sábado, 4 de diciembre de 2010

GESTOS Y SIMBOLOS DE LA LITURGIA - La importancia de tocar,


En la celebración utilizamos los cinco sentidos. Oímos la Palabra, vemos la acción, gustamos el pan y el vino,olemos el perfume del incienso: y también entra en funcionamiento—y muy abundantemente—nuestro tacto.
La corporeidad adquiere en la liturgia toda su importancia. El hombre no sólo es espíritu, sino también cuerpo. Y el cuerpo expresa, comunica, realiza sus sentimientos más humanos y profundos. Por el tacto, en concreto, experimentamos la realidad, nos acercamos a las personas y las cosas, nos relacionamos con ellas. La apertura a la vida, por parte de los niños pequeños—y luego volverá a serlo para los ancianos y los enfermos—es fundamentalmente a través del tacto.

"Tocar", lenguaje de los sacramentos
Es realmente sorprendente repasar bajo esta clave del tacto nuestras celebraciones: el lenguaje del "tocar" está presente en todas ellas.
En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les ungimos en el pecho o les imponemos la mano sobre la cabeza, les sumergimos en agua o les bañamos con ella, volvemos a ungirlos sobre la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca—si se hace el signo del "effeta"—; y en la oración de bendición del agua el sacerdote "toca el agua con la mano derecha"...
En la Confirmación, además de la imposición de manos, se les unge a los confirmandos sobre la frente con el crisma: el que les presenta al obispo "coloca su mano derecha sobre el hombro" de cada uno, y al final el obispo suele darles, como gesto de paz, no sólo un saludo de palabra, sino un abrazo o un beso.
En la Eucaristía el ministro besa el altar, toca con su mano y luego besa el libro del Evangelio; los fieles son invitados a comer y beber el Cuerpo y Sangre del Señor; el que quiere puede recibir el Pan muy dignamente en su mano; y antes de ir a comulgar nos damos la mano o el abrazo de paz...
En el sacramento de la Penitencia se ha restituido como gesto simbólico de reconciliación el que el ministro coloque sus manos (o al menos la derecha) sobre la cabeza del penitente.
En la Unción el sacerdote unge con los óleos la frente y las manos del enfermo.
En las Ordenaciones, además de la entrega de los signos propios (tocar el Leccionario, o la patena con el pan y el cáliz con el vino), y de la unción de manos, los candidatos sienten sobre su cabeza la mano del obispo en el momento de invocar sobre ellos la fuerza del Espíritu.
En el Matrimonio los nuevos esposos se dan el mutuo "sí" mientras se
toman de las manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen mutuamente el anillo en el dedo, y asimismo se dan el abrazo o el beso de paz.
Son innumerables, pues, los momentos en que la celebración sacramental usa este lenguaje del contacto físico, para manifestar la comunicación de la gracia: imposición de manos, contacto con el agua, unciones, besos, abrazo de paz, imposición de la ceniza, el comer y el beber, los golpes de pecho, el lavatorio de los pies, la entrega de símbolos o insignias (por ejemplo, para los religiosos, el hábito, las reglas, el anillo)...

Los gestos de Jesús
La salvación que nos ofreció Jesús era la salvación espiritual, la reconciliación con Dios, la paz interior, el perdón de los pecados, la comunicación de su gracia y su vida.
Pero era también salvación total, humana, espiritual y corporal a la vez. Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos visibles, que afectaban también la corporeidad del hombre. No sólo nos dijo que Dios nos amaba, sino que curó a los enfermos. No sólo nos encargó que nos amáramos los unos a los otros, sino que nos enseñó a lavarnos los pies como gesto de esta fraternidad.
Es interesante ver cómo aparece en los evangelios que Jesús tocaba a los que quería comunicar su fuerza salvadora.
Se le acercó un leproso, y él, "extendiendo la mano, le tocó y le dijo: quiero, sé limpio" (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: "entonces tocó sus ojos, diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y "le presentaban a los niños para que los tocase... y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos" (Mc 10,13). A la suegra de Pedro "le tocó la mano y la fiebre la dejó" (Mt 8,15). Al sordomudo "le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: effeta, ábrete" (Mc 7,33).
Al criado herido por Pedro, Jesús, "tocándole la oreja, le curó" (Lc 22,51).

A la niña del jefe de la sinagoga "le tomó de la mano y ésta se levantó" (Mt 9,25). Al ciego de nacimiento "hizo un poco de lodo y le untó sus ojos" (Jn 9,6)...
Tiene un significado profundo ese "tocar" de Jesús: es la mano de Dios, visibilizada en la de Cristo, que sana, bendice, protege, comunica vida, perdona, da seguridad...
Ahora la Iglesia, con sus sacramentos, continúa esa acción de Cristo con el mismo lenguaje de cercanía corporal.

