domingo, 11 de diciembre de 2016



El Adviento

En la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.

   Estamos promediando el tiempo de Adviento. En estas semanas que nos preparan para la Navidad hay una frase de la liturgia que me parece muy significativa, en este tiempo, y que nos invita a salir al encuentro de Cristo que viene a nosotros.
   Cristo viene a nosotros pero también nosotros vamos a su encuentro y eso me recuerda también un pasaje de la Primera Carta de Pedro donde recordaba a los primeros cristianos diciéndoles: “Ustedes a Cristo lo aman sin haberlo visto y creyendo en Él y sin verlo todavía se regocijan con un gozo indecible lleno de gloria esperando el fruto de esa fe que es la salvación”. Sin verlo lo aman, creyendo en Él, pero sin verlo todavía.
   Eso está indicando que, en el Adviento, en la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.
   ¿Y cómo podemos verlo?” La respuesta es en el amor, en la fe, y diría que hay tres maneras y tres ámbitos en los cuales podemos ejercitar ese “ver a Jesús".
   El primero en la Sagrada Escritura, que es la lectura de la Palabra de Dios y especialmente en el Evangelio, donde no tenemos un retrato de Cristo, pero hay tantos datos que podemos recoger con silencio, con amor, con un amor contemplativo, para ir diseñando en nuestro interior un rostro de Jesús. Podemos ir descubriendo su mirada, sus palabras, sus acentos, sus gestos, su misterio y así ir uniéndonos a Él.
   Luego está la oración que es otro ámbito donde ejercitamos esa visión de Jesús. En la oración intima, en el dialogo personal, en el encuentro cara a cara en la oscuridad de la fe con Él, vamos como descubriendo su rostro, entrando en su intimidad y eso nos va asegurando un conocimiento cada vez mayor de Cristo.
   Y creo que el último ámbito pertenece al de la vida cotidiana. También amamos a Cristo cuando salimos al encuentro de Él en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y en el prójimo, como dice el Evangelio. El prójimo es el que está a nuestro lado y necesita de nosotros. Pensemos en las Bienaventuranzas del Evangelio y lo que allí se menciona como situaciones que son objetos de una bienaventuranza por parte de Dios. O en lo que enseña Jesús como examen del Juicio Final. Pensemos si hemos salido al encuentro del que necesitaba el alimento, el vestido, la hospitalidad, el consuelo, el más pequeño de mis hermanos.
   También ahí, en el más pequeño de nuestros hermanos, nos ejercitamos en el amor de Cristo y vamos saliendo a su encuentro.
   En lo que falta del Adviento tratemos de practicar esto de modo que la próxima Navidad sea la actualización de nuestro encuentro con Cristo para que se cumpla esta aspiración de la liturgia: el Señor viene a nosotros y nosotros nos apresuramos a salir a su encuentro. 

Por Mons. Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata- Argentina

(Fuente: conoceréis de verdad.org)

sábado, 18 de junio de 2016

El Domingo

¿Hay diferencia entre la Misa del domingo y la de los días laborales?
«Todos los días se celebra la Eucaristía. De modo especial, el domingo es el día de la Eucaristía, la Pascua semanal, el día de la Iglesia convocada por el Señor resucitado. Aunque el domingo sea el día más eucarístico de la semana, cada día se celebra la Eucaristía, y se actualiza por lo tanto el misterio pascual de Cristo. De modo magistral lo ha expresado el Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad, que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la Humanidad de todos los tiempos.
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio. Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón, el sacrificio es siempre uno solo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces, y que jamás se consumirá».
(Fuene: Juan Javier Flores Arcas, OSB - Conocereis de verdad. org)

jueves, 12 de mayo de 2016

El misterio de Pentecostés




Permanecer juntos fue la condición que puso Jesús para acoger el don del Espíritu Santo; el presupuesto de su concordia fue la oración prolongada. De este modo se nos ofrece una formidable lección para cada comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación inteligente a través de un compromiso concreto. Ciertamente el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier otra repuesta se necesita su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia. Las raíces de nuestro ser y de nuestro actuar están en el silencio sabio y providente de Dios.

