sábado, 29 de marzo de 2008

Comprender la Liturgia

LA CINCUENTENA PASCUAL

-El "gran domingo". Así llaman algunos Padres orientales a este período de cincuenta días. Y es que todos los atributos que hacen del domingo un día de fiesta confluyen en la cincuentena. En este sentido hay que subrayar el carácter unitario de estas siete semanas, evitando fragmentaciones arbitrarias. Tampoco debiera cargarse el acento en algunas fiestas, privilegiándolas de manera que aparezcan como solemnidades autónomas (Ascensión, Pentecostés).

-Anticipación del Reino de los Cielos. Es otra de las características de la cincuentena. El cristiano que celebra la Pascua ha pasado con Cristo de este mundo al Padre. Si la cuarentena (cuaresma) es imagen de la vida temporal, la cincuentena es símbolo de la vida futura, de la vida eterna.

Durante esos días la comunidad cristiana anticipa místicamente su experiencia de comunión gozosa con el Padre en los cielos junto con Cristo.

JOSÉ MANUEL BERNAL

miércoles, 26 de marzo de 2008

LITURGIA Y ESPIRITUALIDAD PASCUAL

Por Antonio García Lozano, o.p.

La pascua ha quedado definida como la fiesta del "paso" o del "tránsito". Es el momento clave, crucial, en que termina la espera ansiosa y atormentada, por la dramática desaparición del Señor –"arrebatado por la muerte" (Mt 9, 15)- y comienza la gran fiesta. Una fiesta que se prolongará por espacio de cincuenta días. A este período de cincuenta días, se le llamó en los primeros siglos "pentecostés" y posteriormente "tiempo pascual". Son los cincuenta días más importantes del año, los cincuenta días que van desde la Vigilia Pascual al domingo de Pentecostés, los cincuenta días del Señor resucitado y de su Espíritu derramado en nuestro interior. Es un acontecimiento central y único que recorre esta cincuentena: Jesús vive y su vida actúa en cualquier persona.

Un tiempo para la alegría

Las alusiones a la fiesta de pentecostés que encontramos en el Nuevo Testamento hacen referencia a la fiesta judía. Hay que esperar hasta la última década del siglo II para encontrar noticias directas y claramente referidas al pentecostés cristiano. Hay un testimonio, atribuido a Ireneo, en el que pentecostés es equiparado al domingo. En otro texto, recogido en las Acta Pauli, se menciona el clima de alegría que caracteriza a pentecostés. Aparte de estos dos informes, el testimonio de mayor interés lo encontramos en los escritos de Tertuliano. Es un claro exponente del comportamiento de la Iglesia de África.

En uno de los testimonios de Tertuliano, al hablar del bautismo, señala los distintos acontecimientos a través de los cuales se hace patente la presencia del Señor resucitado y que la Iglesia celebra y experimenta durante la cincuentena. En concreto, se mencionan las apariciones del Señor a los discípulos después de la resurrección, la ascensión a la gloria del Padre, la donación del Espíritu y su vuelta gloriosa al final de los tiempos. Todos estos acontecimientos constituyen en su conjunto el proceso de glorificación de Cristo, su retorno al Padre. Este proceso ha de culminar en la parusía final, cuando queden definitivamente establecidos el cielo nuevo y la tierra nueva y Cristo sea todo en todas las cosas.

Este conjunto de acontecimientos o, más bien, aspectos son celebrados durante la cincuentena. Pero no se celebran aisladamente, fragmentándolos, como ahora, sino de forma unitaria e indisociable. En realidad, la Iglesia primitiva ha seguido en esto el mismo criterio de interpretación que aparece en Juan, el cual en la narración de su Evangelio no reparte estos acontecimientos de forma cronológica —como si se tratara de hechos sucedidos históricamente a lo largo de un período de tiempo—, sino que los aúna y los contempla de forma unitaria, como sucedidos fuera del tiempo. Concretando más diría que pentecostés celebra la gloria de Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre como Señor del universo, y presente al mismo tiempo entre los suyos, como salvador y restaurador de la historia, por la fuerza irresistible de su Espíritu. Es precisamente la experiencia de esta gran realidad, vivida con intensidad a lo largo de la cincuentena, la que llena de gozo a la comunidad cristiana. Por eso pentecostés es un tiempo para la alegría. Es como un día de fiesta prolongado y exultante.

Imagen del Reino de los cielos

Pentecostés es "una especie de caja de resonancia de la alegría pascual" y es, al mismo tiempo, una imagen del reino de los cielos. Es éste uno de los componentes más arcaicos que definen la fisonomía espiritual de la cincuentena. En realidad, este aspecto no es sino una derivación de la presencia de Cristo glorioso que la Iglesia experimenta de manera especial en pentecostés. La comunión sacramental con el Cristo de la pascua y la celebración de su retorno al Padre implican, sin duda, una experiencia mística de la vida futura. Pentecostés ofrece precisamente el marco litúrgico y eclesial en el que esa experiencia se hace posible.

Refiriéndose a pentecostés, Orígenes, uno de los autores que más han insistido en esta dimensión espiritual de la coincuentena, piensa que si el concepto de "paso" o "tránsito" corresponde a la esencia de la pascua, a la esencia de la cincuentena corresponde el resucitar con Cristo y el sentarse con él a la derecha del Padre, compartiendo su misma gloria. Pentecostés celebra la etapa final, el arribo a la gloria del Padre. Es, como he indicado antes, la culminación de la pascua. Pero no sólo de la pascua de Cristo; pentecostés celebra la glorificación de todos los creyentes junto con Cristo.

De esta manera, pentecostés, en cuanto forma de comunión con Dios, rebasa el marco de las siete semanas para convertirse en una posibilidad y en una exigencia permanente que abarca todos los instantes de la vida del cristiano. Para el cristiano perfecto cualquier época del año es pentecostés.

El "gran domingo"

Es pentecostés como si se tratara de un gran domingo prolongado por espacio de cincuenta días. Es ésta una tradición muy antigua, que se remonta a la segunda mitad del siglo II y se extiende a todas las Iglesias. Según esta tradición, los cincuenta días que siguen a la pascua se celebran como si se tratara de un gran domingo. Todo lo que se atribuye al día del señor, por el mismo motivo, se aplica también al período de pentecostés.

Disolución e la cincuentena

Hasta finales del siglo IV el período de la cincuentena permanece como un bloque unitario, en el que se prolonga la alegría pascual y en el que se celebra el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte. Sin embargo, ya a finales del siglo IV vemos aparecer los primeros síntomas de una fragmentación que irá creciendo poco a poco hasta romper del todo la unidad original de la cincuentena.

