Hola. Un saludo a todos los seguidores y a cuantos acceden a este blog. Un defecto en mi computadora me ha inmpedido estar con ustedes en los últimos diez días. Por consiguiente, y al no poder hacerlo antes, les envio un deseo de Feliz Navidad. En los próximos días iré actualizando la página con nuevo material. Ahora mi deseo es que tengan todos un FELIZ AÑO 2011, lleno de bendiciones.
"Destilad, cielos, el rocío de lo alto y que las nubes lluevan al Justo, ábrase la tierra y brote al Salvador. Los cielos cantan la gloria de Dios y el firmamento pregona cuán grandes son las obras de sus manos".
jueves, 30 de diciembre de 2010
sábado, 11 de diciembre de 2010
Algo más sobre las manos en la liturgia.
Lo que celebramos en la liturgia -la gracia que
nos concede Dios y nuestra respuesta de fe- no lo expresamos sólo con
palabras, silencios o canto. También el cuerpo nos ayuda con su lenguaje.
Y en concreto, las manos con el suyo.
Como en la vida nos servimos de ellas para
saludar o despedir o pedir o señalar, asi un sacerdote que impone las
manos sobre el pan y el vino, o una persona que ora a Dios elevando los
brazos, expresan de un modo muy plástico lo que sucede en lo
interior.
"Alzaré las manos invocándote"
Unas manos elevadas hacia el cielo son un gesto
muy expresivo de súplica o de alabanza o de angustia, el símbolo de todo
un ser que tiende a Dios: "toda mi vida te bendeciré y alzaré las
manos invocándote (Sal 62,5).
¡Qué bien acompañan a las palabras del
Padrenuestro unas manos dirigidas a Dios! Manos abiertas y vacías, con las
palmas hacia arriba: que reconocen su pobreza y muestran su esperanza. No
nos presentamos ante él cargados de dones. Humildemente, le estamos
diciendo con el lenguaje de las manos nuestra confianza de hijos. Por eso es tan expresivo recibir la comunión del Pan en la mano abierta, "haciendo de una mano como un trono para la otra, como si fuera esta a recibir a un rey", como explicaba hacia el año 380 san Cirilo de Jerusalén. Es un gesto que hacemos, no "tomando" por nuestra cuenta la comunión, sino "recibiéndola" por la mediación de la Iglesia, de manos del que distribuye el Cuerpo de Cristo, mientras contestamos al breve diálogo: "El Cuerpo de Cristo. Amén".
La señal de la cruz sobre nuestro cuerpo
diciendo con el lenguaje de las manos nuestra confianza de hijos. Por eso es tan expresivo recibir la comunión del Pan en la mano abierta, "haciendo de una mano como un trono para la otra, como si fuera esta a recibir a un rey", como explicaba hacia el año 380 san Cirilo de Jerusalén. Es un gesto que hacemos, no "tomando" por nuestra cuenta la comunión, sino "recibiéndola" por la mediación de la Iglesia, de manos del que distribuye el Cuerpo de Cristo, mientras contestamos al breve diálogo: "El Cuerpo de Cristo. Amén".
La señal de la cruz sobre nuestro cuerpo
¡Cuántas veces trazamos sobre nosotros mismos la
señal de la Cruz!
Cuando damos inicio a la misa o a la oración o el viaje, cuando vamos a escuchar el evangelio, cuando recibimos la bendición al final de la misa (el sacerdote la envía a todos en forma de cruz, y cada uno de nosotros nos la apropiamos), cuando el sacerdote nos da la absolución...
Cuando damos inicio a la misa o a la oración o el viaje, cuando vamos a escuchar el evangelio, cuando recibimos la bendición al final de la misa (el sacerdote la envía a todos en forma de cruz, y cada uno de nosotros nos la apropiamos), cuando el sacerdote nos da la absolución...
Es un movimiento sencillo y expresivo. Por una
parte, hacemos con nuestras manos un gesto que recuerda la cruz, el signo
más característico de los cristianos. Y, por otra, la trazamos sobre
nuestro cuerpo, deseando que la salvación de Cristo nos envuelva completamente.
