a los fieles;

Salve, ramaje frondoso - que a todos cobija.

Salve, llevaste en el seno - quien guía al errante;

Salve, al mundo entregaste - quien libra al esclavo.

Salve, plegaria ante el Juez verdadero;
Salve, perdón del que tuerce el sendero.
Salve, atavío que cubre al desnudo;
Salve, del hombre supremo deseo.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, mansión que contiene el Inmenso;
Salve, dintel del augusto Misterio.
Salve, de incrédulo equívoco anuncio;
Salve, del fiel inequívoco orgullo.
Salve, carroza del Santo - que portan querubes;

Salve, sitial del que adoran - sin fin serafines.

Salve, tú sólo has unido - dos cosas opuestas:

Salve, tú sola a la vez - eres Virgen y Madre.

Salve, por ti fue borrada la culpa;
Salve, por ti Dios abrió el Paraíso.
Salve, tú llave del Reino de Cristo;
Salve, esperanza de bienes eternos.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, sagrario de arcana Sapiencia;
Salve, despensa de la Providencia.
Salve, por ti se confunden los sabios;
Salve, por ti el orador enmudece.
Salve, por ti se aturden - sutiles doctores;

Salve, por ti desfallecen - autores de mitos;

Salve, disuelves enredos - de agudos sofistas;

Salve, rellenas las redes - de los Pescadores.

Salve, levantas de honda ignorancia;
Salve, nos llenas de ciencia superna.
Salve, navío del que ama salvarse;
Salve, oh puerto en el mar de la vida.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, columna de sacra pureza;
Salve, umbral de la vida perfecta.
Salve, tú inicias la nu
eva progenie;
Salve, dispensas bondades divinas.
Salve, de nuevo engendraste - al nacido en deshonra;

Salve, talento infundiste - al hombre insensato.

Salve, anulaste a Satán - seductor de las almas;

Salve, nos diste al Señor - sembrador de los castos.

Salve, regazo de nupcias divinas;
Salve, unión de los fieles con Cristo.
Salve, de vírgenes Madre y Maestra;
Salve, al Esposo conduces las almas.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 

 

Salve, oh rayo del Sol verdadero;
Salve, destello de Luz sin ocaso.
Salve, fulgor que iluminas las mentes;
Salve, cual trueno enemigos aterras.
Salve, surgieron de ti - luminosos misterios;

Salve, brotaron en ti - caudalosos arroyos.

Salve, figura eres tú - de salubre piscina;

Salve, tú limpias las manchas - de nuestros pecados.

Salve, oh fuente que lavas las almas;
Salve, oh copa que vierte alegría.
Salve, fragancia de ungüento de Cristo;
Salve, oh Vida del sacro Banquete.
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 


Salve, oh tienda del Verbo divino;
Salve, más grande que el gran Santuario.
Salve, oh Arca que Espíritu dora;
Salve, tesoro inexhausto de vida.
Salve, diadema preciosa - de reyes devotos;

Salve, orgullo glorioso - de sacros ministros.

Salve, firmísimo alcázar - de toda la Iglesia;

Salve, muralla invencible - de todo el Imperio.

Salve, por ti enarbolamos trofeos;
Salve, por ti sucumbió el adversario.
Salve, remedio eficaz de mi carne;
Salve, inmortal salvación de mi alma.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

 

 

miércoles, 30 de julio de 2014

COMO EMPEZAR UNA HOMILIA

Este artículo, por referirse expresamente a la homilia, le puede ser muy útil a cualquier sacerdote o diácono, interesado en conocer algunos de los secretos de la homilética.
Sin embargo, también puede ser de interés para cualquiera que deba dirigirse personalmente a un público reunido para escuchar una carla o conferencia.
Espero que les sea de utilidad. 

En castellano existe esta expresión; "iniciar con pie derecho", que significa tener un inicio exitoso o enrumbarse bien desde el principio. Sabemos que en la predicación, como en cualquier otro género de discurso análogo, el inicio es fundamental, tanto que de él puede depender el éxito de toda la predicación. Al mismo tiempo el fracaso de una homilía puede darse en su mismo inicio. Son afirmaciones que pueden parecer un tanto extremas, pero esa es la realidad. En la moderna neurociencia se ha comprobado que el cerebro humano determina de manera casi instantánea, al inicio de un discurso, si éste va a ser interesante o no y de acuerdo al resultado de un rápido proceso mental, crea o no las disposiciones necesarias para escuchar. Es lo que se conoce popularmente como "captar la atención"; lo que observamos con un poco de sentido común lleva detrás una serie de mecanismos cerebrales bastante precisos. Se puede decir que el "enganche" inicial de nuestra audiencia no es en lo absoluto una "ruleta rusa" ni algo que dependa de la posición de los astros, sino algo que perfectamente podemos controlar y aprender a dominar. Como condición general uno de los factores determinantes es si creamos o no de manera inmediata una expectativa en quienes nos escuchan.
Veamos algunos ejemplos de inicios comunes en homilías, que no suelen ser los más cautivadores y que, como regla general, deberíamos evitar:
"En el evangelio de hoy Jesús se dirige a los fariseos y los acusa de ser 'dobles', es decir de caer en la hipocresía..." Se comienza repitiendo exactamente lo que el Evangelio acaba de decir. Es tal vez uno los vicios más frecuentas en la homilética y uno de los más nefastos".
"En primer lugar quiero expresarles mi felicidad de estar aquí con ustedes celebrando la Santa Eucaristía, en ocasión de..." Se suele usar en ocasiones especiales, cuando uno ha sido invitado a una celebración o conmemoración especial; resulta tremendamente trillado y excesivamente formal. La predicación no debe nunca reducirse a un discurso protocolar o formal. Si se debe hacer un saludo de este tipo es mejor hacerlo al inicio de la Misa, como si fuera parte del rito de inicio, pero nunca para abrir la homilía.
"Como todos muy bien sabemos, Evangelio significa "Buena Nueva", es decir el anuncio de una noticia novedosa y que es un bien para el ser humano". Debemos huir de los lugares comunes. A veces se abusa del recurso de traducir palabras como "Evangelio", "Eucaristía" o "Misa", cuando este totalmente innecesario y hasta irrelevante.
"Como afirmó en una ocasión Santa Teresa, 'humildad es andar en verdad'". Citar al inicio puede dar buenos resultados, pero sólo si la cita es sumamente original o posee una cierta carga humorística o irónica; mejor si se cita dentro de un determinado contexto. Es muy bueno utilizar citas, pero casi siempre es mejor hacerlo dentro del discurso y no al inicio.