Durante los primeros siglos, aparecía pentecostés como una gran fiesta prolongada por espacio de cincuenta días. Por eso se le llamaba "pentecostés". En ese contexto no cabía imaginar un día más importante que otro. Todos eran igualmente festivos y solemnes. En la segunda mitad del siglo IV comienza a ponerse de relieve el último día de la cincuentena, el día cincuenta, que además caía en domingo. No se trataba de instituir una nueva fiesta, sino de subrayar la significación del último día, que venía a constituir como la clausura, el colofón o el broche de la cincuentena pascual. En este sentido es fácil entender que el último día del "espacio de la alegría", que no celebra ningún misterio particular, viene a ser como el resumen condensado o como la síntesis final de toda la riqueza de la cincuentena pascual.

Es muy probable que la referencia a la venida del Espíritu Santo, vinculada por muchas Iglesias a la celebración del día cincuenta, haya favorecido un cierto reajuste de fechas en conexíón con la cronología que aparece el el libro de los Hechos. Quiero decir que la evocación de la venida del Espíritu Santo realizada el día cincuenta ha podido ser el justificante inmediato para celebrar la ascención del Señor diez días antes. Es evidente, por otra parte, que en este proceso de fragmentación, que afecta a la totalidad del año litúrgico, es, sobre todo, fruto de una mayor sensibilidad histórica, alejada cada vez más de una concepción mistérico-sacramental de la fiesta.

La estructura de la cincuentena pascual ha permanecido prácticamente invariable desde finales del siglo V. La nueva liturgia, aparentemente, no ha cambiado la estructura del tiempo pascual. La denominación sigue siendo la misma. Sin embargo, hay una variante que considero capital: se ha suprimido la octava de pentecostés. Pentecostés ya no es una réplica de pascua. Ni siquiera la fiesta del Espíritu Santo. El día de pentecostés ha vuelto a ser el día último de la cincuentena, el colofón, el sello. Pentecostés, en cuanto período de cincuenta días –llamado ahora tiempo pascual-, ha recuperado su propia identidad. Así se describe en las "Normas Universales sobre el Año Litúrgico y el Calendario" del 21 de marzo de 1969.

Jesús Resucitado y su Espíritu centros de la liturgia pascual

Jesús resucitado es el objetivo de nuestras miradas, cada uno de los días del tiempo de Pascua. Lo miramos a él, y lo admiramos profundamente, y sentimos la alegría de ser sus seguidores, y renovamos la adhesión de la fe y el convencimiento de que en Él tenemos la vida, y entendemos mejor el sentido de su camino de amor fiel hasta la muerte, y nos sentimos llamados a vivir como Él. Y este gozo de Pascua nos hace mirar la vida con otros ojos. Porque la humanidad, con Jesús, ha sido transformada y ha comenzado una nueva creación: la humanidad ha entrado en la vida nueva de Dios, la muerte y el pecado han sido vencidos, el camino de los hombres y mujeres en este mundo es un camino que, a pesar del dolor y del mal que continúa habiendo en medio de nosotros, lleva a una vida para siempre, a la misma vida que Jesús ya ha conseguido.

Esta vida renovada es obra del Espíritu. Para los apóstoles, la experiencia de Jesús resucitado en medio de ellos es la experiencia de recibir un Espíritu nuevo, un Espíritu que los transforma y los hace vivir lo mismo que Jesús vivía: los hace sentirse continuadores de la obra de Jesús. El mismo día de Pascua, explica el evangelio de Juan (20, 19-23), Jesús se hace presente en medio de los discípulos y les da el Espíritu, y ellos desde aquel momento se sienten enviados a continuar lo que Jesús ha hecho. Es el mismo hecho que el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) presentará como un acontecimiento radicalmente transformador que tiene lugar cincuenta días después: el día de Pentecostés.

Liturgia en comunidad

Todo esto lo vivimos en la comunidad de los creyentes. La Iglesia es el lugar donde nos encontramos con Jesús resucitado, donde experimentamos su Espíritu que nos mueve, donde lo vivimos a través de sus sacramentos (el Bautismo y la Eucaristía sobre todo), donde sentimos la llamada a ser testimonios de esta Buena Noticia a través de nuestra manera de vivir y también a través de nuestra palabra.

Sin embargo, esto no significa que la acción de Jesús resucitado, la fuerza de su Espíritu, quede encerrada en los límites de la Iglesia: más allá de todo límite, más allá de toda frontera, el Espíritu de Jesús está presente en el corazón del mundo y suscita en todas partes semillas de su Reino, tanto entre los creyentes como entre los no creyentes. El domingo de Pentecostés, en el salmo responsorial, proclamamamos una frase que puede expresar muy bien el mejor sentimiento que podemos tener en nuestro interior durante estos días: «Goce el Señor con sus obras». Realmente el Señor puede estar contento de su obra. El Dios que después de la creación podía decir que todo lo que había hecho era muy bueno, ahora puede volverlo a decir, y con más razón. Celebrar la Pascua es compartir esta alegría de Dios.

Estructura de la liturgia pascual

Los domingos de Pascua son ocho. El primero, que recibe el nombre de "Domingo de Pascua" o "Día de Pascua" incluye la Vigilia Pascual, y es para los cristianos el día más grande del año. Después vienen cinco domingos que continúan la fiesta. El séptimo domingo se celebra la fiesta de la Ascensión: es el día en el que contemplamos a Jesús, hombre como nosotros, glorificado con Dios por siempre. Y, finalmente, el domingo octavo culmina el tiempo de Pascua con el día de Pentecostés, la celebración del fruto de la resurrección de Jesús: su Espíritu que se derrama sobre los creyentes y sobre el mundo entero.

Las lecturas de estos domingos nos ayudan a vivir los diversos aspectos de la Pascua, siguiendo dos líneas básicas: las de los evangelios y las de la primera lectura.

Evangelios de los domingos de Pascua

Domingo 1. Se lee la escena del sepulcro vacío, el primero y desconcertante anuncio de la resurrección.

Domingo 2. Cada año se lee lo mismo: la primera aparición de Jesús a los apóstoles, sin Tomás, y la segunda, el siguiente domingo, con Tomás.

Domingo 3. Se lee una de las apariciones de Jesús resucitado (en cada ciclo una diferente: unos relatos de gran riqueza de mensaje).

Domingo 4. Se lee cada año un fragmento del capitulo 10 del evangelio de Juan. Es el capítulo del Buen Pastor: Jesús que guía, que conoce personalmente, que da la vida.

Domingos 5 y 6. Se leen diversos fragmentos del discurso de la última cena del evangelio de Juan. Es una profunda y cercana presentación de quién es Jesús para nosotros, qué espera de nosotros, cómo nos acompaña.

