miércoles, 30 de diciembre de 2009

A TODOS MIS AMIGOS Y SEGUIDORES LES DESEO UN AÑO LLENO DE PAZ Y BENDICIONES





El rito de la fracción del pan en la Misa


En el texto que sigue, se encontrará una serie de recomendaciones muy útiles para ser tenidas en cuenta por los sacerdotes, relacionadas con los ritos a observar en la celebración de la Sagrada Eucaristía según las indicaciones contenidas en la Ordenación General del Misal Romano.
Las mismas tienden a desalentar algunas prácticas que no condicen con aquellas normas y que introducen en la celebración acciones que "parecen correctas" o "quedan bien", pero que no hacen otra cosa que añadir acciones o gestos meramente personales y ajenos a las rubricas aprobadas.

La fracción del pan antes de la consagración constituye uno de los abusos litúrgicos que figuran como tales en la Instrucción de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum (25/03/2004): Nº 55 "En algunos lugares se ha difundido el abuso de que el sacerdote parte la hostia en el momento de la consagración, durante la celebración de la santa Misa. Este abuso se realiza contra la tradición de la Iglesia. Sea reprobado y corregido con urgencia".
¿Cuáles son los motivos que fundamentan esta disposición?
En primer lugar, porque el rito manda que se haga la fractio después, luego del saludo de la paz y mientras se canta el Cordero de Dios (Cf. OGMR, n. 83). La fidelidad a las rúbricas ya sería motivo suficiente para no cometer este abuso. En la Ordenación General del Misal Romano se recuerda al sacerdote celebrante que «él se halla al servicio de la sagrada Liturgia y no le es lícito añadir, quitar ni cambiar nada según su propio gusto en la celebración de la Misa (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, 22) (OGMR, n. 24).
Pero hay razones más teológicas, que así lo piden, y que tienen que ver con la estructura de la Misa, según los cuatro verbos que figuran en la narración de la institución de la Eucaristía: «tomó», «bendijo», «partió», y «dio», que se corresponden, respectivamente, con el ofertorio, la consagración, la fracción y la comunión. En la Misa no se hace una simple memoria de lo acontecido en la Última Cena, por eso cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, no lo hace como quien narra algo que hizo Jesús, sino como quien lo está haciendo (actualizando) en ese momento, por virtud de las palabras de Cristo, en cuya Persona actúa (se dice, in Persona Christi). Es decir, el sacerdote actualiza lo mismo que hizo Nuestro Señor en el Cenáculo, es decir, transubstancia el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre (con la diferencia que Jesús anticipó su Sacrificio redentor, y el sacerdote lo perpetúa). Por eso, ninguna liturgia antigua y actual ha pretendido repetir materialmente los gestos de Cristo en la Última Cena sino su contenido y esto, no en una celebración hebrea sino cristiana.
Al respecto, dice la OGMR, 72:
«72. En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él.[Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 47; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núms. 3 a. b: A.A.S. 59 (1967) págs. 540-541] .

Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:
1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo».

Por lo tanto, al hacerse este gesto cuando se pronuncian las palabras «lo partió», se estaría trastocando el orden de las acciones de la Última Cena. «Partir la hostia durante la Plegaria Eucarística, al decir “lo partió y lo dio a sus discípulos” es comprimir en una dos acciones distintas de la Liturgia de la Eucaristía, y tratar de convertir la memoria litúrgica en representación dramática. Por otra parte, tal práctica ni siquiera es una adecuada representación dramática, puesto que, según toda teología, el pan no está realmente “bendecido” (es decir, consagrado) hasta después del momento en que algunos celebrantes lo parten (es decir, hasta que no pronuncian las palabras de la consagración –agregamos, para que quede claro-). Esta práctica, por tanto, en lugar de seguir más fielmente la Escritura, altera el orden que en ella se describe (es decir, bendecir-partir, se cambian en partir-bendecir» (D. C. SMOLARSKI, SJ, «Cómo no decir la Santa Misa», Dossiers CPL 41, Barcelona 21990, 58).
Además, si fuéramos consecuentes con una mera dramatización de la Última Cena, entonces, no sólo habría que tomar el pan y partirlo, sino también bendecirlo en ese momento y darlo, todo esto antes de la consagración. Pero la Misa no es una mera repetición de la Santa Cena, sino que es una actualización ritual y sacramental del mismo Sacrificio de la Cruz, y, por ende, de lo mismo que mandó hacer Nuestro Señor en la Última Cena, en la que se instituyó este Santísimo Sacramento.
El Dr. Ralph Keifer, lo dice mejor: «Partir la hostia durante el relato de la Institución es un abuso porque el relato es principalmente una proclamación de por qué celebramos la Eucaristía (…); no es una demostración de lo que hacemos nosotros en la Eucaristía. Si el relato fuera una demostración de lo que nosotros hacemos, lo propio sería no sólo partir el pan sino también compartirlo en ese momento y, una vez dichas las palabras sobre el cáliz, darlo también en ese momento. El relato de la Institución no está concebido como un relato litúrgico dramatizado. Está concebido para proclamar que celebramos la Eucaristía porque es el memorial del Señor» (citado por D. C. SMOLARSKI, Idem, 59).
Podría objetarse también que al realizar la fracción en ese momento, habría en la Misa dos fracciones (porque luego se hace la fracción y la inmixtión antes de la Comunión), con lo que se iría contra uno de los principios de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, a saber, la simplificación de los ritos, y la eliminación de toda duplicación innecesaria (Cf. Sacrosanctum Concilium, 21 y 34). Además, se elevaría la hostia consagrada para la adoración de los fieles, ya partida, lo cual corresponde hacer después, cuando se eleva la hostia antes de la Comunión (aunque muchos de los que parten la hostia antes de tiempo, la «reconstruyen» indebidamente para la ostensión antes de la Comunión, privando de sentido pleno a la misma fractio, que, entre otras cosas, representa al Cordero inmolado).
Cabría preguntarse, dado que no se trata de una dramatización o historización de la Cena del Señor, ¿por qué el sacerdote toma la hostia para consagrar?¿Por qué eleva los ojos al decir «elevando los ojos al cielo»? Y, en la Forma Extraordinaria del Rito Romano –según el Misal Romano de 1962-, ¿por qué el sacerdote bendice el pan con la señal de la cruz al decir «lo bendijo»? E incluso, entre los sirios occidentales y coptos se imita también el fregit, o sea, la fracción, partiendo la forma pero sin romperla (Cf. J. A. JUNGMANN, El sacrifico de la Misa, BAC, Madrid 1951, II, 871). ¿No es esto una teatralización del relato de la Institución de la Eucaristía? ¿No parece contradecir todo lo que venimos diciendo?
La Iglesia tiene sus motivos para decidir cuáles gestos adoptar en el rito, de entre los observados por el Señor (conforme la tradición y los Evangelios), y cuáles descartar o preferir en otro momento de la celebración, como es el caso de la fractio.

