Aquí tienes la segunda entrega de esta serie que tratará sobre temas que tienen especial conexión con la sagrada liturgia, relativos a los signos y símbolos litúrgicos. El tema de hoy resulta imprescindible para comprender mejor los que seguirán más adelante. La materia está expuesta de manera rigurosa y fundada profundización, por lo que debe leerse con atención. De seguro que para muchos será de utilidad.
Las actitudes y valoraciones con respecto al rito son en la cultura occidental contemporánea bastante complejas y controvertidas. Mientras una tendencia parece reírse de los ritos e intenta abandonarlos, siguiendo en esto los estímulos cada vez mayores de la organización puramente racional de la sociedad, otra tendencia, no necesariamente ajena del todo a la precedente, sino que emerge de ella de forma ocasional, adopta ante ellos actitudes de búsqueda, de redescubrimiento y/o de ejecución convencida. Así, mientras que en la esfera tanto social como religiosa hemos observado un abandono de prácticas rituales, casi contemporáneamente han nacido otras prácticas propias de determinadas áreas culturales típicas, por ejemplo, las de los adolescentes o de los jóvenes. Igualmente, al tiempo que en los círculos cultos e intelectuales se afirmaba el fin de lo religioso (el eclipse de lo sagrado) y el emerger de la secularización, entendida en el sentido más amplio de la palabra, persistían y persisten prácticas rituales arcaicas, como las peregrinaciones y procesiones, o formas repetitivas de gestos y actitudes propias de las fiestas periódicas, tanto religiosas como civiles.
Es necesario constatar, antes de cualquier definición interpretación de los ritos, su compleja presencia en la vida de los hombres. En realidad esta presencia debe ser considerada en el orden de lo fundamental. "Es un error pensar que pueda existir una religión que sea totalmente interior, sin reglas, sin liturgia, sin signos externos de estados de ánimo interiores. Así como para la sociedad, así también para la religión la forma exterior es condición de su existencia... Como animal social, el hombre es un animal ritual. Suprimido en un modo, el ritual rebrota en otro, tanto más fuerte cuanto más intensa es la interacción social". Sin embargo, esta presencia fundamental de los ritos en la vida del hombre, por sus multiformes relaciones con lo vivido, hace difícil toda interpretación ulterior.
Las actitudes y valoraciones con respecto al rito son en la cultura occidental contemporánea bastante complejas y controvertidas. Mientras una tendencia parece reírse de los ritos e intenta abandonarlos, siguiendo en esto los estímulos cada vez mayores de la organización puramente racional de la sociedad, otra tendencia, no necesariamente ajena del todo a la precedente, sino que emerge de ella de forma ocasional, adopta ante ellos actitudes de búsqueda, de redescubrimiento y/o de ejecución convencida. Así, mientras que en la esfera tanto social como religiosa hemos observado un abandono de prácticas rituales, casi contemporáneamente han nacido otras prácticas propias de determinadas áreas culturales típicas, por ejemplo, las de los adolescentes o de los jóvenes. Igualmente, al tiempo que en los círculos cultos e intelectuales se afirmaba el fin de lo religioso (el eclipse de lo sagrado) y el emerger de la secularización, entendida en el sentido más amplio de la palabra, persistían y persisten prácticas rituales arcaicas, como las peregrinaciones y procesiones, o formas repetitivas de gestos y actitudes propias de las fiestas periódicas, tanto religiosas como civiles.
Es necesario constatar, antes de cualquier definición interpretación de los ritos, su compleja presencia en la vida de los hombres. En realidad esta presencia debe ser considerada en el orden de lo fundamental. "Es un error pensar que pueda existir una religión que sea totalmente interior, sin reglas, sin liturgia, sin signos externos de estados de ánimo interiores. Así como para la sociedad, así también para la religión la forma exterior es condición de su existencia... Como animal social, el hombre es un animal ritual. Suprimido en un modo, el ritual rebrota en otro, tanto más fuerte cuanto más intensa es la interacción social". Sin embargo, esta presencia fundamental de los ritos en la vida del hombre, por sus multiformes relaciones con lo vivido, hace difícil toda interpretación ulterior.
