miércoles, 9 de febrero de 2011

Nuevo Motu Proprio sobre la liturgia

El blog "La Buhardilla de Jerónimo", ha publicado hoy una entrada, que, dada su importancia, la damos a conocer aquí.
En esta importante noticia, publicada hoy en Il Giornale, el vaticanista Andrea Tornielli informa sobre un Motu Proprio pontificio, que sería publicado en las próximas semanas, por el cual será reestructurada la Congregación para el Culto Divino y en el cual se mencionará su función de promover el nuevo movimiento litúrgico tantas veces auspiciado por Joseph Ratzinger.

En las próximas semanas será publicado un documento de Benedicto XVI que reorganiza las competencias de la Congregación para el Culto Divino, confiándole la tarea de promover una liturgia más fiel a las intenciones originarias del Concilio Vaticano II, con menos espacios para los cambios arbitrarios, y por la recuperación de una dimensión de mayor sacralidad.


El documento, que tendrá la forma de un Motu proprio, es fruto de una larga gestación – ha sido revisado por el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos y por las oficinas de la Secretaría de Estado – y está motivado principalmente por la transferencia de la competencia sobre las causas matrimoniales a la Rota Romana. Se trata de las causas llamadas del “rato no consumado”, es decir, concernientes al matrimonio contraído en la Iglesia pero no consumado por la falta de unión carnal de los dos esposos. Son cerca de quinientos casos al año y afectan sobre todo a algunos países asiáticos donde todavía existen los matrimonios arreglados con muchachas en edad muy joven pero también a países occidentales en aquellos casos de impotencia psicológica para realizar el acto conyugal.


Perdiendo esta sección, que pasará a la Rota, la Congregación para el Culto Divino, de hecho, no se ocupará más de los sacramentos y mantendrá sólo la competencia en materia litúrgica. Según algunas autorizadas indiscreciones, un pasaje del Motu proprio de Benedicto XVI podría citar explícitamente aquel “nuevo movimiento litúrgico”, del cual ha hablado en tiempos recientes el cardenal Antonio Cañizares Llovera, interviniendo durante el Consistorio del pasado noviembre.


En Il Giornale, en una entrevista publicada en vísperas de la última Navidad, Cañizares había dicho: “La reforma litúrgica ha sido realizada con mucha prisa. Había óptimas intenciones y el deseo de aplicar el Vaticano II. Pero ha habido precipitación... La renovación litúrgica fue vista como una investigación de laboratorio, fruto de la imaginación y de la creatividad, la palabra de mágica de entonces”. El cardenal, que no arriesgó al hablar de “reforma de la reforma”, había agregado: “Lo que veo absolutamente necesario y urgente, según lo que desea el Papa, es dar vida a un nuevo, claro y vigoroso movimiento litúrgico en toda la Iglesia”, para poner fin a “deformaciones arbitrarias” y al proceso de “secularización que por desgracia golpea también dentro de la Iglesia”.


Es conocido cómo Ratzinger quiso introducir en las liturgias papales gestos significativos y ejemplares: la cruz en el centro del altar, la Comunión de rodillas, el canto gregoriano, el espacio para el silencio. Se sabe cuánto le importa la belleza en el arte sagrado y cuán importante considera promover la adoración eucarística. La Congregación para el Culto Divino – que alguno quisiera también rebautizar de la Sagrada Liturgia o de la Divina Liturgia - se deberá ocupar, por lo tanto, de este nuevo movimiento litúrgico, también con la inauguración de una nueva sesión del dicasterio dedicada al arte y a la música sacra. 
Fuente: "La buhardilla de jerónimo"

