martes, 27 de octubre de 2009

La pregunta que puede dar sentido a tu vida

 Si tu actitud ante la Iglesia Católica es crítica, hazte esta pregunta. La respuesta que obtengas,  puede ser determinante para tu vida pues te permitirá vivir con libertad una realidad: el hombre (varón o mujer) es un ser religioso.


Quien se pone delante de la Iglesia católica necesita dar una respuesta a la pregunta: ¿viene de Dios o viene de los hombres?
¿Viene de Dios? Si viene de Dios, si Jesús, Hijo del Padre, la ha fundado, merece ser tratada con el máximo respeto. La Iglesia sería entonces la expresión de un cariño inmenso de Dios, de un deseo de ofrecer a los hombres un camino de salvación, de felicidad, de paz.
Si viene de Dios, habría que aceptarla tal y como la quiso Jesús. Con sus enseñanzas y con su jerarquía (Papa, obispos, sacerdotes). Con sus sacramentos y con la gran celebración del domingo, día del Señor. Con el mandamiento del Amor, que lleva a plenitud la Antigua Alianza con sus preceptos, y que nos invita a vivir como hermanos, hijos del mismo Padre, hermanos en Cristo.
Si viene de Dios, no tiene sentido “exigir” a la Iglesia que “adapte” a los nuevos tiempos su doctrina sobre la anticoncepción, o sobre el aborto, o sobre el divorcio, o sobre el matrimonio. No tiene sentido pedirle que ordene mujeres o que cambie sus enseñanzas y disciplina sobre el celibato de los sacerdotes. No tiene sentido querer una Iglesia a nuestra medida.
Pero si no viene de Dios, si es simplemente una invención humana, entonces vale lo que vale algo inventado, pensado, construido por los hombres. No tendría una credibilidad absoluta, no tendría valor el escuchar todo lo que enseña con respeto: valdría sólo aquello que pueda ser aceptado por nuestra razón. Lo demás podríamos rechazarlo libremente, dejarlo de lado según nos parezca a cada uno.
El dilema es claro y tajante. No es posible un camino intermedio. A la Iglesia católica la aceptamos como a la verdadera Iglesia de Cristo, como a la llamada de Dios que nos invita a ser sus hijos, o la dejamos de lado, como algo opcional que se escoge o rechaza sólo si convence como puede convencer un vendedor ambulante que ofrece un objeto mudable, pobre y caduco como todo lo simplemente humano...
Yo creo en la Iglesia con esa seguridad que nace del amor. No es fácil probar mi postura (si fuese fácil, seguramente habría muchos más católicos en el mundo), pero no por ello dejo de quererla. El amor me lleva a estudiarla, a conocerla desde dentro. Me permite saborearla en la caridad de tantos sacerdotes y laicos, en la frescura de los chicos y chicas que se entregan completamente a Dios, en la alegría de los monjes y monjas de clausura, en la fecundidad de los esposos que acogen cada hijo que Dios les envía, en los ancianos que no dejan de testimoniar que Dios perdona y ayuda a quien a Él se acerca.
Creo en ella, humilde y débil, como el Papa Juan Pablo II. Grande y bulliciosa, como en los congresos que reúnen a miles de católicos, como en las multitudes (o en los grupos pequeños) que llenan cada domingo las iglesias del planeta. Creo en ella, como la Virgen María, que dice su sí, que acepta, que acoge el mensaje de un ángel que revela misterios grandes y pide encargos difíciles, pero posibles desde la venida del Espíritu.
Creo en la Iglesia. Quizá no puedo convencer a otros de su verdad y su grandeza. Quizá no siempre los católicos hemos sabido ser testigos del tesoro divino presente en la Ella. Pero ello no quita la belleza del Amor de Dios encerrado en su Iglesia. Un Amor que se ofrece a todos, que puede tocar cada corazón que se abre, sencillo, fresco, a Cristo Salvador.
Sólo pido, a quien no la acepta ni la ame, que respete mi postura, que no critique a mi amada Iglesia, que me deje en mi certeza: Dios la ha querido, Dios la ha regalado, Dios nos la ofrece para que tú, yo, cualquier otro, pueda acogerla como es, pueda caminar cogido de su mano, sin críticas malignas, sin deseos de cambiarla en sus valores más profundos.
Sólo así descubriremos su verdad y seremos capaces de defenderla con amor que no es fanatismo. Con un amor que es también tender una mano y dialogar con sencillez y confianza con quien no puede comprender que Dios nos ama y nos perdona en el Cristo presente, vivo, palpitante, en su Iglesia milenaria. Una Iglesia cargada de años y rebosante de juventud por el continuo amor del Padre y la fuerza del Espíritu.

