El blog "Sacram Liturgiam" ha publicado una entrada con el título: "Susurros Litúrgicos: Las oraciones secretas en la celebración de la Santa Misa".
Se trata de un tema que debe ser divulgado a fin de proporcionar un mayor conocimiento de la celebración, para una participación más consciente de parte de los fieles. He aquí el texto completo:
El
otro día, al hilo de un artículo en el que se mencionaba la liturgia
tradicional, una lectora, Esperanza, preguntaba porqué en la forma
extraordinaria del rito latino (lo que la gente suele llamar la “misa
antigua en latín") una buena parte de las oraciones las recita el sacerdote en voz baja,
de manera que los fieles no las oyen. Probablemente a muchos les
sorprenda, pero esto no es algo exclusivo de la liturgia antigua. En la
forma ordinaria de la Misa (la liturgia habitual, la de Pablo VI),
también hay unas muchas oraciones que el sacerdote dice en voz baja. ¿Por qué existen estas oraciones en una y otra forma del rito romano? ¿No
sería mejor que siempre pudiéramos escuchar todo lo que se dice? ¿No
sería más litúrgico, ordenado y racional que todos hiciésemos lo mismo
a la vez?
Para entender este aspecto de la liturgia, tan poco conocido, hay que tener en cuenta que, en la Iglesia, como en la vida trinitaria, la unidad no mata la diversidad, ni la oración comunitaria ahoga la oración personal. Es más, me atrevo a decir que, para que la oración comunitaria sea lo que debe ser, es necesario que cada uno de los que participan en ella esté rezando también en su interior. El culto cristiano no es como el del paganismo romano, en el que lo único importante era llevar a cabo una serie de ritos formales correctamente. Dios no quiere labios, quiere corazones. O, mejor dicho, quiere labios que expresen corazones.
Para entender este aspecto de la liturgia, tan poco conocido, hay que tener en cuenta que, en la Iglesia, como en la vida trinitaria, la unidad no mata la diversidad, ni la oración comunitaria ahoga la oración personal. Es más, me atrevo a decir que, para que la oración comunitaria sea lo que debe ser, es necesario que cada uno de los que participan en ella esté rezando también en su interior. El culto cristiano no es como el del paganismo romano, en el que lo único importante era llevar a cabo una serie de ritos formales correctamente. Dios no quiere labios, quiere corazones. O, mejor dicho, quiere labios que expresen corazones.
Para favorecer la oración personal, existen estas oraciones en voz
baja, que, litúrgicamente, se llaman oraciones “secretas”.
Este nombre no hace referencia a un secreto que no se pueda divulgar,
sino que, en latín, significa “separadas". Es decir, son oraciones
individuales y no comunitarias. El hecho de rezar individualmente
mientras se celebra la Eucaristía recuerda al presbítero o al diácono
que no son funcionarios, sino ministros de Dios, que no están actuando
en una especie de teatro delante de los fieles, sino participando in persona Christi en
el mismo núcleo de nuestra salvación. En ese sentido, las oraciones
secretas reflejan también la misión litúrgica particular de los
presbíteros.
En virtud del sacerdocio sacramental, no participan en la
Eucaristía como uno más, sino que actúan sacerdotalmente, intercediendo
por todo el Pueblo de Dios, preparando las ofrendas, purificándose,
acercándose al altar y ofreciendo el Sacrificio santo del Hijo de Dios.
Otro aspecto esencial de las oraciones secretas consiste en evitar la
tentación racionalista. El racionalismo moderno pretende, por su propia
naturaleza, estructurarlo, explicarlo y analizarlo todo, pero la liturgia, para expresar adecuadamente el culto a Dios, tiene que manifestar de alguna forma el Misterio.
No es casualidad que, después de la consagración, el sacerdote
proclame: “Este es el sacramento (que, en griego, se dice mysterion) de
nuestra fe”. Lo que celebramos en la Eucaristía es un Misterio, un
misterio que nos supera y excede nuestra capacidad de comprender. Y
podemos alegrarnos de que así sea, porque eso es lo que hace importante
a la Eucaristía. No se trata de un mitin político, de una terapia de
grupo ni de una clase universitaria en la que el sacerdote es el
profesor y los fieles los alumnos.
