jueves, 2 de marzo de 2023

 

PARTE II

                  

6.  LA MÚSICA Y EL CANTO EN LA LITURGIA:

 

La música, un tema específico de la Liturgia. (MR 39-41)

El tema de la música en la liturgia ha sido suficientemente tratado en la Constitución Sacrosantum Concilium del Vaticano II, ya que ella constituye un elemento propio de la liturgia. Todo el capítulo VI está dedicado a la música sacra. En el Nº 112  comienza dando razón de esa importancia expresando: “el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne”. No omite tampoco la referencia al tesoro de inestimable valor que representa la tradición musical de la Iglesia. Este valor es acentuado dada la “función ministerial de la música sagrada en el servicio divino”, así como también el grado de estima consignado por la Sagrada Escritura: “Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón” (Ef.5,19), y “Canten a Dios con gratitud y de todo corazón, salmos, himnos y cantos inspirados” (Col.3,16). Su vinculación a la sagrada liturgia hace que la música también participe de la finalidad de toda acción sagrada: “la gloria de Dios y la santificación de los fieles”.

San Agustín expresa así sus sentimientos ante la música oída en los templos: “¡Cuánto lloré  al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces a mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas” (cf. Confesiones IX,6,14).

Importancia de lo humano. La música y el canto son expresiones profundas y trascendentes de la actividad humana. Siendo la música y el canto un arte, son un medio de expresión y comunicación más completo y profundo que el lenguaje corriente. El ser humano experimenta la riqueza de la música desde la cuna mediante las canciones de su madre, y luego en un sinnúmero de expresiones musicales durante su vida, mediante las cuales expresa sus sentimientos más íntimos, hasta los cantos fúnebres con que la Iglesia manifiesta la esperanza confiada en la bondad y misericordia divina. ¿Qué otro modo más expresivo y hondo para manifestar los sentimientos que la música?

Importancia de lo religioso. Dado que los sentimientos religiosos se insertan en lo humano, el hombre no puede despreciar ese potencial tan rico y propio de su naturaleza como el canto para insertarlo en su realidad de ligazón con lo divino. Una religiosidad que prescindiera de la música y el canto, adolecería de una verdadera expresión como tal. Así como el ser humano necesita expresarse naturalmente por medio de la música y el canto, con mayor razón la necesita en la manifestación de su religiosidad, que es afirmación de su trascendencia.

Un autor liturgista experimentado dice: “El canto es un importante punto de contacto entre el Evangelio y la cultura. No se puede implantar sólidamente la fe si se prescinde de él” (J. Galineau – “La liturgia renovada”).

La expresión del gran papa, el Venerable Pio XII tiene carácter de verdadera síntesis: “La música está más próxima al culto divino que la mayor parte de las otras bellas artes, como son la arquitectura, la pintura o la escultura. Éstas tratan de preparar un marco digno a los ritos divinos. Aquélla, al contrario, ocupa lugar principal en el desarrollo de las ceremonias y de los ritos sagrados” (Pio XII – Encícl. Musicae Sacrae Disciplina).

 

Finalidad del canto litúrgico.  La Constitución SC, la expresa así: “La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.......atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es la gloria de Dios y la santificación de los fieles...” (SC º 112).

En definitiva, entonces, el canto litúrgico es liturgia, no algo ajeno, algo externo que se le agrega. Al mismo tiempo el canto como la palabra es signo, más bien es expresión simbólica de la actitud de íntima unión  personal y de la asamblea litúrgica con Aquel a quien se dirige el canto.

Conviene aquí también tener presente lo indicado en la OGMR Nº 47, que textualmente enuncia: “Una vez reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, comienza el canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros”.

Algo de historia. El Antiguo Testamento abunda en textos líricos consistentes en himnos destinados a ser cantados y dispersos en distintos libros, sin olvidar el Libro de los Salmos que incluye la colección de cantos religiosos de Israel. La liturgia judía en el templo, en las sinagogas y en las casas incluía cantos. Así por ejemplo muchos salmos fueron compuestos para animar las procesiones de fieles que se dirigían al templo; así las “Canciones de las Subidas”: Sal.120-134, como el salmo 84, eran cantos de peregrinación al Santuario.

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“El Salterio es la colección de cantos religiosos de Israel. Sabemos por otra parte, que entre el personal del Templo figuraban los cantores y, si bien éstos no son mencionados explícitamente hasta después del Destierro, es cierto que existieron desde el principio. Las fiestas de Yahveh se celebraban con danzas y coros, cf. Jc.21-19-21; 2S.6,5.16. Según Am.5,23, los sacrificios se acompañaban con cánticos y, puesto que el palacio real tenía sus cantores en tiempo de David, 2S.19,26 y de Ezequías, según los anales de Senaquerib, el templo de Salomón debió tener los suyos, como todos los grandes santuarios orientales. De hecho,  hay salmos que se atribuyen  Asaf, a los hijos de Coré, a Hemán y a Etán (o Yedutún) todos ellos cantores del Templo preexílico según las Crónicas. La tradición que atribuye a David muchos de los Salmos hace también remontarse a él la organización del culto, incluso los cantores, 1Cró.25, y se une a los viejos textos que lo presentan danzando y cantando ante Yahveh, 2S.6,5.16. Muchos de los salmos llevan indicaciones musicales o litúrgicas” (Biblia de Jerusalén).