martes, 8 de febrero de 2011

La Cruz, signo del cristiano

La Cruz es el símbolo primordial para los cristianos: uno delos pocos símbolos universales, comunes a todas las confesiones.
Durante los tres primeros siglos parece que no se representó plásticamente la cruz: se preferían las figuras del Pastor, el pez, el ancla, la paloma... 
Fue en el siglo IV cuando la cruz se convirtió, poco a poco, en el símbolo predilecto para representar a Cristo y su misterio de salvación.
Desde el sueño del emperador Constantino, hacia el 312 ("In hoc
signo vinces": con esta señal vencerás), que precedió a su victoria en el puente Milvio, y el descubrimiento de la verdadera Cruz de Cristo,
en Jerusalén, el año 326, por la madre del mismo emperador, Elena, la atención de los cristianos hacia la Cruz fue creciendo. 
La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, que celebramos el 14 de septiembre, se conoce ya en Oriente en el siglo V, y en Roma al menos desde el siglo VII. 
Las primeras representaciones pictóricas o esculturales de la Cruz
ofrecen a un Cristo Glorioso, con larga túnica, con corona real: está en la Cruz, pero es el Vencedor, el Resucitado. Sólo más tarde, con la espiritualidad de la Edad Media, se le representará en su estado de sufrimiento y dolor. 
En nuestro tiempo es la Cruz, en verdad, un símbolo repetidísimo,
en sus variadas formas:
—la cruz que preside la celebración, sobre el altar o cerca de él,
—la cruz procesional que encabeza el rito de entrada en las
ocasiones más solemnes, y parece ser el origen de que luego el lugar de la celebracion este presidido por ella, 
—las que colocamos en las habitaciones de nuestras casas
—la cruz pectoral de los Obispos, y el báculo pastoral del Papa.
basta recordar el magnifico báculo de Juan Pablo II, en forma de cruz, heredado de Pablo VI.
—las cruces penitenciales que los "nazarenos" portan sobre sus
espaldas en la procesiones de Semana Santa, 
—la cruz como adorno y hasta como joya que muchas personas
llevan al cuello,
—y las variadas formas de "señal de la cruz" que trazamos sobre las
personas y las cosas (en forma de bendición) o sobre nosotros
mismos en momentos tan significativos como el comienzo de la
Eucaristía o el rito del Bautismo.

La elocuencia de un símbolo
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a
ver la Cruz en la iglesia o en nuestras casas. Pero la Cruz es una
verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran
lección del cristianismo. La Cruz resume toda la teología sobre Dios,
sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: nos presenta a un Dios trascendente
pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio
dolor; un Cristo que es Juez y Señor, pero a la vez Siervo, que ha
querido llegar a la total entrega de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su
Pascua—muerte y resurreccion—ha dado al mundo la reconciliación y la Nueva Alianza entre la humanidad y Dios... 
Esta Cruz ilumina toda nuestra vida. Nos da esperanza. Nos enseña
el camino. Nos asegura la victoria de Cristo, a través de la renuncia a sí mismo, y nos compromete a seguir el mismo estilo de vida para
llegar a la nueva existencia del Resucitado.
La Cruz, que para los judíos era escándalo y para los griegos
necedad (1 Cor 1,18-23), que escandalizó también a los discípulos de Jesús, se ha convertido en nuestro mejor símbolo de victoria y
esperanza, en nuestro más seguro signo de salvación y de gloria.
No es de extrañar que, cuando en nuestra celebración empleamos el
gesto simbólico del incienso—signo de honra, de veneración y
alabanza— sea en primer lugar la Cruz la que reciba nuestro
homenaje. En esa Cruz se centra nuestra comprensión de Cristo y de su Misterio Pascual. Ahí esta concentrada la Buena Noticia del
evangelio. Todas las demás palabras y gestos simbólicos lo que hacen es explicar, desarrollar (y, a veces, oscurecer) lo que nos ha dicho la Cruz.

La Señal de la Cruz
Los cristianos, con frecuencia, hacemos con la mano la señal de la
cruz sobre nuestras personas. O nos la hacen otros, como en el caso
del bautismo o de las bendiciones. 
Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente.
Luego se extendió poco a poco a lo que hoy conocemos: o hacer la
gran cruz sobre nosotros mismos (desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho) o bien la triple cruz pequeña, en la
frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la proclamación del evangelio. 
Es un gesto sencillo, pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz
es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la
Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer
sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: "estoy
bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...". 
No hace falta llegar a los estigmas de la cruz en el propio cuerpo,
como en el caso de algunos Santos. El repetir el gesto nos recuerda
que estamos salvados, que Cristo ha tomado posesión de nosotros,
que estamos de una vez para siempre bendecidos por la Cruz que
Dios ha trazado sobre nosotros. 
En realidad, el primero que hizo la "señal de la Cruz" fue el mismo
Cristo, que "extendió sus brazos en la cruz" (Plegaria Eucarística 2ª.), y "sus brazos extendidos dibujaron entre el cielo y la tierra el signo imborrable de tu Alianza" (Plegaria Eucarística 1ª. de la
Reconciliacion)... Si ya en el Antiguo Testamento se hablaba de los
marcados por el signo de la letra "tau", en forma de cruz (Ezeq 9,4-6) y el Apocalipsis también nombra la marca que llevan los elegidos (Apoc 7,3), nosotros, los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la Cruz nos confesamos como miembros del nuevo Pueblo, la comunidad de los seguidores de ese Cristo que desde su Cruz nos ha salvado.

