jueves, 2 de marzo de 2023

 

PARTE II

                  

6.  LA MÚSICA Y EL CANTO EN LA LITURGIA:

 

La música, un tema específico de la Liturgia. (MR 39-41)

El tema de la música en la liturgia ha sido suficientemente tratado en la Constitución Sacrosantum Concilium del Vaticano II, ya que ella constituye un elemento propio de la liturgia. Todo el capítulo VI está dedicado a la música sacra. En el Nº 112  comienza dando razón de esa importancia expresando: “el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne”. No omite tampoco la referencia al tesoro de inestimable valor que representa la tradición musical de la Iglesia. Este valor es acentuado dada la “función ministerial de la música sagrada en el servicio divino”, así como también el grado de estima consignado por la Sagrada Escritura: “Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón” (Ef.5,19), y “Canten a Dios con gratitud y de todo corazón, salmos, himnos y cantos inspirados” (Col.3,16). Su vinculación a la sagrada liturgia hace que la música también participe de la finalidad de toda acción sagrada: “la gloria de Dios y la santificación de los fieles”.

San Agustín expresa así sus sentimientos ante la música oída en los templos: “¡Cuánto lloré  al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces a mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas” (cf. Confesiones IX,6,14).

Importancia de lo humano. La música y el canto son expresiones profundas y trascendentes de la actividad humana. Siendo la música y el canto un arte, son un medio de expresión y comunicación más completo y profundo que el lenguaje corriente. El ser humano experimenta la riqueza de la música desde la cuna mediante las canciones de su madre, y luego en un sinnúmero de expresiones musicales durante su vida, mediante las cuales expresa sus sentimientos más íntimos, hasta los cantos fúnebres con que la Iglesia manifiesta la esperanza confiada en la bondad y misericordia divina. ¿Qué otro modo más expresivo y hondo para manifestar los sentimientos que la música?

Importancia de lo religioso. Dado que los sentimientos religiosos se insertan en lo humano, el hombre no puede despreciar ese potencial tan rico y propio de su naturaleza como el canto para insertarlo en su realidad de ligazón con lo divino. Una religiosidad que prescindiera de la música y el canto, adolecería de una verdadera expresión como tal. Así como el ser humano necesita expresarse naturalmente por medio de la música y el canto, con mayor razón la necesita en la manifestación de su religiosidad, que es afirmación de su trascendencia.

Un autor liturgista experimentado dice: “El canto es un importante punto de contacto entre el Evangelio y la cultura. No se puede implantar sólidamente la fe si se prescinde de él” (J. Galineau – “La liturgia renovada”).

La expresión del gran papa, el Venerable Pio XII tiene carácter de verdadera síntesis: “La música está más próxima al culto divino que la mayor parte de las otras bellas artes, como son la arquitectura, la pintura o la escultura. Éstas tratan de preparar un marco digno a los ritos divinos. Aquélla, al contrario, ocupa lugar principal en el desarrollo de las ceremonias y de los ritos sagrados” (Pio XII – Encícl. Musicae Sacrae Disciplina).

 

Finalidad del canto litúrgico.  La Constitución SC, la expresa así: “La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.......atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es la gloria de Dios y la santificación de los fieles...” (SC º 112).

En definitiva, entonces, el canto litúrgico es liturgia, no algo ajeno, algo externo que se le agrega. Al mismo tiempo el canto como la palabra es signo, más bien es expresión simbólica de la actitud de íntima unión  personal y de la asamblea litúrgica con Aquel a quien se dirige el canto.

Conviene aquí también tener presente lo indicado en la OGMR Nº 47, que textualmente enuncia: “Una vez reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, comienza el canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros”.

Algo de historia. El Antiguo Testamento abunda en textos líricos consistentes en himnos destinados a ser cantados y dispersos en distintos libros, sin olvidar el Libro de los Salmos que incluye la colección de cantos religiosos de Israel. La liturgia judía en el templo, en las sinagogas y en las casas incluía cantos. Así por ejemplo muchos salmos fueron compuestos para animar las procesiones de fieles que se dirigían al templo; así las “Canciones de las Subidas”: Sal.120-134, como el salmo 84, eran cantos de peregrinación al Santuario.

JAR

“El Salterio es la colección de cantos religiosos de Israel. Sabemos por otra parte, que entre el personal del Templo figuraban los cantores y, si bien éstos no son mencionados explícitamente hasta después del Destierro, es cierto que existieron desde el principio. Las fiestas de Yahveh se celebraban con danzas y coros, cf. Jc.21-19-21; 2S.6,5.16. Según Am.5,23, los sacrificios se acompañaban con cánticos y, puesto que el palacio real tenía sus cantores en tiempo de David, 2S.19,26 y de Ezequías, según los anales de Senaquerib, el templo de Salomón debió tener los suyos, como todos los grandes santuarios orientales. De hecho,  hay salmos que se atribuyen  Asaf, a los hijos de Coré, a Hemán y a Etán (o Yedutún) todos ellos cantores del Templo preexílico según las Crónicas. La tradición que atribuye a David muchos de los Salmos hace también remontarse a él la organización del culto, incluso los cantores, 1Cró.25, y se une a los viejos textos que lo presentan danzando y cantando ante Yahveh, 2S.6,5.16. Muchos de los salmos llevan indicaciones musicales o litúrgicas” (Biblia de Jerusalén).