Estos son tan sólo algunos ejemplos o lugares comunes, pero se podrían citar muchos más. En la cultura americana, por ejemplo, es muy frecuente iniciar contando una broma o un chiste que puede no tener absolutamente nada que ver con el discurso que sigue. Este fue un discurso muy utilizado por el famoso predicador Fulton Sheen; sobre esto hay que decir en primer lugar que se trata un recurso muy propio de esa escuela y que no es siempre aconsejable. Fulton Sheen, de hecho, poseía ya un grande patrimonio de fama personal como figura pública y predicador de los medios de comunicación, y era muy conocido como gran contador de chistes, arma que sabía aprovechar con astucia. Pero eso no siempre da resultados positivos, pues existe el riesgo de banalizar el discurso o la ocasión, e incluso de hacer el ridículo, lo que resulta más trágico.

Algunas maneras originales de iniciar una homilía podrían ser:
"Los seres humanos en muchas situaciones pueden llegar a niveles heroicos de desinterés y de entrega, incluso fuera del ámbito religioso; pero pueden también, tal vez con más frecuencia, demostrar una maldad y un egoísmo sin límites". Este tipo de inicio podría corresponder a una homilía en la que se hable del sentido verdadero de la caridad o del amor cristiano, a diferencia de la simple filantropía.
"¡Qué impresión deja en nosotros esta historia cada vez que la escuchamos! ¡De manera espontánea imaginamos la escena y vemos a esa madre en trance de soportar junto con sus hijos las terribles torturas! Y pensamos ¿quién podría soportar un sufrimiento tan grande?" Un poco de dramatización puede ser muy efectivo al inicio, sobre todo cuando se simpatiza con sentimientos fuertes que una lectura ha producido en la audiencia, como el relato de 2 Macabeos 7.
"Acabo de recordar algo que me dijo hace muchos años mi padre espiritual, algo acerca del pecado de la vanidad..." Es un recurso fácil para crear rápidamente expectativa; evidentemente lo que sigue tiene que ser igualmente interesante e importante, como para suscitar la identificación de los fieles con la idea.
"Si en este momento se presentara Jesús en la puerta de esta Iglesia y tratara de convencernos de algo, muy probablemente no le haríamos caso; le diríamos 'Oye, déjanos en paz que aquí estamos haciendo algo importante"
 Es una frase que escuché hace algunos años a un predicador, quien centró su homilía en la idea de que Dios nos habla de muchas maneras en nuestra vida, pero somos nosotros los que no escuchamos y no somos sensibles a sus distintas presencias.

Pero existen otros recursos sumamente útiles. Uno de ellos es el silencio; en ciertas situaciones se puede empezar con unos segundos de silencio. Pero es algo de lo que no hay que abusar, es mejor utilizarlo en situaciones muy especiales. Una vez escuché a un predicar que empezó su homilía de esta manera: acababa de proclamar el Evangelio que tiene que ver con la indisolubilidad del matrimonio, comenzó haciendo un largo silencio y luego, con una expresión muy seria dijo: "hay ciertas páginas del Evangelio que quisiéramos arrancar; preferiríamos que Jesús no hubiese dicho lo que dijo". El silencio inicial y esa frase chocante crearon un clima de absoluta atención de parte de los fieles hacia el predicador. De esta manera introdujo una excelente catequesis sobre la indisolubilidad del matrimonio en un contexto en que se hacía mucha presión política y social contra la Iglesia por el "trato" que supuestamente ella da a los divorciados. Paradójicamente la homilía no dejó de tener palabras muy convincentes de esperanza incluso para lo que se pudieran encontrar en esa situación.

Nota final: todas las reglas tienen excepciones. Y sabemos que los mejores en cualquier actividad humana se pueden dar el lujo de romper con las reglas, ya sea porque han adquirido una mayor destreza y "saben lo que hacen", o porque tienen una fama ganada que hace a sus oyentes mucho más tolerantes con ellos que con el resto de personas.

(Fuente: elartedepredicar.com)

 

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Que sentido tienen las medallas e imágenes bendecidas?


