PARTE II
6. LA MÚSICA Y EL CANTO EN LA LITURGIA:
La música, un tema específico de la Liturgia. (MR
39-41)
El tema de la música en la liturgia ha sido suficientemente tratado en la
Constitución Sacrosantum Concilium del Vaticano II, ya que ella constituye un
elemento propio de la liturgia. Todo el capítulo VI está dedicado a la música sacra.
En el Nº 112 comienza dando razón de esa
importancia expresando: “el canto
sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia
solemne”. No omite tampoco la referencia al tesoro de inestimable valor que
representa la tradición musical de la Iglesia. Este valor es acentuado dada la
“función ministerial de la música sagrada
en el servicio divino”, así como también el grado de estima consignado por
la Sagrada Escritura: “Cuando se reúnan,
reciten salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y celebrando al Señor
de todo corazón” (Ef.5,19), y “Canten
a Dios con gratitud y de todo corazón, salmos, himnos y cantos inspirados”
(Col.3,16). Su vinculación a la sagrada liturgia hace que la música también
participe de la finalidad de toda acción sagrada: “la gloria de Dios y la santificación de los fieles”.
San Agustín expresa así sus sentimientos ante la música oída en los templos: “¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos,
fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba!
Entraban aquellas voces a mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi
corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y
me iba bien con ellas” (cf. Confesiones IX,6,14).
Importancia de lo humano. La música y el canto son expresiones
profundas y trascendentes de la actividad humana. Siendo la música y el canto
un arte, son un medio de expresión y comunicación más completo y profundo que
el lenguaje corriente. El ser humano experimenta la riqueza de la música desde
la cuna mediante las canciones de su madre, y luego en un sinnúmero de
expresiones musicales durante su vida, mediante las cuales expresa sus sentimientos
más íntimos, hasta los cantos fúnebres con que la Iglesia manifiesta la esperanza
confiada en la bondad y misericordia divina. ¿Qué otro modo más expresivo y
hondo para manifestar los sentimientos que la música?
Importancia de lo religioso.
Dado que los sentimientos
religiosos se insertan en lo humano, el hombre no puede despreciar ese
potencial tan rico y propio de su naturaleza como el canto para insertarlo en
su realidad de ligazón con lo divino. Una religiosidad que prescindiera de la
música y el canto, adolecería de una verdadera expresión como tal. Así como el
ser humano necesita expresarse naturalmente por medio de la música y el canto,
con mayor razón la necesita en la manifestación de su religiosidad, que es
afirmación de su trascendencia.
Un autor liturgista experimentado dice: “El
canto es un importante punto de contacto entre el Evangelio y la cultura. No se
puede implantar sólidamente la fe si se prescinde de él” (J. Galineau – “La
liturgia renovada”).
La expresión del gran papa, el Venerable Pio XII tiene carácter de
verdadera síntesis: “La música está más
próxima al culto divino que la mayor parte de las otras bellas artes, como son
la arquitectura, la pintura o la escultura. Éstas tratan de preparar un marco
digno a los ritos divinos. Aquélla, al contrario, ocupa lugar principal en el
desarrollo de las ceremonias y de los ritos sagrados” (Pio XII – Encícl.
Musicae Sacrae Disciplina).
Finalidad del canto
litúrgico. La Constitución SC, la expresa así: “La música sacra, por consiguiente, será
tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea
expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea
enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados.......atendiendo a la finalidad
de la música sacra, que es la gloria de Dios y la santificación de los
fieles...” (SC º 112).
En definitiva, entonces, el canto litúrgico es liturgia, no algo ajeno,
algo externo que se le agrega. Al mismo tiempo el canto como la palabra es
signo, más bien es expresión simbólica de la actitud de íntima unión personal y de la asamblea litúrgica con Aquel
a quien se dirige el canto.
Conviene aquí también tener presente lo indicado en la OGMR Nº 47, que
textualmente enuncia: “Una vez reunido el
pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, comienza el
canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fomentar
la unión de los que se han congregado e introducir los espíritus en el misterio
del tiempo litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión del sacerdote y
los ministros”.
Algo de historia. El Antiguo Testamento abunda en textos
líricos consistentes en himnos destinados a ser cantados y dispersos en
distintos libros, sin olvidar el Libro de los Salmos que incluye la colección
de cantos religiosos de Israel. La liturgia judía en el templo, en las sinagogas
y en las casas incluía cantos. Así por ejemplo muchos salmos fueron compuestos
para animar las procesiones de fieles que se dirigían al templo; así las “Canciones
de las Subidas”: Sal.120-134, como el salmo 84, eran cantos de peregrinación al
Santuario.
JAR
“El Salterio es la colección
de cantos religiosos de Israel. Sabemos por otra parte, que entre el personal
del Templo figuraban los cantores y, si bien éstos no son mencionados
explícitamente hasta después del Destierro, es cierto que existieron desde el
principio. Las fiestas de Yahveh se celebraban con danzas y coros, cf.