En el Nuevo Testamento tampoco faltan los cánticos e himnos, así como numerosas invitaciones a cantar, especialmente en las cartas de San Pablo, como ya lo hemos citado arriba, y en el Apocalipsis.  (Ap.15,3-4; 19,1-4).

A comienzos del siglo II, un funcionario del Imperio (Plinio el Joven, gobernador de Bitinia) informa en una carta al emperador Trajano: “se reúnen (los cristianos) antes del amanecer y cantan a Cristo, a quien consideran como Dios”.

Muchos grandes Padres de la Iglesia, entre ellos San Atanasio, San Ambrosio y el ya citado San Agustín, nos legaron elogios al canto y la música. Es que durante toda la historia de la Iglesia siempre se ha practicado y fomentado el uso de la música y el canto. Durante los dos primeros siglos, a partir de que la Iglesia se separa del culto judío, se cantaban himnos compuestos por las mismas comunidades, luego predominó el canto de los salmos sin dejarse de utilizar los himnos. Al comienzo estos himnos se cantaban sin acompañamiento de instrumentos. Eran melodías sencillas que se aplicaban a los textos litúrgicos, a los himnos, plegarias y antífonas. Luego, ya desde el siglo IV, las melodías se hacen más artísticas y complicadas y comienzan a aparecer pequeños grupos de cantores y los coros acompañados de instrumentos musicales, dificultando la participación del pueblo.

En el siglo VI  llega a la cátedra de San Pedro el papa san Gregorio Magno (590-604). Ya en esta época se afianza la liturgia romana y nace el canto gregoriano. Su nombre se debe al impulso dado por este santo papa, doctor de la Iglesia, a la liturgia y todo lo atinente a ella, compuso una gran cantidad de piezas litúrgicas dándole al conjunto la forma definitiva que habría de conservar en el futuro. Respecto a esta forma de canto dice la S.C. “La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.” (Nº 116).

Desde fines del siglo XIII (época carolingia) el pueblo vuelve a participar más decididamente en los cantos litúrgicos. A partir del siglo XVI se hace evidente la polifonía con magníficas composiciones, obras de grandes maestros, entre ellos Palestrina (1525-1594), Lasus 1532-1594 y Luis de Vitoria (1540-1611), que nos han dejado trabajos de gran belleza, que son un intento por elevar la voz humana a la máxima expresividad, aunque dificultando nuevamente la participación del pueblo, lo que no se lo consideraba un inconveniente ya que la liturgia era apreciada por su grandiosidad, belleza y  exuberancia externa.

La participación del pueblo en los cantos vuelve desde mediados del siglo XIX de la mano del llamado “Movimiento Litúrgico” que comenzó a despertar un gran interés por la liturgia y su significado intrínseco. Primero fueron los cantos paralelos a la acción litúrgica y luego, a partir de la reforma Conciliar del Vaticano II, integrados a la celebración litúrgica. Esta circunstancia y el empleo de las lenguas vernáculas dio ocasión a la composición de miles de cantos nuevos, por lo que, y cito aquí a un excelente liturgista el P. Aquilino de Pedro: “sin cerrar la puerta a nuevas composiciones, urge la selección, pues en esa abundancia hay mucha música y muchas letras mediocres, poco dignas del culto. El canto requiere también cierta estabilidad para que pueda ser asimilado y vivido”. (Liturgia-Curso básico para fieles y comunidades).

Los instrumentos musicales. El instrumento musical litúrgico por antonomasia es el órgano de tubos. A él se refiere la SC en el Nº 120: “Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas, y levantar poderosamente la almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales”. El órgano fue introducido en la Iglesia hacia el siglo IX y pronto alcanzó la primacía de rey los instrumentos litúrgicos.

Debe decirse que hoy la variedad de instrumentos utilizados es grande, sin embargo conviene tener muy en cuenta la norma fijada por el Concilio al respecto: “En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor del artículo 22 párrafo 2, y artículos 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convenga a la dignidad del templo y contribuya realmente a la edificación de los fieles”. (SC Nº 120).

Terminamos esta referencia al tema de la música sagrada en la liturgia, con una recomendación del Concilio Vaticano: “Dese también una genuina educación litúrgica a los compositores y cantores, en particular a los niños”.

 

 

lunes, 27 de febrero de 2023

 

5. LA MISA – SUS PARTES – LA PARTICIPACIÓN DE LA ASAMBLEA EN LA EUCARISTÍA (Misal Romano 27)

 

“La Misa se puede decir que consta de dos partes, la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, tan íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto. En efecto, en la Misa se prepara la mesa tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles se instruyen y alimentan. Otros ritos inician y concluyen la celebración”. (Misal Romano28).