 

Las medallitas que simbolizan a María nos obtienen su intercesión, pero no son amuletos mágicos

Las imágenes de Jesús, de la Virgen, de los santos o de los arcángeles y los objetos bendecidos – como por ejemplo los crucifijos, los escapularios, las medallas – son de gran ayuda y protección contra el Maligno. Éstas deben ser usadas con fe y devoción, asociadas a una oración sincera y profunda a Dios en la confianza a la Providencia. Subrayo, entonces, que todos estos objetos no deben ser llevados como talismanes o amuletos. Se caería, de otro modo, en una actitud mágica, que es decididamente contraria a la fe.

Hablaba en otra ocasión (cfr. Credere del 8 de diciembre de 2013, ndr) de la medalla de San Benito. Hoy deseo recordar la Medalla milagrosa, en la que se simboliza a María con el escrito: “¡Oh!, María, concebida sin pecado, ora por nosotros que acudimos a ti”. Precisamente así, en 1830 la Virgen se apareció en París, en Rue du Bac, a Caterina Labouré. Por otro lado existe una gran “M” que significa “María”, y los dos corazones de Jesús y María; que significa – como será revelado en 1917 en Fátima – que la voluntad de Dios es que la Madre y el Hijo sean orados conjuntamente.

- ¿Estos objetos se bendicen preventivamente?

Ciertamente. Pero también aquí, el sentido de la bendición no es conferir al objeto una protección mágica, casi de “superpoderes”. Se trata de hacer la oración de bendición pronunciada por el sacerdote en el momento de la bendición y de pedir a Dios la gracia de aumentar las virtudes en nuestra vida cotidiana y obtener la protección y la intercesión de la persona representada y evocada en el objeto. Me sorprendo siempre cuando – en los coches, en los lugares públicos o en las casas – veo una imagen sagrada y una medialuna o una herradura cercanas. ¿Qué tienen que ver una con la otra?

(Fuente: Aleteia.org)

 

 

jueves, 1 de mayo de 2014

Intenciones del santo padre para el mes de mayo

Intención Universal: para que los medios de comunicación sean instrumentos al servicio de la verdad y de la paz.
Intención por la Evangelización:  Para que María, estrella de la Evangelización, guie la misión de la Iglesia de anunciar a Cristo a todos los pueblos.

miércoles, 30 de abril de 2014

La Música Litúrgica en nuestras parroquias.


El presente artículo publicado  en el blog "con arpas de diez cuerdas", nos deja muchos motivos para pensar en nuestras realidades parroquiales, y , por qué no decirlo, en nuestra falta de dedicación al tema que se plantea. Leerlo puede ser motivo para empezar a hacer algo.
 
Se han cumplido los 50 años desde el Concilio Vaticano II, y con este motivo se ha divulgado desde la Santa Sede un cuestionario sobre la situación de la música sacra en la actualidad.

El Concilio Vaticano II fue un acontecimiento que, como es bien sabido, tuvo notabilísimas consecuencias en el campo litúrgico en general y en el de la música sacra en particular. Las opiniones sobre los cambios acaecidos en el rito romano son diversas, pero donde sí hay un disgusto bastante unánime es en la música litúrgica. Muy pocos son los que tienen una opinión positiva de los frutos concretos que trajo aquella reforma en este campo.

Unos porque, bajo argumentos pastorales, desearían un alejamiento de la tradición de la Iglesia todavía mayor que el que ya se ha producido, reivindicando la inoculación en el culto de los lenguajes musicales más característicos del ámbito profano actual.

Otros, entre los que me encuentro, porque juzgamos como un desastre el que la música empleada en el culto católico haya dejado de ser el ámbito de belleza que -con los altibajos inevitables- siempre fue o intentó ser, para acabar degenerando en irrisión de los gentiles.

No es una exageración. Podría yo testificar ampliamente, desde la propia experiencia, acerca del desprecio que entre las personas con cierta sensibilidad o formación musical suscita esa suerte de canciones que “ambientan” las actuales celebraciones. La expresión suena a canción de misa designa el género musical más desgraciado y mediocre que pueda tenerse a la vista, por debajo incluso de los productos estereotipados de la industria musical comercial. Y suelen emplearla las mismas personas que, al margen de su cercanía o lejanía respecto de la fe, profesan una sincera admiración ante la verdadera música de la Iglesia: desde el canto gregoriano y los compositores de música sagrada de los diversos siglos, hasta las más que dignas composiciones polifónicas sencillas que nacieron del impulso renovador de San Pío X, y que todavía a mediados de los años 1960 eran cantadas habitualmente incluso por coros parroquiales populares.

Este es el fenómeno habitual hoy en día: un repertorio que apenas puede ser tolerado desde el punto de vista técnico-musical, y que desde el teológico y espiritual adolece de una pobreza si cabe mayor, por cuanto sus textos abandonaron en gran medida las fuentes litúrgicas para acogerse a unos dejes de piedad subjetiva y personal que, dados los tiempos que han venido corriendo en las últimas décadas, se escoró hacia lo racionalista, antropocéntrico y semipelagiano.

