martes, 29 de diciembre de 2009

El Santo Padre y su seguridad.


Todos quienes seguíamos por televisión la celebración  de la Misa de Medianoche en la Nochebuena pasada, recibimos el impacto de ver como el Santo Padre caía a consecuencia de la deplorable actitud de una persona que burló el cerco establecido. Lógicamente el comentario acerca de la seguridad del Santo Padre fue casi obligado en la boca de todos
. Pero, ¿que hacer?. El sitio "La Bohardilla de Jerónimo", analiza el tema, y dado lo acertado de sus comentarios comentarios, aquí lo presentamos.

El acontecimiento del pasado jueves, en que el Santo Padre fue víctima de la violencia de una persona desequilibrada, infundió temor a todos los fieles y suscitó cuestionamientos sobre la seguridad del Romano Pontífice. A esos cuestionamientos respondió el Padre Lombardi, vocero de la Santa Sede, afirmando que “es imposible un blindaje al cien por ciento en torno al Papa sin crear un muro divisor entre el Pontífice y sus fieles, algo impensable”. Luego de añadir que “de cada episodio puede sacarse alguna lección”, recordó (como solía decir también su antecesor en el cargo, el Doctor Navarro Valls) que “hay que abandonar la ilusión de que exista un riesgo cero”.

Sin embargo, a partir de este infortunio, surgieron comentarios en diversos sitios analizando la conveniencia de utilizar nuevamente la sedia gestatoria. A decir verdad, estos comentarios no han surgido inesperadamente el pasado jueves. En realidad, ya desde hace algunos meses surgieron algunos rumores, que desde entonces han ido in crescendo, de que el Santo Padre recuperaría esta tradición, por consejo de la Secretaría de Estado, y con el fin de poder ser visto por todos los fieles.

Con el accidente ocurrido al comienzo de la Santa Misa de Navidad, algunos han comenzado a valorar la restauración de esta tradición pontificia también desde el punto de vista de la seguridad. En efecto, utilizando nuevamente la silla gestatoria, el Pontífice no estaría tan expuesto a quien, violando las normas de seguridad (que, como ha sido recordado, nunca serán completamente seguras), intentara abalanzarse sobre él. La estabilidad de la silla estaría garantizada por doce sediarios y, además, se seguiría contando con la escolta de las fuerzas de seguridad vaticanas. Por supuesto, esto sería viable sólo en el interior de la Basílica Vaticana, donde pueden realizarse (y, de hecho, se realizan) estrictos controles para evitar que las personas que ingresan porten cualquier tipo de armas.

A la posibilidad de que el Santo Padre vuelva a utilizar la silla gestatoria se oponen algunos argumentos que, en la mayor parte de los casos, terminan revelándose carentes de auténticas motivaciones, siendo expresiones, más bien, de prejuicios injustificados. Habría que recordar, en primer lugar, que este elemento tradicional nunca fue abrogado sino que, en realidad, cayó en desuso. En efecto, de los Pontífices inmediatamente anteriores a Benedicto XVI, sólo Juan Pablo II no hizo uso de ella en ningún momento de su pontificado, a pesar de que le ofrecieron hacerlo. El mismo Pablo VI que, habiéndola utilizado algún tiempo, luego dejó de hacerlo, volvió a solicitar el servicio de los fieles sediarios cuando la enfermedad de sus piernas le impedía realizar largas procesiones. También Juan Pablo I, a quien en realidad no le gustaba, accedió a utilizarla ante el deseo de todos los peregrinos presentes en las audiencias que querían verlo. Para una crónica histórica más amplia, puede leerse el interesante artículo del Doctor Durand en Costumbrario Católico. Sin embargo, con esto ya queda claro que, en realidad, ninguno de los Predecesores de Benedicto XVI abolió la sedia gestatoria sino que, en cambio, ésta dejó de utilizarse en los últimos años y, más precisamente, en el último Pontificado. Por lo tanto, podemos concluir que la conveniencia de su utilización es una decisión que corresponde tomar, con absoluta libertad, a cada Pontífice, sin estar vinculado en esta materia a las decisiones, también libres, de sus Predecesores. También aquí puede aplicarse lo que Don Gagliardi afirmaba recientemente en una entrevista a propósito de las tradicionales vestiduras extralitúrgicas de los Papas, muchas de las cuales han sido usadas nuevamente por Benedicto XVI: “Si bien es cierto que, en las últimas décadas, los Sumos Pontífices han elegido no usarlas... también es cierto que éstas nunca han sido abolidas y, por lo tanto, cualquier Papa puede utilizarlas.”