Ciertamente, no es necesario que el sacerdote tome el pan con sus manos, siendo suficiente que tenga la intención de consagrarlo, como, de hecho, hacen los concelebrantes o, el mismo celebrante que preside con las demás formas que consagra. Ya hemos dicho que el «tomar» corresponde más bien al ofertorio, en el que se separa y prepara la materia para el sacrificio. Sin embargo, dado que las palabras de la consagración se aplican a la materia ya separada (tienen un orden con respecto a la materia presente), el hecho de tomar la hostia en ese momento hace más patente este concepto, desde el punto de vista del signo (ya que al decir: «esto es mi Cuerpo», el «esto» se refiere a lo que está cerca del que está hablando); pero, además, porque a la consagración sigue el rito de la ostensión de la Hostia, lo cual no podría hacerse, como es obvio, si no se tomara la misma).

Por su parte, el elevar los ojos al cielo y el dirigirse al Padre, no es cosa teatral, sino una acción cultual, e indica la idea del ofrecimiento de la materia que se va a sacrificar, y refuerza que toda la consagración y el relato de la institución forma parte de la oración que se dirige al Padre.

Para concluir, como principio, digamos que en el rito del relato de la Institución y la consagración, no se adoptan aquellas ceremonias y gestos que realizó nuestro Señor, y que no pueden imitarse manteniendo la actualidad de lo que se está haciendo. Esto sucede con el gesto de «partir» y el de «dar». Cristo dio su Cuerpo como comida, y no pan. ¿Qué orden observó Jesús en la Última Cena? ¿Qué es lo que nos mandó hacer en memoria suya? Según Santo Tomás de Aquino, «el orden tiene que haber sido así: Tomó el pan, lo bendijo diciendo: “Esto es mi Cuerpo”; después lo partió y lo dio a sus discípulos. Pero Santo Tomás aclara que “esto mismo vienen a indicar las palabras del Evangelio sin cambiarlas ya que el gerundio “diciendo” (en latín se utiliza el participio “dicens”), indica cierta concomitancia de las palabras que se pronuncian con las que anteceden. No obstante, no se debe entender sólo la concomitancia con las últimas palabras dichas, como si Cristo hubiera dicho estas palabras en el momento de dar el pan a sus discípulos, sino que deben entenderse con respecto a todo lo que precede, y el sentido sería éste: “Al bendecirlo, partirlo y darlo a sus discípulos dijo estas palabras: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Lo mismo vale para el “diciendo” de la consagración del sanguis» (C. M. BUELA, Nuestra Misa, EDIVE, Washington-Arequipa-Dushambé-San Rafael-Segni 2002, 301-302).

Para poder observar el mismo orden de lo que hizo Jesús, en el rito de la Misa necesitamos anticipar algunas acciones (como el tomar) y posponer otras (como el partir y el dar). De paso, queda claro que la narratio institutionis o relato de la Institución se encuadra en el momento de la Misa que corresponde al «bendecir», esto es, a la consagración de las especies del pan y del vino, el momento culminante de toda la Misa, en el que el sacerdote no actúa como quien relata un hecho pasado, sino, como en realidad sucede, actualizando la transubstanciación.
(Fuente: "El Teólogo Responde")

martes, 29 de diciembre de 2009

El Santo Padre y su seguridad.


Todos quienes seguíamos por televisión la celebración  de la Misa de Medianoche en la Nochebuena pasada, recibimos el impacto de ver como el Santo Padre caía a consecuencia de la deplorable actitud de una persona que burló el cerco establecido. Lógicamente el comentario acerca de la seguridad del Santo Padre fue casi obligado en la boca de todos
. Pero, ¿que hacer?. El sitio "La Bohardilla de Jerónimo", analiza el tema, y dado lo acertado de sus comentarios comentarios, aquí lo presentamos.

El acontecimiento del pasado jueves, en que el Santo Padre fue víctima de la violencia de una persona desequilibrada, infundió temor a todos los fieles y suscitó cuestionamientos sobre la seguridad del Romano Pontífice. A esos cuestionamientos respondió el Padre Lombardi, vocero de la Santa Sede, afirmando que “es imposible un blindaje al cien por ciento en torno al Papa sin crear un muro divisor entre el Pontífice y sus fieles, algo impensable”. Luego de añadir que “de cada episodio puede sacarse alguna lección”, recordó (como solía decir también su antecesor en el cargo, el Doctor Navarro Valls) que “hay que abandonar la ilusión de que exista un riesgo cero”.

Sin embargo, a partir de este infortunio, surgieron comentarios en diversos sitios analizando la conveniencia de utilizar nuevamente la sedia gestatoria. A decir verdad, estos comentarios no han surgido inesperadamente el pasado jueves. En realidad, ya desde hace algunos meses surgieron algunos rumores, que desde entonces han ido in crescendo, de que el Santo Padre recuperaría esta tradición, por consejo de la Secretaría de Estado, y con el fin de poder ser visto por todos los fieles.

