2. LA ASAMBLEA QUE CELEBRA - Ver CATIC
Nros. 1136-1144
La palabra asamblea, hoy ya aceptada por todos, ha sido recuperada hace poco tiempo.
Es un término que se utilizaba en los primeros siglos del cristianismo, pero
después se perdió. Idea de esto la da el hecho
que hasta el Concilio Vaticano II
se hablaba de asistencia de los fieles en las celebraciones litúrgicas,
quedando oscuro el concepto entendido hoy de “asamblea”, y casi como dando a
entender que el sujeto de la celebración era otro y que los fieles asistían o
participaban de lo que realizaba el sujeto: el sacerdote celebrante.
.
El concepto de asamblea queda
claramente expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La
asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, que “por el nuevo
nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa
espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias
del cristiano, sacrificios espirituales” (CATIC Nº 1141; cf. LG Nº 10;
1Pe.2,4-5)
La Iglesia es cuerpo, esposa,
signo visible de Cristo, por eso “el culto público íntegro, es ejercido por el
Cuerpo Místico de Cristo, es decir por la Cabeza y sus miembros” (SC Nº 7) Así
la comunidad eclesial, por el Bautismo, participa del sacerdocio de Cristo y
está habilitada para ofrecer el sacrificio agradable a Dios. La celebración se
convierte así en “fuente de donde mana” la vida y la actividad de los fieles y
el “culmen” hacia donde debe dirigirse su acción. (Cf. SC Nº 10).
Esta condición sacerdotal del
pueblo de Dios implica a todos los bautizados, pero no debe confundirse este
sacerdocio llamado común de los fieles o real, con el sacerdocio ministerial,
los que “diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan sin embargo,
el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacrificio de
Cristo” (LG Nº 10).
“En la celebración de la Misa los
fieles forman la nación santa, el pueblo adquirido por Dios y el sacerdocio
real, para dar gracias a Dios y ofrecer no sólo por manos del sacerdote, (que
preside) sino juntamente con él, la víctima inmaculada, y aprender a ofrecerse
a sí mismos...” (IGMR Nº 95-97). De más está añadir que la palabra
“fieles” no se refiere exclusivamente a los “laicos”, sino a todos los fieles
cristianos, desde el Papa hasta el último de los bautizados.
De modo que la Iglesia toda,
Cabeza y miembros, el “Cristo Total”,
es quien celebra, renovando su entrega oblativa al Padre para la salvación de
los hombres.
En el Antiguo Testamento, el
pueblo que se reunía para renovar la Alianza se denominaba “la asamblea del
Señor”, en hebreo “Qahal Yahvé”.
Ahora bien, el término “Qahal” encierra una idea de “convocatoria”, de “ser
llamados”. Los israelitas tenían la conciencia de que no formaban una
“asamblea” por su propia decisión, sino más bien que era Dios quien los
convocaba y los llamaba a la reunión. Así se dieron en forma significativa las
grandes asambleas del pueblo de Israel, como en Ex. 24,1-8; 1Re 8 y Ne.8-9.
Esta palabra Qahal fue traducida al
griego por: ekklesía, de allí pasó al
latín: ecclesia, y al español: iglesia.
(Ver…
El libro de los Hechos de los
Apóstoles describe a las primeras comunidades reuniéndose “en un mismo lugar” y
formando “un solo corazón y una sola alma” (Hech.4).
El sujeto de la acción litúrgica. El sujeto o actor principal de la acción litúrgica es Cristo, porque es su
obra la que se actualiza en la acción litúrgica. Ahora bien “en
esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres
santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia...” (SC Nº 7). Por lo tanto, cuando
decimos que la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica, decimos que la Iglesia
es sujeto asociado a Cristo. Él nos da el privilegio de ser nosotros actores,
sujetos de la celebración.
Si la Iglesia (Pueblo de Dios) es
también sujeto de la acción litúrgica (celebración), el Concilio Vaticano II
concluyó tajantemente que las acciones litúrgicas no son obra de algunos
privilegiados, sino de toda la Iglesia: “Las acciones litúrgicas no son acciones
privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de
unidad, es decir pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los
obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan e
influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros de modo diverso, según la
diversidad de órdenes, funciones y participación actual.” (SC Nº 26).
Esto que hoy nos parece lo más
natural, es una verdad que había quedado en la penumbra desde la Baja Edad
Media (siglos XIII-XV). El estudio de textos litúrgicos antiguos y de la
teología bíblica y litúrgica ha contribuido a restablecerla. Por lo tanto, no
hay celebración de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero la celebración no
es de ellos solos, es de todos.
Características de la Asamblea
litúrgica.
La Asamblea litúrgica es
profundamente original. Está compuesta por personas con mucho en común, pero
también con algunas diferencias, es decir que cada uno conserva su propia
identidad individual; por eso mismo la asamblea está atravesada por tensiones
propias de este tipo de grupo de personas. Vamos a enumerar algunas de esas
características y tensiones.
- Es una reunión de creyentes. Celebran la fe quienes creen. De hecho, la liturgia exige una previa
evangelización. Pero lo cierto es que hoy en día, en nuestras
celebraciones están también presentes muchos cristianos de fe débil e,
incluso, personas alejadas de la fe, o no evangelizadas (esto último puede
encontrarse en los funerales, en las bodas, en los bautismos, etc.). Por
tal razón hemos de celebrar la liturgia en clave evangelizadora, es decir
procurar que ella sea, también, un anuncio evangelizador. (Cf. SC 9)
- Es un grupo unitario y
diverso a la vez. La Asamblea es y debe ser factor
de unidad, que recibe a todos por igual a pesar de las diferencias. Así,
en ella no debe haber distinción de sexo, origen, cultura; tampoco
acepción de personas en cuanto al poder económico o social; ni siquiera
con relación a la fe: niños adultos, pecadores, santos, etc. (Cf.
Gal.3,28; Rm.12,12; St.2,1-4; 1Cor.11,30; 1Jn.1,8-10).
- Es carismática y jerárquica. Es decir, no es una mezcla de gente anónima y sin personalidad, sino
una comunidad dotada de diferentes dones y carismas y estructurada al
servicio de la unidad y de la caridad (1Cor.12,4-11). En la práctica esto
se traduce en la unión de los diversos ministerios (presidente, diáconos,
acólitos, lectores, monitor o guía, músicos, cantores, etc.) dentro de la
celebración, los que no son un privilegio sino un compromiso.
- Es una comunidad. Esta palabra involucra la idea de que se debe superar lo individual a
favor de lo comunitario; pasar del “yo” al “nosotros”, es decir aceptar que
cada uno forma parte de la Iglesia que celebra el gozo de la entrega con
Jesús al Padre en el Espíritu Santo. (Cf.
SC 26)
Ahora veremos cómo debe ser la
“participación” de esta Asamblea en las celebraciones litúrgicas, conforme al
espíritu de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.
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