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
(Fuente: Church Forum)



sábado, 24 de octubre de 2009

VADEMECUM EUCARISTICO II

 Ayer se incluyó en este blog el adelanto de la información acerca de la próxima publicación, por parte  de la Congregación para el Culto Divino, de un "Compendio" sobre la Sagrada Eucaristía. A continuación encontrarán un breve resumen de algunos temas que se incluyen en dicho "Compendio" publicado en el blog "La Buhardilla de Jerónimo"


En el año 2005 se celebró el Sínodo sobre la Santísima Eucaristía. Una de las proposiciones de los Padres Sinodales fue la publicación de un “Compendio” sobre la Eucaristía. En el año 2007, el Santo Padre Benedicto XVI publicó un Motu Proprio, “Summorum Pontificum”, sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la Reforma de 1970, en el que declaró “lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca”. El “Compendio” sobre la Eucaristía, recientemente publicado, tiene en cuenta esta “nueva” situación del Rito Romano.
Presentamos a continuación la traducción de un artículo del blog WDTPRS, en el que se enumeran algunos de los contenidos del “Compendio”.
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- En primer lugar, el Compendio aún no ha sido publicado en italiano, sino en latín.

- Está dividido en 3 secciones: doctrinal, litúrgica y devocional.
- Tiene algunos apéndices: El Libro IV de la “Imitación”, una sección del Código latino de 1983; una sección del Código oriental de 1990, sobre la Eucaristía.

- El prefacio es del Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el Cardenal Cañizares. Habla claramente de ambas formas del Rito Romano, de igual importancia.


- La sección doctrinal contiene extractos del decreto del Concilio de Trento sobre la Eucaristía; del Vaticano II; del Compendio del Catecismo sobre la Eucaristía; un comentario sobre las cuatro Plegarias Eucarísticas.


- La sección litúrgica contiene el Ordo Missae del Novus Ordo; el Ordo Missae del Missale Romanum de 1962; el Oficio de Corpus Christi de la Liturgia Horarum; el oficio completo para Corpus Christi del Breviarium Romanum de 1961; el ordo de Bendición con el Santísimo Sacramento; 7 letanías; y un número de himnos eucarísticos.


- La parte devocional contiene las oraciones para antes de la Misa; las oraciones para después de la Misa; las oraciones para revestirse del sacerdote y del obispo, y otras oraciones devocionales.


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viernes, 23 de octubre de 2009

VADEMECUM EUCARÍSTICO

Bienvenida esta publicación que ya había sido anunciada oportunamente como un deseo de Benedicto XVI, y aún más ya que se da a conocer en este año sacerdotal. es de esperar que la misma produzca el fruto que espera la Iglesia de ella.
 Manual para la adecuada celebración de la Misa presentado oficialmente al Papa.

El Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, presentó hoy oficialmente al Papa Benedicto XVI el “Compendium eucharisticum”, dirigido a ayudar a los sacerdotes a celebrar adecuadamente la Misa.
El compendio, publicado oficialmente el 19 de octubre, es una colección de materiales de estudio, oraciones y meditaciones relacionadas con la celebración de la Eucaristía. Según el Cardenal Cañizares, es una “respuesta al deseo del Santo Padre y al pedido hecho por los obispos durante el Sínodo de la Eucaristía en el 2005”.

Según la edición diaria de L’Osservatore Romano, el documento “recoge textos del Catecismo de la Iglesia Católica, oraciones, explicaciones teológicas de las plegarias eucarísticas del Misal Romano y todo lo que puede ser útil para la correcta comprensión, celebración y adoración del Sacramento del Altar”.
L’Osservatore Romano también explica que es el deseo del Papa que el compendio ayude tanto a los sacerdotes como a los laicos a “creer, celebrar y vivir cada vez más el Misterio Eucarístico”. El Santo Padre también espera que estimule “a todo fiel a hacer de su propia vida un culto espiritual”.

El compendio ha sido publicado en italiano por la cada editorial del Vaticano, y pronto estará disponible en otras idiomas, incluyendo el inglés.