Domingo 7. La Ascensión. Leemos el final de cada uno de los evangelios sinópticos: la misión que Jesús les encomienda, su despedida.

Domingo 8. Pentecostés. Leemos cómo Jesús se hace presente entre los apóstoles el día de Pascua para darles el Espíritu y enviarlos a continuar su obra.

Primera Lectura

La primera lectura del tiempo de Pascua no está tomada, como en el resto del año, del Antiguo Testamento, sino del libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra los inicios de la comunidad cristiana, como fruto de Jesús resucitado. Se distribuyen así:

Domingo 1. El anuncio de la resurrección que Pedro hace ante los paganos.

Domingo 2. Cada año se lee uno de los resúmenes que San Lucas ofrece de lo que era la vida de la primera comunidad: un ideal que debemos tener siempre ante nuestros ojos.

Domingos 3 y 4. Leemos diferentes escenas de la predicación primera de los apóstoles anunciando la resurrección de Jesús.

Domingos 5 y 6. Leemos diferentes escenas de la vida de la primera Iglesia: su crecimiento, la manera de organizarse, y también sus conflictos.

Domingo 7. La Ascensión: el relato que se hace en los Hechos de los Apóstoles.

Domingo 8. Pentecostés: el relato del don del Espíritu según los Hechos de los Apóstoles.

¿Cómo celebrar la cincuentena pascual?

En la antigua tradición cristiana, los cincuenta días de Pascua eran vistos como un solo día, un único día de fiesta, en el que se decía que no estaba bien arrodillarse ni ayunar: nada que pudiera sonar a penitencia tenía sentido en esta larga fiesta. Nosotros no vivimos esta cincuentena tan intensamente. La Cuaresma, por ejemplo, consigue siempre mucha más intensidad. Y si se piensa fríamente, no es demasiado razonable que la preparación para la Pascua (la Cuaresma) tenga más éxito que la celebración en sí de la Pascua. Una causa debe ser que nuestra tradición cristiana, a lo largo de los siglos, se ha ido centrando más en la preocupación por el pecado y la condenación, que en la victoria de Jesús que ha destruido el poder del mal. Y ahora, que ya no hablamos tanto ni del pecado ni de la condenación, esta tradición se traduce más, quizás, en preguntarnos "qué tenemos que hacer" nosotros, en lugar de descubrir "lo que hace Jesús por nosotros", y de reconocer la vida que nos da.

Pero también existen otras causas. Una puede ser que así como la Cuaresma tiene un objetivo final (la Semana Santa, el Triduo Pascual), la Pascua no tiene ningún objetivo hacia donde caminar. Es un tiempo que parece plano, monótono, que se va acabando sin más, como deshilachándose: cuesta mantener la tensión en un tiempo largo sin objetivo final. Otra puede ser que la Pascua llega en primavera, con un cierto cansancio y relajación, y con el inicio de la dispersión de los fines de semana. A pesar de todos estos inconvenientes, valdrá la pena intentar celebrar tanto como se pueda este tiempo. Y pueden ayudarnos algunos elementos sencillos.

Por ejemplo, la ornamentación de la iglesia. Durante todo el tiempo de Pascua la iglesia debería estar bien adornada con luces y flores, y hay que evitar que esta ornamentación decaiga a medida que pasan las semanas. Y, el último día, el domingo de Pentecostés, aumentar el clima festivo celebrando la culminación del tiempo. Igualmente, resaltar los signos litúrgicos propios de este tiempo: el cirio pascual grande y en un lugar visible (y que el resto del año no esté en el presbiterio, para que la diferencia sea clara); la aspersión del agua en el inicio de la misa; el canto frecuente del aleluya (por ejemplo, que todos los domingos la respuesta del salmo responsorial sea el aleluya, y cantar otro aleluya diferente antes del evangelio); mantener los cantos de Pascua todo el tiempo y repetirlos sin miedo. Y también introducir en este tiempo elementos diversos que resalten la vida comunitaria y que hagan descubrir la fuerza del Espíritu en el mundo.

Finalmente, para la espiritualidad personal, en este tiempo puede ayudar mucho leer cada día, contemplativamente, las lecturas de la Misa. La primera lectura va siguiendo todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, un repaso de cómo la Buena Noticia de Jesús se extiende y da fruto. Y el evangelio es, en la primera semana (la de la Octava de Pascua, que son los días más solemnes) una selección de apariciones de Jesús resucitado; y, el resto del tiempo, fragmentos del evangelio de Juan que nos hacen sentir muy cerca de Jesús.

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PASCUA QUIERE DECIR QUE DIOS, NUESTRO PADRE, ES BUENO

El ama a su hijo, Jesús, y no puede permitir que sea machacado por la maldad, la injusticia y la cobardía. Lo levanta de entre los humillados, lo arranca de entre los muertos. Lo saca de la oscuridad de la derrota. Y le convierte en Señor. Le da una vida nueva, más alta, más libre, más transparente. Ya no morirá jamás. En El, el Padre ha hecho que la muerte tuviera su primer fracaso. En El, el Padre ha colmado de vida al mundo.

PASCUA QUIERE DECIR QUE JESÚS, EL CRUCIFICADO, TENÍA RAZÓN

Lo que decía, lo que hacía es verdad. El, el Pobre, ahora inaugura el Reino. El, la Humildad, ahora posee la tierra, es el Señor. El, que llora, ahora es consolado y otorga a sus amigos su Espíritu, el Consolador. El, que sufrió hambre y sed de justicia, ahora es saciado y sacia a los suyos. El, el Compasivo, ahora es compadecido. El, el limpio de corazón, ahora ve a Dios y en El vemos a Dios. El, el perseguido por causa de la justicia, ahora es el que va por delante del Reino de la paz y de la libertad.

PASCUA QUIERE DECIR QUE DIOS ESTA A NUESTRO FAVOR

Que se ha comprometido para que la liberación de todos los hombres no sea solamente una palabra bonita, para que la lucha por un mundo nuevo no sea sólo un ideal lejano que nunca podremos alcanzar. Cristo lo ha conseguido. Y todos hemos de acercarnos cada día decididamente a ese ideal. La resurrección supone, en Jesús y en nosotros, una insurrección. Insurrección contra todo lo que nos degrada, nos deshumaniza, lo que nos hace inhumanos y nos separa los unos de los otros.

PASCUA QUIERE DECIR QUE LA MUJER NO ES UNA PERSONA DE SEGUNDO ORDEN

Jesús que quiso nacer de una mujer, quiso también que ellas -las mujeres- fueran las primeras en llevar al mundo la luz de su resurrección. En la primera luz del domingo, se apareció a María Magdalena y a la otra María. Ellas fueron las mensajeras de la vida, los apóstoles de los Apóstoles, los primeros testimonios del Resucitado.