Con el accidente ocurrido al comienzo de la Santa Misa de Navidad, algunos han comenzado a valorar la restauración de esta tradición pontificia también desde el punto de vista de la seguridad. En efecto, utilizando nuevamente la silla gestatoria, el Pontífice no estaría tan expuesto a quien, violando las normas de seguridad (que, como ha sido recordado, nunca serán completamente seguras), intentara abalanzarse sobre él. La estabilidad de la silla estaría garantizada por doce sediarios y, además, se seguiría contando con la escolta de las fuerzas de seguridad vaticanas. Por supuesto, esto sería viable sólo en el interior de la Basílica Vaticana, donde pueden realizarse (y, de hecho, se realizan) estrictos controles para evitar que las personas que ingresan porten cualquier tipo de armas.

A la posibilidad de que el Santo Padre vuelva a utilizar la silla gestatoria se oponen algunos argumentos que, en la mayor parte de los casos, terminan revelándose carentes de auténticas motivaciones, siendo expresiones, más bien, de prejuicios injustificados. Habría que recordar, en primer lugar, que este elemento tradicional nunca fue abrogado sino que, en realidad, cayó en desuso. En efecto, de los Pontífices inmediatamente anteriores a Benedicto XVI, sólo Juan Pablo II no hizo uso de ella en ningún momento de su pontificado, a pesar de que le ofrecieron hacerlo. El mismo Pablo VI que, habiéndola utilizado algún tiempo, luego dejó de hacerlo, volvió a solicitar el servicio de los fieles sediarios cuando la enfermedad de sus piernas le impedía realizar largas procesiones. También Juan Pablo I, a quien en realidad no le gustaba, accedió a utilizarla ante el deseo de todos los peregrinos presentes en las audiencias que querían verlo. Para una crónica histórica más amplia, puede leerse el interesante artículo del Doctor Durand en Costumbrario Católico. Sin embargo, con esto ya queda claro que, en realidad, ninguno de los Predecesores de Benedicto XVI abolió la sedia gestatoria sino que, en cambio, ésta dejó de utilizarse en los últimos años y, más precisamente, en el último Pontificado. Por lo tanto, podemos concluir que la conveniencia de su utilización es una decisión que corresponde tomar, con absoluta libertad, a cada Pontífice, sin estar vinculado en esta materia a las decisiones, también libres, de sus Predecesores. También aquí puede aplicarse lo que Don Gagliardi afirmaba recientemente en una entrevista a propósito de las tradicionales vestiduras extralitúrgicas de los Papas, muchas de las cuales han sido usadas nuevamente por Benedicto XVI: “Si bien es cierto que, en las últimas décadas, los Sumos Pontífices han elegido no usarlas... también es cierto que éstas nunca han sido abolidas y, por lo tanto, cualquier Papa puede utilizarlas.”

Otra oposición, un poco más ideologizada, proviene de aquellos que consideran la eventual reutilización de la silla gestatoria como la restauración de un elemento pasado de moda o, peor aún, como el retorno a un temible triunfalismo pre-conciliar. En realidad, como denunciaba con ironía Joseph Ratzinger poco después de la clausura del Vaticano II, existe un nuevo triunfalismo de la vanagloria que puede ser mucho más peligroso que aquel antiguo que se pretendía denunciar. A esta injustificada acusación de triunfalismo, responde con precisión Francesco Colafemmina en su artículo de Fides et Forma: “es necesario entender, de una vez por todas, que algunos objetos del pasado no eran expresiones de exterioridad magnificente sino, más bien, instrumentos útiles y prácticos que ayudaban a los fieles a mirar al Papa, que exaltaban el sentido del debido respeto al Sucesor de Pedro, que salvaguardaban la salud y el cansancio de Su Santidad. Se dirá: «¡pero no es aceptable que un hombre sea llevado por otros hombres! ¡Es un signo de poder!». Éstas son ideas que derivan de una visión meramente materialista del Papado. El amor y el afecto por el Papa hacen gozosa la tarea de los sediarios, cuya institución permanece viva y pronta a servir al Pontífice. Un hombre anciano llevado en un pequeño trono sobre las espaldas es también un signo concreto de las palabras del Señor a Pedro en Juan 21, 18: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Ese trono es signo de una potestad diversa, de una autoridad completamente distinta de la del mundo y del poder material: ¡es la potestad del amor y la autoridad del Pastor que apacienta las ovejas de Cristo! Es la potestad y la autoridad del Pontífice que es sostenido físicamente por los sediarios y espiritualmente por todos los fieles. Es la potestad y la autoridad del Padre que gobierna la Iglesia de Roma y, en la sucesión apostólica, no se representa simplemente a sí mismo, a la propia persona, sino la auctoritas pontificia que desciende de la misión que Jesús confió a Simón Pedro”.

Un ejemplo de lo que afirma Colafemmina sobre el amor al Papa que “hace gozosa la tarea de los sediarios” lo ha dado precisamente uno de ellos, Silvano Bellizi, que murió recientemente a los ochenta años de edad, luego de haber servido fielmente a cinco Pontífices. En una entrevista concedida a L’Osservatore Romano un mes antes de su fallecimiento, contaba lo siguiente sobre Pablo VI: “El último año, cuando el dolor de las rodillas le impedía caminar y sentía sufrimientos atroces incluso al hacer pocos pasos, teníamos a disposición también una pequeña silla que usábamos para los desplazamientos más breves. La tarde del Corpus Domini de 1975, al retornar de la celebración en San Juan de Letrán, mientras, habiendo regresado al Vaticano, me preparaba para levantar la pequeña silla, crucé su mirada. Era de sufrimiento. Nos miramos por un momento y nos dijo: «Gracias. Vosotros sois mis piernas sanas» . Casi en coro le respondimos: «Para nosotros es un honor, Santidad»”.

