sábado, 13 de noviembre de 2010

El gesto y el símbolo en la liturgia de la Iglesia


Ahora es el momento de que, en esta serie,  nos introduzcamos en el tema del título. El autor del mismo es el P. José Aldazábal. Aquí vá una nota referida a él:
José Aldazábal nació en 1933 en Azkoitia (España). Era licenciado en teología por el Pontificio Ateneo Salesiano de Roma y doctor en Liturgia por la Pontificia de San Anselmo.Formaba parte de la Comisión Interdiocesana de Liturgia de la Conferencia Episcopal tarraconense y era consultor de la Comisión Litúrgica de la Conferencia Episcopal Española. Falleció en Barcelona el año 2006.
Debe añadirse que el P. Aldazábal era conocido por su dedicación a la docencia e investigación en el campo de la liturgia cristiana y estaba dedicado con intensidad al Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona (CPL) del que fue presidente durante 12 años.
Los invito a disfrutar del tema , expuesto magistralmente.

Nuestra liturgia es tachada de verbalista, centrada en exceso en el
Libro y la Palabra. Tal vez podemos llamarnos herederos del judaísmo,
considerado como la "religión del libro".
Lo racional y lo discursivo tienen gran importancia en nuestro culto,
pero lo visual y la expresión corporal, bastante menos. Claro que la
palabra es el primer signo que empleamos para expresar nuestras
ideas, pero eso no basta para una celebración que debería afectar a
todo el hombre. 
La reforma conciliar ha revalorizado la Palabra, con lo que todavía
ha adquirido más relieve. Pero a la vez, y seguramente sin
pretenderlo, se ha empobrecido lo simbólico, el lenguaje del
movimiento y de los signos. Es interesante oir las voces que se han
levantado del Tercer Mundo protestando contra la excesiva
simplificación de elementos simbólicos por parte de la nueva liturgia.
Desde Africa, por ejemplo, el premostratense B. Luykx ha hecho ver
los inconvenientes que para aquella cultura tiene esta liturgia tan fría y
esquemática, sin pausas, sin tiempos "perdidos", sin fiesta, sin
movimientos ni símbolos. Y ha citado el famoso dicho de Leopoldo
Senghor: "los occidentales dicen: pienso, luego existo; nosotros los
africanos decimos: danzo, luego existo". La simplificación de signos
superfluos era necesaria. Pero ¿no se ha ido demasiado lejos en la
reducción de lo audiovisual en nuestra liturgia? 
Con motivo de una reciente feria de libros en Frankfurt (otoño 1981)
un ateo publicó un libro titulado más o menos: "el concilio de los
libreros: la destrucción del simbolismo". Su autor, A. Lorenzer, echa
en cara a los editores de libros católicos sobre liturgia que han
hundido la "significatividad" de la liturgia cristiana, porque la
"ingenuidad profesional-celibataria de los padres de este concilio" ha
sustituido el lenguaje altamente simbólico de antes por una
"información racionalizada": se ha pasado así del culto sacramental y
simbólico del Misterio, a una educación más bien catequética, con la
correspondiente ración de "sermonitis". 
Aparte de la simplificación del ataque (y de la atribución del cambio
a los editores), nos puede servir esta anécdota para darnos cuenta de
la importancia que tiene en la sensibilidad cristiana el carácter
simbólico de la comunicatividad en la liturgia. 
Los jóvenes, por una parte, y la religiosidad popular por otra, son
otros factores que mueven a un repensamiento de la dinámica interior
de la liturgia; también ellos buscan una mayor expresividad de los
signos y del lenguaje simbólico.