1. PARA UNA DEFINICIÓN DEL RITO.
a) Uso analógico. No existe una definición unívoca y definitiva
del
término rito. "Según la etimología sánscrita, este término designa lo
que está conforme con el orden (rita)"; pero en las explicaciones
descriptivas de tipo antropológico, aunque surgiendo siempre alguna referencia
a lo regulado, a lo que tiene ritmo, al orden, parece preferirse el uso del
término rito y, por extensión, ritual, ritualización, dando casi
por descontado su significado. La misma observación puede hacerse toda vez que
los citados términos se unen a explicitaciones como actitudes rituales,
comportamientos rituales, expresiones rituales, o cuando se emplean
términos sustitutivos como ceremonias, programa ritual, secuencia ritual.
En realidad, en el campo antropológico se observa una cierta uniformidad
al considerar como ritos una serie de prácticas sociales, colectivas o
individuales, aunque no se hayan precisado el uso y el límite de la definición
conceptual que los describe. Así, mientras que en el lenguaje común el rito se
refiere a menudo a un comportamiento social repetitivo y/o estereotipado, se
hace problemático determinar con claridad las fronteras entre lo que es ritual
y lo que no lo es. En concreto, no es fácil establecer la diferencia entre
usos, actitudes sociales o relaciones públicas y ceremonias o cultos. La
amplia tipología citada por J. Huxley, con ejemplos de un ritualismo que va de
los rituales basados en la proyección psicológica, como el macho cabrío
expiatorio, a los de la actividad lúdica, invita a considerar el uso no sólo
de los términos, sino también del concepto analógicamente; uso
fácilmente justificable y comprensible por cuanto los rituales son
explicitaciones fundamentales de la socialidad del hombre que señalan y
subrayan, en consecuencia, todas las manifestaciones de dicha socialidad.
b) Útil/no útil. Sin embargo, y sin salirnos del lenguaje tanto común
como especializado, el rito además de ser referido a la repetitividad es
considerado como, perteneciente al orden dado no útil, insinuándose una
frontera entre lo que es rito y lo que no lo es. En una tentativa de
definición, podríamos decir con J. Cazeneuve: "El rito exhibe el aspecto de
una acción que se repite de acuerdo con reglas invariables y cuya ejecución no
se advierte que produzca efectos útiles",. Pero indudablemente el
recurrir a la categoría de lo útil no ayuda a clarificar el fenómeno,
en cuanto que las condiciones que definen el comportamiento ritual, las
funciones que desarrolla y los medios que emplea revelan una necesidad
práctica propia de los objetivos utilitarios, de modo que entre el rito y el
acto útil podemos observar posibles coincidencias y amplias constantes. Basta
pensar en los ritos mágicos para obtener la lluvia, o bien en los ritos
típicos de la neurosis obsesiva, que sirven para gratificar y calmar al sujeto
empujado a realizarlos. En este sentido, Cazeneuve precisa ulteriormente: "El
rito es un acto cuya eficacia real o presunta no se agota en el encadenamiento
de causa y efectos. Si es útil, no lo es por conductos exclusivamente
naturales, y en ello reside su diferencia respecto de la práctica técnica". El
reenvío a una dimensión no fenoménica, extraempírica, de algún modo
sobrenatural, plantea a su vez la distinción entre rito religioso y
rito-no-religioso.