¿Una liturgia incorpórea?
En nuestras celebraciones hemos cuidado mucho—sobre todo estos últimos años—la audición de la Palabra o de los textos de oración. Pero hemos descuidado un poco la importancia que tiene el lenguaje de otros signos: el movimiento, el simbolismo, la abundancia... En concreto damos poco relieve al contacto físico.
Las celebraciones pueden resultar así muy decorosas, muy racionales y ordenadas, pero faltas de expresividad.
Sería interesante reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a descuidar esta abundancia "sensorial" de nuestra liturgia. ¿Por el escrúpulo del contacto físico?; ¿para evitar una excesiva materialización y concretización?; ¿por cierto tono de espiritualidad anti-corporal? Tal vez hemos espiritualizado demasiado el concepto de "salvación" (la clásica "salvación del alma", en vez de "la salvación de todo el hombre") y reducido nuestra celebración a uno o dossentidos: la audición, y en todo caso la visión, sin apenas movimiento y cercanía de contacto. A los fieles no se les permitía "tocar" con su mano el pan consagrado, o el cáliz, o acercarse al altar o al ambón... Se ha estilizado el pan eucarístico de tal modo que ya no parece pan. Se ha desfigurado el sentido de la unción de modo que ya no se toca apenas el cuerpo y no tiene ningún parentesco
con los diversos "masajes" que nos damos continuamente en la vida humana.
Los cristianos, tal vez por herencia de los judíos, hemos dado prioridad a la palabra "dicha y oída", y no tanto a la "acción" de la liturgia, más encarnada y concretizada en el lenguaje de los otros sentidos, que se ha venido a minimizar hasta los límites del "validismo".
Con respecto al "tocar" parece que hayamos desarrollado mucho más el precepto negativo: "no tocar". Hemos seguido más el "no te acerques" de la visión de Moisés (Ex 3,5) que el estilo de Jesús. Es mas bien el "tabú" (no tocar), con todo su sentido de lejanía o de miedo, que el "dejad que los niños vengan a mí" de Jesús.

La salvación de Dios nos alcanza y nos toca. Y sin embargo, el lenguaje del contacto es todo un símbolo de cercanía, de personalización, de toma de posesión, de eficacia.
Es el símbolo de que Dios nos alcanza con su gracia, en el espacio y en el tiempo, a cada uno de nosotros, y que nosotros acogemos su don con todo nuestro ser.
Al igual que el amor de Dios—inefable, invisible—se nos manifestó en la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia—invisible, inefable—en el lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber...
Las palabras son un medio de comunicación estupendo y necesario.  Pero muchas veces un gesto o un contacto son el mejor discurso. El beso que el Viernes Santo damos a la Cruz no necesita muchos discursos para expresar su intención. Cuando el penitente o el confirmado o el ordenado sienten sobre su cabeza la mano del ministro, experimentan, aún sin demasiadas palabras, la transmisión del don de Dios.
El gesto de tocar sacramentalmente expresa muy bien la acción de un Dios que salva, la respuesta de nuestra fe, la relación con una persona. El tocar individualiza, acerca, comunica, estimula, manifiesta y "realiza" las ideas y los sentimientos. En el fondo el tocar es signo de amor, de solidaridad y cercanía. Y esto lo fue en el modo de actuar de Cristo, y lo es en la actividad sacramental de la Iglesia, y también en nuestra vida de relaciones humanas.
Está bien que nuestra liturgia sea una liturgia de palabras (la palabra es también, en cierto sentido, contacto a distancia). Pero debe ser más todavía liturgia de "presencia" y de actuación. Y para esto tienen que entrar en funcionamiento todos los sentidos. Es, precisamente, el lenguaje específico de la liturgia, que no quiere primordialmente transmitir doctrinas ni manejar ideas, sino celebrar la acción de Cristo y de la comunidad cristiana por medio de los signos sacramentales.
Ni absolutizar ni empobrecer
Es verdad que existe el peligro del exceso: se puede caer en la tentación de absolutizar el gesto del contacto, lo cual sería caer en la superstición. Uno de los motivos por los que la Iglesia progresivamente suprimió la comunión con el Vino en la Eucaristía fue tal vez lo que ya contaba Cirilo de Jerusalén a fines del siglo cuarto: algunos fieles se tocaban con la Sangre del Señor los ojos, la frente, las manos...
Es fácil observar a este respecto un doble movimiento en la historia. Por una parte la instintiva tendencia a "ritualizar" simbólicamente, con gestos corporales, todo lo relativo a lo Santo y a la fe. Pero por otra, precisamente por miedo a que esta concretización corporal se erija en algo absoluto y buscado por sí mismo, la consigna de relativizar y hasta de evitar esta ritualización.
Jesús nos enseñó la síntesis: nos enseñó y nos encomendó el lenguaje de los gestos y a la vez nos llamó la atención sobre la prioridad de lo interior y de las actitudes de fe.
No tenemos que caer en el extremo del ritualismo, como
supervaloración del gesto—en este caso, del contacto físico—, pero tampoco en el opuesto, la angelización y desencarnación de la fe.
La liturgia—como por otra parte la vida misma del hombre—habla con símbolos, elementos visibles, movimiento, abundancia de gestos, cercanía, imágenes, música. Y en concreto con el lenguaje del contacto físico en sus varias formas. Así manifiesta la actuación de Dios y la mediación de la Iglesia, así como la respuesta interior de fe, que afecta a la totalidad del ser humano. No es de extrañar que determinados grupos—en particular juveniles—tiendan hoy a dar mayor relieve a este elemento del contacto: para ellos el gesto de la paz debería ser mas expresivo, y el Padrenuestro no es raro que lo quieran recitar o cantar tomados unos y otros de la mano, para resaltar el compromiso de fraternidad que la oración del Señor supone.
Claro que el encuentro con Dios—y con las demás personas—debe suceder a un nivel interior y profundo. Pero los signos sacramentales están para eso: para expresar y facilitar ese encuentro siempre misterioso e inefable.
JOSÉ ALDAZABAL
Fuente: mercabá.org

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