 

Ritos iniciales: canto de entrada; beso al altar; incensación del altar; signación; saludo del presidente; monición; acto penitencial; gloria; oración colecta.

Finalidad de estos ritos: (MR46)      * Constituir la comunidad.

                                        *  Disponerla a escuchar convenientemente la palabra de                                                       Dios.

                                                            *  Celebrar dignamente la Eucaristía.

 

La participación de la asamblea durante estos ritos es variada. Se pone de pié al comenzar la procesión de los ministros hacia el altar. Se une al canto de toda la comunidad, continuando con ese canto mientras se inciensa el altar. Se signa en nombre de la Santísima Trinidad y responde al saludo del presidente. Es invitada a reconocer sus faltas y pedir perdón. Glorifica a Dios Uno y Trino con el Gloria, y por medio del presidente eleva al Padre por Cristo en el Espíritu Santo sus intenciones, en la oración colecta. (MR 34-36)

 

La liturgia de la palabra:

Lecturas; AT; Salmo responsorial; carta del apóstol o narración de los Hechos de los apóstoles; Canto del Aleluya u otro canto previo al Evangelio; Proclamación del Evangelio; Homilía; Credo; Oración de los fieles.

 

A través de las lecturas bíblicas (MR 55-60)

           

·         Dios habla a su pueblo.

·         Hace presente el misterio de la redención y salvación.

·         Brinda el alimento espiritual.

·         Cristo se hace presente en medio de su pueblo.

 

Actitud de la asamblea: una actitud de escucha atenta y veneración a la palabra.

 

Participación de la asamblea: En el momento de la celebración de la palabra, la asamblea participa a través de: gestos (sentados, de pié); diálogos; cantos; aclamaciones a las lecturas; silencio; interviene con el salmo; proclama públicamente la fe; realiza la oración de los fieles con su aclamación a cada una de las intenciones que se proponen. (MR 55-56)

 

Todo lo desarrollado hasta aquí corresponde a la intervención de los fieles en la primera parte de la Misa. Pasemos ahora a la pare central de la celebración:

 

Liturgia Eucarística (MR 72)

Comprende tres momentos: Preparación de los dones; Plegaria Eucarística; Rito de la Comunión.

 

El rito de la preparación de los dones se desarrolla desde la procesión en la que son llevados los dones de pan y de vino al altar, hasta el Amén con que concluye la oración sobre las ofrendas.

por parte

La procesión que acompaña el traslado de los dones al altar, conserva la fuerza y el significado espiritual de su entrega voluntaria al Señor. Este rito es acompañado por el canto del cual participa toda la Asamblea. Llegados los dones y luego de haber sido ofrecidos al Padre por el sacerdote, éstos pueden ser incensados por quien preside, significando que la oblación de la Iglesia y su oración suben como el humo del incienso hasta la presencia de Dios (IGMR 75). Luego se inciensa al sacerdote en razón de su ministerio y a la Asamblea en razón de su dignidad bautismal.

El sacerdote, a un costado del altar, se lava las manos indicando con este rito el deseo de purificación interior. Todo el rito se cierra con la Oración sobre las Ofendas, previa invitación a orar por parte del sacerdote. (IGMR 73-77).

 Participación de la Asamblea en el rito de la presentación de los dones:

La Asamblea, encargada de llevar los dones al altar; participa con el canto de la procesión; su dignidad bautismal y el ejercicio de su función sacerdotal la capacita para entregarse al Padre junto con el Hijo.

Luego del rito de la presentación de los dones, sigue la Plegaria Eucarística, verdadero centro de la Celebración.

 Estructura de la Liturgia Eucarística:

 

·         Acción de Gracias - Prefacio. Se inicia con un diálogo entre el Presidente y la Asamblea.

·         Aclamación Trinitaria – Santo…     

·         Plegaria Eucarística – Anáfora o Canon

·                                 Epíclesis

·                                 Narración de la institución

·                                 Consagración

·                                 Anámnesis (Recuerdo de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión)

·                                 Epíclesis de Comunión

·                                 Oblación

·                                 Intercesión

·                                 Doxología Final

 

Participación de la Asamblea: Esta forma de participación es amplia, teniendo en consideración los distintos momentos de diálogos y aclamaciones: al comienzo del prefacio, el Santo, aclamación después de la consagración, el Amén de la Doxología final.

 

Los gestos del sacerdote y de la Asamblea: Los brazos abiertos y la imposición de las manos antes de la consagración por parte del sacerdote del sacerdote. La Elevación del Cuerpo y la Sangre del Señor y la genuflexión del Sacerdote después de cada elevación.

El estar de pie durante la Plegaria por parte de la Asamblea, indica vida, disposición, atención. El estar de rodillas al momento dela consagración, indica adoración.

RITO DE LA COMUNIÓN: Sus momentos: Introducción al Padrenuestro – Padrenuestro – Embolismo – Saludo de la Paz – Fracción del Pan y Cordero de Dios – Invitación a la Comunión y Antífona de Comunión – Comunión – Oración después de la Comunión. (MR 80-89).