Las imágenes que utiliza san Lucas para indicar la irrupción del Espíritu Santo --el viento y el fuego-- recuerdan al Sinaí, donde Dios se había revelado al pueblo de Israel y había concedido su alianza (Cf. Éxodo 19,3 y siguientes). La fiesta del Sinaí, que Israel celebraba cincuenta días después de la Pascua, era la fiesta del Pacto. Al hablar las lenguas de fuego (Cf. Hechos 2, 3), san Lucas quiere representar Pentecostés como un nuevo Sinaí, como la fiesta del nuevo Pacto, en el que la Alianza con Israel se extiende a todos los pueblos de la Tierra. La Iglesia es católica y misionera desde su nacimiento. La universalidad de la salvación se manifiesta con la lista de las numerosas etnias a las que pertenecen quienes escuchan el primer anuncio de los apóstoles (Cf. Hechos 2, 9-11).

El Pueblo de Dios, que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, se amplía hoy hasta superar toda frontera de raza, cultura, espacio y tiempo. A diferencia de lo que sucedió con la torre de Babel, cuando los hombres que querían construir con sus manos un camino hacia el cielo habían acabado destruyendo su misma capacidad de comprenderse recíprocamente, en el Pentecostés del Espíritu, con el don de las lenguas, muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión. El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, hace que los corazones sean capaces de comprender las lenguas de todos, pues restablece el puente de la auténtica comunicación entre la Tierra y el Cielo. El Espíritu Santo es el Amor.

Pero, ¿cómo es posible entrar en el misterio del Espíritu Santo? ¿Cómo se puede comprender el secreto del Amor? El pasaje evangélico nos lleva hoy al Cenáculo, donde, terminada la última Cena, una experiencia de desconcierto entristece a los apóstoles. El motivo es que las palabras de Jesús suscitan interrogantes inquietantes: habla del odio del mundo hacia Él y hacia los suyos, habla de una misteriosa partida suya y queda todavía mucho por decir, pero por el momento los apóstoles no son capaces de cargar con el peso (Cf. Juan 16, 12). Para consolarles les explica el significado de su partida: se irá, pero volverá, mientras tanto no les abandonará, no les dejará huérfanos. Enviará el Consolador, el Espíritu del Padre, y será el Espíritu quien les permita conocer que la obra de Cristo es obra de amor: amor de Él que se ha entregado, amor del Padre que le ha dado.

Este es el misterio de Pentecostés: el Espíritu Santo ilumina el espíritu humano y, al revelar a Cristo crucificado y resucitado, indica el camino para hacerse más semejantes a Él, es decir, ser «expresión e instrumento del amor que proviene de Él» («Deus caritas est», 33). Reunida junto a María, como en su nacimiento, la Iglesia hoy implora: «Veni Sancte Spiritus!» - «¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos fel fuego de tu amor!». Amén. 
Fuente: Conocereis de venrdad .org.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Miércoles santo - La traición

Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
- «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
- «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó:
- «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
- «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
- «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
- «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó judas, el que lo iba a entregar:
- «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió:
- «Tú lo has dicho.»

"Estaba también con ellos Judas, el traidor";
 Judas ni nació traidor ni lo era en el momento en el que fue elegido como uno de los Doce: "¡Llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sombríos de la libertad humana".
 "Como todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye",
 Sin embargo, la traición de Judas, por dinero, no prefigura sólo las traiciones a Jesús por dinero: "Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia".
 "Jesús nunca abandonó a Judas y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios".
 Pedro traicionó a Cristo: "¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia".
(Fuente: conoceréis de verdad.org)

 

Para meditar - Miércoles santo


El Miércoles Santo recordamos la triste historia de uno que fue Apóstol de Cristo: Judas. Así lo cuenta San Mateo en su evangelio: Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?”. Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento, andaba buscando una oportunidad para entregárselo.

¿Por qué recuerda la Iglesia este acontecimiento? Para que nos hagamos cargo de que todos podemos comportarnos como Judas. Para que pidamos al Señor que, de nuestra parte, no haya traiciones, ni alejamientos, ni abandonos. No solamente por las consecuencias negativas que esto podría traer a nuestras vidas personales, que ya sería mucho; sino porque podríamos arrastrar a otros, que necesitan la ayuda de nuestro buen ejemplo, de nuestro aliento, de nuestra amistad.

En algunos lugares de América, las imágenes de Cristo crucificado muestran una llaga profunda en la mejilla izquierda del Señor. Y cuentan que esa llaga representa el beso de Judas. ¡Tan grande es el dolor que nuestros pecados causan a Jesús! Digámosle que deseamos serle fieles: que no queremos venderle -como Judas- por treinta monedas, por una pequeñez, que eso son todos los pecados: la soberbia, la envidia, la impureza, el odio, el resentimiento... Cuando una tentación amenace arrojarnos por el suelo, pensemos que no vale la pena cambiar la felicidad de los hijos de Dios, que eso somos, por un placer que se acaba enseguida y deja el regusto amargo de la derrota y de la infidelidad.

