martes, 24 de junio de 2008

La Eucaristía, culmen y fuente - II

Aquí está la segunda parte de este trabajo, anímate a leerlo, porque da en el centro de una realidad que nos toca a todos, ¿acaso no crees que es así?.

Llamada a los asiduos de la misa

Los cristianos fieles conocen la eucaristía, ciertamente, entienden en la fe lo principal del misterio litúrgico: que allí está Cristo santificando más intensamente que en ningún otro momento. Y por eso acuden a la misa con devoción, y perseveran años y años en esa asistencia. Buscan a Cristo en la eucaristía con sincero corazón, y allí le encuentran. Esto es indudable.

Pero ellos mismos confiesan con frecuencia que tienen grandes dificultades habituales para seguir atentamente la misa, para participar en todos y cada uno de sus momentos sagrados con fácil y activa devoción... Muy pocos de ellos, si son padres, están en condiciones de «explicar a su hijo» la santa misa. No es raro, pues, que el hijo la vaya abandonando, y diga como excusa: «la misa no me dice nada». Y aún podría alegar: «¿Y cómo la podré entender, si nadie me la explica?» (Hch 8,31). Y el padre, a su vez podría decir: «¿Y cómo podré explicar a mi hijo lo que yo mismo apenas entiendo?»...

En la eucaristía, es evidente, debemos procurar que la mente esté atenta a las palabras y acciones de la celebración. Pero tantas veces esto no se da. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que, incluso en personas de buen espíritu, sea más frecuente en la misa la distracción que la atención? Si en la misa se dicen cosas tan grandiosas y bellas, tan formidables y estimulantes, y después de todo tan sencillas, ¿cómo es que tantos fieles no logran habitualmente decirlas, interior o vocalmente, con sincero y entusiasta corazón? ¿Por qué algo tan fácil resulta a tantos tan difícil?

Pues, sencillamente, porque muchos cristianos no entienden suficientemente el acto litúrgico en el que, con su mejor voluntad, están participando. No es que tengan el corazón «lejos del Señor», no. Muchas veces, en ese mismo momento, estarán pensando en Él, suplicándole y alabándole. Lo que ocurre es que, psicológicamente, viene a ser en la práctica imposible atender sin entender. No es posible mantener la atención en palabras y gestos cuya significación en gran parte se ignora.

El sacerdote, por ejemplo, dice: «Orad, hermanos»... Y el pueblo responde: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». ¿Por qué, tantas veces, esa respuesta tan hermosa viene dada por el pueblo sin atención ni intensidad? Pues porque muchos fieles apenas saben que la eucaristía es realmente el sacrificio de la Nueva Alianza; porque no son suficientemente conscientes de que la alabanza y glorificación de Dios es el fin primordial de la Iglesia; porque apenas saben que están en la eucaristía para procurar el bien de la santa Iglesia, y no solo el bien personal propio... Para ser más exactos: todo eso lo saben por la fe, pero, por falta de formación bíblica y litúrgica, no lo tienen actualizado mental y afectivamente de un modo suficiente.

Es, pues, conveniente y necesario hacer sobre tan grave tema un examen humilde de conciencia. ¿Será posible que un cristiano asiduo a la eucaristía emplee cientos y miles de horas en leer los diarios o en desentrañar las Instrucciones que acompañan a sus computadoras y máquinas domésticas, o que van referidas a tantas otras actividades necesarias o superfluas, y que apenas haya dedicado en su vida un tiempo para informarse acerca de los sagrados misterios de la eucaristía, que constituyen sin duda el centro vital de su existencia? Sí, será posible, es posible. ¿Espera, acaso, este cristiano progresar en la participación eucarística por la mera repetición de asistencias? La realidad defrauda, sin duda, esta esperanza. ¿O quizá espere ese progreso espiritual de una cierta ciencia infusa?

Anímense, pues, los cristianos a procurar un mayor conocimiento de la liturgia de la misa, para que puedan celebrar los sagrados misterios con mayor provecho y gozo, y la mente en ellos concuerde con su voz.

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