En el Nuevo Testamento tampoco faltan los cánticos e himnos, así como numerosas invitaciones a cantar, especialmente en las cartas de San Pablo, como ya lo hemos citado arriba, y en el Apocalipsis.  (Ap.15,3-4; 19,1-4).

A comienzos del siglo II, un funcionario del Imperio (Plinio el Joven, gobernador de Bitinia) informa en una carta al emperador Trajano: “se reúnen (los cristianos) antes del amanecer y cantan a Cristo, a quien consideran como Dios”.

Muchos grandes Padres de la Iglesia, entre ellos San Atanasio, San Ambrosio y el ya citado San Agustín, nos legaron elogios al canto y la música. Es que durante toda la historia de la Iglesia siempre se ha practicado y fomentado el uso de la música y el canto. Durante los dos primeros siglos, a partir de que la Iglesia se separa del culto judío, se cantaban himnos compuestos por las mismas comunidades, luego predominó el canto de los salmos sin dejarse de utilizar los himnos. Al comienzo estos himnos se cantaban sin acompañamiento de instrumentos. Eran melodías sencillas que se aplicaban a los textos litúrgicos, a los himnos, plegarias y antífonas. Luego, ya desde el siglo IV, las melodías se hacen más artísticas y complicadas y comienzan a aparecer pequeños grupos de cantores y los coros acompañados de instrumentos musicales, dificultando la participación del pueblo.

En el siglo VI  llega a la cátedra de San Pedro el papa san Gregorio Magno (590-604). Ya en esta época se afianza la liturgia romana y nace el canto gregoriano. Su nombre se debe al impulso dado por este santo papa, doctor de la Iglesia, a la liturgia y todo lo atinente a ella, compuso una gran cantidad de piezas litúrgicas dándole al conjunto la forma definitiva que habría de conservar en el futuro. Respecto a esta forma de canto dice la S.C. “La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.” (Nº 116).

Desde fines del siglo XIII (época carolingia) el pueblo vuelve a participar más decididamente en los cantos litúrgicos. A partir del siglo XVI se hace evidente la polifonía con magníficas composiciones, obras de grandes maestros, entre ellos Palestrina (1525-1594), Lasus 1532-1594 y Luis de Vitoria (1540-1611), que nos han dejado trabajos de gran belleza, que son un intento por elevar la voz humana a la máxima expresividad, aunque dificultando nuevamente la participación del pueblo, lo que no se lo consideraba un inconveniente ya que la liturgia era apreciada por su grandiosidad, belleza y  exuberancia externa.

La participación del pueblo en los cantos vuelve desde mediados del siglo XIX de la mano del llamado “Movimiento Litúrgico” que comenzó a despertar un gran interés por la liturgia y su significado intrínseco. Primero fueron los cantos paralelos a la acción litúrgica y luego, a partir de la reforma Conciliar del Vaticano II, integrados a la celebración litúrgica. Esta circunstancia y el empleo de las lenguas vernáculas dio ocasión a la composición de miles de cantos nuevos, por lo que, y cito aquí a un excelente liturgista el P. Aquilino de Pedro: “sin cerrar la puerta a nuevas composiciones, urge la selección, pues en esa abundancia hay mucha música y muchas letras mediocres, poco dignas del culto. El canto requiere también cierta estabilidad para que pueda ser asimilado y vivido”. (Liturgia-Curso básico para fieles y comunidades).

Los instrumentos musicales. El instrumento musical litúrgico por antonomasia es el órgano de tubos. A él se refiere la SC en el Nº 120: “Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas, y levantar poderosamente la almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales”. El órgano fue introducido en la Iglesia hacia el siglo IX y pronto alcanzó la primacía de rey los instrumentos litúrgicos.

Debe decirse que hoy la variedad de instrumentos utilizados es grande, sin embargo conviene tener muy en cuenta la norma fijada por el Concilio al respecto: “En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor del artículo 22 párrafo 2, y artículos 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convenga a la dignidad del templo y contribuya realmente a la edificación de los fieles”. (SC Nº 120).

Terminamos esta referencia al tema de la música sagrada en la liturgia, con una recomendación del Concilio Vaticano: “Dese también una genuina educación litúrgica a los compositores y cantores, en particular a los niños”.