Hemos de sentir el peso de la Iglesia y de toda la humanidad. ¿No es estupendo saber que cualquiera de nosotros puede tener influencia en el mundo entero? En el lugar donde estamos, realizando bien nuestro trabajo, cuidando de la familia, sirviendo a los amigos, podemos ayudar a la felicidad de tantas gentes. Como escribe San Josemaría Escrivá, con el cumplimiento de nuestros deberes cristianos, hemos de ser
como la piedra caída en el lago. -Produce, con tu ejemplo y con tu palabra un primer círculo... y éste, otro... y otro, y otro. .. Hasta llegar a los sitios más remotos.

Vamos a pedir al Señor que no le traicionemos más; que sepamos rechazar, con su gracia, las tentaciones que el demonio nos presenta, engañándonos. Hemos de decir que no, decididamente, a todo lo que nos aparte de Dios. Así no se repetirá en nuestra vida la desgraciada historia de Judas.

Y si nos sentimos débiles, ¡corramos al Santo Sacramento de la Penitencia! Allí nos espera el Señor, como el padre de la parábola del hijo pródigo, para darnos un abrazo y ofrecernos su amistad. Continuamente sale a nuestro encuentro, aunque hayamos caído bajo, muy bajo. ¡Siempre es tiempo de volver a Dios! No reaccionemos con desánimo, ni con pesimismo. No pensemos: ¿qué voy a hacer yo, si soy un cúmulo de miserias? ¡Más grande es la misericordia de Dios! ¿Qué voy a hacer yo, si caigo una vez y otra por mi debilidad? ¡Mayor es el poder de Dios, para levantarnos de nuestras caídas!

Grandes fueron los pecados de Judas y de Pedro. Los dos traicionaron al Maestro: uno entregándole en manos de los perseguidores, otro renegando de Él por tres veces. Y, sin embargo, ¡qué distinta reacción tuvo cada uno! Para los dos guardaba el Señor torrentes de misericordia. Pedro se arrepintió, lloró su pecado, pidió perdón, y fue confirmado por Cristo en la fe y en el amor; con el tiempo, llegaría a dar su vida por Nuestro Señor. Judas, en cambio, no confió en la misericordia de Cristo. Hasta el último momento tuvo abiertas las puertas del perdón de Dios, pero no quiso entrar por ellas mediante la penitencia.

En su primera encíclica, Juan Pablo II habla del
derecho de Cristo a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida del alma, que es el momento de la conversión y del perdón (Redemptor hominis, 20). ¡No privemos a Jesús de ese derecho! ¡No quitemos a Dios Padre la alegría de darnos el abrazo de bienvenida! ¡No contristemos al Espíritu Santo, que desea devolver a las almas la vida sobrenatural!

Pidamos a Santa María, Esperanza de los cristianos, que no permita que nos desanimemos ante nuestras equivocaciones y pecados, quizá repetidos. Que nos alcance de su Hijo la gracia de la conversión, el deseo eficaz de acudir -humildes y contritos- a la Confesión, sacramento de la misericordia divina, comenzando y recomenzando siempre que sea preciso.
(Fuente: conoceréis de verdad.org)

martes, 22 de marzo de 2016

Semana Santa - Temas de meditación

El Martes Santo, el cristiano se mete en el Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38:
 
Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: "Os aseguro que uno de vosotros me entregará". Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer". Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: "A donde yo voy, vosotros no podéis venir". Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás". Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces".

Generalmente el cristiano, en la primera frase que lee en el Evangelio se encuentra ya enganchado y le resulta difícil proseguir. Estamos en la Última Cena, en la que Jesús va a instituir la Eucaristía, el nuevo Sacrificio y el nuevo sacerdocio; además formulará el consiguiente mandato imperativo del amor fraterno. Y hay un traidor entre nosotros. ¡Un traidor! ¿Cómo es posible? ¡Es posible!, por imposible que parezca es posible traicionar a quien me ha dado la vida y me da su vida para que mi vida sea eterna, eternamente feliz como la suya. ¿Seré yo el traidor? El cristiano sabe que puede serlo en este… mundo traidor, en el que a uno le pueden meter en la cabeza que nada es verdad ni mentira. Aunque le parece difícil poder llegar a ser un gran traidor, porque al parece su mediocridad no da para tanto, lo que resulta claro y patente a poco que reflexione es que de hecho es un pequeño traidor. ¡He traicionado tantas veces! Tantas cuantas he cerrado los ojos a la infinita sabiduría que es infinito amor: a lo que se llama Voluntad de Dios. He tratado de figurarme que bien pudiera ser que la Voluntad de Dios fuese arbitraria –como ha inculcado a tantos Guillermo de Ockam desde el siglo XIV hasta la fecha-. ¿Y que puedo hacer yo ante una voluntad caprichosa, arbitraria y con ganas de fastidiar? Cerrar los ojos, seguir la táctica del avestruz. Traicionar con la excusa de que no me parece que «eso» pueda ser la Voluntad de Dios para mí, aquí y ahora. En el fondo Él comprenderá. Soy una excepción. Con un poco de suerte, su arbitrariedad se pondrá a mi favor. Yo a lo mío.

