sábado, 22 de enero de 2011

Un parentesis

Estimados seguidores y visitantes: este bloggero se tomará unos días de vacaciones. Nos encontraremos a partir de febrero próximo.

sábado, 15 de enero de 2011

Juan Pablo II y el anuncio de su beatificación

Tras el anuncio de la fecha de beatificación de Juan Pablo II, comienzan a trascender importantes declaraciones de distintas personalidades. La que insertamos a continuación  ha sido publicada hoy por ZENIT.org
 Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO sábado 15 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano", sobre la beatifcación de Juan Pablo II, anunciada este viernes por la Santa Sede, que tendrá lugar el 1 de mayo, domingo de la Divina Misericordia.

La beatificación de Juan Pablo II, que su sucesor presidirá en el aniversario litúrgico de su muerte, es un acontecimiento histórico sin precedentes. En realidad, es preciso remontarse al corazón de la Edad Media para encontrar ejemplos análogos, pero en contextos no comparables a la decisión de Benedicto XVI: en los últimos diez siglos ningún Papa ha elevado al honor de los altares a su inmediato predecesor.

Pietro del Morrone (que fue Celestino V) fue canonizado en 1313, menos de veinte años después de su muerte, por su tercer sucesor; más de dos siglos antes se reconoció casi inmediatamente la santidad de León IX y de Gregorio VII, que murieron respectivamente en 1054 y 1085. No por casualidad al inicio de aquel papado reformador celebrado pocos decenios más tarde en el oratorio lateranense de San Nicolás a través de la representación de algunos Pontífices contemporáneos definidos cada uno sanctus.

Sobre la sobriedad hagiográfica de la Iglesia romana -que venera como santos casi sólo a los papas de la edad más antigua- intervinieron después las modificaciones innovativas de la modernidad, con las decisiones tomadas en los últimos treinta años del siglo XIX y luego, sobre todo, con las de Pío XII y del propio Juan Pablo II. Así se reconoció el culto de algunos Pontífices medievales y fueron elevados al honor de los altares Pío X, el último Papa santo, Inocencio XI, Pío IX y Juan XXIII.

En el centro de toda causa de beatificación y canonización está exclusivamente la ejemplaridad de la vida de quien, con expresión de la Sagrada Escritura, es definido al servicio de Dios. Para asegurar a la historia -como dijo Pablo VI al anunciar la introducción de las causas de sus dos predecesores inmediatos- "el patrimonio de su herencia espiritual", más allá de "cualquier otro motivo que no sea el culto de la verdadera santidad, es decir, la gloria de Dios y la edificación de su Iglesia".

Y auténtico servidor de Dios fue Karol Wojtyla, testigo apasionado de Cristo desde su juventud hasta su último aliento. Muchísimos, incluso no católicos y no cristianos, se dieron cuenta de esto durante su vida ejemplar; esto lo documenta su testamento espiritual, escrito en varias etapas en los años de pontificado; por esto ya el 28 de abril de 2005, menos de un mes después de su muerte, su sucesor dispensó de los términos prescritos para el inicio de la causa; y por esto ha decidido presidir su beatificación: para presentar al mundo el modelo de la santidad personal de Juan Pablo II.
(Fuente: ZENIT.org)

domingo, 9 de enero de 2011

La importancia de "tocar


No, no los dejamos de lado, seguimos con estos temas que hacen a una mejor comprensión de la liturgia, ya que de ello depende que la participación de la asamblea sea "plena, consciente, activa y fructuosa". Aprovéchalo.
En la celebración utilizamos los cinco sentidos. Oímos la Palabra,
vemos la acción, gustamos el pan y el vino, olemos el perfume del
incienso: y también entra en funcionamiento—y muy
abundantemente—nuestro tacto. 
La corporeidad adquiere en la liturgia toda su importancia. El hombre
no sólo es espíritu, sino también cuerpo. Y el cuerpo expresa, comunica,
realiza sus sentimientos más humanos y profundos. Por el tacto, en
concreto, experimentamos la realidad, nos acercamos a las personas y
las cosas, nos relacionamos con ellas. La apertura a la vida, por parte de
los niños pequeños—y luego volverá a serlo para los ancianos y los
enfermos—es fundamentalmente a través del tacto.

