miércoles, 31 de diciembre de 2008

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De las cartas de san Atanasio, obispo (Carta a Epicteto, 5-9: PG 26, 1058. 1062-1066)

La Palabra tomó de María nuestra condición

La Palabra tendió, una mano a los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras. muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» -para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior-, sino de tí, para que creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Estas cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión,con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se, ha, hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones, siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

martes, 30 de diciembre de 2008

Villancico

Quizás se lo podría dedicar a alguien cercano...

Solitario y silencioso

Volvía yo cierta vez

Por entre sombras amargas

Y bajo estrellas de hiel,

Cuando, al llegar a mi puerta,

Sobre el umbral encontré,

Desnudo y abandonado,

El cuerpo del niño aquel.

___Y conmigo está

___Desde aquella vez.

Con el mismo desamparo

Y la misma desnudez

De los astros que temblaban

En el firmamento fiel,

Aquel niño me miraba

Como dándome a entender

Que conocía mi nombre,

Mi soledad y mi sed.

___Y conmigo está

___Desde aquella vez.

Lo miré, lo vi pequeño,

Tuve piedad y lo alcé

Desde el mármol del umbral

Hasta el mármol de mi ser;

Y en el frío de mi vida

De pronto sentí nacer

Un fuego que convertía

Todo mi mal en su bien.

___Y conmigo está

___Desde aquella vez.

—¿Cómo te llamas?, le dije.

—¿Quién eres?, le pregunté.

—¿Qué quieres? ¿Por qué me miras?

—¿Dónde naciste y de quién?

Y en aquel hondo silencio

Que jamás olvidaré,

Campanas de Nochebuena

Me respondieron por El.

___Y conmigo está

___Desde aquella vez.

Francisco Luis Bernárdez, Villancico; de Canciones Cristianas.

lunes, 29 de diciembre de 2008

UN INSTANTE PARA PENSAR

NOS QUIEREN ROBAR LA NAVIDAD Mensaje de monseñor Joaquín Piña, obispo emérito de Puerto Iguazú. Hermanos y amigos: El año pasado, en una de nuestras iglesias, les robaron el Niño. Lo que faltaba. Ya nos lo robaron todo: la inocencia, la ilusión. La Fe. La vergüenza. La paz y la tranquilidad. (Uno sale de casa, y no sabe si, a la vuelta, la va a encontrar vacía). La confianza en la Justicia. La... ¿Qué más nos podrían robar? En una reunión, decía la Hermana, hablando de las privatizaciones: "¡Nos quieren robar las Cataratas! Y una Señora, cándidamente preguntó: Y, ¿adónde las quieren llevar? (!). Pero esto del robo del Niño Jesús, me parece que es como un símbolo. Yo ya les dije, más de una vez, que nos quieren robar la Navidad. La Navidad cristiana, que en realidad es la única auténtica Navidad. Alguien escribió un "Responso" por la Navidad. La pobre Navidad cristiana, que se murió ahogada, víctima, bajo un montón de regalos, luces de colores, bombas, cohetes, avisos comerciales, –el Papá Noel–, y todo lo demás. Producto de la sociedad de consumo. En una encuesta que hizo una revista católica, hacían esta pregunta: "La secularización, ¿le ha quitado el sentido a estas Fiestas?". Me pareció recoger algunas respuestas. Dicen así: Una niña, (Laura): "Los que no le quieren a Jesús, preparan una gran mesa. Se dan a la bebida. Charlotean y hacen todo como una fiesta, pero no celebran la Navidad". Una joven: "Es cierto que se ha perdido este sentido cristiano de la Navidad. Pero los cristianos no hemos de olvidar que la esencia de la celebración es el nacimiento de Jesús". Una esposa: "Para el cristiano que tiene una Fe viva, no es posible que la secularización le quite sentido a la Navidad". Y un abuelo: "Admito que en algunos se ha perdido este sentido cristiano de la Navidad; pero donde se mantiene la unidad familiar, esta fiesta nos ayuda para afianzarnos más en nuestra Fe". El que fuera Obispo de Posadas, Monseñor Alfonso Delgado, se lamentaba de que, a la vista de algunos anuncios, y aún de algunas tarjetas de felicitación, (Christmas), daría la impresión de que se trataba más de una fiesta comercial, que del acontecimiento más grande de la historia de la humanidad: La venida al mundo del Hijo de Dios. "A veces parecería que, entre nosotros, no habría lugar para Jesús, como ocurrió en Belén". En el magazine de este diario, del año 2000, se publicó una tira que se titulaba: "La fiesta sin festejo". Mejor, diría yo, la fiesta sin el invitado principal. Me duele, –decía Monseñor Kaufmann–, ver tantas celebraciones del cumpleaños de Jesús, pero sin la presencia de Jesús. Y peor aún, –añade–, para muchos, Navidad es una ocasión para ofenderle a Jesús con sus excesos lamentables: peleas familiares, comilonas, borracheras y otras manifestaciones poco racionales. A veces, incluso, muertes en accidentes causados por la embriaguez, u otras reyertas. Es deplorable, dice, que haya quienes se aprovechan del asueto navideño para hacer una fiesta pagana, que es una burla de la verdadera Navidad. No estaría mal que, al menos los cristianos, recordásemos lo que nos dice el Evangelio, que Jesús nació como un marginado. Vivió como un marginado y murió como un marginado. Siempre estuvo al margen del orden establecido. Hoy sería un anti-neoliberal... Pero todo esto, ¿para qué? Para que nadie, en este mundo, sea marginado. Jesucristo, nuestro Dios, se hizo a sí mismo un marginado. Ojalá que nosotros, en esta Navidad, hagamos algo por "incluirle". Aunque sea a alguno de estos pobres hermanos nuestros a quienes la sociedad ha dejado afuera, "marginados", a la vera del camino. No les quieren. ¡Pero Dios les quiere!... ¿Y vos? Pensá en todos estos pobres "ocupantes" que llaman "intrusos" (mala palabra). ¿Cómo los tratás? Si sos capaz de acercarte a ellos y tratarlos bien, pienso que te sentirás más feliz en esta Navidad. Mons. Joaquín Piña y Batllevell, obispo emérito de Puerto Iguazú.