Unas manos que golpean el pecho
Unas manos que golpean el pecho
Uno de los gestos penitenciales más clásicos es
el de golpearnos el pecho con nuestra mano, abierta o cerrada. Es lo que
hacia el publicano humilde que, cuando oraba en el Templo, "se golpeaba
el pecho diciendo: oh Dios, ten compasión de mi, que soy un pecador".
Cuando rezamos el "Yo confieso", hacemos nosotros lo mismo mientras
decimos "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa".
Golpearse el pecho es reconocerse débil y pecador, apuntando a nuestro
mundo interior, que es donde sucede el mal.
La importancia de tocar
La importancia de tocar
Muchas veces, en nuestra celebración, se hace el
gesto de tocar algo o a alguien con nuestras manos:
* en el Bautismo se traza la señal de la cruz
sobre la frente del niño, y se le unge con óleo en el pecho y en la
cabeza;
* en la Confirmación, el obispo impone las manos
y unge la frente del confirmado: el que hace de padrino, coloca la mano
sobre su hombro, y el obispo le da un abrazo o un beso;
* el que proclama el evangelio, toca con su mano el
libro y luego se santigua a si mismo, como deseando que haya un
trasvase";
* para el momento de la absolución, se ha
recuperado el gesto de la imposición de las manos sobre la cabeza del
penitente;
* los novios se dan el mutuo "si"
mientras se toman de las manos, como signo de entrega y fidelidad..
La imposición de las manos
La imposición de las manos
Uno de los gestos más significativos en la liturgia
es el de la imposición de manos. Es un gesto plurivalente. Depende de las
palabras que le acompañan:
* cuando se hace en el sacramento de la
Reconciliación se oye "yo te absuelvo de tus pecados";
* cuando el sacerdote las extiende sobre el pan y
el vino, dice: "envía, Señor, tu Espíritu sobre este pan y este
vino";
* cuando el obispo ordena con este gesto a un
diácono o a un presbítero o a otro obispo, dice: "envía, Señor, la fuerza de tu Espíritu, sobre estos siervos tuyos";
* los sacerdotes que concelebran la misa,
extienden sus manos hacia el pan y el vino, invocando sobre ellos al Espíritu Santo;
* también es el gesto que expresa mejor la
bendición solemne, al final de la misa, como transmitiendo a todos la
gracia de Dios.
Las manos expresan el gesto de paz
Las manos expresan el gesto de paz
Antes de comulgar, somos invitados a "darnos
fraternalmente la paz". Es un gesto que indica una cosa sencilla y
profunda a la vez: no podemos acudir a la mesa común a la que nos invita
el Señor, si no estamos en
actitud de paz y fraternidad con los demás. El gesto con el que solemos expresar esta paz es el de estrechamos la mano con los más cercanos.
actitud de paz y fraternidad con los demás. El gesto con el que solemos expresar esta paz es el de estrechamos la mano con los más cercanos.
Es un gesto de unidad, de fraternidad, incluso de
perdón. Y nos recuerda que los cristianos estamos continuamente en estado
de "paz en construcción".
La liturgia pasa también por las manos. Manos que
se juntan en actitud de recogimiento y oración, palma contra palma o
entrelazando los dedos.
Manos que se dejan lavar para simbolizar la
pureza interior. El lenguaje de unas manos que tocan, que toman posesión,
que transmiten, que saludan, que se lavan, que estrechan la mano del
hermano, que reciben al Señor en la comunión...
Claro que lo principal es lo interior, y debemos
evitar la rutina y el hacer los gestos mecánicamente, sin expresividad.
Pero, si hacemos bien esos gestos, las manos nos ayudan a expresar ese
encuentro misterioso con Dios.
No deberíamos sentir vergüenza de manifestar
exteriormente nuestras actitudes de fe: por ejemplo, cuando nos invitan a
decir el Padrenuestro con las manos elevadas. Todo será poco para que
nuestra oración sea consciente y alimentadora de nuestra fe.
Fuente: mercabá.org
martes, 7 de diciembre de 2010
No dejar pasar el Adviento

Monseñor Marini, ¿cuál es el significado del Adviento?