Participación de la Asamblea: Lo hace particularmente recibiendo el Cuerpo del Señor consagrado en esa Misa (IGMR 85); cando de Comunión; Procesión para comulgar; Silencio.

RITO DE CONCLUSIÓN: Este rito es breve. Se pueden dar algunos avisos – Saludo y bendición y despedida. (El canto no es obligatorio). (MR 90)

 JAR.

jueves, 23 de febrero de 2023

 Vamos con la tercera parte de este trabajo preparado para ustedes.

4. LAS ACLAMACIONES DE LA ASAMBLEA EN LA EUCARISTÍA

Las aclamaciones eucarísticas son un tema que debe ser muy destacado, pues hace a la participación activa de los fieles que componen la asamblea. En la antigüedad cristiana, las primeras comunidades se expresaban participativamente a través de las aclamaciones, así el primer documento, fuera del NT, llamado Didajé, comenta la celebración eucarística a través del Amén, aclamado por el pueblo en la asamblea eucarística.

Del mismo modo la OGMR en los números 34 y 35 se refiere a ellas en relación a la participación de los fieles en la celebración de la Misa; así en el Nº 34 dice: “Como la celebración de la Misa es por naturaleza “comunitaria”, los diálogos entre el celebrante y los fieles reunidos, también las aclamaciones, tienen una gran fuerza: no sólo son signos externos de la celebración común, sino que favorecen y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo”. Y en el Nº 35: “Las aclamaciones y las respuestas a los saludos del sacerdote y a las oraciones constituyen ese grado de participación activa que se pide a los fieles reunidos, en cualquier forma de Misa, para que quede expresada y se favorezca la acción de toda la comunidad”.

No está demás destacar, como se ha dicho más arriba, la insistencia del Concilio a través de la constitución Sacrosantum Concilium respecto de la participación que se espera de la Asamblea, así es como en el Nº 14 anota: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano...” Este deseo está expresado en múltiples lugares de dicha Constitución conciliar, he aquí los números: 11; 19; 21; 27; 30; 41; 48 y 79, estas palabras aparecen en todos los números citados, por lo cual no puede obviarse la importancia que tiene este reclamo.

El orden de importancia de las aclamaciones es el siguiente:

·         Amén

·         Aclamaciones del acto penitencial

·         El Gloria

·         Las aclamaciones después de la primera y segunda lectura.

·         Aleluya

·         Santo

·         Las aclamaciones que siguen a la consagración.

Amén: Esta aclamación es la única que compartimos con las Iglesias Orientales, los Judíos y los Musulmanes, todos decimos Amén en distintos idiomas y por distintas cosas. En el Antiguo testamento aparece 367, y en el Nuevo Testamento 164. Es una vocablo hebreo derivado del verbo aman, que significa apoyarse sobre la roca, y se lo usa para sellar un juramento de fidelidad al Dios de la alianza. Dios hace un juramento de fidelidad a su pueblo y éste responde afirmativamente con el Amén que también implica adoración y alabanza, así como el deseo de que las cosas se cumplan. Esos sentidos aplicados a la palabra Amén dan lugar a que San Agustín diga que debe pronunciarse en su idioma original, porque la misma debe ocultar a los que no tienen fe, la fe que encierra la palabra como si fuera un código secreto que tiene la misma y su significado corto y profundo.

En las tres oraciones presidenciales, oración colecta, sobre las ofrendas y poscomunión, todos decimos Amén. Hay otro Amén mucho más importante al final de la doxología con que se cierra la Plegaria Eucarística; entonces ratificando las palabras del sacerdote actuante “in persona Christi”, todos concluimos con un Amén fuerte y vibrante convencidos de que estamos confirmando la verdad de nuestra fe y que realmente creemos en su significado. Este es el gran Amén que debiera ser cantado.

Otro Amén importante es el de la comunión, con él reafirmamos nuestra fe de recibir el Cuerpo de Cristo Sacramentado que nos fortalece para cumplir nuestra responsabilidad de cristianos.

Acto Penitencial: Comienza con la invitación del sacerdote a reconocer nuestros pecados. Le sigue un silencio y luego el rito se desarrolla de tres modos distintos. El primero con la fórmula del: “Yo confieso…”. El segundo con un diálogo entre el sacerdote y los fieles: S: “Señor, ten misericordia de nosotros”, F: “Porque hemos pecado contra Ti”. S: “Muéstranos Señor tu misericordia” F: “Y danos tu salvación”. En la tercera forma, el sacerdote o diácono canta o dice las invocaciones y la asamblea responde cantando o diciendo: “Señor ten piedad”.Finalmente el sacerdote concluye el rito con una fórmula de absolución.

Aleluya: Es la segunda aclamación importante y es también un término hebreo (Jaleluya) intraducible, y que etimológicamente quiere decir: “alabemos al Señor”, es una palabra muy usada en el libro de los salmos, pues a cada salmo o grupo  de estrofas el pueblo respondía con el Aleluya. Esta aclamación precede a la proclamación del Evangelio y la Iglesia le da tanta importancia que se canta todo el año salvo en la Cuaresma y luego se repone solemnemente en la noche de la vigilia pascual, cantado por el sacerdote tres veces y otras tantas por el pueblo. Nótese la importancia, que su canto no se suprime ni en las misas exequiales o de difuntos.