sábado, 27 de diciembre de 2008

CONOCER MAS SOBRE LAS FIESTAS NAVIDEÑAS

Fiesta de la Sagrada Familia
Esta fiesta se celebra el domingo que cae dentro de la octava de Navidad. Es una fiesta de devoción, introducida por primera vez como, como celebración opcional, en 1893. El culto de la Sagrada Familia se hizo muy popular en el siglo XIX, sobre todo en Canadá. El Papa León XIII lo promovió muchísimo. En un tiempo en que las fuerzas secularizantes constituían una amenaza clara para la familia cristiana, se propuso a la Sagrada Familia como modelo, como fuente de inspiración y de ayuda. Ciertamente tenemos que disociarla de un tipo de espiritualidad un tanto superficial, que presenta pinturas ñoñas e idílicas de la familia de Nazaret y que se refleja en un determinado tipo de arte religioso muy popular en el siglo XIX. La liturgia de la fiesta no constituye el espaldarazo ni la perpetuación de una piedad tan equivocada. Trataremos de verla aquí de manera objetiva y positiva. Si la consideramos de manera positiva, la fiesta puede ayudarnos a ver la encarnación en un contexto más amplio, a considerar sus consecuencias culturales y sociales. Efectivamente, no basta con decir que el Hijo de Dios se hizo hombre. Esto sucedió en un tiempo y en un lugar concretos. El adoptó una familia, un hogar, una ciudad, un medio cultural determinados; creció en ese entorno, fué educado en la fe judía, aprendió el oficio de carpintero e hizo amigos. Los años pasados en Nazaret fueron años de formación, de preparación para su misión. En una exquisita homilia que se lee en el Oficio de Lecturas, el Papa Pablo VI llama la atención sobre este aspecto de la encarnación. Y reflexionando sobre la vida familiar de Cristo en Nazaret, dice: "Sobre todo aquí se hace patente la importancia de tener en cuenta la pintura general de su vida entre nosotros, con su concreto entorno de lugar, tiempo, costumbres, lengua, práctica religiosa". Dios se hizo hombre, trabajador, carpintero e hijo de carpintero, nazareno, cuyos padres eran conocidos en aquel lugar. Le reconocemos como verdadero hombre, pero no perdemos de vista jamás su naturaleza divina. Efectivamente, "adoramos al Hijo del Dios vivo que se hizo hijo en una familia humana". Navidad es un tiempo hogareño, familiar. Y esto tiene una importancia religiosa y sicológica: necesitamos volver a los orígenes, a las raíces, a la familia de cuando en cuando. En el plano espiritual hacemos esto en nuestras celebraciones litúrgicas, renovando nuestros "orígenes sagrados" cuando celebramos el nacimiento de nuestro Señor. La cueva, el pesebre..., allí comenzó todo. Pero el hogar fué el entorno en que aprendimos la fe por primera vez. Para los judíos de otros tiempos era una obligación sagrada la de volver al hogar y a la familia. Toda la noción del Año Jubilar da testimonio de esto: "Cada uno de vosotros recobrará su propiedad, cada uno de vosotros se reintegrará a su clan" (Lev.25,10). De esta manera, la navidad es una especie de celebración de familia en el plano humano y en el espiritual. El Antiguo Testamento da testimonio de un elevadísimo ideal de vida familiar en el pueblo judío. Aparece claramente esto en textos como Lev.3,2-14, que destaca la virtud del amor y de la obediencia filiales. Indudablemente San Pablo se inspiró en éste y otros textos similares cuando escribió acerca de la vida de comunidad y de vida familiar en el Señor. En el Oficio de Lecturas tenemos su tratado del capítulo 5 de la carta a los Efesios, donde habla del amor y de la fidelidad conyugales, de la obediencia mutua, del deber de los hijos para con los padres y de éstos para con aquéllos. La vida familiar es un valor importantísimo, pero no absoluto. Jesús buscó ante todo la voluntad de su Padre. Los lazos familiares estaban subordinados a la misión que él habia recibido del Padre. Las lecturas evangélicas para el ciclo trienal de esta fiesta, aluden de una forma un tanto inquietante a lo que espera a Jesús y a sus padres: él será mal interpretado y perseguido, será "signo de contradicción", y una espada de dolor atravesará el corazón de su madre. "¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Y llegará el momento en que Jesús abandone el hogar y a sus padres para adoptar la vida incómoda de un predicador itinerante, sin hogar y sin un lugar donde reclinar la cabeza. No deja de amar a sus padres ni rompe todos los lazos y relaciones con el hogar, pero tiene que distanciarse de la vida segura circunscripta a Nazaret , a fin de entregarse por completo a su misión. Había que establecer nuevas relaciones que trascendieran el parentesco puramente humano. Jesús mismo llegaría a declarar que sus padres y sus hermanos eran los que hacían la voluntad de su Padre. Los seguidores de Jesús están también llamados a dejar la seguridad del hogar y la familia, a sacrificar todo aquello que es lo más deseable desde una perspectiva humana. Ese es el contenido de toda vocación religiosa o de una vocación que encierra una llamada concreta a seguir a Cristo y a servir a sus hermanos. Es necesario que nos perdamos nosotros mismos para encontrarnos. Hay que ampliar el horizonte de nuestra familia para abrazar a todos los hombres y mujeres. Esto no significa un frio distanciamiento de nuestra propia parentela, sino la no esclavización en el apego a ellos. Jesús no se distanció de su madre, pués ella lo acompañó hasta el final. Nosotros no dejamos o abandonamos a nuestros padres o familiares, sino que establecemos una relación nueva y más profunda con ellos. Porque el Señor, nos devolverá, en una forma más profunda y bella, a nuestros padres, hermanos, hermanas y amigos. VINCENT RYAN.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Liturgia y Tradiciones de la Navidad