El
Adviento es el tiempo de la espera. De la espera que hace referencia a
una venida, la del Señor Jesús, el Hijo de Dios, el único Salvador del
mundo. El pueblo cristiano, en este tiempo fuerte del año litúrgico,
vive la propia fe renovando la conciencia gozosa de una triple venida
del Señor, de la que hablan también los Padres de la Iglesia.
*¿Qué significa?
Una
primera venida, de la cual hacer grata memoria, es la del Hijo de Dios
en la historia de los hombres, al momento de la Encarnación. Una segunda
venida es la que se realiza en el hoy de la vida, y que es incesante.
Ésta toma forma en una multiplicidad de modos, comenzando por la
Eucaristía, presencia real del Señor en medio de los suyos, para
continuar con los sacramentos, la palabra de la divina Escritura, los
hermanos, sobre todo los pequeños y necesitados. Una tercera venida,
para esperar en la esperanza, es la que se realizará al final de los
tiempos cuando el Señor volverá en la gloria y todo será recapitulado en
Él. *El Adviento tiene también una dimensión mariana…
En
el tiempo del Adviento el pueblo cristiano está llamado a renovar la
conciencia de que su vida está toda contenida en el misterio de Cristo,
Aquel que era, que es y que viene. También por esto el Adviento es un
tiempo marcadamente “mariano”. La Santísima Virgen es aquella que, de
modo único e irrepetible, ha vivido la espera del Hijo de Dios, es
aquella que de modo singular está toda contenida en el misterio de
Cristo.
¿De
qué modo los fieles y las comunidades cristianas pueden ayudarse a
vivir mejor este momento fuerte del tiempo litúrgico de la Iglesia?
Entrando
en este tiempo con la actitud interior de quien se prepara a vivir un
período de conversión y de renovación, orientando con decisión la propia
vida al Señor Jesús. La Iglesia, con el año litúrgico, nos ofrece
periódicamente la gracia de vivir momentos espiritualmente fuertes,
ocasiones propicias para reencontrar el impulso del camino hacia la
santidad. En el Adviento, tal impulso tiene un tono singular, que es el
de la alegría. La alegría por el pensamiento de que el Señor es nuestro
contemporáneo y está cerca de nosotros hoy, en el presente de nuestra
existencia, en la cotidianeidad sencilla de nuestras jornadas. La
alegría ante el pensamiento de que el futuro no está envuelto en la
oscuridad sino que brilla la luz del Cielo de Dios en Cristo. Todo esto
se convierte en experiencia de vida también en virtud de un camino
personal y comunitario de conversión, hecho de una más intensa y
prolongada oración, de alguna forma penitencial y de separación de la
mentalidad del siglo presente, de una caridad más generosa y
auténticamente cristiana.
¿Cuáles son las características de las celebraciones en este período?
La
Liturgia, a través de los ritos y de las oraciones, conduce a la
participación activa del misterio celebrado. Por lo tanto, en la
celebración del tiempo de Adviento, debe transmitir el sentido de la
espera típico del Adviento. Lo debe hacer con sus oraciones, con su
canto, con su silencio, con sus colores y con sus luces. En todo debe
hacerse presente el misterio del Señor que viene, Él que es el Principio
y el Fin de la historia; en todo debe mostrarse de qué modo es tangible
la alegría verdadera y sobria de la fe; en todo debe transparentarse el
compromiso por el cambio del corazón y de la mente para una pertenencia
más radical a Dios.
¿Y cuáles son las particularidades de las liturgias pontificias?
Si bien en un contexto peculiar, como es el debido a la presencia del Santo Padre, las liturgias pontificias no pueden presentar sino las características típicas de este tiempo del año. Con una característica adicional: la ejemplaridad. Porque no hay que olvidar nunca que las celebraciones presididas por el Papa están llamadas a ser punto de referencia para toda la Iglesia. Es el Papa, el Sumo Pontífice, el gran licurgo de la Iglesia, aquel que, también a través de la celebración, ejerce un auténtico magisterio litúrgico al que todos deben mirar.