El por qué de los gestos y símbolos en la celebración
GESTO-SÍMBOLO/IMPORTANCIA: La liturgia es de por sí una celebración
en que prevalece el lenguaje de los símbolos. Un lenguaje más
intuitivo y afectivo, más poético y gratuito. No es sólo concepto, ni
tiene como objetivo sólo dar a conocer. La liturgia es una acción, un
conjunto de signos "performativos" que nos introducen en comunión
con el misterio, que nos hacen experimentarlo, más que entenderlo. Es
una celebración y no una doctrina o una catequesis. El lenguaje
simbólico es el que nos permite entrar en contacto con lo inaccesible:
el misterio de la acción de Dios y de la presencia de Cristo. 
El mundo de la liturgia pertenece, no a las realidades que terminan
en "—logia" (teología, por ejemplo), sino en "—urgía'? (dramaturgia,
liturgia): es una acción, una comunicación total, hecha de palabras,
pero también de gestos, movimientos, símbolos, acción.

a) Hay una razón antropológica en este aprecio del signo y del
símbolo. El hombre está hecho de tal manera que todo lo realiza
desde su espíritu interior y desde su corporeidad: no sólo alimenta
sentimientos e ideas en su interior, sino que los expresa exteriormente
con palabras, gestos y actitudes. Y no es que el hombre tenga
sentimientos, y luego los exprese pedagógicamente, para que los
demás se enteren. Sino que se puede decir que esos mismos
sentimientos no son del todo humanos, ni completos, hasta que no se
expresan. Hasta que la idea no se hace palabra, no es plenamente
realidad humana. Y es que en el fondo el hombre no es una dualidad
"cuerpo y espíritu", sino una unidad: es "cuerpo-espíritu" y desde su
totalidad se expresa y realiza, con palabras y gestos. 
Así, en la celebración litúrgica, la alabanza no es plenamente ni
humana ni cristiana hasta que suena en la voz y el canto. El
sentimiento de conversión y la respuesta del perdón no se realizan del
todo si no se manifiestan en la esfera significativa: en este caso, es en
la esfera de la Iglesia donde resuena el "yo me acuso" y el "yo te
absuelvo": una acción sacramental, simbólica, significativa, que da
realidad a lo invisible e íntimo que sucede entre Dios y el cristiano.

b) Por eso el simbolismo es una categoría religiosa universal.
El hombre, no sólo para su propia expresión, o para su actividad
social, sino también y sobre todo para su relación con la divinidad, se
sirve del lenguaje simbólico, expresando y realizando con signos y
gestos corporales la comunión religiosa con el Invisible. 
La dinámica de los signos religiosos funciona de muchas maneras:
sacrificios, palabras, cantos, objetos sagrados, acciones, reverencias,
comidas, fiestas, templos... El sábado, para los judíos, es todo un
símbolo que no sólo manifiesta su recuerdo o su pertenencia al pueblo
elegido, sino que lo alimenta y lo realiza efectivamente. El gesto del
baño en el agua, tanto para los indios en el Ganges, para los egipcios
en el Nilo, para los judíos en el Jordán o para los cristianos en el rito
bautismal, es un conjunto de acciones y palabras que conforman toda
una celebración simbólica: la inmersión en una nueva esfera. En
nuestro caso, la incorporación a Cristo, en su nueva vida, a través de
la muerte.