"Tocar", lenguaje de los sacramentos
Es realmente sorprendente repasar bajo esta clave del tacto nuestras
celebraciones: el lenguaje del "tocar" está presente en todas ellas.
En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les
ungimos en el pecho o les imponemos la mano sobre la cabeza, les
sumergimos en agua o les bañamos con ella, volvemos a ungirlos sobre
la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca—si se hace el
signo del "effeta"—; y en la oración de bendición del agua el sacerdote
"toca el agua con la mano derecha"... 
En la Confirmación, además de la imposición de manos, se les unge a
los confirmandos sobre la frente con el crisma: el que les presenta al
obispo "coloca su mano derecha sobre el hombro" de cada uno, y al final
el obispo suele darles, como gesto de paz, no sólo un saludo de palabra,
sino un abrazo o un beso. 
En la Eucaristía el ministro besa el altar, toca con su mano y luego besa
el libro del Evangelio; los fieles son invitados a comer y beber el Cuerpo y
Sangre del Señor; el que quiere puede recibir el Pan muy dignamente en
su mano; y antes de ir a comulgar nos damos la mano o el abrazo de
paz... 
En el sacramento de la Penitencia se ha restituido como gesto
simbólico de reconciliación el que el ministro coloque sus manos (o al
menos la derecha) sobre la cabeza del penitente.
En la Unción el sacerdote unge con los óleos la frente y las manos del
enfermo. 
En las Ordenaciones, además de la entrega de los signos propios
(tocar el Leccionario, o la patena con el pan y el cáliz con el vino), y de la
unción de manos, los candidatos sienten sobre su cabeza la mano del
obispo en el momento de invocar sobre ellos la fuerza del Espíritu. 
En el Matrimonio los nuevos esposos se dan el mutuo "sí" mientras se
cogen de las manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen
mutuamente el anillo en el dedo, y asimismo se dan el abrazo o el beso
de paz. 
Son innumerables, pues, los momentos en que la celebración
sacramental usa este lenguaje del contacto físico, para manifestar la
comunicación de la gracia: imposición de manos, contacto con el agua,
unciones, besos, abrazo de paz, imposición de la ceniza, el comer y el
beber, los golpes de pecho, el lavatorio de los pies, la entrega de
símbolos o insignias (por ejemplo, para los religiosos, el hábito, las reglas, el anillo)...

Los gestos de Jesús
La salvación que nos ofreció Jesús era la salvación espiritual, la
reconciliación con Dios, la paz interior, el perdón de los pecados, la
comunicación de su gracia y su vida. 
Pero era también salvación total, humana, espiritual y corporal a la vez.
Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos
visibles, que afectaban también la corporeidad del hombre. No sólo nos
dijo que Dios nos amaba, sino que curó a los enfermos. No sólo nos
encargó que nos amáramos los unos a los otros, sino que nos enseñó a
lavarnos los pies como gesto de esta fraternidad. 
Es interesante ver cómo aparece en los evangelios que Jesús tocaba a
los que quería comunicar su fuerza salvadora. 
Se le acercó un leproso, y él, "extendiendo la mano, le tocó y le dijo:
quiero, sé limpio" (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: "entonces tocó sus
ojos, diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y "le
presentaban a los niños para que los tocase... y abrazándolos, los
bendijo imponiéndoles las manos" (Mc 10,13). A la suegra de Pedro "le
tocó la mano y la fiebre la dejó" (Mt 8,15). Al sordomudo "le metió los
dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: effeta, ábrete" (Mc 7,33). 
Al criado herido por Pedro, Jesús, "tocándole la oreja, le curó" (Lc 22,51).

A la niña del jefe de la sinagoga "le tomó de la mano y ésta se levantó" 

(Mt 9,25). Al ciego de nacimiento "hizo un poco de lodo y le untó sus ojos" (Jn 9,6)... 
Tiene un significado profundo ese "tocar" de Jesús: es la mano de Dios,
visibilizada en la de Cristo, que sana, bendice, protege, comunica vida,
perdona, da seguridad... 
Ahora la Iglesia, con sus sacramentos, continúa esa acción de Cristo
con el mismo lenguaje de cercanía corporal.

¿Una liturgia incorpórea?
 