En el tema principal desarrollado por la liturgia de Navidad encontramos los elementos básicos de la teología y de la pastoral de la fiesta. La Navidad no es sólo un recuerdo de un suceso histórico. Constantemente la liturgia subraya que el hecho del nacimiento de Jesucristo está ordenado a la Redención, a la Pascua, a la Parusía. Según la terminología de los antiguos, la Navidad es una memoria (misterio), cuyo centro es la muerte y resurrección de Jesucristo, siempre presente y operante, como alma de toda celebración litúrgica. Alrededor de la liturgia de Navidad se ha formado, en el decurso de los siglos, una serie de costumbres folklóricas que han contribuido a crear un ambiente festivo en la intimidad de las familias y en las calles de aldeas y ciudades. Ya en el Siglo V se compusieron cantos populares sobre el misterio de la Encarnación, inspirados en la teología y la liturgia de Navidad. Cuando, en el siglo XIII, San Francisco de Asís y sus discípulos propagan la devota práctica de construir "belenes" en las iglesias y en las casas, se extienden los villancicos de Navidad, caracterizados por el tono sensible e ingenuo de sus letras y de sus melodías que se refieren preferentemente a los sentimientos de la Virgen y de los pastores ante la pobreza que Dios ha escogido al tomar un cuerpo humano. Como para expresar visiblemente el significado de la "iluminación" obtenida por el nacimiento de Jesucristo, desde antiguo se introdujo el hábito de encender fuegos durante la noche de Navidad, reemplazando tradiciones precristianas. El alumbrado extraordinario de los lugares públicos durante el tiempo de Navidad se ha inspirado en esos usos. Desde el siglo XVI, en los países nórdicos, se empiezan a reunir en torno a un árbol -el árbol de Navidad-, signo de la gracia alcanzada por la Encarnación y por la muerte en el árbol de la cruz de Jesucristo, en contraposición del pecado que se originó en el árbol del paraíso. También, se destinó para el día de Navidad la práctica de cambiarse regalos y felicitaciones; práctica sugerida por la que existía en Roma el día primero del año, llamada estrenas. Al principio, se simbolizaba que era el niño Jesús quien ofrecía los regalos; y más adelante, serían los Reyes Magos quienes distribuyen los dones, y no tanto por Navidad cómo por la Epifanía, en que se conmemora el hecho de la entrega de sus obsequios a Jesucristo. Por último, durante la octava de Navidad se celebran las "memorias" de los Santos Esteban, Juan Evangelista e Inocentes, como las más antiguas, a las que Oriente añadía la de los Santos Pedro y Pablo.

Tradiciones y Costumbres Las tradiciones y costumbres son una manera de hacer presente lo que ocurrió o lo que se acostumbraba hacer en tiempos pasados. Son los hechos u obras que se transmiten de una generación a otra de forma oral o escrita. La palabra tradición viene del latín "traditio" que viene del verbo "tradere" que significa entregar. Se podría decir que tradición es lo que nuestros antepasados nos han entregado. En el caso de la Navidad, lo más importante de las tradiciones y costumbres no es sólo el aspecto exterior sino su significado interior. Se debe conocer por qué y para qué se llevan a cabo las tradiciones y costumbres para así poder vivirlas intensamente. Este es un modo de evangelizar. Existen muchas tradiciones y costumbres tanto del Adviento como de la Navidad, las cuales nos ayudan a vivir el espíritu navideño; sin embargo, debemos recordar que este espíritu se encuentra en la meditación del misterio que se celebra.

El calendario Al fijarse esta fecha, quedaron también fijadas la de la Circuncisión y de la Presentación; la de la Expectación y, quizás, la de la Anunciación de la Santísima Virgen María; también la del Nacimiento y Concepción del Bautista. Hasta el siglo décimo la Navidad era considerada, en los documentos pontificios, el inicio del año eclesiástico, como se sigue haciendo en las Bulas; Bonifacio VIII (1294-1303) restauró temporalmente esta costumbre, la cual Alemania sostuvo durante algún tiempo más.

Las tres Misas Las tres misas que señalan para esta fecha el Misal de Gelasio y el Gregoriano, y éstas con un martirologio especial y sublime, y con la dispensa, si fuera necesaria, de la abstinencia, todavía hoy son guardadas. Si bien Roma señala sólo tres Misas para la Navidad, Ildefonso, un Obispo español en el 845, alude a una triple Misa en Navidad: Pascua, Pentecostés, y la Transfiguración. Estas Misas, de medianoche, al alba, e in die, están místicamente relacionadas con la distribución judía y cristiana, o al triple "nacimiento" de Cristo: en la Eternidad, en el Tiempo, y en el Alma. Los colores litúrgicos variaban: negro, blanco, rojo; y el Gloria era sólo entonado al principio de la primera Misa de ese día.