c) Para los cristianos el motivo fundamental de estos signos es el
teológico: el mejor modelo de actuación simbólica lo tenemos en el
mismo Cristo Jesús. En su misma Persona El es el lenguaje más
expresivo de Dios, que nos quiere mostrar su Alianza, su cercanía o su
perdón. Y también es Cristo el lenguaje mejor de la humanidad en su
respuesta a Dios: nuestra alabanza y nuestra fe han quedado
plasmadas en Cristo, Cabeza de la nueva humanidad. Por eso se le
llama a Cristo "sacramento del encuentro con Dios", o como dijo Pablo
en su segunda carta a los corintios: Cristo es el "sí" más claro de Dios
a los hombres y el "sí" también más concreto de los hombres a Dios.
Además, Cristo utilizó continuamente el lenguaje de los gestos
simbólicos en su actuación salvadora: palabras, acciones, contacto de
sus manos, lo incisivo de su mirar, los milagros... 
Y ahora sigue haciéndolo del mismo modo, en el ámbito de este
sacramento global que se llama Iglesia. Para darnos alimento y
fortaleza, ha pensado en la acción simbólica de la comida eucarística;
para hacernos nacer a la nueva vida, quiere que recibamos el baño
bautismal del agua; para reconciliarnos con Dios, nos invita a una
celebración del perdón, con sus palabras y el gesto de la imposición
de manos del ministro... 
Por eso la liturgia, tanto por la carga humana como por la teología
misma de la encarnación, tiene los signos y los símbolos como una
realidad fundamental en su dinámica.
Claro que el lenguaje de los signos no es el único en la liturgia: la
comunidad mima también los signos de la evangelización (la palabra,
la catequesis, la predicación) y el lenguaje, cada vez más convincente,
de su compromiso cristiano (el amor, la servicialidad, la lucha por la
nueva sociedad de libertad y justicia). Pero en medio, entre el anuncio
de la Palabra y su vivencia práctica, está su celebración y la
comunidad cristiana utiliza más que nunca en esta liturgia el lenguaje
de los signos y símbolos.

SIGNO-SÍMBOLO/QUE-ES
Las celebraciones sacramentales no habría que verlas sólo desde la
perspectiva de "signos", por muy eficaces que se quiera, sino de la de
"símbolos" o "acciones simbólicas". 
El signo, de por si, apunta a una cosa exterior a si mismo: el humo
indica la existencia del fuego, y el semáforo verde nos hace saber que
ya podemos pasar... El signo no "es" lo que significa, sino que nos
orienta, de un modo más o menos informativo, hacia la cosa
significada. Es una especie de "mensaje" que designa o representa
otra realidad. 
El símbolo es un lenguaje mucho más cargado de connotaciones.
No sólo nos informa, sino que nos hace entrar ya en una dinámica
propia. El mismo "es" ya de alguna manera la realidad que representa,
nos introduce en un orden de cosas al que ya él mismo pertenece. La
acción simbólica produce a su modo una comunicación, un
acercamiento. Tiene poder de mediación, no sólo práctica o racional,
sino de toda la persona humana y la realidad con la que le relaciona.
Para felicitar a una persona en su cumpleaños o en un aniversario
de bodas, podríamos emplear sólo palabras. Pero normalmente
recurrimos a un lenguaje simbólico: regalos, felicitaciones poéticas, un
pastel con velas encendidas (ya el mismo hecho de introducir el pastel
y de apagar las velas y repartir sus porciones es todo un rito), una
buena comida... El gesto simbólico de dos novios que se entregan el
anillo de bodas no sólo quiere "informar" del amor: es un lenguaje que
vale por muchos discursos, y que seguramente contiene más realidad
que las palabras y que la vida misma (difícilmente, luego, se llegará a
alcanzar el grado de amor y fidelidad que ese gesto sencillo y
profundo expresa). 
"Símbolo", por su misma etimología (sym-ballo, re-unir, poner juntas
dos partes de una misma cosa, que se hallaban separadas, a modo de
puzzle) indica una eficacia unitiva, re-cognoscitiva (no sólo
cognoscitiva) de relación comunicativa. El símbolo establece una cierta
identidad afectiva entre la persona y una realidad profunda que no se
llega a alcanzar de otra manera. Esto es particularmente palpable en
aquellos símbolos que son identificadores de una comunidad o grupo
humano, tanto si es un partido político como una agrupación religiosa
o cultural. 
Todo esto tiene particular vigencia cuando los cristianos celebramos
nuestra liturgia. El baño en agua, cuando se hace en el contexto
bautismal, adquiere una densidad significativa muy grande: las
palabras, las lecturas, las oraciones, la fe de los presentes, dan al
gesto simbólico no sólo una expresividad intencional o pedagógica,
sino que en el hecho mismo del gesto sacramental convergen con
eficacia la acción de Cristo, la fe de la Iglesia y la realidad de la
incorporación de un nuevo cristiano a la vida nueva del Espíritu. No es
un rito mágico, que actúa de por sí, independiente del contexto. Pero
tampoco es sólo un gesto nominal o meramente ilustrativo: la acción
simbólica es eficaz de un modo que no es ni físico ni tampoco sólo
metafórico: es, sencillamente, la eficacia que tiene el símbolo. El
símbolo re-une, concentra en sí mismo las realidades, conteniéndolas
un poco a todas ellas. 
Y así pasa con todos los sacramentos, y con las diversas
celebraciones del año cristiano, cargado de gestos simbólicos con los
que Cristo, la Iglesia y cada cristiano expresan y realizan su mutua
relación de comunión. 
Esos símbolos litúrgicos no sólo informan, catequéticamente, de lo
que quieren representar. Sino que tienen un papel mediador,
comunicante, unificador, transformador, productor... Las palabras y el
gesto de la absolución llevan a su realidad el encuentro reconciliador
entre Dios y el pecador. El comer y beber de la Eucaristía es el
lenguaje, simbólico y eficaz, de la comunicación que Cristo nos hace
de su Cuerpo y su Sangre, y de la fe con que nosotros le acogemos...