¿Queremos decir con todo esto que el uso de la sedia gestatoria debe ser restaurado para que el Pontificado pueda presentarse ante el mundo en todo su esplendor? No, por supuesto que no. Afirmar eso significaría caer, efectivamente, en aquella visión materialista del papado que termina en un triunfalismo vacío. Lo que en realidad queremos decir es que el actual Sumo Pontífice, al igual que sus predecesores, tiene absoluta libertad para disponer de este instrumento de la tradición. Y que, si decidiera hacerlo, se trataría de una opción legítima basada en algunas innegables ventajas que la silla gestatoria ofrece: evita al Sumo Pontífice la fatiga de tener que recorrer a pie la extensa nave central de la Basílica Vaticana; satisface el deseo de todos los peregrinos de poder ver al Sucesor de Pedro, evitando la confusión y el desorden producidos precisamente por intentar, a toda costa y muchas veces sin éxito, mirar con los propios ojos al Vicario de Cristo; brinda seguridad al Pontífice, no sólo por estar más elevado del nivel de los peregrinos sino también por la cantidad de sediarios que portan la sedia junto al personal de seguridad que lo continuaría escoltando, resguardándolo de ese modo del fácil acceso que podría tener a él una persona que quisiera hacerle daño.

En conclusión, la silla gestatoria no es el poderoso signo de un pasado al que algunos quisieran volver y del que otros quisieran huir. Es, nada más pero también nada menos, un instrumento que la sabiduría de la tradición pontificia ha considerado útil por diversos motivos y que, por estar a disposición del Romano Pontífice, podría ser reutilizado en cuanto éste lo dispusiera. No está en la sedia, lo sabemos bien, la gloria y la grandeza del pontificado romano. Esta gloria y esta grandeza están en el hecho de que el Divino Maestro haya querido edificar su Iglesia sobre Pedro y sus legítimos sucesores. Esta gloria y esta grandeza están, actualmente, en la figura de Benedicto XVI, este hombre anciano que, en el atardecer de su vida, ha sido llamado por el Señor a la responsabilidad máxima de ser Su Vicario y, en la conciencia de ser un “humilde trabajador en la viña del Señor”, ha aceptado que se ponga sobre sus espaldas un peso que supera cualquier capacidad humana. En él, el Papa sabio, la entera Iglesia y cada uno de los fieles cristianos puede descansar, sabiendo que Dios “ no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que Él mismo ha escogido como vicarios de Su Hijo”(cfr. Prefacio de los Apóstoles I).
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)

lunes, 21 de diciembre de 2009

Los Santos forman parte del presente y del futuro de la Iglesia

 En otra entrada informábamos sobre la declaración de Venerables de los Siervos de Dios, los papas Pio XII y Juan Pablo II. En la misma fecha de tal declaración, el Santo Padre tuvo un encuentro con los miembros de la Congregación para la Causa de los Santos, de cuyo contenido da cuenta la siguiente información del Vatican Information Service:

CIUDAD DEL VATICANO, 19 DIC 2009 (VIS).-El Papa recibió este mediodía a los miembros, consultores, postuladores y oficiales de la Congregación para las Causas de los Santos, con motivo del cuarenta aniversario de la institución del dicasterio.

 Hablando de los santos, el Santo Padre puso de relieve que "no son representantes del pasado, sino que forman parte del presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad". Su vida "pertenece a todas las regiones de la tierra" y se caracteriza por "su relación con el Señor (...) y un diálogo intenso con El". Además, dijo, "en ellos resalta la continua búsqueda de la perfección evangélica, el rechazo de la mediocridad y la tendencia hacia la pertenencia total a Cristo".

  Benedicto XVI subrayó que "las principales etapas del reconocimiento de la santidad por parte de la Iglesia, es decir, la beatificación y la canonización, están unidas entre sí por un vínculo de gran coherencia. (...) La cercanía gradual a la "plenitud de la luz" emerge de modo singular en el paso de una etapa a otra".

  En el paso de la beatificación a la canonización, continuó, "se suceden hechos de gran vitalidad religiosa y cultural, en los que la invocación litúrgica, la devoción popular, la imitación de las virtudes, el estudio histórico y teológico, la atención a los "signos del alto" se entrelazan y se enriquecen recíprocamente. (...) El testimonio de los santos, resalta efectivamente y hace conocer aspectos aspectos siempre nuevos del mensaje evangélico".

  Haciendo referencia a las palabras del prefecto del dicasterio, el arzobispo Angelo Amato, en el saludo al inicio de la audiencia, el Papa afirmó que "en el itinerario para el reconocimiento de la santidad, emerge una riqueza espiritual y pastoral que implica a toda la comunidad cristiana. La santidad, es decir, la transfiguración de las personas y de las realidades humanas a imagen de Cristo resucitado -concluyó- representa el objetivo último del plan de salvación divina".
(Fuente: VIS)



Etapas de una canonización


Ayer dábamos cuenta de la declaración de Venerables de los Sumos Pontífices Pio XII y Juan Pablo II por parte de la Congregación Pontificia para la Causa de los Santos. 
En  consecuencia, quizás le interese conocer cual son los procedimientos establecidos por la Santa Sede para llegar a esta declaración y a las siguientes hasta de la canonización.
Helas aquí:
1º - SIERVO DE DIOS
El Obispo diocesano y el Postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización. Y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona.

La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto "Nihil obstat").
Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico.

Obtenido el Decreto de "Nihil obstat", el Obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

II - VENERABLE.
1ra etapa
Proceso sobre la vida y las virtudes del Siervo de Dios.
Un Tribunal, designado por el Obispo, recibe los testimonios de las personas que conocieron al Siervo de Dios. Ese Tribunal diocesano no da sentencia alguna; ésta queda reservada a la Congregación para las causas de los santos.

2da etapa
Proceso de los escritos.
Una comisión de censores, señalados también por el Obispo, analiza la ortodoxia de los escritos del Siervo de Dios.

3ra etapa
"Positio".
Terminados los dos procesos anteriores. El Relator de la Causa nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos, elabora el documento denominado Positio. En este documento se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios.

4ta etapa
Discusión de la "Positio".
Este documento, una vez impreso, es discutido por una Comisión de Teólogos consultores, nombrados por la Congregación para las Causas de los Santos. Después, en sesión solemne de Cardenales y Obispos, la Congregación para las Causas de los Santos, a su vez, discute el parecer de la Comisión de Teólogos.