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jueves, 22 de octubre de 2009

La Espiritualidad Eucarística



La Vida Espiritual
Hay gente que tiene Gran vida Interior y no necesariamente vida espiritual, es más no necesariamente tiene fe. El caso por ejemplo de almas amantes del arte, escritores, poetas, pintores, hombres y mujeres con un profundo sentido de la belleza; pero este tipo de vida INTERIOR no llega a ser VIDA ESPIRITUAL.
Pero ¿Qué es la Vida espiritual? Un conjunto de prácticas piadosas?
Vida espiritual tiene que ver con el Espíritu Santo, la Vida que en el creyente va forjando el Espíritu Santo. La Vida que se va santificando por la presencia Viva del Espíritu de Dios. ESPIRITUALIDAD VIVA, NO MUERTA ES DECIR QUE ESTA LLAMADA A CRECER A TENER UN DINAMISMO.

Y hoy el tema que nos convoca es La espiritualidad de la Eucaristía.
Descubrir la Eucaristía como un programa de Vida espiritual.

Col 3,  15   “Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias.” (EUCARISTÍA = ACCIÓN DE GRACIAS)
Vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es éste un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos.
 Quizá, a veces, nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana. La solución es fácil, y está al alcance de todos: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros.
La espiritualidad eucarística
«La Iglesia vive de la Eucaristía». En verdad, la celebración eucarística está en función del vivir en Cristo, en la Iglesia, por la potencia del Espíritu Santo. Es necesario, por tanto, cuidar el movimiento que va de la Eucaristía celebrada a la Eucaristía vivida: del misterio creído a la vida renovada. la Eucaristía es culmen et fons de la vida espiritual en cuanto tal, más allá de los variados caminos de la espiritualidad.

LÍNEAS DE ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA
Escucha de la Palabra
La liturgia de la Palabra es una parte constitutiva de la Eucaristía. Él solo tiene palabras de vida eterna, que su palabra es lámpara para nuestros pasos.
La actitud de escucha es el principio de la vida espiritual. Creer en Cristo es escuchar su palabra y ponerla en práctica. Es docilidad a la voz del Espíritu Santo, el Maestro interior que nos guía a la verdad completa.

Conversión
Reconozcamos nuestros pecados.  Kyrie eleison, Christe eleison. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
La Eucaristía estimula a la conversión y purifica el corazón penitente, consciente de las propias miserias y deseoso del perdón de Dios, aunque sin sustituir a la confesión sacramental, única forma ordinaria, para los pecados graves, de recibir la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Tal actitud del espíritu debe extenderse durante nuestras jornadas, sostenida por el examen de conciencia, es decir, confrontar pensamientos, palabras, obras y omisiones con el Evangelio de Jesús.

Memoria
Acuérdate Señor de tus Hijos...
«Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su sustancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: «haced esto en memoria mía» (1Co 11,24-25) » (CIC, 1356).
La Eucaristía es, en sentido específico, «memorial» de la muerte y resurrección del Señor. Celebrando la Eucaristía, la Iglesia hace memoria de Cristo, de lo que ha hecho y dicho, de su encarnación, muerte, resurrección, ascensión al cielo. En Él hace memoria de la entera historia de la salvación, prefigurada en la antigua alianza.
 Nos lleva a hacer memoria agradecida de todos los dones recibidos de Dios en Cristo. De él brota una vida distinguida por la «gratitud».

Sacrificio
Este único y eterno sacrificio se hace realmente presente en el sacramento del altar. En verdad «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio» (CIC, 1367).
La dimensión sacrificial de la Eucaristía empeña la vida entera. De aquí parte la espiritualidad del sacrificio, del don de sí, de la gratuidad, de la oblación exigida por la vida cristiana.
La espiritualidad eucarística del sacrificio debería impregnar nuestras jornadas: el trabajo, las relaciones, las miles de cosas que hacemos, el empeño por practicar la vocación de esposos, padres, hijos; la entrega al ministerio para quien es obispo, presbítero o diácono; el testimonio de las personas consagradas; el sentido «cristiano» del dolor físico y del sufrimiento moral; la responsabilidad de construir la ciudad terrena, en las dimensiones diversas que comporta, a la luz de los valores evangélicos.

Acción de gracias
Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar.
De aquí se irradia la espiritualidad de la acción de gracias por los dones recibidos de Dios (la vida, la salud, la familia, la vocación, el bautismo, etc).
Agradecer siempre y en «todo lugar»: en los ámbitos del vivir cotidiano, la casa, los puestos de trabajo, los hospitales, las escuelas...
 

Presencia de Cristo
La celebración de la Eucaristía debería llevarnos a exclamar, como los apóstoles tras el encuentro con el Resucitado: «Hemos visto al Señor! » (Jn 20,25). La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es comunión con el resucitado, medicina de inmortalidad y prenda de la gloria futura.
Hacer comunión con Cristo, nos ayuda a «ver» los signos de su divina presencia en el mundo y a «comunicarlos» a cuantos encontramos.