Con mil extrañas sutilezas, razonadas sinrazones, he traicionado al Amor, a los sabios y amorosos Mandamientos, que sólo han sido formulados para mi bien, para orientarme hacia mi realización personal, a mi plenitud de vida temporal y eterna. He sido muchas veces un pequeño gran traidor. Porque las pequeñas traiciones al Amor, nunca son pequeñas. Si no, que lo diga un enamorado. «Dicen que no se siente la despedida / dile a quien te lo cuente / que se despida, ay, que se despida…». Dile al Amor que no le traicionaste cuando decidiste que era mejor tu camino que el suyo; díle que cuando elegiste tu capricho en lugar de su sabio y amoroso consejo o precepto que no le traicionaste, ay, díselo, díselo. Díle que no harás como Judas, sino como Pedro, como María de Magdala, como Pablo, como Agustín, como tantos santos que fueron pecadores.

Díle también que aprovecharás esta Santa Semana para desagraviarle con oración y penitencia, que vas a subordinar todos tus planes a la participación en la oración litúrgica –los Oficios del Jueves y del Viernes Santo-. Que sí, que mereces un descanso, pero que tus traiciones por un lado y tu amor por otro, te impelen a la penitencia, a la oración, al desagravio, para culminar en la celebración solemne del gran Misterio Pascual: tu salvación, su Resurrección, tu participación en la Muerte y en la Resurrección del Señor, tu vida eterna y tu paz y felicidad temporal.


(Fuente: conoceréis de verdad. org) 

martes, 15 de marzo de 2016

Homilia del santo padre en Santa Marta 15/03/2016

Si queremos conocer “la historia de amor” que Dios tiene con nosotros, es necesario mirar al Crucifijo, en el que hay un Dios que se ha “vaciado de la divinidad”, se ha “ensuciado” con el pecado con tal de salvar a los hombres. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
La historia de la salvación que relata la Biblia tiene que ver con un animal, el primero que es nombrado en el Génesis y el último que se lee en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en la Escritura, es símbolo poderoso de condenación y, misteriosamente – afirmó Francisco – de redención.
El misterio de la serpiente
Para explicar el misterio de la serpiente, el Santo Padre relacionó la Lectura tomada del Libro de los Números con el pasaje del Evangelio de Juan. La primera contiene el célebre paso del pueblo de Israel que, cansado de vagar por el desierto con poco alimento, impreca contra Dios y contra Moisés. También aquí son protagonistas, dos veces, las serpientes. Las primeras enviadas por el cielo contra el pueblo infiel, que siembran miedo y muerte hasta que la gente no implora a Moisés que pida perdón. Y la segunda, reptil singular que llegados a ese punto entra en la escena:
“Dios dice a Moisés: ‘Haz una serpiente y ponla sobre un asta (la serpiente de bronce). Quien habrá sido mordido y la mirará, permanecerá con vida’. Es misterioso: el Señor no hace morir a las serpientes, las deja. Pero si una de éstas hace mal a una persona, miras a aquella serpiente de bronce y te curarás. Levantar a la serpiente”.
La salvación está en lo alto
El verbo “levantar” está, en cambio, en el centro de la dura confrontación entre Cristo y los fariseos tal como lo describe el Evangelio. En un momento determinado, Jesús afirma: “Cuando habrán levantado al Hijo del hombre, entonces entenderán que soy Yo”. Ante todo – notó el Papa – “Yo Soy” es también el nombre que Dios había dado de Sí mismo a Moisés para que se lo comunicara a los israelitas. Y después – añadió Francisco – está esa expresión que vuelve: “Levantar al Hijo del hombre…”:
“La serpiente, símbolo del pecado. La serpiente que mata. Pero una serpiente que salva. Y éste es el Misterio de Cristo. Pablo, hablando de este Misterio, dice que Jesús se vació, se humilló a sí mismo, se aniquiló para salvarnos. Es más fuerte aún: ‘Se ha hecho pecado’. Usando este símbolo se ha hecho serpiente. Este es el mensaje profético de estas Lecturas de hoy. El Hijo del hombre, que como una serpiente, ‘hecho pecado’, es levantado para salvarnos”.
El aniquilamiento de Dios
El Pontífice afirmó que “ésta es la historia de nuestra redención, ésta es la historia del amor de Dios. Y añadió que si queremos conocer el amor de Dios, debemos mirar al Crucificado: un hombre torturado”, un Dios “vaciado de la divinidad”, “ensuciado” por el pecado”. Pero un Dios que – concluyó el Obispo de Roma – aniquilándose destruye para siempre el verdadero nombre del mal, aquel que el Apocalipsis llama “la serpiente antigua”:
“El pecado es la obra de Satanás y Jesús vence a Satanás ‘haciéndose pecado’ y desde allí nos levanta a todos nosotros. El Crucifijo no es un ornamento, no es una obra de arte, con tantas piedras preciosas, como vemos: el Crucifijo es el Misterio del ‘aniquilamiento’ de Dios, por amor. Y aquella serpiente que profetiza en el desierto la salvación: elevada y quien la mira es curado. Y esto no ha sido hecho con la varita mágica de un Dios que hace las cosas: ¡no! ¡Ha sido hecho con el sufrimiento del Hijo del hombre, con el sufrimiento de Jesucristo!”.