El Gloria: Su estructura se remonta al siglo III. En la Misa, hacia el siglo V. Se trata de un himno de origen y ejecución popular con melodía simple, casi recitativa. Pronto lo cantó el clero que participaba en las Misas. A partir de allí las melodías se enriquecieron, Posee tres partes: el anuncio de los ángeles en Belén, las alabanzas a Dios Padre y las invocaciones a Cristo. Dios Padre como principio y fin de todas las cosas y Cristo como el camino que nos conduce a Él.

Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del universo...: Por su naturaleza, es una vibrante aclamación que corona el Prefacio.  Su real significado es cercano al de: Todopoderoso, Creador de todo y que todo depende de Él. El texto con las palabras que lo completan: “Llenos están el cielo y la tierra de su gloria, Hosanna en el cielo; bendito el que viene en el nombre del Señor, Hosanna en el cielo” está inspirado en el profeta Isaías como una gran alabanza a Dios (trisagio), quien demuestra su santidad en el mundo transformándolo en nueva creación. Este es un canto por excelencia en oriente y occidente que pertenece a la asamblea, la que ejerce su función sacerdotal en el núcleo de la Plegaria Eucarística.

Su importancia queda subrayada por la introducción: “Por eso, con los ángeles y los arcángeles ofrecemos un himno a tu gloria diciendo sin cesar...”  Al Santo le sigue el prefacio de la Plegaria, el cual es esencialmente un canto. San Basilio Magno dice que la fuerza del canto hace que los ángeles desciendan sobre el altar para disponer convenientemente la mesa a la presencia del Espíritu Santo y que su fuerza transforme el pan y el vino en el Cuerpo y la Santa de Jesucristo.

Es bueno tener en cuenta que los cantos no deben cambiar lo que el texto de la Misa dice. Por ejemplo, en el Santo, algunas letras no tienen nada que ver con lo que se está proclamando.

 Aboquémonos ahora a las tres aclamaciones después de la Consagración. Todas tienen el sentido de fundamentar, reafirmar y recordar lo que celebramos: la muerte y la resurrección de Cristo.

Usualmente se utiliza sólo una de ellas, pero es de desear que se utilicen las tres. Claro que para ello debe acostumbrarse a la asamblea con el canto de las respuestas de cada una de ellas.

Primera aclamación, el sacerdote dice “Este es el misterio de la fe”. O bien: “Este es el Sacramento de nuestra fe”, y la asamblea responde aclamando: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”. Con esta aclamación afirmamos que verdaderamente Jesús murió, pero reafirmamos nuestra fe en su resurrección y manifestamos la esperanza de su vuelta. Manifestamos el sentimiento de que no sólo queremos tener a Cristo en el Pan, sino llegar al Reino y verlo personalmente, y así expresamos este deseo escatológico de que la promesa de encontrarnos nuevamente con Él se cumpla.

En la segunda aclamación, el sacerdote dice: “Éste es el misterio de la fe, Cristo nos redimió”, y el pueblo aclama: “¡Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, ¡hasta que vuelvas!”

Tercera aclamación, el sacerdote dice: “¡Este es el misterio de la fe, Cristo se entregó por nosotros!”, y la asamblea aclama: “¡Salvador del mundo, sálvanos, que nos has liberado por tu cruz y resurrección!”

Se trata de aclamaciones que en todo caso deben ser cantadas. Claro que no todas las comunidades están entrenadas para eso. Pero con un poco de esfuerzo se puede lograr el objetivo de hacer de las comunidades verdaderas asambleas de adoradores en espíritu y en verdad.

JAR

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



miércoles, 22 de febrero de 2023

 

2. LA ASAMBLEA QUE CELEBRA - Ver CATIC Nros. 1136-1144

La palabra asamblea, hoy ya aceptada por todos, ha sido recuperada hace poco tiempo. Es un término que se utilizaba en los primeros siglos del cristianismo, pero después se perdió. Idea de esto la da el hecho  que  hasta el Concilio Vaticano II se hablaba de asistencia de los fieles en las celebraciones litúrgicas, quedando oscuro el concepto entendido hoy de “asamblea”, y casi como dando a entender que el sujeto de la celebración era otro y que los fieles asistían o participaban de lo que realizaba el sujeto: el sacerdote celebrante.

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El concepto de asamblea queda claramente expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados, que “por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales” (CATIC Nº 1141; cf. LG Nº 10; 1Pe.2,4-5)

La Iglesia es cuerpo, esposa, signo visible de Cristo, por eso “el culto público íntegro, es ejercido por el Cuerpo Místico de Cristo, es decir por la Cabeza y sus miembros” (SC Nº 7) Así la comunidad eclesial, por el Bautismo, participa del sacerdocio de Cristo y está habilitada para ofrecer el sacrificio agradable a Dios. La celebración se convierte así en “fuente de donde mana” la vida y la actividad de los fieles y el “culmen” hacia donde debe dirigirse su acción. (Cf. SC Nº 10).