c) Religioso/no-religioso. Es necesario advertir sobre todo cómo en
esta distinción parecen concordar los pareceres de una gran parte de los
investigadores del rito en las diversas culturas. Desde Durkheim y la escuela
sociológica a Malinowski y la corriente funcionalista hasta Turner, uno de los
más importantes investigadores representativos de la antropología social, el
rito es definido, además de por su repetitividad, por su referencia a
creencias, a órdenes extraempíricos o a poderes místicos. Es más, dentro de
las mismas escuelas o corrientes, como por ejemplo en la funcionalista de la
obra de R. Firth, se llega a establecer ulteriormente la división entre
ceremonias y rito, subrayando la diferencia propia e insistiendo en la
eficacia de orden místico del segundo más que en la normalidad convencional de
las primeras. Sin insistir demasiado en esta última diferencia, por cuanto la interferencia entre las dos formas es frecuente, me importa
subrayar que la oposición absoluta entre ritos religiosos y no religiosos no
es del todo pertinente ni operativa.
Es preciso distinguir entre lo que sucede en la sociedad y en las culturas
y en la conceptualización propia de las conciencias particulares. En lo
tocante a estas últimas, es normal constatar que "ningún creyente estaría
dispuesto a admitir que el ritual de la misa es un fenómeno de la misma
naturaleza que el de quitarse el sombrero en casa. Los dos fenómenos son
conceptualizados de modo diverso por un sujeto social". Por consiguiente, en
este plano es fácil distinguir lo que es rito religioso de lo que no es
aceptado como tal. La valoración es notablemente diferente cuando se toman en
consideración las sociedades donde lo religioso no es constatable ni resalta
como una realidad aparte, diferente del resto. En este contexto, tanto para el
individuo como para la sociedad, el fenómeno ritual es omnicomprensivo, marca
rítmicamente lo cotidiano y señala las estaciones, pero no establece
relaciones entre lo sagrado y lo profano, pues no existe ninguna frontera que
lo divida. En el caso de que después se quiera investigar el fenómeno
partiendo de esta división, se debe tener presente la oportuna indicación
metodológica de considerar "el comportamiento ritual lógicamente anterior a
toda representación de dioses o divinidades particulares, de modo que el culto
o el servicio divino sería más fácilmente interpretable como una aplicación a
los dioses, divinidades, espíritus y fuerzas más o menos localizados y
antropomorfizados, de las reglas y costumbres en uso en los rituales de
interacción humana, descartando quizá el sacrificio".
Estas precisiones me parece que confirman ampliamente el uso analógico de
la noción de rito, reenviando a los diversos contextos las puntualizaciones
necesarias y el empleo del término.
2. GÉNESIS FUNDAMENTAL DEL RITO.
a) El modelo ontogenético de E. Erikson. La amplia fluctuación
analógica, si por una parte comporta el peligro de una pulverización del
fenómeno ritual y, llevada al extremo, una evanescencia interpretativa, por
otra invita a buscar los elementos de la ritualidad humana en su génesis
fundamental o en aquellas raíces que permiten comprender cómo es posible
encontrar la experiencia ritual en una amplia gama de hechos. En esto nos
puede ayudar el modelo de E. Erikson, que desde una perspectiva
psicológico-social descubre el fenómeno ritual, o mejor su ontogénesis, en el
proceso de crecimiento y de socialización del hombre/ mujer. Erikson, para
delimitar la ritualidad humana, plantea como postulado que dicha ritualización
debe comportar como mínimo un intercambio entre dos personas, las cuales
repiten determinados actos a intervalos significativos en contextos que se
repiten. La formalización de este intercambio debe favorecer la adaptación
emotiva de los dos participantes. En la relación madre-niño, en el estadio
preverbal de este último, en particular en la relación que se establece al
despertar cada mañana, encontramos este intercambio entre dos personas que,
repitiendo determinados actos a intervalos significativos y en un contexto
dado, permite la adaptación recíproca. Erikson comenta: "Muchas cosas
contribuyen a pensar que el hombre nace con una necesidad de seguridad y de
reafirmación regular y recíproca: en cualquier caso, sabemos que la ausencia
de estas realidades puede causar trastornos gravísimos en un recién nacido,
ausencia que disminuye o detiene la búsqueda activa de impresiones que
confirman los datos de los sentidos del mismo recién nacido. Pero una vez
despertada, esta necesidad se confirma en cada período de la vida bajo la
forma de un anhelo de ritualización y de ritos renovados, más formalizados y
más ampliamente compartidos cada vez, que da de nuevo el reconocimiento
esperado. Estas ritualizaciones comprenden el intercambio de los saludos
ordinarios que refuerza los vínculos emotivos, hasta la fusión del individuo
con su objeto en el amor, la inspiración o el carisma del jefe. Yo
sugeriría, por tanto, que esta primera y oscura seguridad, este sentimiento de
una presencia santa, aporta un elemento que está presente en toda
ritualización humana, y que nosotros llamamos lo numinoso".