5ta etapa
Decreto del Santo Padre.
Si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la Positio, el Santo Padre dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes. El que era Siervo de Dios pasa a ser considerado Venerable.


III - BEATO
1ra etapa
Mostrar al "Venerable" a la comunidad como modelo de vida e intercesor ante Dios.

Para que esto pueda ser, el Postulador de la Causa deber probar ante la Congregación para las Causas de los Santos:

a- La fama de santidad del Venerable. Para ello elabora una lista con las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por intermedio del Venerable.

b- La realización de un milagro atribuido a la intercesión del Venerable. El proceso de examinar este "presunto" milagro se lleva a cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los testigos.
Generalmente, el Postulador de la Causa presenta hechos relacionados con la salud o la medicina. El Proceso de examinar el "presunto" milagro debe abarcar 2 aspectos:

b.1- la presencia de un hecho (la sanación) que los científicos (los médicos) deberán atestiguar como un hecho que va más allá de la ciencia

b.2- la intercesión del Venerable Siervo de Dios en la realización de ese hecho que señalarán los testigos del caso.

2da etapa
La Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado.

Dos médicos peritos, designados por la Congregación, examinan si las condiciones del caso merecían un estudio detallado. Su parecer es discutido por la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos (cinco médicos peritos).

El hecho extraordinario presentado por la Consulta médica es discutido por el Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos. Ocho teólogos estudian el nexo entre el hecho señalado por la Consulta médica y la intercesión atribuida al Siervo de Dios.

Todos los antecedentes y los juicios de la Consulta Médica y del Congreso de Teólogos son estudiados y comunicados por un Cardenal (Cardenal "Ponente") a los demás integrantes de la Congregación, reunidos en Sesión. Luego, en Sesión solemne de los Cardenales y Obispos de la Congregación para las Causas de los Santos se da su veredicto final sobre el "milagro". Si el veredicto es positivo el Prefecto de la Congregación ordena la confección del Decreto correspondiente para ser sometido a la aprobación del Santo Padre.

3ra etapa
Con los antecedentes anteriores, el Santo Padre aprueba el Decreto de Beatificación.

4ta etapa
el Santo Padre determina la fecha de la ceremonia litúrgica.

5ta etapa
es la Ceremonia de Beatificación.


IV - SANTO
1ra etapa
Aprobación de un segundo milagro.

2da etapa
La Congregación para las Causas de los Santos examina este segundo milagro presentado.
Se requiere que este segundo hecho milagroso haya sucedido en una fecha posterior a la Beatificación. Para examinarlo la Congregación sigue los mismos pasos que para el primer milagro.

3ra etapa
El Santo Padre, con los antecedentes anteriores, aprueba el Decreto de Canonización.

4ta etapa
El Consistorio Ordinario Público, convocado por el Santo Padre
.
Donde informa a todos los Cardenales de la Iglesia y luego determina la fecha de la canonización.

5ta etapa
La Ceremonia de la Canonización.

(Fuente: Sitio Oficial Padre José Frasinetti)





domingo, 20 de diciembre de 2009

Juan Pablo II y Pio XII: Venerables

El Papa Benedicto XVI recibió en el transcurso de la semana pasada en audiencia privada a su E.R. Monseñor Angelo Amato sdb, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia el Santo Padre autorizó a la Congregación para promulgar varios Decretos, entre los cuales se encuentra el de las "virtudes heroicas" del Siervo de Dios Juan Pablo II, Sumo Pontífice, nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920 y muerto en Roma el 2 de abril de 2005.
En la misma audiencia Benedicto XVI ha dado otra gran alegría a la Iglesia universal al firmar el decreto referente a “las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pío XII (Eugenio Pacelli), Sumo Pontífice; nacido en Roma el 2 de marzo de 1876 y muerto en Castelgandolfo el 9 de octubre de 1958”. De este modo, en un mismo día, nuestro Santo Padre nos ha dado el gozo de poder llamar con el título de “Venerable” a dos grandes Romanos Pontífices de nuestro tiempo. Continuemos orando fervientemente por la pronta beatificación de estos dos Sucesores del Apóstol San Pedro.

“Las principales etapas del reconocimiento de la santidad por parte de la Iglesia – dijo precisamente hoy Benedicto XVI en un discurso con ocasión del 40º aniversario de la Congregación para las Causas de los santos -, es decir, la beatificación y la canonización, están unidas entre ellas por un vínculo de gran coherencia. A ellas deben ser añadidas, como indispensable fase preparatoria, la declaración de la heroicidad de las virtudes o del martirio de un Siervo de Dios y la comprobación de algún don extraordinario, el milagro que el Señor concede por intercesión de un fiel Siervo suyo.

¡Cuanta sabiduría se manifiesta en tal itinerario! En un primer momento, el Pueblo de Dios es invitado a mirar a aquellos fieles que, después de un primer cuidado discernimiento, son propuestos como modelos de vida cristiana; luego, es exhortado a dirigir a ellos un culto de veneración y de invocación circunscrito al ámbito de las Iglesias locales o de Órdenes religiosas; finalmente, es llamado a exultar con la entera comunidad de los creyentes por la certeza de que, gracias a la solemne proclamación pontificia, un hijo o hija suya ha alcanzado la gloria de Dios, donde participa en la perenne intercesión de Cristo a favor de los hermanos (cfr. Hebreos 7, 25)”.
(Fuente: "La Buhardilla de Jerónimo")

martes, 15 de diciembre de 2009

¿Toda la revelación está en la Biblia?


¿Dónde dice la Biblia que Pedro murió en Roma? ¿Dónde dice la Biblia Inmaculada Concepción?  ¿Dónde dice la Biblia la Palabra Católica? 
¿Alguna vez te hicieron estas preguntas? ¿Y cómo te sentiste?
Quizás pienses que son muchas preguntas y que no conducen a nada. No creas. El católico, al margen de vivir como tal y dar testimonio vital de ello, debe estar preparado para saber responder estas cuestiones que hacen de él un verdadero apóstol y misionero. Estas son las palabras del apóstol Pedro en su primera carta: "Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia".