PASCUA QUIERE DECIR QUE EL MUNDO NO CAMINA HACIA ATRÁS

Y que la evolución no marcha hacia la nada. Que la creación no gesta la muerte, sino un futuro mejor, el primer fruto del cual es el Cristo que vive para siempre. Por eso Pascua nos invita a conocer y respetar todo lo que nos rodea. A no malgastar las fuerzas ni el encanto de la naturaleza. Nos estimula a hacerla crecer, a hacerla bonita, a hacerla humana. Quiere que nuestro universo sea un hogar acogedor para todos los hombres.

PASCUA QUIERE DECIR QUE LA VIDA ES MAS FUERTE QUE LA MUERTE

Que el amor es más poderoso que el odio. Que la paz vencerá sobre la guerra. Que la libertad no será nunca estrujada completamente por la opresión. Que la esperanza no puede ser ahogada por el absurdo. Que la inocencia es más potente que la maldad. Que el pecado no tiene la última palabra, sino la gracia. Que los injustos no siempre ganan y que nunca ganan del todo. Y que el tiempo definitivo no es el invierno, sino la primavera.

Cortesía de www.dominicos.org para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

martes, 25 de marzo de 2008

¡JESUS RESUCITÓ!

Vivir la Pascua

El significado del tiempo pascual

Vincent Ryan

Pascua es la más antigua y la más grande de las fiestas cristianas; más importante incluso que Navidad. Su celebración en la vigilia pascual constituye el corazón del año litúrgico. Dicha celebración, precedida por los cuarenta días de cuaresma, se prolonga a lo largo de todo el período de cincuenta días que llamamos tiempo pascual. Esta es la gran época de gozo, que culmina en la fiesta de pentecostés, que completa nuestras celebraciones pascuales, lo mismo que la primera fiesta de pentecostés fue la culminación y plenitud de la obra redentora de Cristo.

El calendario romano general proporciona una clave para la comprensión de esta época en su sección sobre el tiempo pascual 1.

Los cincuenta días que van desde el domingo de resurrección hasta el domingo de pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratara de un solo y único día festivo; más aun, como un "gran domingo". Estos son los días en los que principalmente se canta el Aleluya (22).

Es una descripción muy significativa. Demuestra claramente que hoy la Iglesia interpreta la pascua y sus resultados exactamente en el mismo sentido que lo hacía la Iglesia de la antigüedad. En esta interpretación de la pascua, el nuevo calendario es todavía más tradicional que el anterior. Explicaremos por qué.

Antes de la reforma del calendario y del misal, el tiempo de pascua era presentado como apéndice de la pascua más que como parte intrínseca de la misma celebración pascual y su continuación durante todo el período de cuarenta días. Los domingos que seguían se llamaban domingos después de pascua, y no domingos de pascua, como se los designa actualmente. Era realmente un tiempo de carácter jubiloso y festivo; pero no se lo podría definir como una celebración ininterrumpida del día mismo de pascua.

Este período pertenece a la parte más antigua del año litúrgico, que, en su forma primitiva (siglo III), constaba simplemente del domingo, el triduo pascual y los cincuenta días que seguían al domingo de pascua, llamados entonces pentecostés o "santo pentecostés". El nombre no se refería, como ahora, a un día concreto, sino a todo el período.

Pentecostés era una larga y gozosa celebración de la fiesta de pascua. Todo el período era como un domingo, y para la Iglesia primitiva el domingo era sencillamente la pascua semanal. Los cincuenta días se consideraban como un solo día, e incluso se los designaba con el nombre de "el gran domingo" (magna dominica). Cada día tenía las características de un domingo; se excluía el ayuno, estaba prohibido arrodillarse: los fieles oraban de pie como signo de la resurrección, y se cantaba repetidamente el Aleluya, como en pascua.

En cierta manera hemos de recuperar el espíritu del antiguo pentecostés y el sentido de celebración, que no se conforma con un día, ni siquiera con una octava, para celebrar la pascua, sino que requiere todo un período de tiempo. Hemos de verlo como un todo unificado que, partiendo del domingo de pascua, se extiende hasta la vigilia del quincuagésimo día; una época que san Atanasio designa como la más gozosa (laetissimum spatium).

Celebrar la resurrección.

El misterio de la resurrección recorre todo este tiempo. Se lo contempla bajo todos sus aspectos durante los cincuenta días. La buena nueva de la salvación es la causa del regocijo de la Iglesia. La resurrección se presenta a la vez como acontecimiento y como realidad omnipresente, como misterio salvador que actúa constantemente en la Iglesia. Así se deduce claramente del estudio de la liturgia pascual. Comenzando el domingo de pascua y su octava, advertimos que los evangelios de cada día nos relatan las varias manifestaciones del Señor resucitado a sus discípulos: a María Magdalena y a las otras mujeres, a los dos discípulos que iban camino de Emaús, a los once apóstoles sentados a la mesa, en el lago de Tiberíades, a todos los apóstoles, incluido Tomás. Estas manifestaciones visibles del Señor, tal como las registran los cuatro evangelistas, pueden considerarse el tema mayor de la liturgia de la palabra. Así es ciertamente en la octava, en la que cada día se nos presenta el acontecimiento de pascua bajo una luz nueva.

Después de la octava, no se pierde de vista la resurrección, sino que se la contempla desde una perspectiva diferente. Ahora se destaca sobre todo la presencia activa en la Iglesia de Cristo glorificado. Se lo contempla como el buen pastor que desde el cielo apacienta a su rebaño, o como el camino que lleva al Padre, o bien como la fuente del Espíritu y el que da el pan de vida, o como la vid de la cual obtienen la vida y el sustento los sarmientos.

Considerada, pues, como acontecimiento histórico y como misterio que afecta a nuestra vida aquí y ahora, la resurrección es el foco de toda la liturgia pascual. Es éste el tiempo de la resurrección y, por tanto, de la nueva vida y la esperanza.

Y como este misterio es realmente una buena nueva para el mundo, es preciso atestiguarlo y proclamarlo. Los evangelios nos presentan el testimonio apostólico y exigen de nosotros la respuesta de la fe. También hay otros escritos del Nuevo Testamento, como los Hechos de los Apóstoles, que han consignado. para nosotros el testimonio que los discípulos dieron de "la resurrección del Señor Jesús".

Participar de la resurrección.

Durante el tiempo de pascua no celebramos sólo la resurrección de Cristo, la cabeza, sino también la de sus miembros, que comparten su misterio. Por eso el bautismo tiene tan gran relieve en la liturgia. Por la fe y el bautismo somos introducidos en el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. La exhortación de san Pablo que se lee en la vigilia pascual resuena a lo largo de toda esta época:

Los que por el bautismo fuimos incorporados a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva (Rom 6,3-11).