Los pesebres, Belenes o Nacimientos En el año 1223 San Francisco de Asís dio origen a los pesebres o nacimientos que actualmente conocemos, popularizando entre los laicos una costumbre que hasta ese momento era del clero, haciéndola extra-litúrgica y popular. La presencia del buey y del burro se debe a una errónea interpretación de Isaías 1, 3 y de Habacuc 3, 2 (versión "Itala"), aunque aparecen en el magnífico "Pesebre" del siglo cuarto, descubierto en las catacumbas de San Sebastián en el año 1877. Los himnos y villancicos

Los primeros villancicos que se conocen fueron compuestos por los evangelizadores en el siglo V con la finalidad de llevar la Buena Nueva a los aldeanos y campesinos que no sabían leer. Sus letras hablaban en lenguaje popular sobre el misterio de la encarnación y estaban inspirados en la liturgia de la Navidad. Se llamaban "villanus" al aldeano y con el tiempo el nombre cambió a "villancicos". Éstos hablan en un tono sensible e ingenioso de los sentimientos de la Virgen María y de los pastores ante el Nacimiento de Cristo. En el siglo XIII se extienden por todo el mundo junto con los nacimientos de San Francisco de Asís. El famoso "Stabat Mater Speciosa" es atribuido a Jacopone Todi (1230-1306); "Adeste Fideles" data del siglo decimoséptimo. Pero, éstos aires populares, e incluso palabras, deben de haber existido desde mucho tiempo antes de que fueran puesto por escrito. Los villancicos favorecen la participación en la liturgia de Adviento y de Navidad. Cantar villancicos es un modo de demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús y escucharlos durante el Adviento ayuda a la preparación del corazón para el acontecimiento de la Navidad.

Las tarjetas navideñas La costumbre de enviar mensajes navideños se originó en las escuelas inglesas, donde se pedía a los estudiantes que escribieran algo que tuviera que ver con la temporada navideña antes de salir de vacaciones de invierno y lo enviaran por correo a su casa, con la finalidad de que enviaran a sus padres un mensaje de Navidad. En 1843, W.E. Dobson y Sir Henry Cole hicieron las primeras tarjetas de Navidad impresas, con la única intención de poner al alcance del pueblo inglés las obras de arte que representaban al Nacimiento de Jesús. En 1860, Thomas Nast, creador de la imagen de Santa Claus, organizó la primera venta masiva de tarjetas de Navidad en las que aparecía impresa la frase "Feliz Navidad".

El Árbol De Navidad Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el "divino Idrasil" o el "dios Odín", al que le rendían culto cada año, en el solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida. La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol bailaban y cantaban adorando a su dios. Cuentan que San Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador. Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con las conquistas y migraciones llegó a América. Poco a poco, la tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por focos que representan la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo. Las esferas actualmente simbolizan las oraciones que hacemos durante el periodo de Adviento. Las esferas azules son oraciones de arrepentimiento, las plateadas de agradecimiento, las doradas de alabanza y las rojas de petición. Se acostumbra poner una estrella en la punta del pino que representa la fe que debe guiar nuestras vidas. También se suelen poner adornos de diversas figuras en el árbol de Navidad. Éstos representan las buenas acciones y sacrificios, los "regalos" que le daremos a Jesús en la Navidad. Para aprovechar la tradición: Adornar el árbol de Navidad a lo largo de todo el adviento, explicando a los niños el simbolismo. Los niños elaborarán sus propias esferas (24 a 28 dependiendo de los días que tenga el Adviento) con una oración o un propósito en cada una, y conforme pasen los días las irán colgando en el árbol de Navidad hasta el día del nacimiento de Jesús.

Santa Claus o Nicolás La imagen de Santa Claus, viejecito regordete y sonriente que trae regalos a los niños buenos el día de Navidad tuvo su origen en la historia de San Nicolás. Existen varias leyendas que hablan acerca de la vida de este santo: En cierta ocasión, el jefe de la guardia romana de aquella época, llamado Marco, quería vender como esclavo a un niño muy pequeño llamado Adrián y Nicolás se lo impidió. En otra ocasión, Marco quería apoderarse de unas jovencitas si su padre no le pagaba una deuda. Nicolás se enteró del problema y decidió ayudarlas. Tomó tres sacos llenos de oro y en la Noche de Navidad, en plena oscuridad, llegó hasta la casa y arrojó los sacos por la chimenea, salvando así a las muchachas. Marco, quien quería acabar con la fe cristiana, mandó quemar todas las iglesias y encarcelar a todos los cristianos que no quisieran renegar de su fe. Así fue como Nicolás fue capturado y encarcelado. Cuando el emperador Constantino se convirtió y mando liberar a todos los cristianos, Nicolás había envejecido. Cuando salió de la cárcel, tenía la barba crecida y blanca y llevaba sus ropajes rojos que lo distinguían como obispo; sin embargo, los largos años de cárcel no lograron quitarle su bondad y su buen humor. Los cristianos de Alemania tomaron la historia de los tres sacos de oro echados por la chimenea el día de Navidad y la imagen de Nicolás al salir de la cárcel, para entretejer la historia de Santa Claus, viejecito sonriente vestido de rojo, que entra por la chimenea el día de Navidad para dejar regalos a los niños buenos. El Nombre de Santa Claus viene de la evolución paulatina del nombre de San Nicolás: St. Nicklauss, St, Nick, St. Klauss, Santa Claus, Santa Clos. No obstante, el ejemplo de San Nicolás nos enseña a ser generosos, a dar a los que no tienen y a hacerlo con discreción, con un profundo amor al prójimo. Nos enseña además, a estar pendiente de las necesidades de los demás, a salir de nuestro egoísmo, a ser generosos no sólo con nuestras cosas sino también con nuestra persona y nuestro tiempo. En este sentido, la Navidad es un tiempo propicio para imitar a San Nicolás en sus virtudes.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Navidad

No es el tiempo en el que más se reza,

sino en el que más se compra.

No es el tiempo en el que más nos arrodillamos,

sino en el que más nos adornamos y nos divertimos.

No es el tiempo en el que vivimos pendientes

de la señal de la estrella para encontrar al niño Dios,

sino pendientes de los anuncios de la televisión

y la propaganda para encontrar lo que deseamos

adquirir y lo que queremos estrenar.

¡Qué alteración de vida, qué frenesí en las calles,

qué tumulto en la tiendas! ¡Cuánta vanidad, compromisos,

felicitaciones y endeudamientos!

¡Cuanta sofocación y cuántos movimientos

llenan la tierra! ¡Y qué soledad, qué desolación,

qué intima paz llenan la gruta de Belén!

Las tiendas se abarrotan porque todos quieren “cosas”.