En la Misa, se hace presente el
Misterio inefable que supera todo conocimiento. Paradójicamente, una
liturgia que intente explicarlo todo demasiado se convierte en opaca,
porque oculta lo que debería manifestar. No refleja el Misterio que
ocupa una posición central en el culto cristiano y que constituye el
núcleo de nuestra fe. Se convierte en algo meramente humano. En el rito
bizantino, a la Misa se la llama la Divina Liturgia, porque la liturgia eucarística es más divina que humana.
Y, ante la presencia divina del Rey de Reyes y del Señor de los
Señores, es lógico que uno hable en voz baja, sobrecogido ante lo que
está sucediendo. El grado en que se manifiesta la dimensión misteriosa
de lo que se celebra, depende del rito. Dentro del rito romano,
la majestad y el misterio de Dios se subrayan más en la forma
extraordinaria, en la que todo el Canon se dice en voz baja y en el las
oraciones secretas son más numerosas, aunque, como hemos dicho, estás
también están muy presentes en la forma ordinaria.
En los ritos orientales,
la división se marca mucho más profundamente que en Occidente, ya que
el sacerdote se retira al otro lado del iconostasio durante una buena
parte de la Eucaristía. E incluso antiguamente, en la liturgia romana,
cuando había un baldaquino, era costumbre correr las cortinas durante
el Canon, para simbolizar así a Moisés, que entraba en la tienda del
encuentro para hablar cara a cara con Dios. Por otra parte, las
oraciones concretas que reza el sacerdote le ayudan a recordar su
lugar. Como representante de Cristo, tiene un lugar principal en la
liturgia y es honrado a menudo en ella: vestiduras preciosas,
proclamación del Evangelio, explicación de las lecturas, un asiento
central, una colocación aparte de los fieles, etc.
Pues bien, a menudo las oraciones secretas que debe pronunciar el sacerdote le hacen presente su pequeñez, su condición de pecador o
su necesidad de la gracia de Dios. Pide, en voz baja, al Señor que le
purifique y que borre sus pecados, pone ante él su corazón contrito y
humillado, ruega que le conceda la vida eterna y admite que, por sí
sólo, se separaría de Dios. Es decir, sirven para combatir eficazmente
cualquier tentación de endiosamiento que pueda hacer que el sacerdote
se apropie de la gloria que, en realidad, se tributa a Dios,
confundiendo al Representado con el representante. A mi juicio, existe
un último aspecto importante que se plasma en las oraciones secretas de
la Misa: el susurro es signo de intimidad. Cuando el
sacerdote se presenta ante su Señor, susurra oraciones, de la misma
forma que los enamorados se susurran cosas al oído. Susurrando se
muestra la increíble cercanía con Dios que Cristo mismo nos ha
regalado. Las proclamaciones en alta voz tienen su lugar en la
liturgia, pero tampoco puede faltar ese susurrar, que es signo de que
la puerta del Corazón de Dios siempre está abierta para nosotros. El
mismo Señor nos ha llamado amigos, nos ha introducido en su morada y
nos habla al oído de lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre
puede contar. A solas con cada uno. Como dice el Cantar de los
Cantares, secretum meum mihi. Mi secreto para mí.
Las oraciones en voz
baja del sacerdote durante la Misa son oraciones preciosas y conviene
que los fieles las conozcamos y nos animemos a rezar también
individualmente durante la Misa. Incluyo en este otro post las
oraciones secretas propias de la forma ordinaria e invito a los
lectores a que se fijen en ellas el próximo domingo. Así verán cómo el
sacerdote recita en voz baja estas plegarias. Puesto que, a menudo, van
acompañadas de gestos o movimientos del sacerdote, son fáciles de
detectar.
(Fuente: Sacram Liturgiam)
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