La variedad de los gestos litúrgicos
La inmensa mayoría de las acciones simbólicas con que expresamos
los cristianos esta nuestra relación con Dios y con la misma
comunidad, son heredadas de la revelación o de la tradición más
antigua de la Iglesia. Pero a su vez tanto Cristo como la Iglesia
primitiva no es que inventaran estos signos, sino que los tomaron de la
vida misma y del lenguaje más accesible y expresivo de la humanidad:
todos entienden lo que significa y realiza el baño en agua, o la comida
o bebida en común, o los beneficios de la unción-masaje con aceite...
Y no es nada difícil entender el magnífico abanico de sentidos que
puede tener un gesto antiguo, universal y ahora recuperado en todos
los sacramentos: la imposición de manos; es un gesto que indica
visualmente, sobre todo en el contexto de los sacramentos, la
transmisión de un poder, de una bendición, de una reconciliacion...
Hay muchas clases de signos y gestos simbólicos en la liturgia:

- algunos, vinculados al cuerpo humano, que también "habla" y
expresa las actitudes más íntimas: así, las posturas del cuerpo (de pie,
de rodillas...) pueden contribuir no sólo a que se manifieste una actitud
determinada (prontitud, reverencia, humildad) sino a sentirla más en
profundidad; los gestos de las manos (elevadas al cielo, o golpeando
el pecho, manos que aplauden...) llegan muchas veces a donde no
llegan las palabras: una ovación puede suplir alguna vez a la mejor
aclamación; el movimiento también tiene importancia: el caminar, el
marchar en procesión hacia la comunión, una danza estilizada...;

- hay otros muchos relacionados con cosas materiales, de las que
nos servimos para expresar lo que nuestros ojos, nuestras manos o
nuestras palabras no pueden decir bien: el baño en agua, la unción
con aceite, el pan y el vino, hablan por sí solos; así como otros
muchos elementos utilizados a lo largo del año cristiano en la
celebración: la luz, las velas, el fuego, la ceniza, el incienso, las
imágenes, los vestidos y sus colores, las campanas... El lugar mismo
de la celebración juega un papel importante: los edificios de la
asamblea cristiana, el ambón como lugar digno y respetado de la
Palabra de Dios, el altar como símbolo de Cristo y de la comida
eucarística, la sede del presidente, destacada por su condición de
signo visible de Cristo Cabeza... 
En verdad, para que nuestras celebraciones adquieran toda su
eficacia como lenguaje humano y cristiano, tendríamos que cuidar más
toda esta serie de elementos simbólicos, mucho más numerosos de lo
que a primera vista pudiera parecer. La liturgia tiene una serie de
recursos expresivos que no aprovechamos suficientemente.