Si se piensa bien, esto no es muy de extrañar dado que el modelo del repertorio divulgado en los años 1970 y 1980 no fue tanto el corpus gregoriano, absoluta y coherentemente litúrgico y enraizado en la Escritura, como los cantos devocionales extralitúrgicos popularizados desde principios del siglo XX, que en su día nadie pensó oponer al repertorio propiamente litúrgico.

En fin, tenemos una situación en la que la música del culto ni alcanza a cumplir con las exigencias intrínsecas de la acción litúrgica, ni contribuye a edificar adecuadamente la vida sobrenatural de los fieles, ni mucho menos puede aspirar a ser como belleza y cultura algo parecido al atrio de los gentiles.

A esto hay que añadir en el plano práctico-operativo el rechazo generalizado de la figura del músico cualificado al servicio de la Iglesia (cantor, director de coro, organista), conocedor de su oficio y tratado como tal. En un fenómeno parecido al de los cálices de barro y las casullas de tergal, el músico de iglesia competente fue eliminado en favor del colaborador aficionado. Esta figura del voluntario aficionado, que sin duda es necesaria y loable allí donde no hay otra solución, no deja de denotar en iglesias de mayor tamaño y capacidad un énfasis pobrista tanto más afectado cuanto más dotada de medios es la comunidad en cuestión. Este aspecto organizativo ha tenido una importancia decisiva en la degeneración de la música sacra.

Por lo que he podido detectar en no pocas conversaciones a lo largo de los años, lo que acabo de escribir refleja bastante bien el sentir y entender de muchas personas. Desde luego resume lo que tengo pensado contestar por mi parte. Y quizá no esté lejos tampoco la raíz de que alguien en la Santa Sede haya considerado oportuno elaborar esta encuesta. Ciertamente, pueden encontrarse en ella párrafos de muy honda y necesaria reflexión.

El documento con las preguntas ha sido enviado por la Congregación para el Culto Divino y el Pontificio Consejo de la Cultura a las Conferencias Episcopales y otras instituciones de la Iglesia. Puede descargarse también en la página web del Pontificio Consejo de la Cultura.

Está destinado principalmente a las personas que trabajan en el campo de la música sacra (responsables musicales de iglesias, maestros de coro, organistas, etc.).
 
(Fuente: Raúl del Toro Sola - Blog "con arpas de diez cuerdas")

 

Homilía del papa Francisco, en Casa Santa Marta, martes 29 de mayo de 2014

«Una comunidad cristiana está en paz, testifica a Cristo y asiste a los pobres».

Toda comunidad cristiana debería comparar su vida con la que animaba la Iglesia y verificar la propia capacidad de vivir en “armonía”, de dar testimonio de la Resurrección de Cristo, de asistir a los pobres. Lo ha afirmado el Papa Francisco en la homilía de la Misa presidida esta mañana en Casa Santa Marta.
Un “icono” en tres “pinceladas”: es la que retrata a la primera comunidad cristiana descrita en los Hechos de los Apóstoles. Papa Francisco se detiene en “tres características” de este grupo, capaces de plena concordia en su interior, de dar testimonio de Cristo hacia fuera, de impedir que ninguno de sus miembros sufra la miseria: “las tres peculiaridades del pueblo renacido”.

La homilía de Papa se desarrolla a partir de lo que durante toda la semana de Pascua la Iglesia ha iluminado: “el renacer de lo Alto”, del Espíritu, que da vida, afirma, al primer núcleo de “los nuevos cristianos”, cuando “todavía no se llamaban así”.
“Tenían un solo corazón y un alma sola’. La paz. Una comunidad en paz. Esto significa que en esa comunidad no había lugar para las murmuraciones, para las envidias, para las calumnias, para las difamaciones. Paz. El perdón: ‘El amor cubría todo’. Para saber cómo está una comunidad sobre esto deberíamos preguntarnos cómo es la actitud de los cristianos. ¿Son mansos, humildes? ¿En esa comunidad hay litigios entre ellos por el poder? ¿Peleas por envidia? ¿Hay murmuraciones? Pues no están en el camino de Jesucristo. Esta característica es muy importante, porque el demonio intenta dividirnos siempre. Es el padre de la división”.

No significa que los problemas faltasen también en esa primera comunidad. El Papa Francisco recuerda “las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder” que llegaron más adelante. Por ejemplo, dice, cuando las viudas se quejaban porque no estaban bien atendidas y los Apóstoles “tuvieron que ordenar a los diáconos”. Sin embargo, dice, ese “momento fuerte” del comienzo fija para siempre la esencia de la comunidad nacida del Espíritu Santo. Una comunidad acorde y, segundo, una comunidad de testigos de la fe, sobre la que Papa Francisco invita a comparar a todas las comunidades de hoy:

“¿Es una comunidad que da testimonio de la resurrección de Jesucristo? ¿Esta parroquia, esta comunidad, esta diócesis cree verdaderamente en que Cristo ha resucitado? O dice “Sí, está resucitado, pero de aquí’, para quien lo cree solamente, el corazón está lejos de esta fuerza. Dar testimonio de que Jesús está vivo, está entre nosotros. Y así se puede entender cómo está una comunidad”.

Tercera característica sobre la que medir la vida de una comunidad cristiana son los “pobres”. Y aquí, el Papa distingue la vara de medir que se verifica en dos cosas:

“En primer lugar: ¿cómo es tu comportamiento o el comportamiento de esta comunidad con respecto a los pobres? Segundo: ¿Esta comunidad es pobre? ¿Pobre de corazón, pobre de espíritu? ¿O pone su confianza en las riquezas? ¿En el poder?