No basta con recordar el misterio, debemos mostrarlo también con nuestras vidas. Resucitados con Cristo, nuestras vidas han de manifestar el cambio que ha tenido lugar. Debemos buscar "las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios" (Col 3,1). Esto significa compartir la libertad de los hijos de Dios en Jesucristo. Consideraremos estas gracias de la pascua en el próximo capítulo.

Todo el misterio de la redención.

La conmemoración litúrgica de la resurrección está en el corazón del tiempo pascual. Sin embargo, ésta no agota todo el contenido de este período. Pertenecen también a este tiempo los gloriosos misterios de la ascensión y pentecostés. Sin ellos, la celebración del misterio pascual quedaría incompleta.

Parece ser que en los primeros tiempos cristianos, antes de que el año litúrgico comenzara a adquirir forma en el siglo IV, la ascensión y pentecostés no se celebraban como fiestas aparte. Pero estaban incluidas en la comprensión global de la pascua que tenía la Iglesia entonces. Se conmemoraban implícitamente dentro de los cincuenta días y eran tratadas como partes integrantes de la solemnidad pascual. Por eso no es extraño que se refiriesen a todo el período pascual como "la solemnidad del Espíritu".

El padre Robert Cabié, en un estudio exhaustivo de pentecostés en los primeros siglos, observa que la Iglesia primitiva, en su celebración de lo que ahora llamamos tiempo pascual, conmemoraba todo el misterio de la redención. Esto incluía la resurrección, las manifestaciones del Señor resucitado, su ascensión a los cielos, la venida del Espíritu Santo, la presencia de Cristo en su Iglesia y la expectación de su vuelta gloriosa.

A la luz de lo que sabemos de la cristiandad primitiva, el período de pentecostés celebraba el misterio cristiano en su totalidad, de la misma forma que el domingo, día del Señor, celebraba todo el misterio pascual. El domingo semanal y el "gran domingo" introducen ambos al cuerpo de Cristo en la gloria adquirida por la cabeza.

La experiencia de la Iglesia primitiva puede enriquecer nuestra comprensión del tiempo pascual. La conciencia viva de la presencia de Cristo en su Iglesia era parte importante de esta expresión. Dicha presencia continúa poniéndose de relieve en la liturgia y se simboliza en el cirio pascual que permanece en el presbiterio. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan los cuarenta días que median entre pascua y la ascensión como el tiempo en que el Señor resucitado está con sus discípulos. Como en tiempos pasados, la Iglesia conmemora hoy esta presencia histórica, al mismo tiempo que celebra la presencia de Cristo aquí y ahora en el misterio de la liturgia. Durante el tiempo pascual, la Iglesia, esposa de Cristo, se alegra por haberse reunido de nuevo con su esposo (cf Lc 5,34-35). ......................

lunes, 24 de marzo de 2008

La Liturgia y el Canto

EL CANTO EN LA LITURGIA DE LA COMUNIDAD

El canto nos pone en comunicación con Dios y nos pone en sintonía con la comunidad y con el acontecimiento (misterio) que celebramos.

El canto ayuda a formar comunidad, a expresarla y hacerla festiva. Fomenta la participación en la celebración; ayuda a superar el individualismo e integrarse al grupo.

El canto litúrgico tiene función ministerial (SC 112): está en función de la celebración. Un canto es litúrgico en cuanto sirve a la celebración comunitaria en el momento en que se lo canta. Esto hace que cada canto no sea bueno en sí mismo, sino para un determinado momento de la celebración. El canto no debe durar más que la acción (rito) a la que acompaña, ni usarse para rellenar momentos de silencio. También está en función de los participantes, de su cultura y de su situación concreta.

EL REPERTORIO LITURGICO

Hay que distinguir entre cantos litúrgicos y cantos religiosos. El canto litúrgico debe expresar la fe de la comunidad, ayudar a profundizar el sentido de lo que celebramos. Los cantos litúrgicos deben tener calidad en su música y en su letra. La música está al servicio del texto.

Los cantos deben respetar el texto litúrgico del Ordinario de la Misa. Y estar tomados fundamentalmente de la Escritura o de los textos litúrgicos (SC 121; 23; 33). Es necesario que haya cantos propios de cada tiempo litúrgico.

El texto de los cantos litúrgicos debe tener:

- calidad literaria (gramatical, sencillez...) - contenido litúrgico, evangelizador, funcional - sentido pastoral inculturado - oraciones en plural (emplear el nosotros en vez del yo)

Cantos fundamentales: Cantos importantes: Cantos comunitarios: Cantos complementarios:

Salmo responsorial - Santo Aleluia - Memorial - Amén entrada - comunión - (despedida) Kyrie/Gloria - ofrendas - Paz/Cordero

Criterios:

- No se puede cantar el primer canto que se nos ocurra. - No se puede cantar un canto sólo porque sea nuevo o lindo. - Ni se pueden elegir sólo los cantos que la gente mejor sabe (hay que ir ampliando el repertorio). + Hay que cantar cantos con calidad musical y letra litúrgica. + Cantos que la gente sepa y cante sin dificultad (los cantos nuevos deben ser bien aprendidos).

Escuchar a la gente para decidir mejor si conviene simplificar el repertorio o ampliarlo y mejorarlo. Popular no es lo mismo que vulgar. Hay que tener en cuenta quiénes participan en cada celebración.

La celebración se debe preparar en forma artesanal, no en serie: cada celebración tiene características y participantes propios y los cantos tienen que ser elegidos de acuerdo a ello.

Como los cantos son pertenencia de la comunidad, deben ser bien conocidos y ensayados previamente.

ROLES

La celebración litúrgica es una acción de todo el pueblo presidido por los ministros.

El coro, en muchos lugares, surgió a partir de grupos de personas que se situaban entre la gente para animar el canto. Suele tener a su cargo la parte más compleja de los cantos, pero no debe usurpar el papel del pueblo en las aclamaciones de la asamblea... Funciones del coro:

  • Animar y enriquecer el canto de la asamblea.
  • Resaltar lo que tiene de especial el domingo que se celebra. (Ej.: cantar estrofas propias del domingo con un estribillo común cantado por todos)
  • Acompañar en algunos momentos la reflexión de la gente.

La función del salmista es cantar el Salmo responsorial. Debe conocer el salterio. Y tener seguridad al cantar.

El encargado del canto (o director) debe impulsar la participación de todos. Debe transmitir seguridad; ser visible pero no absorbente. Debe 'saber estar' en una celebración. Si se apela a solistas, es importante evitar toda actitud de divismo.