Para el autor es esencial observar la existencia de un mismo proceso de
ritualización; éste se confunde con el crecimiento vital del hombre y, pese a
sus diferentes formas y grados, recorre toda manifestación ritual, desde la
inicial de la relación madre-niño a la más propiamente religiosa, en la que el
elemento de lo numinoso es aspecto indispensable y referente
obligatorio, que de algún modo se explicita. Sin embargo, por el hecho de que
en la ritualización de los adultos se aluda emocional y simbólicamente a
elementos infantiles, no se quiere afirmar en absoluto que el rito pertenezca
al orden de lo infantil. Por el contrario, se pretende hacer resaltar una
lectura cultural de la vida humana y explicar adecuadamente la persistencia
del fenómeno ritual en su totalidad funcional. En este sentido pienso que el
modelo eriksoniano puede facilitar la comprensión de las diversas crisis a las
que el rito está de vez en cuando sujeto tanto históricamente como en la vida
del individuo, al tiempo que se recuerda su importancia y su fundamentalidad
para el hombre/mujer en relación.
b) Simbólico/ imaginario. Para iluminar ulteriormente el proceso
analizado por Erikson, convendría considerar el rito como una acción compleja
en la que confluyen, ya desde su nacimiento, además de gestos y movimientos,
palabras y cosas, "un todo coherente que, dentro de un determinado sistema
cultural, establece un campo simbólico que permite situarse o situarnos
el uno frente al otro, establecer relaciones, reconocer valores".
Recordar lo simbólico significa confirmar por una parte la
fundamentalidad del ritualismo humano, y por otra señalar su esencial función
maduradora para el hombre/ mujer". De hecho, lo que llamamos ordinariamente lo
real no lo alcanzamos nunca directamente. Sólo podemos percibirlo
mediatamente; lo real se hace presente a nosotros mismos a través de la
compleja trama simbólica de la cultura, en particular mediante la actividad
del lenguaje, globalmente comprendido. También el devenir del
sujeto en cuanto tal, y en cuanto se reconoce como tal, subyace a esta ley. La
alteridad, de la que se toma conciencia progresivamente con respecto a la
madre, alas cosas, a la sociedad y a la historia, se hace presente, de hecho,
a través del orden simbólico. "Sin la mediación del lenguaje y de la
trama simbólica constituida por la: cultura que me ha formado, estaría
sometido al imperio mortífero de la cosa, en una inmediatez cerrada en sí
misma. Es preciso que el lenguaje realice la muerte de la cosa para que
yo me pueda constituir como sujeto en un mundo significante: así se crea un
espacio libre, en el que llega a ser posible la vida humana. Pero al mismo
tiempo renuncio a creer que pueda alcanzar la desnuda y cruda realidad,
ilusión que me conduciría a la muerte: el símbolo me arranca así del
imperialismo de lo imaginario". Es, en cambio, propio de lo imaginario aislar
lo real y situar las cosas fuera de la cultura y de la sociedad. El individuo,
en lo imaginario, se aísla a su vez, impidiéndose a sí mismo reconocer al otro
y la realidad como diferente de sí. Todas las cosas son vistas como parte de
sí mismo y son percibidas como imágenes de sí. El proceso de maduración del
hombre queda dramáticamente bloqueado y puede conducir inevitablemente a la
muerte.
