sábado, 11 de diciembre de 2010

Algo más sobre las manos en la liturgia.


Lo que celebramos en la liturgia -la gracia que nos concede Dios y nuestra respuesta de fe- no lo expresamos sólo con palabras, silencios o canto. También el cuerpo nos ayuda con su lenguaje. Y en concreto, las manos con el suyo. 
Como en la vida nos servimos de ellas para saludar o despedir o pedir o señalar, asi un sacerdote que impone las manos sobre el pan y el vino, o una persona que ora a Dios elevando los brazos, expresan de un modo muy plástico lo que sucede en lo interior.
"Alzaré las manos invocándote" 
Unas manos elevadas hacia el cielo son un gesto muy expresivo de súplica o de alabanza o de angustia, el símbolo de todo un ser que tiende a Dios: "toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote (Sal 62,5). 
¡Qué bien acompañan a las palabras del Padrenuestro unas manos dirigidas a Dios! Manos abiertas y vacías, con las palmas hacia arriba: que reconocen su pobreza y muestran su esperanza. No nos presentamos ante él cargados de dones. Humildemente, le estamos
diciendo con el lenguaje de las manos nuestra confianza de hijos. Por eso es tan expresivo recibir la comunión del Pan en la mano abierta, "haciendo de una mano como un trono para la otra, como si fuera esta a recibir a un rey", como explicaba hacia el año 380 san Cirilo de Jerusalén. Es un gesto que hacemos, no "tomando" por nuestra cuenta la comunión, sino "recibiéndola" por la mediación de la Iglesia, de manos del que distribuye el Cuerpo de Cristo, mientras contestamos al breve diálogo: "El Cuerpo de Cristo. Amén".


La señal de la cruz sobre nuestro cuerpo 
¡Cuántas veces trazamos sobre nosotros mismos la señal de la Cruz!
Cuando damos inicio a la misa o a la oración o el viaje, cuando vamos a escuchar el evangelio, cuando recibimos la bendición al final de la misa (el sacerdote la envía a todos en forma de cruz, y cada uno de nosotros nos la apropiamos), cuando el sacerdote nos da la absolución... 
Es un movimiento sencillo y expresivo. Por una parte, hacemos con nuestras manos un gesto que recuerda la cruz, el signo más característico de los cristianos. Y, por otra, la trazamos sobre nuestro cuerpo, deseando que la salvación de Cristo nos envuelva completamente.


Unas manos que golpean el pecho 
Uno de los gestos penitenciales más clásicos es el de golpearnos el pecho con nuestra mano, abierta o cerrada. Es lo que hacia el publicano humilde que, cuando oraba en el Templo, "se golpeaba el pecho diciendo: oh Dios, ten compasión de mi, que soy un pecador". Cuando rezamos el "Yo confieso", hacemos nosotros lo mismo mientras decimos "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". Golpearse el pecho es reconocerse débil y pecador, apuntando a nuestro mundo interior, que es donde sucede el mal.


La importancia de tocar 
Muchas veces, en nuestra celebración, se hace el gesto de tocar algo o a alguien con nuestras manos: 
* en el Bautismo se traza la señal de la cruz sobre la frente del niño, y se le unge con óleo en el pecho y en la cabeza; 
* en la Confirmación, el obispo impone las manos y unge la frente del confirmado: el que hace de padrino, coloca la mano sobre su hombro, y el obispo le da un abrazo o un beso; 
* el que proclama el evangelio, toca con su mano el libro y luego se santigua a si mismo, como deseando que haya un trasvase"; 
* para el momento de la absolución, se ha recuperado el gesto de la imposición de las manos sobre la cabeza del penitente; 
* los novios se dan el mutuo "si" mientras se toman de las manos, como signo de entrega y fidelidad..


La imposición de las manos 
Uno de los gestos más significativos en la liturgia es el de la imposición de manos. Es un gesto plurivalente. Depende de las palabras que le acompañan: 
* cuando se hace en el sacramento de la Reconciliación se oye "yo te absuelvo de tus pecados"; 
* cuando el sacerdote las extiende sobre el pan y el vino, dice: "envía, Señor, tu Espíritu sobre este pan y este vino"; 
* cuando el obispo ordena con este gesto a un diácono o a un presbítero o a otro obispo, dice: "envía, Señor, la fuerza de tu Espíritu, sobre estos siervos tuyos"; 
* los sacerdotes que concelebran la misa, extienden sus manos hacia el pan y el vino, invocando sobre ellos al Espíritu Santo; 
* también es el gesto que expresa mejor la bendición solemne, al final de la misa, como transmitiendo a todos la gracia de Dios.


Las manos expresan el gesto de paz 
Antes de comulgar, somos invitados a "darnos fraternalmente la paz". Es un gesto que indica una cosa sencilla y profunda a la vez: no podemos acudir a la mesa común a la que nos invita el Señor, si no estamos en
actitud de paz y fraternidad con los demás. El gesto con el que solemos expresar esta paz es el de estrechamos la mano con los más cercanos. 
Es un gesto de unidad, de fraternidad, incluso de perdón. Y nos recuerda que los cristianos estamos continuamente en estado de "paz en construcción". 

La liturgia pasa también por las manos. Manos que se juntan en actitud de recogimiento y oración, palma contra palma o entrelazando los dedos. 
Manos que se dejan lavar para simbolizar la pureza interior. El lenguaje de unas manos que tocan, que toman posesión, que transmiten, que saludan, que se lavan, que estrechan la mano del hermano, que reciben al Señor en la comunión... 
Claro que lo principal es lo interior, y debemos evitar la rutina y el hacer los gestos mecánicamente, sin expresividad. Pero, si hacemos bien esos gestos, las manos nos ayudan a expresar ese encuentro misterioso con Dios. 
No deberíamos sentir vergüenza de manifestar exteriormente nuestras actitudes de fe: por ejemplo, cuando nos invitan a decir el Padrenuestro con las manos elevadas. Todo será poco para que nuestra oración sea consciente y alimentadora de nuestra fe.
Fuente: mercabá.org

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