El uso de instrumentos es una forma de participar con el carisma propio de cada uno. Se deben conocer la asamblea y la celebración, y considerarse parte de un conjunto (sin vedettismo). Hay que respetar los límites del registro de voz de los participantes. Los instrumentos no deben "tapar" a la asamblea. (El cantor principal tampoco debe estorbar cantando fuerte en el micrófono). Las palmas (cuando fuere adecuado incluirlas) no deben ahogar el canto.

EL RITO DE ENTRADA

El rito introductorio:

su función es integrarnos como grupo y con la Iglesia peregrina es una preparación para el resto de la celebración en él tiene mucha importancia el canto debe encarnarse en la cultura y la situación de la comunidad

El canto de entrada nos ayuda:

  • a constituir la asamblea (pasar del yo al nosotros)
  • a integrarnos con la Iglesia, pueblo de Dios en marcha
  • a ubicarnos en el tiempo litúrgico (se recomienda en este caso el uso de cantos propios de cada tiempo)
  • a tener presente el acontecimiento (misterio) que celebramos
  • a expresar las situaciones concretas que atraviesa la comunidad.
La gente debe saber bien el canto de entrada, de lo contrario en vez de ayudar a formar la asamblea, la desinfla. El canto de entrada no se debe alargar innecesariamente después que el sacerdote haya llegado a la sede.

Se pueden hacer variar los cantos iniciales en importancia según el tiempo litúrgico y el domingo. En Adviento y Cuaresma conviene cantar el rito penitencial, o el Señor ten piedad (Kyrie). El Gloria debería ser cantado durante el tiempo Pascual. En tiempo de Navidad podría ser empleado como canto de entrada. El rito de entrada no debe tener tal acumulación de cantos que le dé una duración desproporcionada.

EL SALMO RESPONSORIAL Y EL ALELUIA

El Salmo responsorial forma parte de la Liturgia de la Palabra. (IGMR 36). Es Palabra de Dios cantada. La Iglesia recomienda que se procure cantarlo siempre (al menos la antífona). Hace "eco" y prolonga el clima creado por la primera lectura. Su antífona contiene el núcleo del Salmo. No debe ser reemplazado por otro canto, a lo sumo puede cantarse otro salmo similar (si no se conoce el que corresponde). Se recomienda que se cante en modo responsorial (de respuesta).

Orientaciones: (orden decreciente de preferencia)

  • antífona propia cantada y salmo cantado
  • antífona propia cantada y salmo leído
  • antífona común cantada y salmo cantado o leído
  • antífona propia recitada y salmo leído (mal, pues la gente no atiende al salmo por memorizar la antífona. Esto se evitaría repitiendo la antífona sólo al principio y al final del Salmo).

Si el Salmo no se puede cantar, se lo lee en actitud orante (y evitando que lo lea el mismo lector de la 1ª Lectura. [Excepto el cántico del Éxodo en la Vigilia Pascual]) La antífona debe ser cantada por todos, no por un grupo o coro. Si no se puede aprender la antífona propia de cada domingo, se puede tener un repertorio de unas cuantas antífonas comunes y elegir la que más se adapte a ese Salmo.

El Aleluia (y el versículo) debe ser cantado por toda la asamblea. En muchos lugares es habitual que el versículo sea leído, entre aleluias, por quien va a proclamar el Evangelio. En Cuaresma no se canta el Aleluia, sino otra aclamación apropiada. La aclamación después del Evangelio es más expresiva si es cantada.

Los cantos de meditación no deben usarse para reemplazar el Salmo responsorial. Su lugar está en otros momentos: después de la homilía, durante la colecta, en la acción de gracias...

Se recomienda que el Credo se recite, o se cante estrictamente el texto litúrgico, pues expresa nuestra fe, la fe de la Iglesia (no un sentimiento más o menos difuso de adhesión a Cristo).

Conviene que la invocación de la oración universal sea cantada.

LA PRESENTACION DE LAS OFRENDAS

El canto indicado para este momento es procesional y tiene el sentido de acompañar la presentación de los dones, que representan todo lo bueno que Dios nos da y que le retornamos enriquecido con nuestro trabajo. (Es un canto de presentación, no de ofertorio). Durante la colecta, un coro o toda la asamblea, podría haber cantado un canto de reflexión de la Palabra de Dios escuchada. O pudo haber música sin canto. El canto de ofrendas no debe extenderse más allá del rito al que sirve.

LAS ACLAMACIONES

Las aclamaciones más importantes son:

- el Señor ten piedad (Kyrie) - la respuesta (invocación) de la Oración de los fieles - el Santo - la aclamación después de la consagración - el Amén de la Plegaria Eucarística - la respuesta Tuyo es el Reino... - el Cordero de Dios

En la Plegaria Eucarística hay 3 aclamaciones: prefacio >> Santo consagración >> aclamación del memorial doxología >> Amén Las aclamaciones están puestas pensando que van a ser cantadas. De esa manera adquieren toda su fuerza.

La Iglesia indica que el Santo se cante siempre. Es el canto más importante de la Misa. Es un canto de toda la asamblea. Debe ser jubiloso, aclamativo, bien sabido. Es un canto Propio de la Misa: se recomienda seriamente no usar letras que no respondan al texto litúrgico.

La aclamación del memorial de la institución (después de la consagración) también debería ser cantada, y no siempre la misma, usando también las otras dos formas de la aclamación. La respuesta Por tu Cruz... es la más indicada para Cuaresma. La respuesta Cada vez... es la más apta para Adviento.

El Amén final de la Plegaria Eucarística debe ser vigoroso y debe ser cantado (Inaestimabile Donum). Sin embargo se lo suele cantar muy poco. (Pero no es correcto que todos reciten la doxología junto con el sacerdote)

EL RITO DE COMUNIÓN

Los ritos alrededor de la comunión son una de las partes de la Misa más sobrecargadas musicalmente: Padrenuestro, paz, Cordero, comunión, acción de gracias, final.

El Padrenuestro es una oración para ser mejor rezada que cantada. Si se canta, es imprescindible respetar estrictamente el texto litúrgico. En estos casos, más que nunca, la música es esclava del texto. Es preferible que la aclamación Tuyo es el Reino... se cante.

El canto de Paz, si se canta, tiene que ser breve y resaltar que es Cristo el que nos da la paz y realiza nuestra unión. No se debe cantar mientras la gente se está saludando (a menos que lo cante sólo el coro).

El Cordero de Dios debería cantarse habitualmente durante la fracción del Pan. (Y evitar el canto de paz al menos en tiempos litúrgicos como Cuaresma y Adviento: la acumulación de cantos justo antes de la comunión no es recomendable).