Y la gruta está vacía porque pocos quieren fe.

Todos están adorando su dinero y desperdiciando

la riqueza de su salvación.

¡Qué contagio colectivo produce la sed insaciable de “tener”!

Y qué lejos de todo parecen los preocupados por “ser”,

por entrar en su Navidad interior y ofrecer amor.

Hay culto de comercio, no adoración de Dios.

Hay religión de banquetes, no fuego de pesebre.

Hay fe de postalitas, no de espíritu divino.

Hay luces de foquitos, no de corazones encendidos.

Se abren las puertas para Dios ¡y entra el mundo!

Abren los salones para los ricos y se olvidan de los pobres

y de los tristes. Se pregona la gran verdad y parece

una gran mentira. Suenan las campanas, se prenden

los arbolitos, se aturden los hombres, todos comprometidos

con la sociedad pero desprevenidos del Salvador del Mundo.

Vivimos con sentido porque Cristo nace.

Ahí comienza nuestra salvación. Creemos con seguridad

porque se hizo hombre para traer una doctrina.

Caminamos con dirección porque desde su nacimiento

nos trajo luz para mirar y eje para sostenernos.

Pero nuestro afán es de mucho supermercado y poco templo,

muchas vidrieras y pocas “figuras”, muchos festejos… y poca reflexión.

Mucho trono, pero muy poco rey, mucho buscar y buscar

sin encontrar con qué llenarse.

Como si el alma fuera un paquetito con moño de regalo,

y el corazón, un ornamento de vitrina, y Dios,

una bonita historia sin trascendencia en nuestra vida.

Todos se apresuran a cumplir las órdenes de la moda

y de la sociedad, y pocos se detienen a meditar

en el mandamiento del amor y en el sentido del misterio.

Todos, en una doble Navidad, en un doble ramaje,

una doble cara, una doble postura, una doble antena.

Como si Cristo y el mundo moderno

se pudieran encasillar juntos para pasar la Navidad.

Hay cosas que no pueden fundirse ni empatarse, ni confundirse.

Cosas que se excluyen.

Porque no puedes arrodillarte y a la vez desenfrenarte.

No puedes rezar en la iglesia y a la vez aplaudir

el vicio fuera de ella; mirar el cielo y enlodar la tierra;

pararte en el mundo y disfrazarte de lo que te convenza.

No puedes decir que nace Cristo mientras tú te diviertes,

te insensibilizas, te disipas, te duermes.

Cristo estableció el amor. Cristo cambió las costumbres

por la conversión de la vida, y planeó la libertad

del cristiano y la luminosidad de la vida.

No hay más que una Navidad y un Nacimiento para llenar

los rincones de tu alma. No hay más que un niño Dios

para llevar la luz al fondo de tu corazón.

No hay más que una estrella para cuidar tus pasos.

Y si quieres proteger tu vida,

no hay más que esa gruta para resguardarte.

Hoy es el día de los niños, de las tradiciones,

de los pobres, de los desamparados. Del perdón espontáneo,

de la plegaria tibia, del corazón fuera del pecho,

de vaciar las alforjas, de pedir perdón…

¡Y lucirse en la caridad del Señor!

Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

¿NAVIDAD LAICA?

Parece imposible que seamos capaces de inventar una celebración laica de la Navidad, sin actividades, representaciones ni referencias religiosas. Pero al paso que vamos es posible que esto sea otro logro de la modernidad .

Por una parte está la presión de quienes quieren eliminar las referencias religiosas de la vida pública y construir una sociedad estrictamente laica, sin tiempos ni lugares para Dios. Una sociedad en la que todos hablemos, actuemos, vivamos y muramos como si Dios no existiera. Dicen que esto es lo que requiere la modernidad, que es lo propio de un Estado aconfesional, la condición indispensable para que podamos vivir en paz en una sociedad pluralista. Pero yo me pregunto ¿qué pluralismo es éste que nos impide vivir a cada uno según nuestras propias creencias? Es el pluralismo del rodillo, de la uniformidad, del silencio preventivo. Si no nos dejan ser diferentes ya no hará falta ni que seamos tolerantes.

Luego están los pequeños caciquismos de quienes quieren aplicar estas ideas para ser más progresistas que nadie. En la escuela no se cantan villancicos porque hay veinte niños que no son cristianos, para eso estamos en un Estado aconfesional. Vamos a ver ¿tan difícil es dejar que los niños cristianos hagan su fiesta cristiana en la escuela, dejando a los no cristianos que vengan si quieren o que se queden en casa? ¿Qué dificultad hay en que los niños musulmanes celebren su fiesta otro día, ilustrando y entreteniendo a sus compañeros cristianos? ¿No es ésta la verdadera educación para la convivencia?

Porque invocar la no confesionalidad del Estado es del todo impertinente. Primero que la aconfesionalidad del Estado significa que el Estado no tiene religión propia, precisamente para poder proteger y fomentar la religión o las religiones que libremente quieran profesar y vivir los ciudadanos. Ocurre que, si el Estado es aconfesional, la sociedad no lo es, porque los ciudadanos no quieren serlo, y es obligación del Estado aconfesional respetar y apoyar las manifestaciones religiosas que los ciudadanos quieran tener, sin agravio de nadie, en ejercicio del derecho sagrado de su libertad religiosa. El Estado es para la sociedad, no la sociedad para el Estado. Y la escuela es para los niños, no los niños para la escuela. ¿O no es así?

Pero hay todavía otra grieta importante por donde se nos mete el laicismo de la Navidad. Es el resultado de la fiebre del consumismo y la debilidad de la fe religiosa de muchos cristianos. Las fiestas de Navidad se van en regalos, cenas, viajes y comilonas. Se juntan las familias, cosa que está muy bien, se juntan los amigos, santo y bueno también, se lo pasan muy bien, pero no van a misa, ni rezan, ni dan gracias a Dios, ni hay un gesto o una sola palabra que invite a vivir religiosamente la Navidad. ¿Será posible que los primeros inventores de las Navidades laicas hayamos sido los mismos cristianos? Las primeras víctimas son los niños y los jóvenes.