Esta condición sacerdotal del pueblo de Dios implica a todos los bautizados, pero no debe confundirse este sacerdocio llamado común de los fieles o real, con el sacerdocio ministerial, los que “diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacrificio de Cristo” (LG Nº 10).

“En la celebración de la Misa los fieles forman la nación santa, el pueblo adquirido por Dios y el sacerdocio real, para dar gracias a Dios y ofrecer no sólo por manos del sacerdote, (que preside) sino juntamente con él, la víctima inmaculada, y aprender a ofrecerse a sí mismos...” (IGMR Nº 95-97). De más está añadir que la palabra “fieles” no se refiere exclusivamente a los “laicos”, sino a todos los fieles cristianos, desde el Papa hasta el último de los bautizados.

De modo que la Iglesia toda, Cabeza y miembros, el “Cristo Total”, es quien celebra, renovando su entrega oblativa al Padre para la salvación de los hombres.

En el Antiguo Testamento, el pueblo que se reunía para renovar la Alianza se denominaba “la asamblea del Señor”, en hebreo “Qahal Yahvé”. Ahora bien, el término “Qahal” encierra una idea de “convocatoria”, de “ser llamados”. Los israelitas tenían la conciencia de que no formaban una “asamblea” por su propia decisión, sino más bien que era Dios quien los convocaba y los llamaba a la reunión. Así se dieron en forma significativa las grandes asambleas del pueblo de Israel, como en Ex. 24,1-8; 1Re 8 y Ne.8-9. Esta palabra Qahal fue traducida al griego por: ekklesía, de allí pasó al latín: ecclesia, y al español: iglesia.  (Ver…

El libro de los Hechos de los Apóstoles describe a las primeras comunidades reuniéndose “en un mismo lugar” y formando “un solo corazón y una sola alma” (Hech.4).

El sujeto de la acción litúrgica. El sujeto o actor principal de la acción litúrgica es Cristo, porque es su obra la que se actualiza en la acción litúrgica. Ahora bien “en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia... (SC Nº 7). Por lo tanto, cuando decimos que la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica, decimos que la Iglesia es sujeto asociado a Cristo. Él nos da el privilegio de ser nosotros actores, sujetos de la celebración.

Si la Iglesia (Pueblo de Dios) es también sujeto de la acción litúrgica (celebración), el Concilio Vaticano II concluyó tajantemente que las acciones litúrgicas no son obra de algunos privilegiados, sino de toda la Iglesia: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de unidad, es decir pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan e influyen en él. Atañen a cada uno de los miembros de modo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.” (SC Nº 26).

Esto que hoy nos parece lo más natural, es una verdad que había quedado en la penumbra desde la Baja Edad Media (siglos XIII-XV). El estudio de textos litúrgicos antiguos y de la teología bíblica y litúrgica ha contribuido a restablecerla. Por lo tanto, no hay celebración de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero la celebración no es de ellos solos, es de todos.

Características de la Asamblea litúrgica.

La Asamblea litúrgica es profundamente original. Está compuesta por personas con mucho en común, pero también con algunas diferencias, es decir que cada uno conserva su propia identidad individual; por eso mismo la asamblea está atravesada por tensiones propias de este tipo de grupo de personas. Vamos a enumerar algunas de esas características y tensiones.

  • Es una reunión de creyentes. Celebran la fe quienes creen. De hecho, la liturgia exige una previa evangelización. Pero lo cierto es que hoy en día, en nuestras celebraciones están también presentes muchos cristianos de fe débil e, incluso, personas alejadas de la fe, o no evangelizadas (esto último puede encontrarse en los funerales, en las bodas, en los bautismos, etc.). Por tal razón hemos de celebrar la liturgia en clave evangelizadora, es decir procurar que ella sea, también, un anuncio evangelizador. (Cf. SC 9)
  • Es un grupo unitario y diverso a la vez. La Asamblea es y debe ser factor de unidad, que recibe a todos por igual a pesar de las diferencias. Así, en ella no debe haber distinción de sexo, origen, cultura; tampoco acepción de personas en cuanto al poder económico o social; ni siquiera con relación a la fe: niños adultos, pecadores, santos, etc. (Cf. Gal.3,28; Rm.12,12; St.2,1-4; 1Cor.11,30; 1Jn.1,8-10).
  • Es carismática y jerárquica. Es decir, no es una mezcla de gente anónima y sin personalidad, sino una comunidad dotada de diferentes dones y carismas y estructurada al servicio de la unidad y de la caridad (1Cor.12,4-11). En la práctica esto se traduce en la unión de los diversos ministerios (presidente, diáconos, acólitos, lectores, monitor o guía, músicos, cantores, etc.) dentro de la celebración, los que no son un privilegio sino un compromiso.
  • Es una comunidad. Esta palabra involucra la idea de que se debe superar lo individual a favor de lo comunitario; pasar del “yo” al “nosotros”, es decir aceptar que cada uno forma parte de la Iglesia que celebra el gozo de la entrega con Jesús al Padre en el Espíritu Santo. (Cf. SC 26)

Ahora veremos cómo debe ser la “participación” de esta Asamblea en las celebraciones litúrgicas, conforme al espíritu de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.

