miércoles, 22 de febrero de 2023

 

2. LA ASAMBLEA QUE CELEBRA - Ver CATIC Nros. 1136-1144

La palabra asamblea, hoy ya aceptada por todos, ha sido recuperada hace poco tiempo. Es un término que se utilizaba en los primeros siglos del cristianismo, pero después se perdió. Idea de esto la da el hecho  que  hasta el Concilio Vaticano II se hablaba de asistencia de los fieles en las celebraciones litúrgicas, quedando oscuro el concepto entendido hoy de “asamblea”, y casi como dando a entender que el sujeto de la celebración era otro y que los fieles asistían o participaban de lo que realizaba el sujeto: el sacerdote celebrante.

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El concepto de asamblea queda claramente expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, que “por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales” (CATIC Nº 1141; cf. LG Nº 10; 1Pe.2,4-5)

La Iglesia es cuerpo, esposa, signo visible de Cristo, por eso “el culto público íntegro, es ejercido por el Cuerpo Místico de Cristo, es decir por la Cabeza y sus miembros” (SC Nº 7) Así la comunidad eclesial, por el Bautismo, participa del sacerdocio de Cristo y está habilitada para ofrecer el sacrificio agradable a Dios. La celebración se convierte así en “fuente de donde mana” la vida y la actividad de los fieles y el “culmen” hacia donde debe dirigirse su acción. (Cf. SC Nº 10).

Esta condición sacerdotal del pueblo de Dios implica a todos los bautizados, pero no debe confundirse este sacerdocio llamado común de los fieles o real, con el sacerdocio ministerial, los que “diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacrificio de Cristo” (LG Nº 10).

“En la celebración de la Misa los fieles forman la nación santa, el pueblo adquirido por Dios y el sacerdocio real, para dar gracias a Dios y ofrecer no sólo por manos del sacerdote, (que preside) sino juntamente con él, la víctima inmaculada, y aprender a ofrecerse a sí mismos...” (IGMR Nº 95-97). De más está añadir que la palabra “fieles” no se refiere exclusivamente a los “laicos”, sino a todos los fieles cristianos, desde el Papa hasta el último de los bautizados.

De modo que la Iglesia toda, Cabeza y miembros, el “Cristo Total”, es quien celebra, renovando su entrega oblativa al Padre para la salvación de los hombres.

En el Antiguo Testamento, el pueblo que se reunía para renovar la Alianza se denominaba “la asamblea del Señor”, en hebreo “Qahal Yahvé”. Ahora bien, el término “Qahal” encierra una idea de “convocatoria”, de “ser llamados”. Los israelitas tenían la conciencia de que no formaban una “asamblea” por su propia decisión, sino más bien que era Dios quien los convocaba y los llamaba a la reunión. Así se dieron en forma significativa las grandes asambleas del pueblo de Israel, como en Ex. 24,1-8; 1Re 8 y Ne.8-9. Esta palabra Qahal fue traducida al griego por: ekklesía, de allí pasó al latín: ecclesia, y al español: iglesia.  (Ver…

El libro de los Hechos de los Apóstoles describe a las primeras comunidades reuniéndose “en un mismo lugar” y formando “un solo corazón y una sola alma” (Hech.4).

El sujeto de la acción litúrgica. El sujeto o actor principal de la acción litúrgica es Cristo, porque es su obra la que se actualiza en la acción litúrgica. Ahora bien “en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia... (SC Nº 7). Por lo tanto, cuando decimos que la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica, decimos que la Iglesia es sujeto asociado a Cristo. Él nos da el privilegio de ser nosotros actores, sujetos de la celebración.

Si la Iglesia (Pueblo de Dios) es también sujeto de la acción litúrgica (celebración), el Concilio Vaticano II concluyó tajantemente que las acciones litúrgicas no son obra de algunos privilegiados, sino de toda la Iglesia: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de unidad, es decir pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan e influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros de modo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.” (SC Nº 26).

Esto que hoy nos parece lo más natural, es una verdad que había quedado en la penumbra desde la Baja Edad Media (siglos XIII-XV). El estudio de textos litúrgicos antiguos y de la teología bíblica y litúrgica ha contribuido a restablecerla. Por lo tanto, no hay celebración de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero la celebración no es de ellos solos, es de todos.

Características de la Asamblea litúrgica.

La Asamblea litúrgica es profundamente original. Está compuesta por personas con mucho en común, pero también con algunas diferencias, es decir que cada uno conserva su propia identidad individual; por eso mismo la asamblea está atravesada por tensiones propias de este tipo de grupo de personas. Vamos a enumerar algunas de esas características y tensiones.

  • Es una reunión de creyentes. Celebran la fe quienes creen. De hecho, la liturgia exige una previa evangelización. Pero lo cierto es que hoy en día, en nuestras celebraciones están también presentes muchos cristianos de fe débil e, incluso, personas alejadas de la fe, o no evangelizadas (esto último puede encontrarse en los funerales, en las bodas, en los bautismos, etc.). Por tal razón hemos de celebrar la liturgia en clave evangelizadora, es decir procurar que ella sea, también, un anuncio evangelizador. (Cf. SC 9)
  • Es un grupo unitario y diverso a la vez. La Asamblea es y debe ser factor de unidad, que recibe a todos por igual a pesar de las diferencias. Así, en ella no debe haber distinción de sexo, origen, cultura; tampoco acepción de personas en cuanto al poder económico o social; ni siquiera con relación a la fe: niños adultos, pecadores, santos, etc. (Cf. Gal.3,28; Rm.12,12; St.2,1-4; 1Cor.11,30; 1Jn.1,8-10).
  • Es carismática y jerárquica. Es decir, no es una mezcla de gente anónima y sin personalidad, sino una comunidad dotada de diferentes dones y carismas y estructurada al servicio de la unidad y de la caridad (1Cor.12,4-11). En la práctica esto se traduce en la unión de los diversos ministerios (presidente, diáconos, acólitos, lectores, monitor o guía, músicos, cantores, etc.) dentro de la celebración, los que no son un privilegio sino un compromiso.
  • Es una comunidad. Esta palabra involucra la idea de que se debe superar lo individual a favor de lo comunitario; pasar del “yo” al “nosotros”, es decir aceptar que cada uno forma parte de la Iglesia que celebra el gozo de la entrega con Jesús al Padre en el Espíritu Santo. (Cf. SC 26)

Ahora veremos cómo debe ser la “participación” de esta Asamblea en las celebraciones litúrgicas, conforme al espíritu de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.

 

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