Si bien en un contexto peculiar, como es el debido a la presencia del Santo Padre, las liturgias pontificias no pueden presentar sino las características típicas de este tiempo del año. Con una característica adicional: la ejemplaridad. Porque no hay que olvidar nunca que las celebraciones presididas por el Papa están llamadas a ser punto de referencia para toda la Iglesia. Es el Papa, el Sumo Pontífice, el gran licurgo de la Iglesia, aquel que, también a través de la celebración, ejerce un auténtico magisterio litúrgico al que todos deben mirar.
Este
año en particular la liturgia de las primeras Vísperas de Adviento está
insertada en una Vigilia por la vida naciente”. ¿Cuál es el
significado de esta particular “combinación”?
Se
trata de una combinación que se está revelando feliz. La iniciativa de
una “Vigilia por la vida naciente”, promovida por el Pontificio Consejo
para la Familia, se inserta de este modo en la celebración de inicio del
Adviento, un tiempo muy indicado para llamar la atención sobre el tema
de la vida. El Adviento es el tiempo de la espera de María, que llevaba
en su seno al Verbo de Dios hecho carne. El Adviento es la espera de la
Vida verdadera, que se ha manifestado en el Hijo de Dios hecho hombre,
plenitud y cumplimiento del designio de Dios sobre la humanidad. En
aquella Vida, aparecida en Belén, ha encontrado un significado nuevo y
definitivo la dignidad de toda vida humana. De este modo, realmente,
rezar por la vida naciente, en el contexto de la celebración de las
primeras Vísperas para el comienzo del año litúrgico, resulta
significativo y providencial.
Fuente: La buhardilla de Jerónimo.org
domingo, 5 de diciembre de 2010
Noble sencillez no es pobreza litúrgica
El blog La Buhardilla de Jerónimo da a conocer una traducción de un artículo publicado en la edición italiana de Zenit bajo el título de arriba del padre Uwe Michael Lang, oficial de la Congregación para el Culto Divino y consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
La tradición sapiencial bíblica aclama a Dios como “el mismo autor de la belleza” (Sab. 13,3), glorificándolo por la grandeza y la belleza de las obras de la creación. El pensamiento cristiano, inspirándose sobre todo en la Sagrada Escritura, pero también en la filosofía clásica como auxiliar, ha desarrollado la concepción de la belleza como categoría teológica.
Esta
enseñanza resuena en la homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante la
Santa Misa con dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia en
Barcelona (7 de noviembre de 2010): “La belleza es también reveladora de
Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la
libertad y arranca del egoísmo”. La belleza divina se manifiesta de modo
totalmente particular en la sagrada liturgia, también a través de las
cosas materiales de las que el hombre, hecho de alma y cuerpo, tiene
necesidad para alcanzar las realidades espirituales: el edificio del
culto, los utensilios, las vestiduras, las imágenes, la música, la
dignidad de las ceremonias mismas.
Debe
releerse al respecto el quinto capítulo sobre el “Decoro de la
celebración litúrgica” en la última encíclica del Papa Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia
(17 de abril de 2003), donde él afirma que Cristo mismo ha querido un
ambiente digno y decoroso para la última cena, pidiendo a los discípulos
que la prepararan en la casa de un amigo que tenía una “sala grande y
adornada” (Lc 22,12; cf. Mc 14,15). La encíclica recuerda también la unctio
de Betania, un evento significativo que preludia la institución de la
Eucaristía (cf. Mt 26; Mc 14; Jn 12). Frente a la protesta de Judas de
que la unción con el perfume precioso constituye un “derroche”
inaceptable, dadas las necesidades de los pobres, Jesús, sin disminuir
la obligación de la caridad concreta hacia los necesitados, declara su
gran aprecio por el acto de la mujer porque su unción anticipa “el honor
que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar
indisolublemente unido al misterio de su persona” (Ecclesia de Eucharistia,
n. 47). Juan Pablo II concluye que la Iglesia, como la mujer de
Betania, “no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores
recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable
de la Eucaristía” (n. 48). La liturgia exige lo mejor de nuestras
posibilidades para glorificar a Dios Creador y Redentor.