Pues bien, aquí encontrarás temas para informarte e informar.


Para nuestros hermanos separados solo en la Biblia está la Revelación de Dios (Palabra que significa: quitar el velo), es decir, la manifestación de Dios a los hombres, por medio de hechos y palabras, acerca de su voluntad. Para ellos nada es Revelación de Dios sino proviene de la Sagrada Escritura. Para nosotros los católicos, la Biblia es la Palabra de Dios, pero no toda la Revelación esta en ella. Muchas cosas no se escribieron y están fielmente guardadas en la Tradición.

Para entender esto, tendremos que entender que Dios se ha revelado (se ha dado a conocer) al hombre de distintas formas, ya sea por medio de sus obras (Rom 1,19-20), ya sea oralmente por medio de Moisés, los profetas, hasta que lo hizo personalmente por medio de Su Hijo (Heb 1,1-2).

 Jesús Evangelio de Dios:

Siendo Jesús la Máxima Revelación de Dios (Heb. 1,3) deseó que sus hechos y mensajes (Evangelio) se transmitieran por todo el mundo (Mc. 16,15) por medio de la Iglesia que el fundó. Obviamente mandó a predicar, no escribir. Así que cuando Jesús manda “Vayan y prediquen mi Evangelio” No se pone a repartir Biblias y les dice: “Vayan y repartan Biblias y díganles que la lean y que cada quien funde su Iglesia”. Cuando Jesús dice: “Vayan y prediquen mi Evangelio” Jesús da a entender: “Que vayamos y hablemos de El”. Jesús no escribió nada. Así lo entendieron los Apóstoles y entonces el día de Pentecostés el Apóstol Pedro empezó a hablar de Cristo (Hech 2, 14-41).

Tradición Apostólica:

A esta forma de transmitir la fe de manera oral se le llama Tradición. Cuando hablamos de Tradición no queremos decir costumbres, sino que nos referimos a la enseñanza oral de Jesús transmitidas a sus Apóstoles y que ellos transmitieron a sus discípulos, enseñanza guardada fielmente por la Iglesia.

La palabra Tradición significa: entrega, depósito. Yo te digo a ti, tu le dices a el, el le dice a otro. Esta idea esta bien clara en la Biblia:

Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos,
Confíalo a hombres que merezcan confianza
Capaces de instruir después a otros.
(2 Tim. 2,2)
Todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí
Todo lo que me han visto hacer, háganlo.
(Filip. 4,9)

Pablo no dice que solo se guarde lo que esta escrito, sino lo que se oyó de boca de él, lo que se le vio a hacer también eso debemos hacerlo nosotros.

Para distinguir la Tradición de tradiciones de hombres, estamos hablando de la Tradición Apostólica: que es la enseñanza de los apóstoles del mensaje de Cristo a través de la predicación, el testimonio, los ministerios, el culto y los escritos inspirados.

Biblia:

Parte de esta enseñanza se empezó a escribir, pero no todo. El mismo San Juan, ya que se había escrito el evangelio de Mateo, Marcos y Lucas escribió:

Jesús hizo muchas otras cosas, si se escribiera una por una,
Creo que no habría lugar para tantos libros.
(Jn 21,25)

El primer escrito del Nuevo Testamento fue la primera carta a los Tesalonicenses alrededor del año 51 d. C. estamos hablando 18 años después de que empezaron a predicar los Apóstoles. Así, sucesivamente se fueron escribiendo más libros.

Pero, esto no significo que se hiciera aun lado la tradición, puesto que esta se siguió transmitiendo oralmente. Puesto que los escritos estaban dispersos por todo el territorio cristiano y no había una colección como actualmente la tenemos. Además, también aparecieron escritos de personas que quizás lo hacían de buena fe, exagerando la vida de Jesús o de sus Apóstoles, otros escritos difamándolos entre ellos: Evangelio de Pedro, Evangelio de Santo Tomas, Hechos de Pedro, Hechos de Pilato, varios Apocalipsis, etc. En algunas comunidades aceptaban de estos libros y además rechazaban algunos como: la Carta a los Hebreos, la 2 Carta de Pedro, la Carta de Santiago o el Apocalipsis.

Así es que si te das cuenta ningún libro de la Biblia da la lista de los libros inspirados por Dios. ¿Quién me asegura que la Biblia es inspirada por Dios? La Iglesia. Ya que la Iglesia, gracias a que conservaba la Tradición oral tuvo el criterio para definir que libros son inspirados por Dios, es decir el Canon Bíblico, que muchos hermanos separados mencionan pero no saben como se formó.

Algunos hermanos separados, mencionan el Códice Muratoriano, como el primer intento por tener un Canon Bíblico. Lo que muchos de ellos no mencionan es que es el primer intento de la Iglesia Católica por establecer un Canon, además, no aceptan algunos libros como: la 2 Carta de Pedro o la Carta a los Hebreos.

Entonces, fue realmente hasta los concilios de Hipona (año 393) y Cartago (año 397) cuando la Iglesia Católica fijo el Canon de los libros sagrados del Nuevo Testamento aceptando 27 libros.

También, fue la Iglesia Católica quien en estos concilios definió el Canon de los libros del A. T. basándose en la Versión Griega de los Setenta (Canon Alejandrino). Puesto que fue la versión que utilizaron los Apóstoles para citar textos del Antiguo Testamento en sus escritos del Nuevo Testamento, la cual tenía 46 libros.

Como vemos, gracias a la Iglesia Católica tenemos la Biblia. Primero es Jesús, luego la Iglesia y después la Biblia. La Biblia es Palabra de Dios porque la Iglesia da Testimonio de que es Palabra de Dios.

La Iglesia Católica guardiana de la Tradición Apostólica:

Creer que todo está en la Biblia es rechazar la Iglesia que el fundó. Muchas enseñanzas que están en la Biblia se entienden mejor gracias a la Tradición Apostólica que prevalece en la Iglesia Católica. Por eso, ahora en los grupos separados, encontramos muchas enseñanzas diferentes porque no cuentan con toda la Tradición Apostólica.