Armonía, testimonio, pobreza y atención a los pobres. Esto es lo que Jesús explicaba a Nicodemo: este nacer de lo Alto. Porque el único que puede hacer esto es el Espíritu. Esta es una obra del Espíritu. La Iglesia la construye el Espíritu. El Espíritu crea la unidad. El Espíritu te empuja hacia el testimonio. El Espíritu te hace pobre, porque Él es la riqueza y hace que tengas cuidado por los pobres”.

“Que el Espíritu Santo, concluye Papa Francisco, nos ayude a caminar por este camino de renacidos con a fuerza del Bautismo”.
(Fuente: Christifideles Tau)
 

 

viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo . Homilia del padre Raniero Cantalamessa


Texto íntegro de la predicación del padre Raniero Cantalamessa
Viernes Santo, 2014, Basílica de San Pedro
"Estaba también con ellos Judas, el traidor"

Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el resto del Nuevo Testamento. La primitiva comunidad cristiana reflexionó mucho sobre el asunto y nosotros haríamos mal en no hacer lo mismo. Tiene mucho que decirnos.

Judas fue elegido desde la primera hora para ser uno de los doce. Al insertar su nombre en la lista de los apóstoles, el evangelista Lucas escribe: «Judas Iscariote que se convirtió (egeneto) en el traidor» (Lc 6, 16). Por lo tanto, Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sombríos de la libertad humana.

¿Por qué llegó a serlo? En años no lejanos, cuando estaba de moda la tesis del Jesús «revolucionario», se trató de dar a su gesto motivaciones ideales. Alguien vio en su sobrenombre de «Iscariote» una deformación de «sicariote», es decir, perteneciente al grupo de los zelotas extremistas que actuaban como «sicarios» contra los romanos; otros pensaron que Judas estaba decepcionado por la manera en que Jesús llevaba adelante su idea de «reino de Dios» y que quería forzarle para que actuara también en el plano político contra los paganos. Es el Judas del célebre musical «Jesucristo Superstar» y de otros espectáculos y novelas recientes. Un Judas que se aproxima a otro célebre traidor del propio bienhechor: ¡Bruto que mató a Julio César para salvar la República!

Son todas construcciones que se deben respetar cuando revisten alguna dignidad literaria o artística, pero no tienen ningún fundamento histórico. Los evangelios —únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra el despilfarro del perfume precioso derramado por María sobre los pies de Jesús, no porque le importaran los pobres —hace notar Juan—, sino porque «era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro» (Jn 12,6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuanto estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de plata» (Mt 26, 15).

* * *

Pero, ¿por qué extrañarse de esta explicación y encontrarla demasiado banal? ¿Acaso no ha sido casi siempre así en la historia y no es todavía hoy así? Mammona, el dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente, «el ídolo de metal fundido» (cf. Éx 34,17). Y se entiende el porqué. ¿Quién es, objetivamente, si no subjetivamente (es decir, en los hechos, no en las intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo? ¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. Quien lo hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal. Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios: «Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). El dinero es el «Dios visible» , a diferencia del Dios verdadero que es invisible.

EL dinero es el anti-dios porque crea un universo espiritual alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra inversión de todos los valores. «Todo es posible para el que cree», dice la Escritura (Mc 9,23); pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». Y, en un cierto nivel, todos los hechos parecen darle la razón.

«El apego al dinero —dice la Escritura— es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Detrás de todo el mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también el dinero. Es el Moloch de bíblica memoria, divinidad filistea a la que se le inmolaban jóvenes y niñas (cf. Jer 32,35), o el dios Azteca, al que había que ofrecer diariamente un cierto número de corazones humanos.

¿Qué hay detrás del comercio de la droga que destruye tantas vidas humanas jóvenes, la prostitución, detrás del fenómeno de la mafia y de la camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e incluso —cosa que resulta horrible decirlo— a la venta de órganos humanos extirpados a niños? Y la crisis financiera que el mundo ha atravesado, y este país está aún atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable codicia de dinero», la auri sacra fames , por parte de algunos pocos? Judas empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos administradores del dinero público?

Pero, sin pensar en estos modos criminales de acumular dinero, ¿no es ya escandaloso que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?
En los años 70 y 80, para explicar, en Italia, los repentinos cambios políticos, los juegos ocultos de poder, el terrorismo y los misterios de todo tipo que afligían a la convivencia civil, se fue afirmando la idea, casi mítica, de la existencia de un «gran Anciano»: un personaje espabiladísmo y poderoso, que por detrás de los bastidores habría movido los hilos de todo, para fines que sólo él conocía. Este «gran Anciano» existe realmente, no es un mito; ¡se llama Dinero!

Como todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye. San Francisco de Asís describe, con una severidad inusual en él, el final de una persona que vivió sólo para aumentar su «capital». Se aproxima la muerte; se hace venir al sacerdote. Éste pide al moribundo: «¿Quieres el perdón de todos tus pecados?», y él responde que sí. Y el sacerdote: «¡Estás dispuesto a satisfacer los errores cometidos, devolviendo las cosas que has estafado a otros?» Y él: «No puedo». «¿Por qué no puedes?» «Porque ya he dejado todo en manos de mis parientes y amigos». Y así muere —concluye san Francisco—, impenitente y apenas muerto los parientes y amigos dicen entre sí: «¡Maldita alma la suya! Podía ganar más y dejárnoslo, y no lo ha hecho!»

