Esta fiesta se celebra el domingo que cae dentro de la octava de Navidad. Es una fiesta de devoción, introducida por primera vez como, como celebración opcional, en 1893. El culto de la Sagrada Familia se hizo muy popular en el siglo XIX, sobre todo en Canadá. El Papa León XIII lo promovió muchísimo. En un tiempo en que las fuerzas secularizantes constituían una amenaza clara para la familia cristiana, se propuso a la Sagrada Familia como modelo, como fuente de inspiración y de ayuda.
Ciertamente tenemos que disociarla de un tipo de espiritualidad un tanto superficial, que presenta pinturas ñoñas e idílicas de la familia de Nazaret y que se refleja en un determinado tipo de arte religioso muy popular en el siglo XIX. La liturgia de la fiesta no constituye el espaldarazo ni la perpetuación de una piedad tan equivocada. Trataremos de verla aquí de manera objetiva y positiva.
Si la consideramos de manera positiva, la fiesta puede ayudarnos a ver la encarnación en un contexto más amplio, a considerar sus consecuencias culturales y sociales. Efectivamente, no basta con decir que el Hijo de Dios se hizo hombre. Esto sucedió en un tiempo y en un lugar concretos. El adoptó una familia, un hogar, una ciudad, un medio cultural determinados; creció en ese entorno, fué educado en la fe judía, aprendió el oficio de carpintero e hizo amigos. Los años pasados en Nazaret fueron años de formación, de preparación para su misión.
En una exquisita homilia que se lee en el Oficio de Lecturas, el Papa Pablo VI llama la atención sobre este aspecto de la encarnación. Y reflexionando sobre la vida familiar de Cristo en Nazaret, dice: "Sobre todo aquí se hace patente la importancia de tener en cuenta la pintura general de su vida entre nosotros, con su concreto entorno de lugar, tiempo, costumbres, lengua, práctica religiosa". Dios se hizo hombre, trabajador, carpintero e hijo de carpintero, nazareno, cuyos padres eran conocidos en aquel lugar. Le reconocemos como verdadero hombre, pero no perdemos de vista jamás su naturaleza divina. Efectivamente, "adoramos al Hijo del Dios vivo que se hizo hijo en una familia humana".
Navidad es un tiempo hogareño, familiar. Y esto tiene una importancia religiosa y sicológica: necesitamos volver a los orígenes, a las raíces, a la familia de cuando en cuando. En el plano espiritual hacemos esto en nuestras celebraciones litúrgicas, renovando nuestros "orígenes sagrados" cuando celebramos el nacimiento de nuestro Señor. La cueva, el pesebre..., allí comenzó todo. Pero el hogar fué el entorno en que aprendimos la fe por primera vez. Para los judíos de otros tiempos era una obligación sagrada la de volver al hogar y a la familia. Toda la noción del Año Jubilar da testimonio de esto: "Cada uno de vosotros recobrará su propiedad, cada uno de vosotros se reintegrará a su clan" (Lev.25,10). De esta manera, la navidad es una especie de celebración de familia en el plano humano y en el espiritual.
El Antiguo Testamento da testimonio de un elevadísimo ideal de vida familiar en el pueblo judío. Aparece claramente esto en textos como Lev.3,2-14, que destaca la virtud del amor y de la obediencia filiales. Indudablemente San Pablo se inspiró en éste y otros textos similares cuando escribió acerca de la vida de comunidad y de vida familiar en el Señor. En el Oficio de Lecturas tenemos su tratado del capítulo 5 de la carta a los Efesios, donde habla del amor y de la fidelidad conyugales, de la obediencia mutua, del deber de los hijos para con los padres y de éstos para con aquéllos.
La vida familiar es un valor importantísimo, pero no absoluto. Jesús buscó ante todo la voluntad de su Padre. Los lazos familiares estaban subordinados a la misión que él habia recibido del Padre. Las lecturas evangélicas para el ciclo trienal de esta fiesta, aluden de una forma un tanto inquietante a lo que espera a Jesús y a sus padres: él será mal interpretado y perseguido, será "signo de contradicción", y una espada de dolor atravesará el corazón de su madre.
"¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Y llegará el momento en que Jesús abandone el hogar y a sus padres para adoptar la vida incómoda de un predicador itinerante, sin hogar y sin un lugar donde reclinar la cabeza. No deja de amar a sus padres ni rompe todos los lazos y relaciones con el hogar, pero tiene que distanciarse de la vida segura circunscripta a Nazaret , a fin de entregarse por completo a su misión. Había que establecer nuevas relaciones que trascendieran el parentesco puramente humano. Jesús mismo llegaría a declarar que sus padres y sus hermanos eran los que hacían la voluntad de su Padre.
Los seguidores de Jesús están también llamados a dejar la seguridad del hogar y la familia, a sacrificar todo aquello que es lo más deseable desde una perspectiva humana. Ese es el contenido de toda vocación religiosa o de una vocación que encierra una llamada concreta a seguir a Cristo y a servir a sus hermanos. Es necesario que nos perdamos nosotros mismos para encontrarnos. Hay que ampliar el horizonte de nuestra familia para abrazar a todos los hombres y mujeres. Esto no significa un frio distanciamiento de nuestra propia parentela, sino la no esclavización en el apego a ellos. Jesús no se distanció de su madre, pués ella lo acompañó hasta el final. Nosotros no dejamos o abandonamos a nuestros padres o familiares, sino que establecemos una relación nueva y más profunda con ellos. Porque el Señor, nos devolverá, en una forma más profunda y bella, a nuestros padres, hermanos, hermanas y amigos.
VINCENT RYAN.
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