El canto de comunión debe ser procesional y conviene que sea de tema eucarístico, o resalte el sentido de comunidad o que recuerde el tema del Evangelio o el tiempo litúrgico. Es un canto alegre, debe ser cantado con ganas. La gente lo debe saber bien. Debe durar todo lo que dure la procesión, y no extenderse más allá innecesariamente.

La acción de gracias es un momento más indicado para hacer silencio que para cantar. Por tanto el canto de comunión normalmente no debe extenderse ocupando este momento. Puede haber música suave, o un canto sereno de acción de gracias por parte del coro, acompañando la oración silenciosa del pueblo.

LA DESPEDIDA

Si bien no figura en el ritual, tenemos la costumbre de terminar la Misa cantando un canto, generalmente de envío o a la Virgen. Este canto final debería estar antes de la despedida (o antes de la bendición), pues el saludo "Pueden ir en paz" disuelve la asamblea, y debe ser interpretado como lo que es: una invitación a retirarse. Una forma de resolverlo podría ser cantar un canto muy breve y terminar luego con el saludo de despedida. Otra, dejándolo al final, pero que sea un canto breve, entusiasta y bien sabido para que la gente lo pueda ir cantando mientras se retira. O bien, reemplazar el canto por música o por un canto del coro mientras los fieles se van retirando.

EL ENSAYO DE CANTO

No es lo mismo animar una asamblea de niños que una de adultos, tampoco una Nochebuena que un 2 de noviembre. Convendría llegar a un acuerdo con la asamblea y con el que preside para destinar unos minutos antes de la celebración al ensayo. [Es deseable contar con una buena dosis de jovialidad, buena presencia, seguridad musical y algo de sentido del humor] Antes del ensayo, el grupo de músicos y cantores deberá tener claro cómo se desarrollará el mismo.

No conviene ensayar muchas cosas nuevas. Empezar cantando algo conocido y que guste a la gente. Decir en qué momento se va a cantar cada canto ensayado. A veces se puede hacer notar o corregir algún giro. (También resaltar alguna frase más apta para hacer oración). Es necesario que la gente tenga la letra de los cantos (a menos que sean muy fáciles de memorizar).

Empezar cantando el canto para que la asamblea lo escuche (a lo sumo acompañado de un solo instrumento). Si es a varias voces, inicialmente sólo se cantará la voz principal. Luego ensayar el estribillo (por partes si es necesario). Lo canta el animador y lo repite la asamblea. Luego se invita a la gente a que lo cante sola. Corregir y estimular. Luego ensayar las estrofas. Si hay varias voces se van ensayando, e incorporando más instrumentos. Se puede alternar entre naves, o entre varones y mujeres. Tener cuidado con el uso del micrófono: no "tapar" el canto comunitario. Es importante que la gente se escuche a sí misma cuando canta.

Si el canto no es fácil de aprender, no conviene cantarlo en la celebración hasta que la gente se sienta segura (sobre todo si es el canto de entrada, o una aclamación, o es del Ordinario).

El ensayo previo es una buena preparación a la celebración y es notorio el progreso de las comunidades que lo realizan.

Bibliografía recomendada:

Música, Liturgia y Pastoral - Grupo Pueblo de Dios - Bonum - B. Aires, 1991 Canto y música - Dossiers CPL - Barcelona, 1985 Los Salmos en la Liturgia romana - Oficina del Libro - Buenos Aires, 1994 Introducción General del Misal Romano

sábado, 22 de marzo de 2008

Recorriendo el Calendario Litúrgico

Fiestas Litúrgicas

¿Que es la Pascua?

El tiempo pascual comprende cincuenta días (en griego = "pentecostés", vividos y celebrados como un solo día: "los cincuenta días que median entre el domingo de la Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo" (Normas Universales del Año Litúrgico, n 22).

El tiempo pascual es el más fuerte de todo el año, que se inaugura en la Vigilia Pascual y se celebra durante siete semanas hasta Pentecostés. Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha pasado de la muerte a la vida, a su existencia definitiva y gloriosa. Es la pascua también de la Iglesia, su Cuerpo, que es introducida en la Vida Nueva de su Señor por medio del Espíritu que Cristo le dio el día del primer Pentecostés. El origen de esta cincuentena se remonta a los orígenes del Año litúrgico.

Los judíos tenían ya la "fiesta de las semanas" (ver Dt 16,9-10), fiesta inicialmente agrícola y luego conmemorativa de la Alianza en el Sinaí, a los cincuenta días de la Pascua. Los cristianos organizaron muy pronto siete semanas, para prolongar la alegría de la Resurrección y para celebrar al final de los cincuenta días la fiesta de Pentecostés: el don del Espíritu Santo. Ya en el siglo II tenemos el testimonio de Tertuliano que habla de que en este espacio no se ayuna, sino que se vive una prolongada alegría.

La liturgia insiste mucho en el carácter unitario de estas siete semanas. La primera semana es la "octava de Pascua', en la que ya por tradición los bautizados en la Vigilia Pascual, eran introducidos a una más profunda sintonía con el Misterio de Cristo que la liturgia celebra. La "octava de Pascua" termina con el domingo de la octava, llamado "in albis", porque ese día los recién bautizados deponían en otros tiempos los vestidos blancos recibidos el día de su Bautismo.

Dentro de la Cincuentena se celebra la Ascensión del Señor, no necesariamente a los cuarenta días de la Pascua, sino el domingo séptimo de Pascua, porque la preocupación no es tanto cronológica sino teológica, y la Ascensión pertenece sencillamente al misterio de la Pascua del Señor. Y concluye todo con la donación del Espíritu en Pentecostés.

La unidad de la Cincuentena queda también subrayada por la presencia del Cirio Pascual encendido en todas las celebraciones, hasta el domingo de Pentecostés. Los varios domingos no se llaman, como antes, por ejemplo, "domingo III después de Pascua", sino "domingo III de Pascua". Las celebraciones litúrgicas de esa Cincuentena expresan y nos ayudan a vivir el misterio pascual comunicado a los discípulos del Señor Jesús.

Las lecturas de la Palabra de Dios de los ocho domingos de este Tiempo en la Santa Misa están organizados con esa intención. La primera lectura es siempre de los Hechos de los Apóstoles, la historia de la primitiva Iglesia, que en medio de sus debilidades, vivió y difundió la Pascua del Señor Jesús. La segunda lectura cambia según los tres ciclos: la primera carta de San Pedro, la primera carta de San Juan y el libro del Apocalipsis.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Mensaje de Pascua del Obispo de San Justo

CARTA PASTORAL PASCUA 2008

¿ POR QUÉ BUSCAN ENTRE LOS MUERTOS, AL QUE ESTÁ VIVO?(Lc 24,5)

Querido Jóvenes : En esta Pascua, me dirijo con todo mi amor de padre y pastor, especialmente, a ustedes, para que me ayuden a que la Buena Noticia de Cristo viviente llegue a las comunidades presididas por sus pastores, a cada familia donde ustedes crecen y maduran con el amor responsable de sus padres y a toda la sociedad donde la resurrección de Cristo vivida por ustedes , ayude a cambiar, por que así como estamos no podemos decirnos con esperanza : ¡Feliz Pascua de Resurrección!