Jc.21-19-21; 2S.6,5.16. Según Am.5,23, los sacrificios se acompañaban con
cánticos y, puesto que el palacio real tenía sus cantores en tiempo de David,
2S.19,26 y de Ezequías, según los anales de Senaquerib, el templo de Salomón
debió tener los suyos, como todos los grandes santuarios orientales. De
hecho, hay salmos que se atribuyen Asaf, a los hijos de Coré, a Hemán y a Etán
(o Yedutún) todos ellos cantores del Templo preexílico según las Crónicas. La
tradición que atribuye a David muchos de los Salmos hace también remontarse a
él la organización del culto, incluso los cantores, 1Cró.25, y se une a los
viejos textos que lo presentan danzando y cantando ante Yahveh, 2S.6,5.16.
Muchos de los salmos llevan indicaciones musicales o litúrgicas” (Biblia de
Jerusalén).
En el Nuevo Testamento tampoco faltan los cánticos e himnos, así como numerosas
invitaciones a cantar, especialmente en las cartas de San Pablo, como ya lo
hemos citado arriba, y en el Apocalipsis.
(Ap.15,3-4; 19,1-4).
A comienzos del siglo II, un funcionario del Imperio (Plinio el Joven,
gobernador de Bitinia) informa en una carta al emperador Trajano: “se reúnen (los cristianos) antes del amanecer y cantan a Cristo, a
quien consideran como Dios”.
Muchos grandes Padres de la Iglesia, entre ellos San Atanasio, San Ambrosio
y el ya citado San Agustín, nos legaron elogios al canto y la música. Es que
durante toda la historia de la Iglesia siempre se ha practicado y fomentado el
uso de la música y el canto. Durante los dos primeros siglos, a partir de que
la Iglesia se separa del culto judío, se cantaban himnos compuestos por las mismas
comunidades, luego predominó el canto de los salmos sin dejarse de utilizar los
himnos. Al comienzo estos himnos se cantaban sin acompañamiento de
instrumentos. Eran melodías sencillas que se aplicaban a los textos litúrgicos,
a los himnos, plegarias y antífonas. Luego, ya desde el siglo IV, las melodías
se hacen más artísticas y complicadas y comienzan a aparecer pequeños grupos de
cantores y los coros acompañados de instrumentos musicales, dificultando la
participación del pueblo.
En el siglo VI llega a la cátedra de
San Pedro el papa san Gregorio Magno (590-604). Ya en esta época se afianza la
liturgia romana y nace el canto gregoriano. Su nombre se debe al impulso dado
por este santo papa, doctor de la Iglesia, a la liturgia y todo lo atinente a
ella, compuso una gran cantidad de piezas litúrgicas dándole al conjunto la
forma definitiva que habría de conservar en el futuro. Respecto a esta forma de
canto dice la S.C. “La Iglesia reconoce
el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias,
por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.” (Nº
116).
Desde fines del siglo XIII (época carolingia) el pueblo vuelve a participar
más decididamente en los cantos litúrgicos. A partir del siglo XVI se hace evidente
la polifonía con magníficas composiciones, obras de grandes maestros, entre
ellos Palestrina (1525-1594), Lasus 1532-1594 y Luis de Vitoria (1540-1611),
que nos han dejado trabajos de gran belleza, que son un intento por elevar la
voz humana a la máxima expresividad, aunque dificultando nuevamente la
participación del pueblo, lo que no se lo consideraba un inconveniente ya que
la liturgia era apreciada por su grandiosidad, belleza y exuberancia externa.
La participación del pueblo en los cantos vuelve desde mediados del siglo
XIX de la mano del llamado “Movimiento Litúrgico” que comenzó a despertar un
gran interés por la liturgia y su significado intrínseco. Primero fueron los
cantos paralelos a la acción litúrgica y luego, a partir de la reforma Conciliar
del Vaticano II, integrados a la celebración litúrgica. Esta circunstancia y el
empleo de las lenguas vernáculas dio ocasión a la composición de miles de
cantos nuevos, por lo que, y cito aquí a un excelente liturgista el P. Aquilino
de Pedro: “sin cerrar la puerta a nuevas
composiciones, urge la selección, pues en esa abundancia hay mucha música y
muchas letras mediocres, poco dignas del culto. El canto requiere también
cierta estabilidad para que pueda ser asimilado y vivido”. (Liturgia-Curso
básico para fieles y comunidades).
Los instrumentos musicales. El instrumento musical litúrgico por antonomasia
es el órgano de tubos. A él se refiere la SC en el Nº 120: “Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como
instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable
a las ceremonias eclesiásticas, y levantar poderosamente la almas hacia Dios y
hacia las realidades celestiales”. El órgano fue introducido en la Iglesia
hacia el siglo IX y pronto alcanzó la primacía de rey los instrumentos
litúrgicos.
Debe decirse que hoy la variedad de instrumentos utilizados es grande, sin
embargo conviene tener muy en cuenta la norma fijada por el Concilio al
respecto: “En el culto divino se pueden
admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad
eclesiástica territorial competente, a tenor del artículo 22 párrafo 2, y
artículos 37 y 40, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado,
convenga a la dignidad del templo y contribuya realmente a la edificación de
los fieles”. (SC Nº 120).
Terminamos esta referencia al tema de la música sagrada en la liturgia, con
una recomendación del Concilio Vaticano: “Dese
también una genuina educación litúrgica a los compositores y cantores, en
particular a los niños”.