Cuántas veces, en estos tiempos, hemos tenido que repensar ese grito dirigido por Jesús al rico de la parábola que había almacenado bienes sin fin y se sentía al seguro para el resto de la vida: «Insensato, esta misma noche se te pedirá el alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20)! Hombres colocados en puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal almacenar los ingresos de su corrupción se han encontrado en el banquillo de los imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para decirse a sí mismos: «Ahora gózate, alma mía». ¿Para quién lo han hecho? ¿Valía la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido, si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y a los demás?

* * *

La traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él, Jesús. Judas vendió a la cabeza, sus imitadores venden su cuerpo, porque los pobres son miembros de Cristo, lo sepan o no. «Todo lo que hagáis con uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40). Pero la traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado. Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así. Sigue siendo famosa la homilía que tuvo en un Jueves Santo don Primo Mazzolari sobre «Nuestro hermano Judas». «Dejad —decía a los pocos feligreses que tenía delante—, que yo piense por un momento en el Judas que tengo dentro de mí, en el Judas que quizás también vosotros tenéis dentro».

Se puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean los treinta denarios de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia. Puedo traicionarlo yo también, en este momento —y la cosa me hace temblar interiormente— si mientras predico sobre Judas me preocupo de la aprobación del auditorio más que de participar en la inmensa pena del Salvador. Judas tenía un atenuante que yo no tengo. Él no sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo «un hombre justo»; no sabía que era el Hijo de Dios, como lo sabemos nosotros.

Como cada año, en la inminencia de la Pascua, he querido escuchar de nuevo la «Pasión según san Mateo», de Bach. Hay un detalle que cada vez me hace estremecerme. Allí, en el anuncio de la traición de Judas, todos los apóstoles preguntan a Jesús: «¿Acaso soy yo, Señor?» «Herr, bin ich’s?» Sin embargo, antes de escuchar la respuesta de Cristo, anulando toda distancia entre acontecimiento y su conmemoración, el compositor inserta una coral que comienza así: «¡Soy yo, soy yo el traidor! ¡Yo debo hacer penitencia!», «Ich bin´s, ich sollte büßen» . Como todas las corales de esa obra, expresa los sentimientos del pueblo que escucha; es una invitación para que también nosotros hagamos nuestra confesión del pecado.

* * *

El Evangelio describe el fin horrible de Judas: «Judas, que lo había traicionado, viendo que Jesús había sido condenado, se arrepintió, y devolvió los treinta siclos de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He pecado, entregándoos sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa? Allá tú. Y él, arrojados los siclos en el templo, se alejó y fue a ahorcarse» (Mt 27, 3-5). Pero no demos un juicio apresurado. Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios.
¿Quién puede decir lo que pasó en su alma en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada.

Es cierto que, hablando de sus discípulos al Padre, Jesús había dicho de Judas: «Ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición» (Jn 17,12), pero aquí, como en muchos otros casos, él habla en la perspectiva del tiempo, no de la eternidad; la envergadura del hecho basta por sí sola, sin pensar en un fracaso eterno, para explicar la otra tremenda palabra dicha de Judas: «Mejor hubiera sido para ese hombre no haber nacido» (Mc 14,21). El destino eterno de la criatura es un secreto inviolable de Dios. La Iglesia nos asegura que un hombre o una mujer proclamados santos están en la bienaventuranza eterna; pero ella misma no sabe de nadie que esté en el infierno.

Dante Alighieri que, en la Divina Comedia, sitúa a Judas en lo profundo del infierno, narra la conversión en el último instante de Manfredi, hijo de Federico II y rey de Sicilia, al que todos en su tiempo consideraban condenado porque murió excomulgado Herido de muerte en batalla, él confía al poeta que, en el último instante de vida, se rindió llorando a quien «perdona con gusto» y desde el purgatorio envía a la tierra este mensaje que vale también para nosotros:

Horribles fueron los pecados míos;
pero la bondad infinita tiene tan grandes brazos,
que toma a quien se dirige a ella .

* * *

He aquí a lo que debe empujarnos la historia de nuestro hermano Judas: a rendirnos a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos, también nosotros, en los brazos abiertos del crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido, pero no rechaza, en el Huerto de los Olivos, su beso helado e incluso lo llama amigo (Mt 26,50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para darle su perdón, ¡quién sabe como habrá buscado también el de Judas en algún momento de su vía crucis! Cuando en la cruz reza: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), no excluye ciertamente de ellos a Judas.

¿Qué haremos, pues, nosotros? ¿A quién seguiremos, a Judas o a Pedro? Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimiento, hasta el punto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!», y restituyó los treinta denarios. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.

Si lo hemos imitado, quien más quien menos, en la traición, no lo imitemos en esta falta de confianza suya en el perdón. Existe un sacramento en el que es posible hacer una experiencia segura de la misericordia de Cristo: el sacramento de la reconciliación. ¡Qué bello es este sacramento! Es dulce experimentar a Jesús como maestro, como Señor, pero más dulce aún experimentarlo como Redentor: como aquel que te saca fuera del abismo, como a Pedro del mar, que te toca, como hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mt 8,3).
La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el Exultet: «¡Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!» Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos arrepentidos, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan si no por haber sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!