Comunión y caridad
El reunirnos todos, en un mismo lugar, para celebrar los santos misterios es responder al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo por Cristo, en el amor del Espíritu Santo.
La Eucaristía no es una acción privada, sino la acción del mismo Cristo que asocia siempre a sí a la Iglesia, con un vínculo esponsal indisoluble.
Las relaciones de paz, comprensión y concordia en la ciudad terrena son sostenidas por el sacramento de Dios con nosotros y para nosotros.

Silencio
En el ritmo celebrativo, el silencio es necesario para el recogimiento, la interiorización y la oración interior (cf. Mane nobiscum Domine, 18). No es vacío, ausencia, sino presencia, receptividad, reacción ante Dios que nos habla, aquí y ahora, y actúa en nosotros, aquí y ahora. «Descansa en el Señor y espera en él» recuerda el Salmo 37 (36),7.
Es por tanto necesario pasar de la experiencia litúrgica del silencio (cf. Carta Apostólica Spiritus et Sponsa, 13) a la espiritualidad del silencio, a la dimensión contemplativa de la vida. Si no está anclada en el silencio, la palabra puede desgastarse, transformarse en ruido, incluso en aturdimiento.

Adoración
La postura que tomamos durante la celebración de la Eucaristía «de pie, sentados, de rodillas» reenvía a las actitudes del corazón. Hay una gama de vibraciones en la comunidad orante.
Si en la celebración de la Eucaristía adoramos al Dios con nosotros y por nosotros, tal sentir del espíritu debe prolongarse y reconocerse también en todo lo que hacemos, pensamos, y obramos. La tentación, siempre insidiosa, al tratar las cosas de este mundo, es la de doblar nuestras rodillas ante los ídolos mundanos y no solamente a Dios.
Él, nos educa a no postrarnos ante ídolos construidos por manos de hombre y nos sostiene en el obedecer con fidelidad, docilidad y veneración ante aquel que reconocemos como único Señor de la Iglesia y del mundo.

Alegría
Y con los ángeles y los santos te cantamos en común alegría.
«El carácter festivo de la Eucaristía dominical expresa la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu. La alegría es, precisamente, uno de los frutos del Espíritu Santo (cf. Rm 14,17; Gal 5, 22) » (Dies Domini, 56).
Diversos son los elementos que en la Misa subrayan la alegría del encuentro con Cristo y con los hermanos, ya sea en las palabras (piénsese en el Gloria, el prefacio), ya sea en los gestos y en el clima festivo (la acogida, los ornamentos florales y el uso del adecuado acompañamiento musical, según lo permite el tiempo litúrgico).
Una expresión de la alegría del corazón es el canto.
Cantar la Misa y no simplemente cantar en la Misa, nos permite experimentar que el Señor Jesús vine a hacer comunión con nosotros «para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea plena» (cf. Jn 15,11; 16,24; 17,13).
(Nos colmarás de alegría, Señor, con tu presencia!
La alegría cristiana no niega el sufrimiento, las preocupaciones, el dolor; sería una ingenuidad. El llanto al sembrar nos enseña a vislumbrar la alegría de la siega. El sufrimiento del Viernes Santo espera el gozo de la mañana de Pascua.

Misión
La evangelización y el testimonio misionero parten como fuerzas centrífugas del convivio eucarístico (cf. Dies Domini, 45). La misión es llevar a Cristo, de manera creíble, a los ambientes de la vida, de trabajo, de fatiga, de sufrimiento, buscando que el espíritu del Evangelio sea levadura de la historia y "proyecto" de relaciones humanas que lleven la impronta de la solidaridad y de la paz. Se puede llamar a la Eucaristía con justicia el Pan de la misión.