 

lunes, 20 de febrero de 2023

Comenzaremos hoy a incorporar un trabajo sobre el tema Liturgia, el cual se ira completando diariamente. Les ruego en consecuencia, en caso de interesarles,  estar atentos  a las publicaciones diarias. Esta se iniciará con el enunciado de lo que será tratado en forma detallada. Espero que les pueda ser útil.


APORTES PARA LA MEJOR COMPRENSIÓN Y PARTICIPACIÓN EN LA SAGRADA LITURGIA

     PARTE I

1.     La Liturgia

2.     La Asamblea que celebra

3.     La participación de la Asamblea en la Celebración Litúrgica

4.     Las aclamaciones de la Asamblea en la Eucaristía

5.     La Misa –Sus partes – Participación de la Asamblea en la Santa Misa

 

PARTE II

6. La Música y El Canto en la Liturgia

7. Los Colores Litúrgicos

8. La Oración de los Fieles – Como se prepara

9. El Guía y la confección de guiones


Mañana comenzaremos con el desarrollo de los temas enunciados. 



Allá vamos:

 PARTE I:

1.  NATURALEZA E IMPORTANCIA DE LA LITURGIA.

La Constitución sobre la Sagrada Liturgia “Sacrosantum Concilium” nos ayudará a descubrir la naturaleza e importancia de la Liturgia. En primer lugar veamos los fines que el mismo Concilio se ha propuesto (SC Nº 1):

  • Acrecentar la vida cristiana

·         Adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio.

  • Promover todo lo que pueda contribuir a la unión de quienes creen en Cristo.
  • Fortalecer lo que sirve para invitar a todos al seno de la Iglesia.

A continuación, en el mismo párrafo, los Padres conciliares agregan el medio propuesto para conseguir esos fines determinados: “Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia”.

Así, el fin enunciado de “acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana”, se corresponde con las siguientes expresiones expuestas en el Nº 2:

“La liturgia por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra redención, sobre todo

en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en grado sumo a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo, y  la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia”.

 

Otro de los fines consignados: “Promover todo lo que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Cristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia”, tiene su expresión fundamental en otros párrafos del citado Nº 2:

            Por eso al edificar día a día a los que están dentro...la liturgia robustece también ...sus fuerzas para predicar a Cristo y presentar así la Iglesia a los que están afuera... para que debajo de El se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor”.

 

Entre los números 5 y 13 el Concilio explicita puntualmente cómo la naturaleza humana unida a la persona del Verbo se convierte en instrumento de salvación, realizándose así plenamente nuestra reconciliación con el Padre y dándosenos la plenitud del culto divino.

Esta obra redentora del Hijo y de la perfecta glorificación de Dios, Cristo la realiza principalmente por el misterio pascual de su pasión, muerte, resurrección y su gloriosa asunción al cielo, y constituido Mediador entre Dios y los hombres (cf. Nº 5)

Así, después de su glorificación, Cristo envió a los apóstoles a predicar y realizar la obra de salvación, anunciándola mediante “el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica” (S.C. Nº 6).

Para la realización de esta obra tan grande de nuestra santificación, “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (Nº 7). A esta obra santificadora está siempre asociada la Iglesia que invoca a su Señor y por El, con El y en El tributa culto al Padre Eterno (S.C. Nº 7).

Todo lo anterior es enriquecedor respecto a la naturaleza e importancia de la liturgia. Pero hay algo más todavía. El Nº 7 de la constitución dice: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”. Esta expresión contiene toda la riqueza de valoración del culto sagrado capaz de incentivar en los fieles a una participación plena, consciente, activa y fructuosa de la liturgia.  (cf.S.C. Nros: 11, 19, 21, 27, 30, 41, 48 y 79).

 

¿Qué se entiende cuando decimos Liturgia? ¿Se puede definir?

Primero veamos qué no es la liturgia:

No es un espectáculo sagrado. Dice Pio XII: “No es parte solamente externa y sensible del culto divino, ni el ceremonial decorativo (Mediator Dei 25).

Además, los espectáculos, no siempre son gratuitos, buscan ser atractivos y tienen un motivo meramente social, humano.

No es el cumplimiento legal de unos ritos (Ritualismo – Juridicismo) Si celebramos por cumplir una norma social, por tradición o costumbre o mandato, seriamos meros funcionarios. ¿Cómo podría ser culto perfecto, adoración en Espíritu y Verdad, si la convertimos en ritualismo y legalismo?

Pio XII decía que la liturgia no es “el conjunto de leyes y preceptos por los que la Jerarquía ordena el conjunto de ritos” (MD 25)

No es un acto de culto privado: No se trata de la piedad individual hecha pública: una acción en la cual los participantes no se sienten parte de una comunidad, no se identifican con ella, ni se sujetan a sus normas y condiciones, sino que cada uno busca la realización de sus gustos y procura realizarlos en privado.