¿En donde se encuentra la Tradición Apostólica? En la Biblia, pero, también en la enseñanza de los Padres de la Iglesia, por ejemplo en los escritos de los llamados Padres Apostólicos (discípulos de los Apóstoles): San Clemente de Roma discípulo de San Pedro, San Ignacio de Antioquia y San Policarpo de Esmirna discípulos de San Juan, San Ireneo de Lyon, discípulo de San Policarpo de Esmirna, en la forma que celebra el culto la Iglesia, en los Papas, etc.



¿Quién interpreta auténticamente la Tradición Apostólica?:

El Magisterio de la Iglesia. Es decir el Papa, Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y los obispos en comunión con el.



Conclusión:

Una ocasión platicando con un Pastor Protestante, me decía que no se podía aceptar como Palabra de Dios algo que no estuviera escrito en la Biblia, le cite Mt 2,23 el cual dice que los Profetas dijeron que a Jesús le llamarían Nazareno. Le pregunte que profeta dijo que a Jesús le llamarían Nazareno. Comienza a buscar en su Biblia las referencias que tenia ese texto. Después de 2 minutos le vuelvo a preguntar ¿Qué Profeta dijo? Me contesta: “no me acuerdo, creo que fue Jeremías”. Entonces le contesto yo: “Si lo buscamos en el A. T. ningún Profeta dijo esto. Entonces ¿De donde sacó esta creencia Mateo? De la Tradición, es decir de la enseñanza oral que se transmitieron los judíos y que no se puso por escrito”.

San Pablo nos dice que debemos guardar, no solamente lo que esta escrito, sino que también lo que se enseño oralmente.

“Así pues, hermanos manténganse firmes y conserven las tradiciones que han aprendido de nosotros de viva voz o por escrito.” (2 Tes. 2,15)

Por lo tanto, aunque algunas creencias nuestras no están explícitas en la Biblia, si lo están en la Tradición oral.


sábado, 12 de diciembre de 2009

Vivir la liturgia


Toda la simbología litúrgica expresada en los gestos y actitudes,  nos lleva a un encuentro íntimo y personal con Dios Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo. Por eso debe quedar bien claro que la correcta interpretación de esos símbolos y la adecuada catequesis litúrgica debe ser tarea constante de los ministros consagrados. El siguiente texto está tomado de la página "Sacram Liturgiam".

La participación activa no excluye la activa pasividad del silencio, la quietud, el escuchar: de hecho, la demanda. Los que dan culto no son pasivos, por ejemplo, cuando escuchan las lecturas o la homilía, o cuando siguen las oraciones del celebrante y los cantos y música de la Liturgia. Éstas son experiencias de silencio y quietud, pero son, a su manera, profundamente activas. La participación activa demanda que la comunidad entera sea adecuadamente instruida en los misterios de la Liturgia, de lo contrario la experiencia del culto degenera en una forma de ritualismo. Pero esto no significa un constante intento, dentro de la Liturgia misma, de hacer explícito lo implícito, dado que esto a menudo conduce a una verbosidad e informalidad que son ajenas al rito romano, y que terminan trivializando el acto de culto. Tampoco significa la supresión de toda experiencia subconsciente, experiencia vital en una liturgia que abunda en símbolos que hablan tanto a lo subconsciente como a lo consciente. El uso del vernáculo ciertamente ha abierto los tesoros de la Liturgia a todos los que toman parte en ella, pero esto no significa que la lengua latina, y especialmente los cantos tan magníficamente adaptados al genio del Rito Romano, deban ser completamente abandonados. Si se ignora la experiencia subconsciente en el culto, se crea un vacío afectivo y devocional, y la Liturgia puede transformarse en algo no sólo demasiado verbal, sino también demasiado cerebral. (WDTPRS).
(Fuente: Sacram Liturgiam)

viernes, 4 de diciembre de 2009

Homilía del Papa en la Misa con la Comisión Teológica


 Le pido que lea con detenimiento las palabras del Santo Padre. No se trata de buscar en ellas un cuestionamiento a la tarea del teólogo, sino de advertir la importancia de una teología que va más allá de un simple razonamiento intelectual, y que acerca, tanto al teólogo como al fiel simple, al corazón insondable del amor de Dios.


 Queridos hermanos y hermanas,

Las palabras del Señor, que hemos escuchado en el pasaje evangélico, son un desafío para nosotros, los teólogos, o tal vez, para decirlo mejor, una invitación a un examen de conciencia: ¿Qué es la teología? ¿Qué somos nosotros, los teólogos? ¿Cómo hacer verdadera teología? Hemos escuchado que el Señor alaba al Padre porque ha ocultado el gran misterio del Hijo, el misterio trinitario, el misterio cristológico, a los sabios y a los doctos – ellos no lo han conocido – y lo ha revelado a los pequeños, a los nèpioi, a aquellos que no son doctos, que no tienen una gran cultura. A ellos se les ha revelado este gran misterio.

Con estas palabras, el Señor describe sencillamente un hecho de su vida; un hecho que comienza ya en los tiempos de su nacimiento, cuando los Magos de Oriente preguntan a los competentes, a los escribas, a los exegetas, el lugar del nacimiento del Salvador, del Rey de Israel. Los escribas lo saben porque son grandes especialistas; pueden decir enseguida dónde nace el Mesías: ¡en Belén! Pero no se sienten invitados a ir: para ellos, sigue siendo un conocimiento académico que no toca su vida, quedan fuera. Pueden dar información pero la información no se convierte en formación para la propia vida.

Luego, durante toda la vida pública del Señor, encontramos lo mismo. Es inaccesible para los doctos comprender que este hombre no docto, galileo, pueda ser realmente el Hijo de Dios. Sigue siendo inaceptable para ellos que Dios, el grande, el único, el Dios del cielo y de la tierra, pueda estar presente en este hombre. Conocen todo, conocen también Isaías 53, todas las grandes profecías, pero el misterio permanece escondido. Es revelado, en cambio, a los pequeños, desde la Virgen hasta los pescadores del lago de Galilea. Ellos conocen, como también el centurión romano conoce bajo la cruz: éste es el Hijo de Dios.