Desde el Bautismo
Un momento particularmente expresivo en que sobre nuestras
personas se traza la señal de la Cruz es el del bautizo. 
Es un rito elocuente por demás. El sacerdote (y después los padres
y padrinos) hacen al bautizando la señal en la frente: "te signo con la señal de Cristo Salvador"... En el caso del Bautismo de Adultos es
todavía mas explícito el gesto. El sacerdote le signa en la frente
diciendo: "recibe la cruz en la frente: Cristo mismo te fortalece con la señal de su victoria; aprende ahora a conocerle y a seguirle". Y luego, si parece oportuno, se puede repetir el signo sobre los oídos, los ojos, la boca, el pecho y la espalda, con las palabras y oraciones que expresan muy claramente la pertenencia a Cristo y las consecuencias que esto trae para el estilo cristiano de vida. 
En verdad, a la hora de empezar la vida cristiana, la señal de la cruz
es como una marca de posesión y de fe en Cristo Salvador. No es algo mágico, como una especie de amuleto protector: sino una profesión de fe en la persona de Cristo, que, en su Cruz y por su Cruz, nos ha conseguido la salvación y que esperamos que durante toda nuestra vida nos siga bendiciendo. 
Por eso, siempre que hacemos la señal de la Cruz estamos
recordando en algún modo el Bautismo. Y es una costumbre cristiana digna de alabanza que los padres, que en el rito del bautizo han
participado en esta signacion a sus hijos, sigan haciéndolo en la vida.
Muchos padres cristianos trazan esta señal sobre sus hijos en el
momento de acostarlos, de enviarles a la escuela, al comienzo de un
viaje. Hecha con fe, este gesto es un signo de que lo que empezó en
el Bautismo, la vida cristiana, se quiere que continúe desarrollándose y creciendo. Sus hijos son también hijos de Dios, pertenecen a Cristo. Es como si les dijeran: "el que tomó posesión de ti en el Bautismo te acompañe en todo momento". 
La misma señal de la Cruz se trazará al final, en los ritos
sacramentales de la Unción, y las exequias, sobre el cristiano que
lucha contra la enfermedad o que está próximo a la muerte. En
muchas regiones es costumbre que los familiares hagan la cruz sobre la frente del difunto: así nuestra vida cristiana queda enmarcada,
desde principio a fin, con el signo victorioso de la Cruz de Cristo.

En la celebración de la Eucaristía
Otro de los momentos privilegiados en que el signo de la Cruz tiene
particular significado es cuando los cristianos nos congregamos para
celebrar la Eucaristía. Además de que la Cruz preside toda la
celebración, en un lugar notorio—no hace falta que esté sobre el
altar—, hay varios momentos en que de una manera u otra hacemos sobre nosotros mismos la señal de la Cruz: al principio de la Misa, al
comenzar el Evangelio y al recibir la bendición final. 
Empezar la Eucaristía con la señal de la Cruz grande, es como un
recuerdo simbólico del Bautismo: vamos a celebrar en cuanto que
todos somos bautizados, pertenecemos al Pueblo de los seguidores de Cristo, el Pueblo consagrado como comunidad sacerdotal por los
sacramentos de la iniciación cristiana. Todo lo que vamos a hacer,
escuchar, cantar y ofrecer, se debe a que en el Bautismo nos
marcaron con la señal de nuestra pertenencia a Cristo. Además la
Eucaristía apunta precisamente a la Cruz: es memorial de la Muerte
salvadora de Cristo y quiere hacernos participar de toda la fuerza que de esa Cruz emana, también para que sepamos ofrecernos a nosotros mismos—la Cruz, hecha nuestra—en la vida de cada dia. 
En el caso de esta señal de la Cruz que hacemos al principio de la
Eucaristía se añade todavía otro matiz interesante: la hacemos "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Unimos, por tanto, el símbolo de la Cruz de Cristo con el Nombre santo del Dios Trino. La Cruz de Cristo y el Dios Trino están íntimamente relacionados: el
Cristo que murió en la Cruz es el Hijo de Dios, y es el que nos dio su
Espíritu. Cuando fuimos bautizados, lo fuimos también en este santo
Nombre de Dios Trino. Cuando se nos perdonan los pecados, o
celebramos los demás sacramentos, invocamos o se invoca sobre
nosotros el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y, además, trazando a la vez la señal de la Cruz de Cristo en todos los casos. 
Por tanto, empezar conscientemente la Eucaristía con este doble recuerdo del Bautismo—la Cruz y el nombre de la Trinidad—es dar a nuestra celebración su verdadera razón de ser. 
También hacemos la señal de la Cruz, esta vez en su forma de triple
cruz, sobre la frente, boca y pecho, al empezar el Evangelio. El sentido es bastante claro: queremos expresar nuestra acogida a la Palabra que se va a proclamar. Queremos hacer como una profesión de fe: la Palabra que escucharemos es la de Cristo; más aún, es el mismo Cristo, y queremos que tome posesión de nosotros, que nos bendiga totalmente, a toda nuestra persona (pensamientos, palabras, sentimientos, obras). Es como si dijéramos:
"atención, en este momento nos va a hablar Cristo Jesús, nuestro
Señor, al que pertenecemos desde el Bautismo: su Palabra es en
verdad salvadora y eficaz, y quiere penetrar hasta el fondo de nuestro ser". Este es también el motivo por el cual, en el rezo de la Liturgia de las Horas, nos santiguamos al empezar los cánticos evangélicos, el Magníficat, el Benedictus y el Nunc dimittis: no tanto porque sean cánticos, sino porque son Evangelio (la única proclamación—cantada, ademas—del Evangelio en la Liturgia de las Horas). 
Sobre la señal de la Cruz que nos hacemos cuando el presidente
nos bendice para concluir la celebración.