miércoles, 7 de octubre de 2009

EL SILENCIO

El miedo al vacío no refleja sólo la experiencia, bastante frecuente, entre algunos primerizos aficionados a la montaña, sino una realidad mucho más frecuente, en todos los órdenes de la vida. Podría casi decirse que responde a una ley física de la naturaleza. Todo vacío ejerce como una atracción o tal fascinación, que tiende a ser colmado casi automáticamente. Por lo visto las leyes cósmicas de la física, algunos las interpretan igualmente válidas en todos los órdenes de la existencia, incluido el de la celebración litúrgica. No se concibe una celebración con «vacíos», hay que intentar remediarlo de cualquier forma.
En primer lugar, parece identificarse el silencio, con un momento perdido, con espacio vacío y carente de contenido, validez y significado. Por ello, cualquier momento, espacio o aproximación al silencio, se trata de corregir inmediatamente, con algún tipo de acción, canto, monición, música o ritualidad, que evite algo que nos puede parecer embarazoso.
La verdad es que el silencio, al menos el litúrgico, también podría y debería ser considerado desde otra perspectiva diferente; no como un vacío de celebración, sino como un momento de plenitud, de intensidad, de interiorización personal, de acción contemplativa. No equivale a ausencia de rito, sino a concentración de presencia, a vivencia, a receptividad.
Silencios proporcionados y dosificados, proporcionan a nuestras celebraciones, un ritmo más pausado, sereno, gratificante y sosegado. Espacios de silencio, que nadie debería tener la pretensión de apropiárselos, o de utilizarlos, para algo mejor, que su propia densidad de trascendencia.
En la nueva Ordenación general del Misal Romano, se le atribuye al silencio una especial relevancia (56), solicitándolo expresamente en diversos momentos: después de la escucha de la palabra de Dios, (OLM 28, OGMR 128, 130, 136) Y de los ritos clave o momentos álgidos de toda celebración (OGMR 51,54), como puede ser la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, en el caso de la liturgia eucarística (OGMR 164).
Hace ya más de 40 años, el concilio nos advertía que el «silencio sagrado», dentro de la celebración litúrgica, sería uno de los mejores medios para promover la auténtica participación litúrgica (SC 30). y nosotros, mientras tanto, pensando que la mejor manera de promover una participación digna de tal nombre, debería consistir en que todos, en todo momento, pudiéramos hacer algo durante las celebraciones.
(Fuente: Boletín Litúrgico San Pio X)



lunes, 5 de octubre de 2009

¿USTED QUE OPINA?

El siguiente texto fue incorporado a la página de noticias de la agencia AICA  (Agencia Informativa Católica Argentina) prestigiosa entidad de mi país, y publicado con fecha 05-10-09. Lo incorporo sin comentarios, esperando los de quienes visitan la página.
Púlpitos ornamentales desprovistos de la palabra



Los púlpitos en las iglesias posterior al Concilio Vaticano II quedaron fuera de uso
Los púlpitos en las iglesias posterior al Concilio Vaticano II quedaron fuera de uso.
Con pedido de publicación, a lo cual accedemos, el embajador Miguel Ángel Espeche Gil escribió un artículo en el que plantea la necesidad de volver a utilizar los púlpitos en las iglesias que los tienen, y que tras la reforma de la liturgia posterior al Concilio Vaticano II quedaron fuera de uso, pero que permanecen allí, a la vista de todos, como mudos testigos de un tiempo que fue. El texto de la nota, en la que el autor expone sus razones, y a la que él mismo puso el título del acápite, es el siguiente:

      Hace un tiempo un lector puso de manifiesto lo que se repite en los templos cuando la reverberación en columnas molduras y artesonados impide oír correctamente la predicación emitida a través de micrófonos, amplificadores y altoparlantes por la incompatibilidad de estos artefactos con la acústica de los recintos. Este inconveniente es sufrido no sólo -aunque sí especialmente- por quienes tienen limitaciones auditivas.

     ¿Por qué y para qué están en muchas iglesias los hoy abandonados púlpitos? (“Púlpito: plataforma pequeña que hay en las iglesias para predicar, entonar cánticos y hacer otros ejercicios religiosos). Esas construcciones diseñadas para que desde ellas se digan de viva voz las homilías en ámbitos cuyas condiciones acústicas originales aseguraban una perfecta audición, cuando no había micrófonos ni amplificadores.

     Los púlpitos de las iglesias antiguas son obras de artistas y artesanos dirigidos por arquitectos que sabían de acústica y por eso los colocaron en el lugar y la altura exacta permitiendo a todos los asistentes una audición perfecta. ¿Qué designio hizo que se los dejara de lado: tal vez prejuicios que endilgaban injustamente a los que los habían usado una supuesta pretensión de superioridad sobre la feligresía?.

     El haber abandonado los púlpitos, lejos de ser señal de humildad, fue un gesto impensado de menosprecio a los pastores que durante siglos los utilizaron y hacia quienes los construyeron pensando en las generaciones que se sucederían escuchando el Evangelio desde ellos.

     Deberíamos instar a nuestros obispos y párrocos a que vuelvan a predicar desde los púlpitos para oírlos bien, ahorrándose y ahorrándonos la parafernalia de micrófonos y parlantes que trasmiten más ruidos que palabras.
Miguel Ángel Espeche Gil.+