Los hechos esenciales de la vida de Jesús no pertenecen sólo al pasado sino que están presentes, de diversos modos, en todas las generaciones. Y así también en nuestro tiempo, en los últimos doscientos años, observamos lo mismo. Hay grandes eruditos, grandes especialistas, grandes teólogos, maestros de la fe, que nos han enseñado muchas cosas. Han penetrado en los detalles de la Sagrada Escritura, de la historia de la salvación, pero no han podido ver el misterio mismo, el verdadero núcleo: que Jesús era realmente Hijo de Dios, que el Dios trinitario entra en nuestra historia, en un determinado momento histórico, en un hombre como nosotros. ¡Lo esencial les ha permanecido oculto! Se podrían citar con facilidad grandes nombres de la historia de la teología de estos doscientos años, de los cuales hemos aprendido mucho pero que no ha sido abierto a los ojos de su corazón el misterio.

En cambio, también en nuestro tiempo están los pequeños que han conocido tal misterio. Pensemos en santa Bernadette Soubirous, en Santa Teresa de Lisieux, con su nueva lectura de la Biblia, “no científica”, sino entrando en el corazón de la Sagrada Escritura; hasta los santos y beatos de nuestro tiempo: santa Josefina Bakhita, la beata Teresa de Calcuta, san Damián de Veuster. ¡Podríamos nombrar muchos!

Pero, a partir de todo esto, nace la pregunta: ¿por qué es así? ¿Es el cristianismo la religión de los necios, de las personas sin cultura, no formadas? ¿Se extingue la fe donde se despierta la razón? ¿Cómo se explica esto? Tal vez debamos mirar una vez más la historia. Sigue siendo cierto lo que Jesús ha dicho, lo que se puede observar en todos los siglos. Y, sin embargo, hay una “especie” de pequeños que son también sabios. A los pies de la cruz está la Virgen, la humilde esclava de Dios y la gran mujer iluminada por Dios. Y está también Juan, pescador del lago de Galilea, aquel Juan que la Iglesia llamará justamente ‘el teólogo’ porque realmente ha sabido ver el misterio de Dios y anunciarlo: con ojos de águila entró en la luz inaccesible del misterio divino. Así, también después de su resurrección, el Señor, en el camino hacia Damasco, toca el corazón de Saulo, que es uno de los sabios que no ven. Él mismo, en la primera carta a Timoteo, se define ignorante en aquel tiempo, a pesar de su ciencia. Pero el Resucitado lo toca: se queda ciego y, al mismo tiempo, se convierte realmente en alguien que ve, comienza a ver. El gran sabio se vuelve un pequeño, y precisamente por eso ve la necedad de Dios que es sabiduría, sabiduría más grande que todas las sabidurías humanas

Podríamos continuar leyendo toda la historia de este modo. Sólo una observación más. Estos eruditos sabios, sofòi y sinetòi, en la primera lectura, aparecen de otro modo. Aquí sofia e sínesis son dones del Espíritu Santo que reposan en el Mesías, en Cristo. ¿Qué significa? Se ve aquí un doble uso de la razón y un doble modo ser sabios o pequeños. Hay un modo de usar la razón que es autónomo, que se pone por encima de Dios, en toda la gama de las ciencias, comenzando por las naturales donde un método apto para la investigación de la materia es universalizado: en éste método Dios no entra, por lo tanto, Dios no existe. Y así, finalmente, también en teología: se pesca en las aguas de la Sagrada Escritura con una red que permite pescar sólo peces de una cierta medida, y todo aquello que está más allá de esta medida, no entra en la red y, por lo tanto, no puede existir. Y así, el gran misterio de Jesús, del Hijo hecho hombre, se reduce a un Jesús histórico: una figura trágica, un fantasma sin carne y hueso, un hombre que ha quedado en el sepulcro, se ha corrompido y es realmente un muerto. El método sabe “pescar” ciertos peces pero excluye el gran misterio, porque el hombre se hace él mismo la medida: tiene esta soberbia que, al mismo tiempo, es una gran necedad porque absolutiza ciertos métodos que no son aptos para las grandes realidades; entra en este espíritu académico que hemos visto en los escribas, los cuales responden a los Reyes magos: no me conmueve; sigo cerrado en mi existencia, que no se conmueve. Es la especialización que ve todos los detalles pero no ve ya la totalidad.

Y hay otro modo de usar la razón, de ser sabios, que es el del hombre que reconoce quién es; reconoce la propia medida y la grandeza de Dios, abriéndose en la humildad a la novedad del actuar de Dios. De este modo, precisamente aceptando la propia pequeñez, haciéndose pequeño como es realmente, llega a la verdad. De este modo, también la razón puede expresar todas sus posibilidades, no se apaga, sino que se amplía, se hace más grande. Se trata de otra sofia o sínesis, que no excluye el misterio, sino que es precisamente comunión con el Señor en el cual reposan la prudencia y la sabiduría, y su verdad.

En este momento, queremos rezar para que el Señor nos conceda la humildad verdadera. Que nos dé la gracia de ser pequeños para poder ser realmente sabios; que nos ilumine, nos haga ver su misterio del gozo del Espíritu Santo, nos ayude a ser verdaderos teólogos, que pueden anunciar su misterio porque hemos sido tocados en la profundidad de nuestro corazón y de nuestra existencia. Amén.

martes, 1 de diciembre de 2009

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE DICIEMBRE

Intención General: Para que los niños sean respetados, amados y no sean jamás explotados de ninguna manera.
Intención Misionera: Para que en Navidad los Pueblos de la tierra  reconozcan en el Verbo Encarnado la luz que ilumina a toda la humanidad, y las naciones abran las puertas a Cristo, Salvador del mundo.