Otra oposición, un poco más ideologizada, proviene de aquellos que consideran la eventual reutilización de la silla gestatoria como la restauración de un elemento pasado de moda o, peor aún, como el retorno a un temible triunfalismo pre-conciliar. En realidad, como denunciaba con ironía Joseph Ratzinger poco después de la clausura del Vaticano II, existe un nuevo triunfalismo de la vanagloria que puede ser mucho más peligroso que aquel antiguo que se pretendía denunciar. A esta injustificada acusación de triunfalismo, responde con precisión Francesco Colafemmina en su artículo de Fides et Forma: “es necesario entender, de una vez por todas, que algunos objetos del pasado no eran expresiones de exterioridad magnificente sino, más bien, instrumentos útiles y prácticos que ayudaban a los fieles a mirar al Papa, que exaltaban el sentido del debido respeto al Sucesor de Pedro, que salvaguardaban la salud y el cansancio de Su Santidad. Se dirá: «¡pero no es aceptable que un hombre sea llevado por otros hombres! ¡Es un signo de poder!». Éstas son ideas que derivan de una visión meramente materialista del Papado. El amor y el afecto por el Papa hacen gozosa la tarea de los sediarios, cuya institución permanece viva y pronta a servir al Pontífice. Un hombre anciano llevado en un pequeño trono sobre las espaldas es también un signo concreto de las palabras del Señor a Pedro en Juan 21, 18: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Ese trono es signo de una potestad diversa, de una autoridad completamente distinta de la del mundo y del poder material: ¡es la potestad del amor y la autoridad del Pastor que apacienta las ovejas de Cristo! Es la potestad y la autoridad del Pontífice que es sostenido físicamente por los sediarios y espiritualmente por todos los fieles. Es la potestad y la autoridad del Padre que gobierna la Iglesia de Roma y, en la sucesión apostólica, no se representa simplemente a sí mismo, a la propia persona, sino la auctoritas pontificia que desciende de la misión que Jesús confió a Simón Pedro”.

Un ejemplo de lo que afirma Colafemmina sobre el amor al Papa que “hace gozosa la tarea de los sediarios” lo ha dado precisamente uno de ellos, Silvano Bellizi, que murió recientemente a los ochenta años de edad, luego de haber servido fielmente a cinco Pontífices. En una entrevista concedida a L’Osservatore Romano un mes antes de su fallecimiento, contaba lo siguiente sobre Pablo VI: “El último año, cuando el dolor de las rodillas le impedía caminar y sentía sufrimientos atroces incluso al hacer pocos pasos, teníamos a disposición también una pequeña silla que usábamos para los desplazamientos más breves. La tarde del Corpus Domini de 1975, al retornar de la celebración en San Juan de Letrán, mientras, habiendo regresado al Vaticano, me preparaba para levantar la pequeña silla, crucé su mirada. Era de sufrimiento. Nos miramos por un momento y nos dijo: «Gracias. Vosotros sois mis piernas sanas» . Casi en coro le respondimos: «Para nosotros es un honor, Santidad»”.

¿Queremos decir con todo esto que el uso de la sedia gestatoria debe ser restaurado para que el Pontificado pueda presentarse ante el mundo en todo su esplendor? No, por supuesto que no. Afirmar eso significaría caer, efectivamente, en aquella visión materialista del papado que termina en un triunfalismo vacío. Lo que en realidad queremos decir es que el actual Sumo Pontífice, al igual que sus predecesores, tiene absoluta libertad para disponer de este instrumento de la tradición. Y que, si decidiera hacerlo, se trataría de una opción legítima basada en algunas innegables ventajas que la silla gestatoria ofrece: evita al Sumo Pontífice la fatiga de tener que recorrer a pie la extensa nave central de la Basílica Vaticana; satisface el deseo de todos los peregrinos de poder ver al Sucesor de Pedro, evitando la confusión y el desorden producidos precisamente por intentar, a toda costa y muchas veces sin éxito, mirar con los propios ojos al Vicario de Cristo; brinda seguridad al Pontífice, no sólo por estar más elevado del nivel de los peregrinos sino también por la cantidad de sediarios que portan la sedia junto al personal de seguridad que lo continuaría escoltando, resguardándolo de ese modo del fácil acceso que podría tener a él una persona que quisiera hacerle daño.

En conclusión, la silla gestatoria no es el poderoso signo de un pasado al que algunos quisieran volver y del que otros quisieran huir. Es, nada más pero también nada menos, un instrumento que la sabiduría de la tradición pontificia ha considerado útil por diversos motivos y que, por estar a disposición del Romano Pontífice, podría ser reutilizado en cuanto éste lo dispusiera. No está en la sedia, lo sabemos bien, la gloria y la grandeza del pontificado romano. Esta gloria y esta grandeza están en el hecho de que el Divino Maestro haya querido edificar su Iglesia sobre Pedro y sus legítimos sucesores. Esta gloria y esta grandeza están, actualmente, en la figura de Benedicto XVI, este hombre anciano que, en el atardecer de su vida, ha sido llamado por el Señor a la responsabilidad máxima de ser Su Vicario y, en la conciencia de ser un “humilde trabajador en la viña del Señor”, ha aceptado que se ponga sobre sus espaldas un peso que supera cualquier capacidad humana. En él, el Papa sabio, la entera Iglesia y cada uno de los fieles cristianos puede descansar, sabiendo que Dios “ no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que Él mismo ha escogido como vicarios de Su Hijo”(cfr. Prefacio de los Apóstoles I).
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)

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