A los Jóvenes por la edad y a todos los que se sienten jóvenes , pues no han perdido la juventud del corazón, a todos los abrazo con este mensaje de pastor y les recuerdo que un mundo sin Dios, sin la aceptación de la Pascua es un mundo sin esperanza .

1. HIJITOS QUERIDOS, CRISTO RESUCITADO CAMINA CON USTEDES (Lc 24)

Los invito a entrar con amor en el Evangelio de Lucas , 24,13-35 y vivir esta maravillosa experiencia de un Cristo vivo que camina junto a nosotros como un compañero de camino, que va ayudándonos a sacar afuera, toda la verdad de lo que somos y vivimos, nos hace sentirlo a Él, como la Palabra que ilumina el camino, reorienta el rumbo y nos descubre en su misterio, el luminoso horizonte hacia donde vamos o debemos llegar.

Cristo como la Luz, nos hace pasar de la muerte a la vida , de la oscuridad, a la luz, del pecado a la gracia de su amistad , del sin sentido a la Esperanza que no defrauda y a la alegría de vivir y aceptar nuestra identidad de Ser discípulos amados, para ver, juzgar y actuar como tales. Ver: el paso del Señor que nos mira con amor y nos da cabida en su corazón. Juzgar: a la luz de su Palabra, todo lo que nos pasa y pasa a nuestro lado. Actuar: como discípulos misioneros de su alegría y de su vida, y como hombres nuevos llenos de su Amor. Celebrar la Fe, celebrar la alegría pascual en la Eucaristía, para que podamos compartir nuestra experiencia de Cristo vivo con los demás cristianos, madurando en la verdad completa y gritar como los discípulos de Emaús: ¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras no hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?. Y cómo lo habían reconocido, al partir el Pan.

2. CRISTO NOS MUESTRAS LAS SEÑALES LUMINOSAS DE LA CRUZ (Jn 20)

Estamos llamados a descubrir el esplendor de la Belleza de la Pascua que salva al mundo. Vivir el encuentro con esta Belleza que salva y que es Cristo, el Pastor hermoso y bueno, para superar todas la realidades que matan lo mejor de la juventud, especialmente el egoísmo como expresión del pecado que apaga la relación filial con Dios y con los hermanos.

“La Belleza del Pastor depende del amor con el que se entrega a la muerte por cada uno y establece por la reconciliación con cada uno, una relación personal de intensísimo amor. La belleza la experimentamos al dejarnos amar por Él, al entregarle el propio corazón para que lo inunde de su presencia y al corresponder al amor así recibido con el amor que Jesús mismo nos hace capaces de tener”. “Es en la Iglesia donde el Pastor hermoso habla al corazón y hace presente en los Sacramentos, el don de su vida.” Amigos: En la Cruz, el dolor y la muerte entran en Dios por amor de los sin Dios. Es un Dios cercano y precisamente en la cercanía, revela su amor misericordioso y su ternura fiel, nos hace entrar en el corazón del Hijo, compañero de todo sufrimiento humano. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo : ¡la Paz esté con ustedes!.Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn20,19-20) Hijitos: En sus llagas hemos sido curados. Que todo lo que hoy hiere a tantos jóvenes, como la falta de verdadera alegría y de sentido de la vida, que desorienta; con el paco que mata en tan poco tiempo, las adicciones, y todas las demás realidades que aniquilan lo mejor de la juventud, ¡ por piedad!, encuentren el abrazo del Señor que los quiere sanar con su Amor redentor y con la unción de su Perdón y de su Paz

3. A CRISTO LE DUELEN, NUESTRA INDIFERENCIA E INCREDULIDAD

Los Apóstoles reunidos en comunión, se llenaron de alegría y gritaban convencidos ¡Hemos visto al Señor! y ¡Es verdad, el Señor ha resucitado! Pero uno de ellos, que no estaba donde debía estar, y, decía si no veo la señales... no lo creeré”. Era uno de sus amigos. pero la incredulidad le ganó el corazón y puso al Señor condiciones. Necesitó un sacudón de Jesús.

Nosotros ¿ Cómo pensamos? ¿Cuáles son nuestros sentimientos profundos ante este Misterio tan grande y tan importante para nuestra vida joven y para todos los hombres?

Cristo Resucitado lo mira a Tomás y le pide: “ Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado.En adelante no seas incrédulo, sino creyente”. Mis hijos, necesitamos que Cristo nos haga tocarlo. Es el encuentro con su humanidad resucitada, como el Hombre nuevo que hace nueva todas las cosas y si nos abrimos de corazón nos hace nuevos a nosotros. Con Santo Tomás, reconociéndolo, no solo como hombre, sino como Dios. Le decimos con fe “¡Señor mío y Dios mío! Y así el Señor Resucitado nos abraza con su bienaventuranza: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,24-29).

4. HIJITOS, MARIA , LA MADRE DEL RESUCITADO, ES NUESTRA MADRE

En el corazón de la Madre , como la Señora del Sábado Santo, queremos esperar contra toda esperanza. El Misterio de la Resurrección de Cristo cale hondo en nuestras vidas jóvenes. Cristo entre en nosotros y nosotros entremos en Él, con todas nuestras debilidades para vivir con la Virgen, el Sábado del tiempo, en espera del Domingo sin ocaso, haciendo cada día con la Gracia, la tarea de mejorarnos, edificar un mundo mejor y construir juntos la civilización del Amor y la Cultura de la vida y de la solidaridad. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” y el que estaba sentado en el trono dijo “ Yo hago nuevas todas las cosas”(Ap,21,1.5).

María, que en el sábado del silencio de Dios es y permaneció como Virgen fiel nos obtenga del Resucitado la consolación de la mente, la que viene de la fe.

María, que en el sábado de la desilusión es la Madre de la esperanza , nos alcance del Viviente la consolación del corazón , para que vivamos en el tiempo y en la lucha diaria con la esperanza de la eternidad.

María, que en el sábado de la ausencia y de la soledad es y permanece como Madre del amor hermoso, nos consiga la consolación de la vida, para estar de pié, vivir en el amor y superar la noche oscura del alma en el camino diario de la fidelidad.

En Cristo gloriosamente resucitado los abrazo con mi bendición pastoral .

¡DIOS ES AMOR!