Una vida según la Cruz
Todo gesto simbólico, todo signo, pueden ayudarnos por una parte
a entrar en comunión con lo que simboliza y significa. Que es lo
importante. Y por otra, puede ser también un peligro, si nos quedamos en la mera exterioridad. Entonces el gesto se convierte un poco en gesto mágico, ritual, rutinario, que no significa nada ni nos lleva a nada. 
De tanto ver la Cruz, y de tanto hacer sobre nosotros su señal, se
puede convertir en un gesto mecánico, que no nos dice nada. Y mas
cuando se puede convertir sencillamente en un objeto de adorno, mas o menos estético y precioso, pero que no parece indicar que comporte una auténtica fe en lo que significa. 
Cuando colocamos una Cruz en nuestras casas, o la vemos en la
iglesia, o nos hacemos la señal de la Cruz al empezar el día, al salir de casa, al iniciar un viaje, o—ya dentro de la celebración—cuando nos santiguamos al empezar al Eucaristía o al recibir la bendición final, deberíamos dar a nuestro gesto su auténtico sentido. Debería ser un signo de nuestra alegría por sentirnos salvados por Cristo, por pertenecerle desde el Bautismo. Un signo de victoria y de gloria:
nosotros como cristianos "nos gloriamos en la Cruz de Nuestro Señor
Jesús" (Gal 6,14) y nos dejamos abarcar, consagrar y bendecir por
ella. 
Más aún. Esta señal de la Cruz repetida quiere ser un compromiso:
porque la Cruz es el símbolo mejor del estilo de vida que Cristo nos ha enseñado. La imagen o la señal de la Cruz quieren indicarnos el
camino "pascual", o sea, de muerte y resurrección, que recorrió ya
Cristo, y que nos invita ahora a nosotros a recorrer: "si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Es fácil cantar: "victoria, tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás". Y fácil también hacer, más o menos distraídamente, la señal de la Cruz en esos momentos en que estamos acostumbrados. Lo que es difícil es escuchar y asimilar todo el mensaje que nos viene predicado desde este símbolo. Un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y resurrección. De vida cristiana entendida como servicio. Y un recordatorio—todavía—no sólo de Cristo, sino de todos los que han sufrido y siguen sufriendo en nuestro mundo: Cristo, en la Cruz, es como el portavoz de todos los que lloran y sufren y mueren, a la vez que es la garantía y la proclama de victoria para todos. 

Los cristianos, a la Cruz, le tenemos que reconocer todo su
contenido, para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede
ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida
que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz, y si nuestro pequeño
gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente
reorientando nuestra vida en la dirección buena. 
JOSÉ ALDAZABAL
Fuente: Mercabá.org

martes, 1 de febrero de 2011

Intenciones del santo padre para el mes de febrero 2011

Intención General: para que la familia sea respetada por todos en su identidad y sea reconocida su insustituible contrribución a favor de la sociedad entera.
Intención misionera: Para que en los territorios de misión donde es  más urgente la lucha contra las enfermedades, las comunidades cristianas sepan testimoniar la presencia de Cristo a quienes sufren.