La ritualidad es por su naturaleza anti-imaginaria, y vive del orden de lo
simbólico. Sus mediaciones asumen las características de la diferenciación
entre los diversos ritos. De este modo el tiempo y el espacio que establece
mediatiza la compleja relación naturaleza/cultura, pensamiento/acción,
palabra/cuerpo y las infinitas aperturas del hombre/mujer hacia los otros,
las cosas, la sociedad y la historia. De este modo le es concedido al sujeto
situarse; el rito le recuerda, haciendo que lo viva según las circunstancias,
quién es, de dónde viene, a dónde va; la permite reencontrarse y reencontrar,
ofreciéndole o mejor facilitándole esas posibilidades de maduración que
afectan tanto a sus conocimientos como a su vida práctica, es decir, su
éthos: actitudes y valores.
3. MORFOLOGÍA DEL RITO.
Frente a la analogicidad de la noción de rito y, consecuentemente, a la
fundamentalidad originante del rito, tanto ayer como hoy se ha intentado
dominar la complejidad del tema a través de dos operaciones. La primera
consiste en dividir tipológicamente los ritos clasificándolos en ritos
arcaicos y primitivos, distintos de los que están más propiamente presentes
tanto en las grandes religiones modernas como en la vida cotidiana. En la
práctica, han sido considerados los primeros sobre todo desde el punto de
vista etnográfico y antropológico; aunque no faltan estudios, más allá de las
disciplinas específicas propias de un de terminado rito, que afrontan el
problema ritual hasta el comienzo de la época contemporánea. La segunda
operación consiste en interpretarlos según las funciones que realizan, tanto
sociales como psicológicas.
No ha faltado un tercer intento que, para evitar la complejidad de las
operaciones enunciadas, ha propuesto referirse al ritual como programa,
y desde el programa se ha intentado leer las categorías propias del ritual.
Para permanecer en el ámbito de mi presentación, manifiestamente
promocional en lo tocante al rito, creo que es más útil clasificar los ritos
según tres grandes planos o grados sugeridos por las respectivas
estructuraciones formales, y por tanto por una lectura que podríamos llamar
gramatical del contexto ritual. De este modo será fácil clasificar también los
rituales litúrgicos, prescindiendo de las complejas secuencias rituales que
los componen y que hacen a los ritos particulares articuladamente elaborados.
a) Ritos obsesivos. En estos ritos más o menos supersticiosos se pueden
clasificar actos como lanzar una pizca de sal a los cuatro puntos cardinales
cuando la sal ha sido derramada; hacer la señal de la cruz al comienzo de una
competición deportiva; escupir en las propias manos antes de comenzar un
trabajo; tocar hierro..., que en su reiteratividad y complejidad parecen no
tener objeto aparente. Son ritos que de algún modo ha de practicar la persona,
so pena de profundos trastornos y frustraciones.
Según la lectura psicológica iniciada por Freud, en estos ritos
individuales es posible entrever características propias del rito en general,
y del religioso en particular. Sin embargo, este tipo de lectura es
discutible, sobre todo porque sitíra la explicación de la ritualidad social no
a nivel ontogenético, sino dentro de la psicología individual, a nivel
filogenético.