En nuestras celebraciones hemos cuidado mucho—sobre todo estos
últimos años—la audición de la Palabra o de los textos de oración. Pero
hemos descuidado un poco la importancia que tiene el lenguaje de otros
signos: el movimiento, el simbolismo, la abundancia... En concreto damos
poco relieve al contacto físico. 
Las celebraciones pueden resultar así muy decorosas, muy racionales
y ordenadas, pero faltas de expresividad. 
Sería interesante reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a
descuidar esta abundancia "sensorial" de nuestra liturgia. ¿Por el
escrúpulo del contacto físico?; ¿para evitar una excesiva materialización y
concretización?; ¿por cierto tono de espiritualidad anti-corporal? Tal vez
hemos espiritualizado demasiado el concepto de "salvación" (la clásica
"salvación del alma", en vez de "la salvación de todo el hombre") y
reducido nuestra celebración a uno o dos sentidos: la audición, y en todo
caso la visión, sin apenas movimiento y cercanía de contacto. A los fieles
no se les permitía "tocar" con su mano el pan consagrado, o el cáliz, o
acercarse al altar o al ambón... Se ha estilizado el pan eucarístico de tal
modo que ya no parece pan. Se ha desfigurado el sentido de la unción de
modo que ya no se toca apenas el cuerpo y no tiene ningún parentesco
con los diversos "masajes" que nos damos continuamente en la vida
humana.
Los cristianos, tal vez por herencia de los judíos, hemos dado prioridad
a la palabra "dicha y oída", y no tanto a la "acción" de la liturgia, más
encarnada y concretizada en el lenguaje de los otros sentidos, que se ha
venido a minimizar hasta los límites del "validismo".
Con respecto al "tocar" parece que hayamos desarrollado mucho más
el precepto negativo: "no tocar". Hemos seguido más el "no te acerques"
de la visión de Moisés (Ex 3,5) que el estilo de Jesús. Es mas bien el
"tabú" (no tocar), con todo su sentido de lejanía o de miedo, que el "dejad
que los niños vengan a mí" de Jesús.

La salvación de Dios nos alcanza y nos toca
Y sin embargo, el lenguaje del contacto es todo un símbolo de
cercanía, de personalización, de toma de posesión, de eficacia.
Es el símbolo de que Dios nos alcanza con su gracia, en el espacio y
en el tiempo, a cada uno de nosotros, y que nosotros acogemos su don
con todo nuestro ser. 
Al igual que el amor de Dios—inefable, invisible—se nos manifestó en
la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los
sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia—invisible, inefable—en el
lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también
corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber... 
Las palabras son un medio de comunicación estupendo y necesario
Pero muchas veces un gesto o un contacto son el mejor discurso. El beso
que el Viernes Santo damos a la Cruz no necesita muchos discursos para
expresar su intención. Cuando el penitente o el confirmado o el ordenado
sienten sobre su cabeza la mano del ministro, experimentan, aún sin
demasiadas palabras, la transmisión del don de Dios. 
El gesto de tocar sacramentalmente expresa muy bien la acción de un
Dios que salva, la respuesta de nuestra fe, la relación con una persona.
El tocar individualiza, acerca, comunica, estimula, manifiesta y "realiza" las ideas y los sentimientos. En el fondo el tocar es signo de amor, de
solidaridad y cercanía. Y esto lo fue en el modo de actuar de Cristo, y lo
es en la actividad sacramental de la Iglesia, y también en nuestra vida de
relaciones humanas. 
Está bien que nuestra liturgia sea una liturgia de palabras (la palabra
es también, en cierto sentido, contacto a distancia). Pero debe ser más
todavía liturgia de "presencia" y de actuación. Y para esto tienen que
entrar en funcionamiento todos los sentidos. Es, precisamente, el
lenguaje específico de la liturgia, que no quiere primordialmente transmitir
doctrinas ni manejar ideas, sino celebrar la acción de Cristo y de la
comunidad cristiana por medio de los signos sacramentales. 
Ni absolutizar ni empobrecer
Es verdad que existe el peligro del exceso: se puede caer en la
tentación de absolutizar el gesto del contacto, lo cual sería caer en la
superstición. Uno de los motivos por los que la Iglesia progresivamente
suprimió la comunión con el Vino en la Eucaristía fue tal vez lo que ya
contaba Cirilo de Jerusalén a fines del siglo cuarto: algunos fieles se
tocaban con la Sangre del Señor los ojos, la frente, las manos... 
Es fácil observar a este respecto un doble movimiento en la historia.
Por una parte la instintiva tendencia a "ritualizar" simbólicamente, con
gestos corporales, todo lo relativo a lo Santo y a la fe. Pero por otra,
precisamente por miedo a que esta concretización corporal se erija en
algo absoluto y buscado por sí mismo, la consigna de relativizar y hasta
de evitar esta ritualización. 
Jesús nos enseñó la síntesis: nos enseñó y nos encomendó el lenguaje
de los gestos y a la vez nos llamó la atención sobre la prioridad de lo
interior y de las actitudes de fe. 
No tenemos que caer en el extremo del ritualismo, como
supervaloración del gesto—en este caso, del contacto físico—, pero
tampoco en el opuesto, la angelización y desencarnación de la fe. 
La liturgia—como por otra parte la vida misma del hombre—habla con
símbolos, elementos visibles, movimiento, abundancia de gestos,
cercanía, imágenes, música. Y en concreto con el lenguaje del contacto
físico en sus varias formas. Así manifiesta la actuación de Dios y la
mediación de la Iglesia, así como la respuesta interior de fe, que afecta a
la totalidad del ser humano. No es de extrañar que determinados
grupos—en particular juveniles—tiendan hoy a dar mayor relieve a este
elemento del contacto: para ellos el gesto de la paz debería ser mas
expresivo, y el Padrenuestro no es raro que lo quieran recitar o cantar
cogidos unos y otros de la mano, para resaltar el compromiso de
fraternidad que la oración del Señor supone. 
Claro que el encuentro con Dios—y con las demás personas—debe
suceder a un nivel interior y profundo. Pero los signos sacramentales
están para eso: para expresar y facilitar ese encuentro siempre misterioso
e inefable. 
JOSÉ ALDAZABAL
Fuente: mercaba.org

