miércoles, 24 de junio de 2009

Tomen nota los equipos de liturgia.

En nuestras iglesias es muy común, que en las celebraciones de la Eucaristía, se entonen cánticos con letras que difieren mucho, y en algunos casos totalmente, de las que están indicadas en los libros litúrgicos aprobados. Evidentemente que ello sucede por falta de conocimiento de las reglas de la liturgia, y además porque tal práctica es admitida por quienes debieran cuidar de su cumplimiento. Entonces, hagámonos esta pregunta:
En los cantos de la liturgia, ¿puede cambiarse la letra del Gloria, Credo, Santus y Cordero de Dios? La pregunta va mucho más allá del cambio de un simple texto de un canto, sino que se circunscribe en la naturaleza de la liturgia, que es el culto público de la Iglesia. La liturgia no es el culto de un grupo, o de una pequeña comunidad parroquial, sino que cuando entramos en la liturgia, entramos en la alabanza del Cielo, y de la Iglesia dos veces milenaria, junto con todos los miembros del Cuerpo Místico de todos los tiempos. No podemos, pues, modificar a nuestro arbitrio algo que no hemos hecho nosotros, ni nos pertenece exclusivamente, no podemos «falsear» de ese modo la voz de la Esposa. Más concretamente, con respecto al himno de alabanza que nos ocupa, decía el P. Soler Canals: «el “Gloria” es un patrimonio venerable de la familia cristiana, un texto que forma parte de nuestra identidad colectiva, desde el punto de vista de contenido de fe y de alabanza» («El Gloria », en Cuadernos Phase 92 (1999), CPL, Barcelona, 15). Se trata (junto con el «Te Deum») de uno de los primeros salmos «idióticos» o propios de la Iglesia, inspirados en la Sagrada Escritura, pero que no son propiamente textos bíblicos. La Iglesia siempre ha cuidado hasta el detalle los textos que deben ser utilizados en la liturgia, por eso, las antífonas y cantos, las lecturas (que no pueden ser extra bíblicas), las aclamaciones y respuestas, y las mismas oraciones, son fruto de la tradición, de siglos de asidua meditación de las Escrituras y del misterio eucarístico, por parte de los Papas y de los hombres de Dios. San Pío X, en el Motu Proprio Tra le sollecitudini (22/11/1903: AAS 36 (190) 329-339), establecía que: «Estando determinados para cada función litúrgica los textos que han de ponerse en música y el orden en que se deben cantar, no es lícito alterar este orden, ni cambiar los textos prescriptos por otros de elección privada, ni omitirlos enteramente o en parte…», y también: «El texto litúrgico ha de cantarse como está en los libros, sin alteraciones o posposiciones de palabras, sin repeticiones indebidas, sin separar sílabas, y siempre con tal claridad que puedan entenderlo los fieles». La Instrucción Redemptionis Sacramentum, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (25/03/2004: AAS 96 (2004) 549-601), dice: «Cese la práctica reprobable de que sacerdotes, o diáconos, o bien fieles laicos, cambian y varían a su propio arbitrio, aquí o allí, los textos de la sagrada Liturgia que ellos pronuncian. Cuando hacen esto, convierten en inestable la celebración de la sagrada Liturgia y no raramente adulteran el sentido auténtico de la Liturgia». Ahora bien, el “Gloria”, el “Santo” y el “Cordero de Dios” son textos litúrgicos, pues se contienen en el Misal, que es un libro litúrgico. El “Kyrie”, el “Gloria”, el “Credo”, el “Sanctus/Benedictus” y el “Agnus Dei” conforman lo que se llama el “Ordinario de la Misa” (las partes invariables que se cantan en la Misa), en contraposición a los cantos de ingreso, ofertorio y comunión, cuyas antífonas varían según las diferentes celebraciones del calendario litúrgico. Los textos de dichos cantos han sido cuidadosamente establecidos por la tradición de la Iglesia, y todos ellos tienen asiento en la Sagrada Escritura, es decir, en la misma Revelación. Los mismos nos vienen “literalmente” del Cielo, así el Gloria comienza con la alabanza de los ángeles (Lc 2, 14); lo mismo que el Sanctus, que es la aclamación de los serafines ante la presencia de la majestad divina (Is 6, 1-3), y que nosotros retomamos en la liturgia para unirnos a la celeste alabanza, por eso se pasa de la tercera persona: “Santo, Santo, Santo, es el Señor, Dios del universo”, a la segunda: “llenos están el cielo y la tierra de tu gloria”. Luego, como un eco, tomamos la alabanza de los niños en el “Benedictus” (cf. Mt 21, 10), niños cuyos ángeles ven el rostro de Dios. Para el caso del “Gloria”, se dice expresamente en la misma Ordenación General del Misal Romano (n. 53): “El texto de este himno no puede cambiarse por otro”. El “Sanctus”, si bien no lo dice expresamente la OGMR, sin embargo, es parte integrante de la Plegaria Eucarística, que constituye la cumbre, el alma, el corazón de toda la celebración eucarística, y ésta no puede cambiarse bajo ningún concepto (Cf. RS, 51). El “Cordero” (como el Kyrie) es una letanía, cantada alternadamente por el coro (“Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo”) y el pueblo (“Ten piedad de nosotros”, o “Danos la paz”, la última vez”) (OGMR, n. 83), y es el cántico nuevo que entonan los elegidos en la Jerusalén Celestial (cf. Ap 5, 8-13). (Fuente: El Teólogo responde. com)

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