b) Ritos de interacción.. El segundo grado o nivel del ritual
cubre toda la amplia área de los ritos interpersonales, fina y
eficazmente descritos por E. Goffman. Conciernen a todo lo que el sujeto en
presencia de otros; se ve obligado a hacer al objeto de volverse accesible y
utilizable para comunicar: códigos de educación, precedencias, reglas para la
torna de contacto, etc. A través de estos, ritos se instaura ante todo un
respeto entre los individuos; respeto prestado y reconocido de forma que
facilite el contacto y las respectivas fases sítuacionales. La lectura
goffmaniana tiene el mérito; de subrayar que "el ritual no es una fórmula"
muerta que esconde el funcionamiento. real de las instituciones sino el
conjunto, de actos a través de los cuales el sujeto controla y hace visibles
las implicaciones simbólicas de su comportamiento cuando se encuentra
directamente expuesto a otro individuo". Además estamos más sensibilizados a
aquellas secuencias rituales, que podríamos denominar globalmente de presencia
y de contacto, observables en los rituales más complejos, y en particular en
los de tercer grado.
c) Ritos instituidos. En el tercer grado del ritual se pueden
clasificar aquellos ritos que denominamos instituidos, los cuales,
teniendo una organización autónoma y formada por varias secuencias rituales,
se sitúan en torno a un acto performativo; por ejemplo: los ritos de tránsito;
los ritos de iniciación, los ritos de sacrificio», los ritos de adivinación... La tipología que puede abrazar este tercer nivel es muy
amplia, y múltiples los problemas conexos, porque cada uno de los ritos puede
estar sujeto a lecturas muy diferentes. No se puede dejar de recordar
expresamente que es posible situar entre estos ritos también a los
litúrgicos, entendidos en su acepción de cristianos. Sin embargo,
la problemática propia de estos últimos repropone con vigor la cuestión de la
relación entre el rito y la magia", y globalmente la eficacia simbólica tanto
en la lectura tradicional como en la relectura contemporánea, dando lugar,
discreta pero claramente, a una renovada comprensión de la eficacia
sacramental.
II. RITO CRISTIANO
El sector de los ritos cristianos se presenta compuesto y a la vez
complejo. Conviene tener presente una triple distinción indicativa y fluida,
la cual, sin embargo, no goza del consenso de todos los estudiosos. En primer
lugar: los ritos litúrgico-sacramentales, declarados como propios y
oficiales por los responsables eclesiales que abarcan la mayor parte de los
ritos de tránsito (para utilizar la terminología de A. van Gennep), la Eucaristía, la liturgia de las Horas. En segundo lugar: los ritos
típicos de la piedad popular: rosario, novenas, procesiones
devocionales..., que de hecho se inspiran directa o indirectamente en los
ritos oficiales, sobre todo en cuanto a los contenidos. Por último: el vasto
campo de los ritos de la religiosidad popular, en los que se pueden
observar resonancias o . referencias cristianas tanto en las secuencias
rituales como en los contenidos: peregrinaciones anuales tradicionales (como,
por ejemplo, a la Virgen de Luján o a la tumba del apóstol Santiago en
Compostela), llantos rituales, ritos cuaresmales y de la Semana Santa, tan
diversos y abundantes... En esta amplia gama tipológica solamente tengo en
cuenta la primera distinción, que, en su acepción sacramental, se refiere a
los ritos que he denominado [supra, 1, 3, c], por su estructura,
instituidos.
1. MITO FUNDADOR-RITO.
Como todo rito religioso, el rito cristiano se especifica principalmente
por su referencia al mito fundador, para que lo hagan revivir de algún
modo, a través de las modalidades de ser propiamente rituales, los celebrantes
o actores rituales". "Sumergiendo simbólicamente al grupo en el tiempo
primordial del que ha nacido, esta anámnesis ritual obra una verdadera
regeneración. El retomar energías en el "in illo tempore" mítico de la
génesis del grupo sirve de obstáculo a las fuerzas de la muerte que,
inevitablemente y sin descanso, socavan su identidad y, por lo tanto, amenazan
tanto su existencia como el agotamiento de su significancia del mundo. Tal es,
en efecto, el poder de la anamnesis mítica: acto de reminiscencia, extirpa el
pasado a lo que es realidad pasada, donde el simple recuerdo lo deja
pudrirse y lo vuelve presente, para hacer del mismo una génesis
viviente del hoy y del futuro; en la anámnesis el grupo recibe su pasado como
presente en el doble sentido del término, como don de gracia".