Tengo un deseo que hacerme y haceros a todos, Venerables Padres, hermanos y hermanas: que la mañana de Pascua podamos levantarnos y oír resonar en nuestro corazón las palabras de un gran converso de nuestro tiempo:

«Dios mío, he resucitado y estoy aún contigo!
Dormía y estaba tumbado como un muerto en la noche.
Dijiste: «¡Hágase la luz! ¡Y yo me desperté como se lanza un grito! [...]
Padre mío que me has generado antes de la aurora, estoy en tu presencia.
Mi corazón está libre y la boca pelada, cuerpo y espíritu estoy en ayunas.
Estoy absuelto de todos los pecados, que confesé uno a uno.
El anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.
Soy como un ser inocente en la gracia que me has concedido» .

Es lo que la Pascua de Cristo puede hacer de nosotros.

© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco
(Fuente: Religión en libertad)

lunes, 14 de abril de 2014

Los Santos Oleos

Los santos oleos, que se bendicen o consagran en la Misa crismal matutina del Jueves Santo por el obispo, son de tres clases: el crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. Esa misa crismal debe ser concelebrada. La sustancia de los óleos debe ser de aceite de oliva o de otros aceites vegetales si es difícil conseguir el de oliva. Al crisma se le añada algún bálsamo o aroma para obtener una fragancia simbólica y también por motivos prácticos: para distinguirlos de los otros óleos.
La preparación del crisma se puede hacer privadamen­te antes de su consagración, o bien hacerla el obispo en la misma acción litúrgica. La consagración del crisma es de competencia exclu­siva del obispo, sólo en caso de necesidad podría hacerlo un presbítero pero siempre dentro de la celebración del sacramento. Los párrocos tienen la obligación de recoger y custodiar dignamente los santos óleos para su uso en los sacramentos en los que se precisan.
La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Tes­tamento, cuando eran ungidos con el óleo de la consagra­ción los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefigu­raban a Cristo, cuyo nombre significa «el Ungido del Se­ñor». Del mismo modo se significa con el santo crisma que los cristianos, injertados por el bautismo en el misterio pas­cual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y resuci­tados con él, participando de su sacerdocio real y proféti­co, y recibiendo por la confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo, que se les da.
El crisma se consagra, los otros óleos solamente se bendicen. Hay que aclarar antes de seguir que no es lo mismo bendecir (bene-dicere, o sea desear algo bueno) que consagrar (hacer sagrada una cosa).
La palabra “crisma” es griega y denomina un ungüento aromático mezcla de aceite y bálsamo oloroso. Su etimología proviene de “chrio”, ungir, que ha dado origen al término “Cristos” que significa ”El Ungido”. De ahí deriva la palabra Cristo, con la que designamos al Salvador.
El sacerdote encargado de su custodia debe velar para que se renueve cada año. Los óleos del año anterior deben quemarse o si sobran en gran cantidad pueden consumirse en alguna lámpara. No obstante, si no hubiese disponible el del año,
el sacramento impartido con él sería válido.¿Cuándo se usa el santo crisma? El crisma, que es bendecido y consagrado por el obispo se utiliza para el sacramento del bautismo. Con este crisma son ungidos los nuevos bautizados en la coronilla tras el baño del agua. También son signados en la frente los que reciben la confirmación para significar la donación del Espíritu. En la ordenación de presbíteros y obispos se ungen las manos de los presbíteros y la cabeza de los obispos. Por último con el crisma se ungen las paredes y los altares en el rito de la consagración de iglesias.
Con el óleo de los catecúmenos se preparan y disponen para el bautismo los mismos catecúmenos. Este óleo extiende el efecto de los exorcismos, para que los bautizandos reciban la fuerza pa­ra renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.
Con el óleo de los enfermos, en el rito hoy llamado de Unción de enfermos y antes extremaunción, és­tos son aliviados en sus enfermedades.
El óleo de los enfermos re­media las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, pa­ra que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal, y conseguir el perdón de los pecados. No sólo está indicado para los moribundos: también es aconsejable ungir a los enfermos graves o ancianos ya muy deteriorados en su salud. Lo anterior implica que puede recibirse más de un vez, si hay mejoría y posterior agravamiento.
Según la costumbre tradicional de la liturgia latina la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de fi­nalizar la Plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tiene lugar después de la comunión. Por razones pastorales, se puede hacer todo el rito de la bendición después de la liturgia de la Palabra.