sábado, 8 de enero de 2011

Festividad del Bautismo del Señor

Un saludo cordial a todos los seguidores y a quienes se acercan a esta página. Reiniciamos hoy los contactos frecuentes después de algunos días de receso. En esta oportunidad, y dado que mañana celebraremos la fiesta del Bautismo del Señor, les traigo el texto de la homilia pronunciada por Benedicto XVI el pasado año en ocasión de esta festividad. Les deseo a todos un año de paz y encuentro con el Señor.

Queridos hermanos y hermanas,
Las palabras que el Evangelista Marcos recoge al principio de su Evangelio: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (1, 11) nos introducen en el corazón de la actual fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de las solemnidades navideñas nos hace meditar sobre el nacimiento de Jesus anunciado por los ángeles circundados por el esplendor luminoso de Dios: el tiempo de Navidad nos habla de la estrella que guía a los Magos de Oriente hasta la casa de Belén, y nos invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán mientras resuena la voz de Dios. Son todos signos a través de los cuales el Señor no se cansa de repetirnos: “Sí, estoy aquí. Os conozco. Os amo. Hay un camino que viene de mí a vosotros. Y hay un camino que desde vosotros sube hasta mí”. El Creador ha asumido en Jesús las dimensiones de un niño, de un ser humano como nosotros, para poderse hacer ver y tocas. Al mismo tiempo, abajándose hasta la impotencia inerme del amor, Él nos muestra qué es la verdadera grandeza, es más, qué quiere decir ser Dios.
El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico, es precisamente el de acercarnos a estos signos divinos, para reconocerlos impresos en los acontecimientos de cada día, para que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifanía sirven sobre todo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del bautismo de Jesús nos introduce, podríamos decir, en la cotidianeidad de una relación personal con Él. De hecho, mediante la inmersión en las aguas del Jordán, Jesús se ha unido a nosotros. El Bautismo es por así decirlo el puente que Él ha construido entre sí y nosotros, el camino por el que se nos hace accesible; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí a Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, el signo que nos indica el camino a recorrer de forma activa y alegre para encontrarlo y sentirnos amados por él.
Queridos amigos, estoy verdaderamente contento de que también este año, en este día de fiesta, se me dé la oportunidad de bautizar niños. Sobre ellos se posa hoy el “complacimiento” de Dios. Desde cuando el Hijo unigénito del Padre se hizo bautizar, el cielo se ha abierto realmente y sigue abriéndose, y podemos confiar cada nueva vida que nace en las manos de Aquel que es más poderoso que los poderes oscuros del mal. Esto en efecto comporta el Bautismo: restituimos a Dios lo que ha venido de Él. El niño no es propiedad de los padres, sino que ha sido confiado por el Creador a su responsabilidad, libremente y de una forma siempre nueva, para que éstos le ayuden a ser un libre hijo de Dios. Sólo si los padres maduran esta conciencia conseguirán encontrar el justo equilibrio entre la pretensión de poder disponer de los propios hijos como si fueran una propiedad privada, plasmándolos en base a las propias ideas y deseos, y la postura libertaria que se expresa en dejarlos crecer en autonomía plena, satisfaciendo cada uno de sus deseos y aspiraciones, considerando la forma adecuada de cultivar su personalidad. Si, con este sacramento, el bautizando se convierte en hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y defiende de las fuerzas oscuras del maligno, es necesario enseñarle a reconocer a Dios como su Padre y a saberse relacionar con Dios con actitud de hijo. Y por tanto, cuando según la tradición cristiana como hoy hacemos, se bautiza a los niños introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se les hace violencia, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que se enraiza la verdadera libertad que es propia de los hijos de Dios; una libertad que deberá ser educada y formada con el madurar de los años, para que los haga capaces de elecciones personales responsables.