Está claro que el rito cristiano tiene como mito fundador, en sentido
estricto, la muerte / resurrección de Jesucristo. Con la característica
particular, sin embargo, de no concebir la inmersión en el in illo tempore
como mito del eterno retorno; sino con la certeza de una libertad personal
que confiesa la realidad primordial en una historia continua y no cíclica.
Dentro de la experiencia cristiana, O. Casel, con lucidez y perspicacia,
aunque con finalidades teológicas, ha puesto en claro las estratificaciones y
dependencias entre el mito fundador y el rito. "Partiendo del hecho de que la
liturgia cristiana es llamada constantemente misterio, Casel
descubre que los componentes esenciales de este término técnico cultual
son: 1) la existencia de un acontecimiento primordial de salvación; 2)
que este acontecimiento se hace presente en un rito; 3) que el hombre
de todos los tiempos a través del rito realiza tanto su particular
historia de salvación como la universal. Aplicando estos elementos resulta,
pues, que el culto cristiano, realizándose en el nivel y forma cultural
del misterio, no es tanto una acción del hombre que busca un contacto
con Dios (concepto natural de religión) cuanto un momento de la acción
salvífica de Dios sobre el hombre (concepto revelado de religión)".
De esto se deriva también y sobre todo que el grupo iglesia se ve
continuamente forzado a referirse a su fundador para expresar su total
dependencia en cuanto a los contenidos y para confrontarse sobre cómo
explicita ritualmente estos contenidos.
Sin embargo, se debe precisar que "como cualquier ritual religioso, los
sacramentos no son ante todo de orden cognoscitivo, el de la loghia,
sino de orden práctico, el de la urgia. Si transmiten
informaciones doctrinales o éticas, es a partir de la acción que se realiza y
según el mismo simbolismo de esa acción. Las celebraciones litúrgicas no se
deben considerar como el lugar de un tratado teológico, aunque éste no está
evidentemente ausente nunca. Sobre todo son un actuar, que busca una eficacia
real y beneficiosa para los participantes. El obrar tiene prioridad sobre el
decir; o, mejor, lo que se dice es lo que se hace, de modo que lo
decisivo es menos lo que se dice que el modo de decirlo, o sea, el
acto del decir" Para la experiencia cristiana, por tanto, el rito no
pertenece al orden de lo accesorio, sino que es una modalidad de ser y de
expresarse que media expresivamente, despertándolas, todas las realidades
silenciosas de la fe: comprometiendo al hombre entero y al cosmos en las
articulaciones de todo el lenguaje verbal y no verbal, reactualiza el
mito-fundador, de modo que éste tiene efectivamente lugar por medio del
gesto humano.
2. CONSTANTES Y VARIABLES DEL RITUALISMO CRISTIANO.
El rito cristiano no instituido se articula como un hacer-obrar,
según determinadas circunstancias, tiempos y acontecimientos, o explicitando
lo que el fundador mandó hacer al grupo-iglesia (por ejemplo, el banquete
sacrificial...), o refiriéndose a una ritualidad más vasta, asumiéndola del
patrimonio ritual religioso de distintas culturas (por ejemplo, la imposición
de las manos), del mundo hebreo, de tradiciones griegas o romanas (por
ejemplo, aspectos del rito matrimonial) o de expresiones particulares de las
culturas en las que se practica hoy. En la ritualidad cristiana, sin embargo,
los ritos no se pueden reducir a meras creaciones culturales organizadas en
torno a elementos focalizadores o a circunstancias ocasionales externas.