En
el fondo, el cuidado atento de las iglesias y la liturgia debe ser una
expresión del amor por el Señor. Incluso en un lugar donde la Iglesia no
tiene grandes recursos materiales, no se puede descuidar esta tarea. Ya
un Papa importante del siglo XVIII, Benedicto XIV (1740-1758), en su
encíclica Annus qui (19 de febrero de 1749), dedicada sobre todo a
la música sacra, ha exhortado a su clero para que las iglesias fueran
bien mantenidas y dotadas de todos los objetos sagrados necesarios para
la digna celebración de la liturgia: “Queremos hacer hincapié en que no
hablamos de la suntuosidad y de la magnificencia de los sagrados
Templos, ni de la preciosidad de los objetos sagrados, sabiendo también
Nos que no se pueden tener en todas partes. Hemos hablado de la decencia
y de la limpieza que a nadie es lícito descuidar, siendo la decencia y
la limpieza compatibles con la pobreza”.
La
Constitución sobre la sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II se ha
pronunciado de modo similar: “Los ordinarios, al promover y favorecer un
arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera
suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y
ornamentación sagrada” (Sacrosanctum Concilium, n. 124). Este
pasaje se refiere al concepto de la “noble sencillez”, introducido por
la misma Constitución en el n. 34. Este concepto parece tener origen en
el arqueólogo e historiador del arte alemán Johann Joachim Winckelmann
(1717-1768), según el cual la escultura clásica griega estaba
caracterizada por la “noble sencillez y la silenciosa grandeza”. Al
comienzo del siglo XX, el conocido liturgista Edmun Bishop (1846-1917)
describía el “genio del Rito Romano” como marcado por la sencillez,
sobriedad y dignidad (Cf. E. Bishop, Liturgica Historica,
Clarendon Press, Oxford 1918, pp. 1-19). Esta descripción no deja de
tener mérito pero hay que prestar atención a su interpretación: el Rito
Romano es “sencillo” en comparación con otros ritos históricos, como los
orientales, que se distinguen por la gran complejidad y suntuosidad.
Sin embargo, la “noble sencillez” del Rito Romano no se debe confundir
con una mal entendida “pobreza litúrgica” y un intelectualismo que
pueden conducir a la ruina de la solemnidad, fundamento del Culto Divino
(Cf. la contribución esencial de Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae III, q. 64, a. 2; q. 66, a 10; q. 83, a. 4).
De
tales consideraciones resulta evidente que los ornamentos sagrados
deben contribuir “al decoro de la acción sagrada” (Instrucción General
del Misal Romano, n. 335), sobre todo “en la forma y en el material
utilizado” pero también, aunque de forma medida, en los ornamentos (n.
344). El uso de las vestiduras litúrgicas expresa la hermenéutica de la
continuidad, sin excluir un particular estilo histórico. Benedicto XVI
ofrece un modelo en sus celebraciones, cuando usa tanto las casullas de
estilo moderno como, en algunas ocasiones solemnes, las casullas romanas
“clásicas”, utilizadas también por sus predecesores. Así se sigue el
ejemplo del escriba, convertido en discípulo del Reino de los Cielos, al
que Jesús compara con un dueño de casa que saca de su tesoro nova et vetera (Mt 13,52)
Fuente: La buhardilla de Jerónimo.org
sábado, 4 de diciembre de 2010
GESTOS Y SIMBOLOS DE LA LITURGIA - La importancia de tocar,
En la celebración utilizamos los cinco sentidos. Oímos la Palabra, vemos
la acción, gustamos el pan y el vino,olemos el perfume del incienso: y
también entra en funcionamiento—y muy abundantemente—nuestro tacto.
La corporeidad
adquiere en la liturgia toda su importancia. El hombre no sólo es espíritu,
sino también cuerpo. Y el cuerpo expresa, comunica, realiza sus
sentimientos más humanos y profundos. Por el tacto, en concreto, experimentamos
la realidad, nos acercamos a las personas y las cosas, nos relacionamos
con ellas. La apertura a la vida, por parte de los niños pequeños—y luego
volverá a serlo para los ancianos y los enfermos—es fundamentalmente a
través del tacto.
"Tocar", lenguaje de los sacramentos
"Tocar", lenguaje de los sacramentos
Es realmente
sorprendente repasar bajo esta clave del tacto nuestras celebraciones: el
lenguaje del "tocar" está presente en todas ellas.