Queridos padres, queridos padrinos y madrinas, os saludo a todos con afecto y me uno a vuestra alegría por estos pequeños que hoy renacen a la vida eterna. Sed conscientes del don recibido y no ceséis de dar gracias al Señor que, con el sacramento de hoy, introduce a vuestros niños en una nueva familia, más grande y estable, más abierta y numerosa que la vuestra: me refiero a la familia de los creyentes, a la Iglesia, una familia que tiene a Dios por Padre y en la que todos se reconocen hermanos en Jesucristo. Vosotros por tanto confiáis a vuestros hijos a la bondad de Dios, que es potencia de luz y de amor; y ellos, aún en las dificultades de la vida, no se sentirán nunca abandonados, si permanecen unidos a Él. Preocupaos por tanto de educarlos en la fe, de enseñarles a rezar y a crecer como hacía Jesús y con su ayuda, “en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (cfr Lc 2,52).
Volviendo ahora al pasaje evangélico, intentemos comprender aún más lo que hoy sucede aquí. Narra san Marcos que, mientras Juan el Bautista predicaba en las orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión ante la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, confundido entre la gente, se presenta para ser bautizado. El de Juan era ciertamente un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús. En ese momento, sin embargo, se entrevé ya la misión del Redentor ya que, cuando sale del agua, resuena una voz del cielo y sobre él desciende el Espíritu Santo (cfr Mc 1,10): el Padre celeste lo proclama su hijo predilecto y certifica públicamente su misión salvadora universal, que se cumplirá plenamente con su muerte en cruz y su resurrección. Sólo entonces, con el sacrificio pascual, se hará universal y total la remisión de los pecados. Con el Bautismo, no nos sumergimos entonces sencillamente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro empeño de conversión, sino que se infunde en nosotros la sangre redentora de cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que Él se ha complacido, el que nos devuelve la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente “hijos” de Dios.
Dentro de poco reviviremos este misterio evocado por la solemnidad de hoy; los signos y los símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a comprender lo que el Señor opera en el corazón de estos pequeños nuestros, haciéndolos “suyos” para siempre, morada elegida de su Espíritu y “piedras vivas” para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María, Madre de Je´sus, el Hijo amado de Dios, vele sobre ellos y sobre sus familias, les acompañe siempre, para que puedan realizar hasta el final el proyecto de salvación que con el bautismo se realiza en sus vidas. Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, acompañémosles con nuestra oración; recemos por sus padres, los padrinos y las madrinas y sus familiares, para que les ayuden a crecer en la fe; recemos por todos nosotros aquí presentes para que participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de nuestras Bautismo y demos gracias a Dios por su constante asistencia. Amén.

sábado, 1 de enero de 2011

Intenciones del Santo Padre pra el mes de enero 2011

Intención General: Para que las riquezas de la creación sean preservadas, valorizadas y puestas a disposición de todos, como don precioso de Dios a los hombres.
Intención Misionera: Para que los cristianos puedan alcanzar la plena unidad, testimoniando a todo el género humano la paternidad universal de Dios.