Además de ser confrontados con el mito fundador, como decía más arriba,
encuentran en la lógica del mismo, globalmente entendido, un paradigma de
autoridad referencial: el logos se hace carne, transfigurándola para la vida
sin fin. El logos (en este caso las palabras fundamentales de la experiencia
cristiana) aporta a la ritualidad una instancia denotativa que circunscribe y
precisa la polisemia inscrita en todo lenguaje ritual. De este modo se pueden
usar también los lenguajes verbales y no verbales de la ritualidad humana y
religiosa más vasta, pero para encontrar dentro del rito cristiano, en el
texto o en el contexto, determinadas resonancias y posibilidades de lectura y
comprensión. Conviene, empero, distinguir en la ritualidad cristiana lo que es
constante o constitutivo, a menudo directamente ligado al fundador, y lo que
depende de las variables históricas culturales en las que el rito se ha visto
en la necesidad de ser expresado.
Entre las constantes se pueden señalar: a) las palabras y las
cosas: la fórmula sacramental, que tiende a un máximo de
performatividad tanto por su contenido lingüístico como por el gesto que la
acompaña, tomada de las palabras del fundador o en referencia verbal al nombre
de Dios, de la Trinidad o al Espíritu, la cual siempre lo denota interpretando
los elementos materiales (pan y vino, agua y aceite, darse la mano...). Sin
embargo, palabras y cosas, no con referencia al sentido, sino para ser más
significantes, han sido sujetas a lo largo de los siglos a precisiones (por
ejemplo, la fórmula sacramental de la eucaristía, la calidad del aceite para
las unciones...) realizadas por el grupo-iglesia; b) el ministro o
presidente del grupo-iglesia. Se entiende que es un ministro ordenado,
que revela al grupo el motivo y en nombre de quién se ha reunido ritualmente;
c) la estructura celebrativa esencial y fundamental: la constante
presencia, de algún modo, de la lectura de las Escrituras y la proclamación
de la fe, fe en la realidad que se manifiesta en el mito fundador.
Entre las variables se pueden señalar: a) las acciones gestuales:
el lenguaje no verbal; de las posiciones: de rodillas, en pie,
sentados...; de los movimientos: procesiones, danza....; b) el dispositivo
ecológico: distribución y reglamentación del tiempo y del espacio, poseer
y habitar el espacio por parte de los actores rituales en función de las
secuencias rituales; c) los objetos: vestidos, objetos funcionales,
vasos sagrados...; d) los actos de lenguaje: el uso de diversos estilos
al leer y al orar; el canto, el grito, la aclamación, la música...; e) los
actores: algunos protagonistas particulares en el rito: el que acoge, los
lectores, el director del canto...
Probablemente en la atenta dinámica entre las constantes y las variables,
antropológicamente hablando, reside la fuerza y la vitalidad del rito
cristiano. El fenómeno, digamos de entropía, al que los siglos y las culturas
someten al rito religioso, encuentra en la responsabilidad del grupoiglesia y
en las posibilidades inherentes a la ritualidad cristiana un filtro y un dique
bastante sólidos. El rito cristiano, aunque identificándose en el
mito-fundador, se puede abrir estructuralmente a la pluralidad de adaptaciones
exigida por los tiempos y por las diversas culturas en las que vive y actúa
cada uno de los grupos-iglesia. Aparecer siempre el mismo y nunca el mismo es
una característica de indudable fuerza cultural, que beneficia al grupoiglesia
en sus inculturaciones, aculturaciones y transculturaciones, por complejas que
sean.
Fuente: mercabá.org
Cuando hablamos de rito, el tema nos lleva inexorablemente a la teoría del signo. Porque en definitiva el rito es un conjunto de signos aceptados como significantes para un grupo determinado. El hombre es un animal que se comunica por signos. Signos verbales, gestuales, visuales, táctiles, auditivos e incluso gustativos. No hay manera de comunicarse, de salir de uno mismo, de encontrarse con una realidad comprensible si no fuera por los signos. De allí que el rito, como conjunto de signos y símbolos, podrá cambiar, podrá adquirir nuevas formas y dejar de usar otras pero jamás desaparecerá.
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