En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les ungimos en el pecho o les imponemos la mano sobre la cabeza, les sumergimos en agua o les bañamos con ella, volvemos a ungirlos sobre la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca—si se hace el signo del "effeta"—; y en la oración de bendición del agua el sacerdote "toca el agua con la mano derecha"...
En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les ungimos en el pecho o les imponemos la mano sobre la cabeza, les sumergimos en agua o les bañamos con ella, volvemos a ungirlos sobre la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca—si se hace el signo del "effeta"—; y en la oración de bendición del agua el sacerdote "toca el agua con la mano derecha"...
En la
Confirmación, además de la imposición de manos, se les unge a los
confirmandos sobre la frente con el crisma: el que les presenta al obispo
"coloca su mano derecha sobre el hombro" de cada uno, y al
final el obispo suele darles, como gesto de paz, no sólo un saludo de
palabra, sino un abrazo o un beso.
En la Eucaristía
el ministro besa el altar, toca con su mano y luego besa el libro del
Evangelio; los fieles son invitados a comer y beber el Cuerpo y Sangre del
Señor; el que quiere puede recibir el Pan muy dignamente en su mano; y antes de ir a comulgar nos damos la mano o el abrazo de paz...
En el sacramento
de la Penitencia se ha restituido como gesto simbólico de reconciliación
el que el ministro coloque sus manos (o al menos la derecha) sobre la
cabeza del penitente.
En la Unción el
sacerdote unge con los óleos la frente y las manos del enfermo.
En las
Ordenaciones, además de la entrega de los signos propios (tocar el Leccionario,
o la patena con el pan y el cáliz con el vino), y de la unción de manos,
los candidatos sienten sobre su cabeza la mano del obispo en el momento de
invocar sobre ellos la fuerza del Espíritu.
En el Matrimonio
los nuevos esposos se dan el mutuo "sí" mientras se
toman de las manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen mutuamente el anillo en el dedo, y asimismo se dan el abrazo o el beso de paz.
toman de las manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen mutuamente el anillo en el dedo, y asimismo se dan el abrazo o el beso de paz.
Son innumerables, pues, los momentos en que
la celebración sacramental usa este lenguaje del contacto físico, para manifestar la comunicación
de la gracia: imposición de manos, contacto con el agua, unciones, besos,
abrazo de paz, imposición de la ceniza, el comer y el beber, los golpes de
pecho, el lavatorio de los pies, la entrega de símbolos o insignias (por
ejemplo, para los religiosos, el hábito, las reglas, el anillo)...
Los gestos de Jesús
La salvación que nos ofreció Jesús era la salvación espiritual, la reconciliación con Dios, la paz interior, el perdón de los pecados, la comunicación de su gracia y su vida.
Pero era también salvación total, humana, espiritual y corporal a la vez. Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos visibles, que afectaban también la corporeidad del hombre. No sólo nos dijo que Dios nos amaba, sino que curó a los enfermos. No sólo nos encargó que nos amáramos los unos a los otros, sino que nos enseñó a lavarnos los pies como gesto de esta fraternidad.
Es interesante ver cómo aparece en los evangelios que Jesús tocaba a los que quería comunicar su fuerza salvadora.
Se le acercó un leproso, y él, "extendiendo la mano, le tocó y le dijo: quiero, sé limpio" (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: "entonces tocó sus ojos, diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y "le presentaban a los niños para que los tocase... y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos" (Mc 10,13). A la suegra de Pedro "le tocó la mano y la fiebre la dejó" (Mt 8,15). Al sordomudo "le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: effeta, ábrete" (Mc 7,33).
Al criado herido por Pedro, Jesús, "tocándole la oreja, le curó" (Lc 22,51).
A la niña del jefe de la sinagoga "le tomó de la mano y ésta se levantó" (Mt 9,25). Al ciego de nacimiento "hizo un poco de lodo y le untó sus ojos" (Jn 9,6)...
Tiene un significado profundo ese "tocar" de Jesús: es la mano de Dios, visibilizada en la de Cristo, que sana, bendice, protege, comunica vida, perdona, da seguridad...
Ahora la Iglesia, con sus sacramentos, continúa esa acción de Cristo con el mismo lenguaje de cercanía corporal.