Catequesis e iniciación en los gestos clásicos
Estas paginas no quieren, en principio, proponer nuevos gestos
simbólicos o forzar el camino de una creatividad omnímoda.
Esa—la búsqueda de nuevos símbolos—es una tarea noble, difícil, y
tal vez necesaria. Que la Iglesia ha hecho a lo largo de su historia con
admirable imaginación, tanto en torno al año litúrgico como a los
sacramentos, tanto en la liturgia como en la religiosidad popular. Y que
por tanto no es nada extraño que también en nuestra generación y
sucesivas se sienta movida a realizar continuamente. Crear una
simbología más adecuada a la cultura y la sensibilidad actuales, es un
ideal que no se puede dar por perdido. Aunque haya que hacerlo a la
vez con equilibrio y valentía, con respeto a la tradición y amor a la
cultura de hoy. 
Pero, repito, la finalidad de estas reflexiones quiere ser más
modesta. Quiere ayudar a entender el sentido de los símbolos que ya
tenemos de los gestos y signos que están hoy en nuestra liturgia, y
que hemos heredado de generaciones pasadas. Pero que siguen
siendo lenguaje válido (los que se demuestra que no lo eran, ya han
sido suprimidos). 
Si se hacen bien, los gestos simbólicos que tenemos en la Pascua, o
en la Eucaristía, o en otras celebraciones, tienen todavía una gran
fuerza expresiva. El hecho de que sean "tradición" no debería crear
ningún complejo de pobreza o de falta de originalidad. Todo símbolo
comunitario tiene esencialmente raíces de tradición: precisamente
identifica al grupo, da color a la celebración desde su misma teología y
su origen desde Cristo o la Iglesia primitiva. Los símbolos no se
cambian como la camisa. Son de por sí heredados. 
Si los gestos que hacemos en la liturgia no "funcionan" como
desearíamos, no es porque sean antiguos, sino por otras causas. Y
por tanto, la intención de estas páginas es invitar a corregir esos
defectos:

- hay que iniciar a los cristianos, jóvenes y adultos, a esos gestos
simbólicos y su lenguaje; o sea, ayudarles a entenderlos, a realizarlos,
a entrar en su dinámica; para ello habrá que dar tiempo a la
catequesis, en el momento oportuno, a partir del sentido humano y
también del sentido bíblico que tiene tal acción o gesto o elemento;
entender en profundidad un símbolo es favorecer la propia identidad,
la comunión con los valores esenciales;

- hay que hacerlos bien; por mucha mentalización que haya en torno
a un gesto o a una acción simbólica, si los ministros los realizan de
modo pobre, insignificante, mecánico, rutinario, evidentemente ese
gesto simbólico no adquirirá toda la densidad y eficacia que se
pretendía; una reconciliación con los símbolos pasa, sobre todo, por
una reforma mental de los ministros, que toman conciencia de que los
signos litúrgicos —sacramentales o no—no son automáticos, sino que
llevan consigo una carga de pedagogía y expresividad humana,
aunque su último fin sea la comunión interior con el misterio celebrado
(cfr. SC 59). Los gestos simbólicos bien hechos no se conforman con
la "validez", sino que apuntan a la expresión de la fe y del misterio de
salvación que sucede. Son signos no sólo disciplinariamente suficientes,
sino "expresivos" de lo que quieren significar. 
Es una doble llamada, pues, que quieren poner en marcha estas
notas.

- una invitación a la catequesis de los gestos y acciones simbólicas
que utilizamos en la liturgia actual;

- una urgencia para valorar en la práctica la realización más
decorosa, clara, expresiva, de los gestos, potenciando su lenguaje. 
JOSÉ ALDAZÁBAL

Fuente: mercabá.org

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