El pluralismo real de la calle y las discusiones sobre laicismo o no laicismo, nos están ayudando a ver las cosas con más claraidad. En nuestra sociedad democrática nadie es juzgado ni discriminado por sus creencias o no creencias religiosas. Hay libertad para todos, con tal de que sepamos ejercerla de manera tolerante y respetuosa. Esta libertad no tiene que servirnos para imitarnos unos a otros, o para inhibirnos ante las posibles diferencias con los demás. Libertad significa tener la capacidad de manifestarse y actuar públicamente según las propias convicciones y los propios deseos. Libertad religiosa sólo para dentro de casa es una libertad mutilada.

En este contexto, para lo cristianos, vivir la Navidad correctamente, significa dedicar un tiempo para dar gracias a Dios por habernos enviado a su Hijo Jesucristo, nacido de María Virgen, como Salvador nuestro y Salvador de todos los hombres. Significa celebrar con los demás cristianos el gran misterio del nacimiento de Jesucristo, cantar su grandeza y meditar sus admirables consecuencias, mostrar y comunicar la alegría de poder contar con esta gran esperanza, celebrarlo alegremente con los familiares y amigos, con canciones, con regalos, con una buena mesa, pero sin olvidar nunca qué es lo que estamos festejando y por qué lo estamos haciendo.

Tal como van las cosas, las familias católicas, tienen que plantearse cómo quieren celebrar la Navidad, si la quieren celebrar como cristianos de verdad o prefieren dejarse llevar del modelo laicista y consumista que lo está devorando todo. Y luego sacar las consecuencias. Si queremos seguir siendo cristianos tendremos que vivir de acuerdo con esta determinación. Y si vivimos como los paganos, ¿qué sentido tiene seguir llamándonos cristianos?

Para celebrar cristianamente la Navidad, hay que comenzar con el Adviento. Las misas de los cuatro domingos de Adviento, con sus lecturas, sus cantos, sus símbolos propios, van poniendo poco a poco nuestro espíritu en sintonía con la Navidad. El día de la fiesta hay que ir a misa, y si se puede ir a la Misa del Gallo mejor. Conviene montar en casa un Belén, pequeño o grande. Mucho mejor que la figura de Papá Noël o el árbol de Navidad. Una cosa no quita la otra, pero en una casa cristiana no debería faltar el Nacimiento, grande o pequeño. En la cena de Nochebuena o en la comida de Navidad, hay que rezar un poco, dando gracias a Dios por el misterio de la Encarnación de su Hijo que viene a salvarnos, hay que tener un recuerdo para María y José, cantando villancicos y repartiendo los regalos que queramos. Con mucho cariño y mucha alegría.

Navidad es una fiesta digna de ser bien celebrada, con conocimiento, con piedad y gratitud, con gran alegría y una sincera y dilatada fraternidad. En un mundo abierto y polivalente, cada uno tiene que afirmar con claridad y sin conflictos su propia identidad. No es hora de diluir nuestro cristianismo, sino de afirmarlo y vivirlo con tranquilidad y alegría, dando gracias a Dios por lo mucho que nos ha dado y ofreciéndoselo a los demás por si quieren asomarse a conocer la fuente de nuestra alegría. Esto es lo moderno, conservar nuestra fe, conocerla y vivirla mejor, y ser capaces de dar testimonio de ella con tranquilidad y espontaneidad, sin molestar a nadie, ni tener miedo de nada ni de nadie

Fuente: www.mercaba.org

martes, 23 de diciembre de 2008

YA ESTA CERCA EL REDENTOR

LAS ANTÍFONAS "O"

Las antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.

Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores».

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven»

Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

O Sapientia = sabiduría, Palabra

O Adonai = Señor poderoso

O Radix = raíz, renuevo de Jesé (padre de David)

O Clavis = llave de David, que abre y cierra

O Oriens = oriente, sol, luz

O Rex = rey de paz

O Emmanuel = Dios-con-nosotros.

Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Se cantan -con la hermosa melodía gregoriana o en alguna de las versiones en las lenguas modernas- antes y después del Magnificat en las Vísperas de estos siete días, del 17 al 23 de diciembre, y también, un tanto resumidas, como versículo del aleluya antes del evangelio de la Misa.

J. Aldazabal.

¿SAN NICOLAS O SANTA CLAUS?

Pongamos las cosas en su lugar:

Uno de los más grandes problemas con los que nos encontramos es la creciente fe de los niños en la "omnipresencia" de Santa Claus, quien ve todo y es quien juzga nuestras acciones para premiarnos o no. Con ello, poco a poco durante la época de Navidad, se ha ido vaciando en la conciencia de los niños la verdadera idea de Dios, al menos del Dios anunciado por Cristo. Para muchos de ellos, hoy por hoy, Navidad significa; Santa Claus.

¿Qué hacer? La respuesta no es sencilla pues involucra muchos elementos y aspectos de la vida del niño y de su relación con los demás niños con los cuales convine diariamente y cuyos padres pueden no estar de acuerdo con está realidad. Por ello, creemos que ante todo se debe tener prudencia, como en todos los temas delicados que pueden afectar el desarrollo de los niños y su comprensión del mundo y de la fe.

Consideramos que un buen inicio sería el tratar el tema y la figura actual de Santa Claus, como lo que es: UN CUENTO, como pude ser el de Pinocho o Blanca Nieves, y así colocarlo correctamente en la historia y en la perspectiva cristiana. Es necesario entonces instruir a los niños en la verdadera historia de Santa Claus.