(Fuente: la liturgia.blogspot)

martes, 1 de abril de 2014

Intenciones del Santo Padre para el mes de abril

Intención Universal: Para que los gobernantes promuevan el cuidado de la creación y la justa distribución de los bienes y recursos naturales.
Intención para la Evangelización: Para que el Señor Resucitado llene de esperanza el corazón de quienes sufren el dolor y la enfermedad.

domingo, 30 de marzo de 2014

Recurso para vivir la Cuaresma - Conversión


 
A medida que vamos transitando el camino de la Cuaresma, la Iglesia nos vuelve a presentar este tiempo litúrgico como un momento propicio para la conversión. Consigna que, quizá por lo repetitiva, haya perdido su fuerza, interés o sentido en nuestra vida personal y comunitaria. Bajo esta premisa, podremos interrogarnos si algo similar nos está ocurriendo, y preguntarnos a qué y por qué necesitamos convertirnos. A su vez, definir qué clase de actitudes deberíamos ejercitar, durante este tiempo cuaresmal, para lograr una verdadera conversión. Por eso, les propongo leer y meditar el siguiente texto, que nos servirá como punto de partida para el trabajo personal o grupal:

Para leer:

 A lo largo de todo el tiempo de cuaresma, se nos va a insistir sobre la necesidad de cambiar el corazón. La Iglesia pide al Padre insistentemente que cambie nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, que nos dé un corazón nuevo, grande, sensible, generoso. Este cambio de corazón es lo que llamamos conversión.

En Aparecida (http://www.celam.org/aparecida.php), el tema de la conversión se presenta como una necesidad y una urgencia en orden a expresar la dimensión misionera de los cristianos y de la Iglesia. Esta dimensión no es algo individual, sino eclesial. Por ello, se habla de “conversión pastoral” para acentuar el sentido personal, pero también eclesial de la conversión. Esto se plantea como el gran desafío que debemos asumir.

La conversión propia del tiempo de cuaresma es crecimiento espiritual en el cristiano y en toda la Iglesia. Para el discípulo, la conversión hace referencia a Jesucristo y al proyecto de vida que su misma Persona nos regala.

La conversión es la respuesta “de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en él por la acción del Espíritu Santo, se decide a ser su amigo e ir tras de él, cambiando su forma de pensar y de vivir” (DA 278). Se trata de un cambio totalizante: toda nuestra vida está llamada a ser transformada por Jesucristo.

La conversión implica reorientar nuestro corazón hacia él y desde él organizar nuestra vida, porque en él hemos descubierto que somos parte única y personal del proyecto de Dios.

Es precisamente en este camino de conversión que, antes de mirarnos a nosotros, debemos mirar a Jesucristo para conocernos y saber en qué debemos cambiar. En Jesucristo están el contenido y la posibilidad de nuestra conversión porque su meta es: “que lleguemos al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).

Solo a la luz del misterio de Cristo se explica el misterio del hombre (cf. GS). Por eso, la conversión cristiana es un camino de encuentro con Jesucristo, que reclama aprenderlo todo de él y asumir su estilo de vida, hacer un continuo proceso de configuración con él. La oración, la penitencia y la solidaridad propias de la cuaresma son un camino que nos ayudarán a asumir su propio estilo de entrega y de comunión con el Padre para el servicio a los hermanos. Asumimos sus sentimientos, sus actitudes y nos asemejamos en todo a él de tal forma que nos convertimos cada día en sus imágenes vivas. Jesús quiere que nosotros seamos signos permanentes de su presencia y de su amor.

El encuentro con Cristo es camino para la misión universal. Produce una profunda transformación y provoca la misión. La misión, a su vez, ofrece la posibilidad del encuentro con Jesús para otros. El encuentro con Jesús es un momento de gracia que permite amar con el mismo amor de Dios.

La conversión como encuentro con Jesús es un momento de gracia en el que, por la acción de su Espíritu, podemos amar con el mismo amor de Dios a todos, y esto tiene una marcada dimensión eclesial y salvífica. Por eso, el encuentro con Jesús conduce a la conversión, y esta a la misión. Favorece una vida nueva en la que no hay separación entre fe y obras. La conversión no es completa si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y, sobre todo, de la misión que esta implica.

La búsqueda de santificación propia de este tiempo y de toda nuestra vida de discípulos se va a realizar en el seguimiento del Señor que fue misionero del Padre. En Jesucristo todo es unidad, y nosotros lo seguimos a Jesús prosiguiendo su práctica evangelizadora "de obras y palabras" anunciando el plan universal de salvación del Padre y liberando a todos los oprimidos por el mal, siendo él Buena Noticia para los atribulados y agobiados (cf. Mt 11, 28), perdonando a los pecadores, sanando, curando y enviando a otros a continuar su misión.

La presencia de un espíritu misionero es un signo elocuente de que la Iglesia vive su verdad, desde su fidelidad al mandato del Señor.

Cuaresma, entonces, se nos presenta como un tiempo fuerte de intimidad con Cristo que nos mueve al compromiso y a la misión. Misión que debemos realizar como Jesús, que buscaba, con sacrificio, oración y entrega, a la oveja perdida, a los que están afuera. Los misioneros de hoy, al igual que Jesucristo, no podemos “estar a la espera”, sino que debemos salir a los cruces de los caminos, a los nuevos foros de la vida pública, para encontrarnos allí con el hombre y las realidades cotidianas que necesitan ser vivificadas con el fermento evangélico.

Que nuestra búsqueda de santidad esté unida a los sentimientos y actitudes de Jesucristo.

Que en nuestra oración centrada en Jesucristo estén siempre presentes nuestros hermanos, especialmente los más pobres, frágiles y alejados.

Que nuestra limosna sea expresión del amor de Cristo que vive en nosotros.

Que nuestro ayuno nos haga sensibles a las necesidades más hondas de nuestros hermanos para servirlos desde la misión.
 
(Fuente: autor Jorge Blanco - Dpto. Audiovisuales San Pablo)