No es expresión externa del sentimiento religioso natural. Así se convertiría en mera manifestación de nuestra dependencia del ser supremo, válida para cualquier ser humano y cualquier religión. ¿Cómo podría ser ejercicio del Sacerdocio de Cristo, si se quedara en algo meramente antropológico?

 

¿Qué es, entonces, la Liturgia?:

El Concilio Vaticano II, después de una introducción que sustenta admirablemente la posición teológica de la Liturgia, la define así: “Con razón, entonces, se considera a la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro”. (SC7).

A partir de allí el Concilio va a poder decir que “la liturgia es la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor” (SC10).

“Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cuál las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.” (SC10).

Dice el Catecismo: Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo. (CATIC 1068)

 

 De todo lo anterior se deduce también que la liturgia:

·         Tiene su idioma o lenguaje: el de los signos y símbolos.

·         Que requiere una clave para su comprensión: la fe y el conocimiento religioso.

·         Lo cual supone: la evangelización - el kerigma, la catequesis y la mistagogia.

·         ¡CUIDADO, un peligro del lenguaje litúrgico!: la mera exterioridad - el divorcio:

                       liturgia y vida.

 

Si el idioma de la liturgia es el de los signos y de los símbolos es obvio decir algo al respecto.

De hecho, toda palabra oral o escrita es un signo. Al decir o escribir mamá o papá, entendemos que significan algo preciso. Pero, además de las palabras, en la liturgia se emplean muchos otros signos y símbolos. Pero cuidado, signo y símbolo no son lo mismo.

 

El SIGNO: es una señal sensible (es decir que se percibe por los sentidos) que nos trae a la mente otra señal clara, definida, comprensible; por ejemplo las palabras, como antes se menciona; las señales de tránsito; el semáforo, el humo, etc.

El SIMBOLO: Es un elemento sensible que hace presente una realidad de otro orden, de otro nivel, más intuitivo que racional. (Imagen, figura o divisa con el que se representa un concepto, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre ambos. p.ej. El Ave Fénix = resurrección).

En la liturgia entramos en contacto con realidades trascendentes, como el sentido de la vida, la relación con Dios, la presencia de Cristo, etc. Todo esto está más allá de lo que podamos razonar.

 

El símbolo es un elemento capaz de ser captado por los sentidos y que remite a una realidad de otra orden, percibida de forma más intuitiva que racional, es decir que nos remite a una realidad no captada plenamente en el orden del razonamiento.

Cuando vemos una bandera de color rojo o el color rojo en la casulla del sacerdote, lo que nos sucede es algo distinto. El color rojo nos remite a distintos significados e inclusive a otros significantes: el fuego, el Espíritu Santo, la revolución; en este caso se trata de un símbolo.

El símbolo nos hace presentes realidades que no alcanzamos a razonar, pero que intuimos o experimentamos. Una corona de flores que se coloca al pié del monumento del prócer nos remite a la idea de la muerte, la vida entregada por la patria, la gratitud, etc. El banquete de bodas remite a otros significantes, como son el cariño, la alegría, la vida.

Gratuidad del símbolo. A diferencia del signo, el símbolo no es utilitario. Si nos repartimos una torta de cumpleaños, no es para alimentarnos; si ponemos encima unas velas, no es para que iluminen; si ponemos flores en un monumento, no es para adornarlo. Si nos acercamos a la mesa eucarística, no es para alimentar nuestro cuerpo. Es decir, el símbolo no tiene sentido utilitarista. El símbolo es gratuito.

El símbolo consiste en realzar algo, es ponerlo entre comillas, separándolo de su contexto habitual. La vela está hecha para iluminar, pero si coloco una vela en el centro de la mesa en un lugar inundado de luz, le doy otro significado, la convierto en un símbolo. Por ejemplo, en la florería hay montones de rosas, y en las panaderías hay kilos de pan. Pero si yo tomo una rosa y la regalo a alguien, esa rosa se convierte en un símbolo, a través del cual quiero expresar algo y a su vez a la persona que la recibe le significa otras realidades. Asimismo resulta que algunas personas se reúnen los domingos para ofrecer y comer un poco de pan, entonces el pan se convierte en símbolo, en sacramento de alguien.

En el signo, el sentido es limitado, es cerrado. La palabra y el sonido “rosa” designa una especie de flor concreta, lo mismo que la palabra “pan” designa un alimento conocido.

Con el símbolo, en cambio, el sentido siempre es nuevo e ilimitado. Desde que existe la rosa, ha servido para expresar el amor, también con sus sufrimientos ya que “no hay rosas sin espinas”. El pan es símbolo de todo lo  que alimenta al hombre, el trabajo duro (decimos ganarse el pan), la amistad, las dificultades de la vida. (el pan duro), etc. Desde siempre, el hombre descubre significados nuevos en los regalos que hace.

Entonces digamos que a diferencia del signo que es conocimiento, el símbolo es el lugar del reconocimiento.

Seguimos mañana.