Pero, y ¿quien es en realidad Santa Claus? Bueno, pues, su historia se remonta al siglo IV a un lugar en Turquía llamado Bary, en donde vivió un santo Obispo, llamado Nicolás, el cual se distinguió entre otras cosas por atender de manera especial a los niños pobres. Su historia nos relata que en una ocasión resucitó a tres niños, por lo que a la muerte del obispo (+342), se multiplicaron una serie de prodigios y milagros que hicieron que creciera rápidamente su devoción y su culto, principalmente en los pueblos del norte de Europa que celebraban su fiesta el 6 de Diciembre.

En la época de la Reforma, los holandeses que se separaron de la Iglesia Católica, cambiaron la fiesta religiosa de san Nicolás, es decir "Sint Klaes", por una fiesta secular en la cual se identificaba, al santo con un personaje del Polo Norte, rodeado de duendes y que se encargaba de llevar regalos a los niños en Navidad. Al rededor del año 1600 esta tradición nórdica relacionada con la Navidad fue traída a Nueva York por los primeros colonizadores de Holanda y Alemania quienes en su nombre regalaban dulces y regalos a los niños. Con su incorporación al Ingles su nombre pasó de "Sint Klaes" a "Santa Claus" que es como lo conocemos hoy. Este personaje fue adoptado así como el símbolo de la Navidad en los Estados Unidos.

Alguien dirá: El contarles esta historia sobre san Nicolás ¿no matará la inocencia del niño? O ¿Ahora cómo les diremos a nuestros niños que "Santa" no existe, que todo es un cuento? Bueno creo que parte de la respuesta la encontramos en el: cómo le decimos a los niños que no existe Blanca Nieves, o Pinocho, o cualquiera de los seres irreales que forman parte de la fantasía del niño, con la diferencia en que Santa Claus, si es un personaje real, es un santo, es decir es un amigo de Dios que ama mucho a los niños, por lo que LE AYUDA a Jesús a llevar los juguetes a los niños que se han portado bien. Esto hará que la atención se centré no en Santa Claus (que es solo un ayudante) sino en Jesús. Por ello es a Jesús a quien hay que pedirle los regalos, ya que es él quien, si nos hemos portado bien, nos enviara POR MEDIO DE SANTA CLAUS, que es como su mensajero, los regalos a nuestra casa. De manera que la cartita ES MEJOR enviársela directamente a Jesús (aunque no faltará algún niño abusado que le mande también una copia a Santa… solo por si acaso). De modo que el único que es omnipresente y dador de todos los dones es UNICAMENTE Jesús, pues él es Dios.

Cuando ellos mismos vayan descubriendo la realidad, como es el caso de Pinocho, el paso será mucho más sencillo, pues la realidad de san Nicolás, de su bondad, de su amor por los demás, permanecerá, restando en el niño su ejemplo.

Por otro lado, si reforzamos la idea de la Navidad, no como tiempo de Santa Claus, sino como la fiesta del Nacimiento de Jesús, poco a poco las cosas irán tomando su lugar. Recordemos que cuando se refuerza una idea, esta se afirma en el subconsciente y en la vida del hombre (razón por la cual la publicidad es efectiva); por el contrario cuando se desvalora o no se le da importancia, los contenidos, poco a poco, pasan a un segundo plano y finalmente se olvidan.

Hay que empezar con poco, es una tarea a largo plazo… no esperemos y mucho menos busquemos resultados inmediatos ya que esto pudiera tener muy malos efectos en el corto y mediano plazo. Introducir la figura de Santa Claus en la cultura y en la fantasía de los niños ha llevado muchos años, cambiarle su contenido nos tomará también algunos años.

Una idea concreta, sería el de evitar la presencia de Santacloses en nuestros adornos (en las puertas, en los jugueteros, en el papel de envoltura), y substituirlos por esferas, ángeles, pastores, y otros adornos propios de este tiempo . Y vivir en familia la preparación espiritual para la navidad.

Fuente: www.mercaba.org

sábado, 20 de diciembre de 2008

Tiempo de Adviento - Tiempo Mariano

Los días del Adviento tienen un color entrañablemente mariano, que luego continuará a lo largo de la Navidad y de la Epifanía, porque María de Nazaret, la Madre del Mesías, estuvo a su lado en todos estos acontecimientos por voluntad divina. Ella es el mejor símbolo de la Iglesia que cele­bra la venida de Cristo, la mejor Maestra de la espera de Adviento, de la alegría acogedora de la Navidad y de la manifestación misionera de la Epifanía. Además, las fiestas de la Inmaculada, de Nuestra Señora de Guadalupe, de la Sagrada Familia y de Santa María Madre de Dios, dan todavía a estas semanas mayor contenido mariano.

Bien podemos hablar de María como Nuestra Señora del Adviento, Nuestra Señora de la Navidad y Nuestra Señora de la Epifanía. La humilde mujer de Nazaret, verdadera «hija de Sión», representante de todo el pueblo de Israel, y a la vez la primera cristiana que acogió la salvación de Dios.

Así lo expresó magistralmente Pablo VI en su exhortación Marialis Cultus:

Durante el tiempo de Adviento, recordamos frecuentemente en la liturgia a la Santísima Virgen.

Aparte de la solemnidad del día 8 de diciembre —en que se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha ni arruga—, la tenemos presente sobre todo en los días feriales desde el 17 al 24 de diciembre, y singularmente el domingo anterior a la Navidad, en que se leen las antiguas voces proféticas sobre la Virgen María y el Mesías, así como los relatos evangélicos referentes al nacimiento inminente de Cristo y del precursor.

De este modo, los fieles, que trasladan de la liturgia a la vida el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sienten animados a tomarla como modelo y a prepararse, vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene.

Queremos, además, señalar cómo la liturgia del Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio a la hora de expresar el culto. Equilibrio que puede ser tomado como norma para impedir todo aquello que tiende a separar, como sucede en algunas formas de piedad popular, el culto a la Virgen de su necesario cen­tro de referencia, Cristo.