lunes, 14 de marzo de 2016

Para orar ante el sagrario


1. Para orar ante el Sagrario hay que calmarse un poco: pasar de la calle y del ruido, a la soledad, al silencio y a la Presencia.

2. Entrar en la capilla del Sagrario, hacer una genuflexión pausada mirando al Sagrario, que nos haga conscientes de la Presencia. Ir al banco y arrodillarse.

3. Una vez de rodillas, antes de rezar ni de decir nada, mirar al Sagrario y percibir a Cristo: una lamparilla encendida, la puerta del Sagrario normalmente iluminada con un haz de luz potente. Mirar. La respiración debe estar ya calmada; seguimos de rodillas, sin cambiar de postura a cada instante...

4. Mirando al Sagrario, hacer primero un acto de presencia de Dios: "Señor, tú estás aquí... Tú me amas, me escuchas. Te adoro, Dios mío".

5. Luego, ya antes de iniciar la oración, invocar al Espíritu Santo que dirija la plegaria, ore en nosotros, ponga en nuestra boca lo que hayamos de pedir.

6. Entonces, tal vez, sentarse, despacio y sin movimientos bruscos, sino con recogimiento. Empezar a orar:

-unas veces, leer suavamente el Evangelio dos o tres veces, ver qué dice en sí mismo, imaginarlo, sentir la voz de Cristo y luego reflexionar para saber qué me dice a mí concretamente, ahora,

-otras, rezar despacio un salmo, dejando que cale en el alma, o emplear jaculatorias al ritmo sosegado de la respiración: "señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero", "¿A quién vamos a ir? tú tienes palabras de vida eterna", "Jesús, confío en ti", "Dios mío y mi todo"...

-otras, simplemente, hablar con Él, suavemente, en conversación amistosa, sobre lo que sentimos, vivimos, sufrimos y pedir gracia y luz.

Son los pasos normales. Pero, sobre todo, cuidar mucho la preparación y el inicio de la oración. A veces entramos en ella como elefantes en cacharrería, sin recogimiento ni haber pacificado el interior, nos ponemos nerviosos y tenemos que huir.

Además, cuando se está ante Él, se hace luz en el interior, y todo lo que hay en la conciencia sale a flote con claridad incomodando. Encararnos entonces lo mejor posible con la verdad de nuestra vida, dejando que el Señor hable o nos dé sentimientos o luces en el corazón.

(Fuente: conoceréis de verdad.org)

Intenciones del Santo Padre para el mes de marzo

Intención Universal: Para que las familias en dificultad reciban los apoyos necesarios y los niños puedan crecer en ambientes sanos y serenos.
Intención por la Evangelización: Que los cristianos discriminados o perseguidos a causa de su fe, se mantengan firmes en las pruebas guardando la fidelidad al Evangelio, gracias a la oración incesante de toda la Iglesia.

La comunión Eucarística

EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN
De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo.  Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía.  Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.
La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial.  Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
  1. con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
  2. una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
  3. mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
  4. la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
  5. la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
  6. con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo.  Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
  7. con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
  8. recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
  9. a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
  10. con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo. 
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical.  Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.

Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973).  Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".