Resulta así que este período, como han observado los especialistas en liturgia, puede ser considerado como un tiempo particularmente apto para rendir culto a la Madre del Señor.

José Aldazábal

sábado, 13 de diciembre de 2008

ADVIENTO: TEOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD

A la luz de la liturgia de la Iglesia y de sus contenidos podemos resumir algunas líneas del pensamiento teológico y de la vivencia existencial de este tiempo de gracia.

1. Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida

La teología litúrgica del Adviento se mueve, en las dos líneas enunciadas por el Calendario romano: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del AT y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de alguna de estas promesas ya cumplidas aunque si bien no definitivamente.

El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1 Cor 16,22) y del Apocalipsis (Ap 22,20), que se encuentra también en la Didaché, y hoy en una de las aclamaciones de la oración eucarística. Todo el Adviento resuena como un "Marana-thá" en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia.

La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana.

El tema de la espera del Mesías y la conmemoración de la preparación a este acontecimiento salvífico toma pronto su auge en los días feriales que preceden a la Navidad. La Iglesia se siente sumergida en la lectura profética de los oráculos mesiánicos. Hace memoria de nuestros Padres en la Fe, patrísticas y profetas, escucha a Isaías, recuerda el pequeño núcleo de los anawim de Yahvé que está allí para esperarle: Zacarías, Isabel, Juan, José, María.

El Adviento resulta así como una intensa y concreta celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo presente en cada página del AT, del Génesis hasta los últimos libros Sapienciales. Es vivir la historia pasada vuelta y orientada hacia el Cristo escondido en el AT que sugiere la lectura de nuestra historia como una presencia y una espera de Cristo que viene.

En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación.

2. Adviento, tiempo del Espíritu: el Precursor y los precursores

Adviento es tiempo del Espíritu Santo. El verdadero "Prodromos", Precursor de Cristo en su primera venida es el Espíritu Santo; él es ya el Precursor de la segunda venida. El ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María; el Evangelio de Lucas lo demuestra en su primer capítulo, cuando todo parece un anticipado Pentecostés para los últimos del AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus y del Magnificat. Y en la espera del nuevo adviento la Iglesia pronuncia su "Ven Señor", como Esposa, guiada por el Espíritu Santo (Ap 22,20).

El protagonismo del Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y mujeres carismáticos del AT que ya enlazan la Antigua Alianza con la Nueva.

En esta luz debemos recordar "los precursores" del Mesías, sin olvidar al "Precursor", que es el Espíritu Santo del Adviento.

3. Adviento tiempo por excelencia de María, la Virgen de la espera

Es el tiempo mariano por excelencia del Año litúrgico. Lo ha expresado con toda autoridad Pablo VI en la Marialis Cultus, nn. 3-4.

Históricamente la memoria de María en la liturgia ha surgido con la lectura del Evangelio de la Anunciación antes de Navidad en el que con razón ha sido llamado el domingo mariano prenatalicio.

Hoy el Adviento ha recuperado de lleno este sentido con una serie de elementos marianos de la liturgia, que podemos sintetizar de la siguiente manera:

- Desde los primeros días del Adviento hay elementos que recuerdan la espera y la acogida del misterio de Cristo por parte de la Virgen de Nazaret.

- La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra como "preparación radical a la venida del Salvador y feliz principio de la Iglesia sin mancha ni arruga ("Marialis Cultus 3).

- En las ferias del 17 al 24 el protagonismo litúrgico de la Virgen es muy característico en las lecturas bíblicas, en el tercer prefacio de Adviento que recuerda la espera de la Madre, en algunas oraciones, como la del 20 de diciembre que nos trae un antiguo texto del Rótulo de Ravena o en la oración sobre las ofrendas del IV domingo que es una epíclesis significativa que une el misterio eucarístico con el misterio de Navidad en un paralelismo entre María y la Iglesia en la obra del único Espíritu.

En una hermosa síntesis de títulos. I. Calabuig presenta en estas pinceladas la figura de la Virgen del Adviento:

- Es la "llena de gracia", la "bendita entre las mujeres", la "Virgen", la "Esposa de Jesús", la "sierva del Señor".

- Es la mujer nueva, la nueva Eva que restablece y recapitula en el designio de Dios por la obediencia de la fe el misterio de la salvación.

- Es la Hija de Sion, la que representa el Antiguo y el Nuevo Israel.

- Es la Virgen del Fiat, la Virgen fecunda. Es la Virgen de la escucha y de la acogida.

En su ejemplaridad hacia la Iglesia, María es plenamente la Virgen del Adviento en la doble dimensión que tiene siempre en la liturgia su memoria: presencia y ejemplaridad. Presencia litúrgica en la palabra y en la oración, para una memoria grata de Aquélla que ha transformado la espera en presencia, la promesa en don. Memoria de ejemplaridad para una Iglesia que quiere vivir como María la nueva presencia de Cristo, con el Adviento y la Navidad en el mundo de hoy.

En la feliz subordinación de María a Cristo y en la necesaria unión con el misterio de la Iglesia, Adviento es el tiempo de la Hija de Sión, Virgen de la espera que en el "Fiat" anticipa el Marana thá de la Esposa; como Madre del Verbo Encarnado, humanidad cómplice de Dios, ha hecho posible su ingreso definitivo, en el mundo y en la historia del hombre.

4. Adviento, tiempo de la Iglesia misionera y peregrina

La liturgia con su realismo y sus contenidos pone a la Iglesia en un tiempo de características expresiones espirituales: la espera, la esperanza, la oración por la salvación universal.

Se corre el riesgo de percibir el Adviento como un tiempo un tanto ficticio. La tentación y la superación son propuestas así por A. Nocent: "Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida".

En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad:

- La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún al único Salvador.

- La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.

- En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador.

- En la renovada conciencia de que Dios no desdice sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.

A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.

La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.

(fuente: www.mercaba.org)