¿Una liturgia incorpórea?
En nuestras celebraciones hemos cuidado mucho—sobre todo estos últimos años—la audición de la Palabra o de los textos de oración. Pero hemos descuidado un poco la importancia que tiene el lenguaje de otros signos: el movimiento, el simbolismo, la abundancia... En concreto damos poco relieve al contacto físico.
Las celebraciones pueden resultar así muy decorosas, muy racionales y ordenadas, pero faltas de expresividad.
Sería interesante reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a descuidar esta abundancia "sensorial" de nuestra liturgia. ¿Por el escrúpulo del contacto físico?; ¿para evitar una excesiva materialización y concretización?; ¿por cierto tono de espiritualidad anti-corporal? Tal vez hemos espiritualizado demasiado el concepto de "salvación" (la clásica "salvación del alma", en vez de "la salvación de todo el hombre") y reducido nuestra celebración a uno o dossentidos: la audición, y en todo caso la visión, sin apenas movimiento y cercanía de contacto. A los fieles no se les permitía "tocar" con su mano el pan consagrado, o el cáliz, o acercarse al altar o al ambón... Se ha estilizado el pan eucarístico de tal modo que ya no parece pan. Se ha desfigurado el sentido de la unción de modo que ya no se toca apenas el cuerpo y no tiene ningún parentesco
con los diversos "masajes" que nos damos continuamente en la vida humana.
Los cristianos, tal vez por herencia de los judíos, hemos dado prioridad a la palabra "dicha y oída", y no tanto a la "acción" de la liturgia, más encarnada y concretizada en el lenguaje de los otros sentidos, que se ha venido a minimizar hasta los límites del "validismo".
Con respecto al "tocar" parece que hayamos desarrollado mucho más el precepto negativo: "no tocar". Hemos seguido más el "no te acerques" de la visión de Moisés (Ex 3,5) que el estilo de Jesús. Es mas bien el "tabú" (no tocar), con todo su sentido de lejanía o de miedo, que el "dejad que los niños vengan a mí" de Jesús.
La salvación de Dios nos alcanza y nos toca. Y sin embargo, el lenguaje del contacto es todo un símbolo de cercanía, de personalización, de toma de posesión, de eficacia.
Es el símbolo de que Dios nos alcanza con su gracia, en el espacio y en el tiempo, a cada uno de nosotros, y que nosotros acogemos su don con todo nuestro ser.
Al igual que el amor de Dios—inefable, invisible—se nos manifestó en la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia—invisible, inefable—en el lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber...
Las palabras son un medio de comunicación estupendo y necesario. Pero muchas veces un gesto o un contacto son el mejor discurso. El beso que el Viernes Santo damos a la Cruz no necesita muchos discursos para expresar su intención. Cuando el penitente o el confirmado o el ordenado sienten sobre su cabeza la mano del ministro, experimentan, aún sin demasiadas palabras, la transmisión del don de Dios.
El gesto de tocar sacramentalmente expresa muy bien la acción de un Dios que salva, la respuesta de nuestra fe, la relación con una persona. El tocar individualiza, acerca, comunica, estimula, manifiesta y "realiza" las ideas y los sentimientos. En el fondo el tocar es signo de amor, de solidaridad y cercanía. Y esto lo fue en el modo de actuar de Cristo, y lo es en la actividad sacramental de la Iglesia, y también en nuestra vida de relaciones humanas.
Está bien que nuestra liturgia sea una liturgia de palabras (la palabra es también, en cierto sentido, contacto a distancia). Pero debe ser más todavía liturgia de "presencia" y de actuación. Y para esto tienen que entrar en funcionamiento todos los sentidos. Es, precisamente, el lenguaje específico de la liturgia, que no quiere primordialmente transmitir doctrinas ni manejar ideas, sino celebrar la acción de Cristo y de la comunidad cristiana por medio de los signos sacramentales.
Ni absolutizar ni empobrecer
Es verdad que existe el peligro del exceso: se puede caer en la tentación de absolutizar el gesto del contacto, lo cual sería caer en la superstición. Uno de los motivos por los que la Iglesia progresivamente suprimió la comunión con el Vino en la Eucaristía fue tal vez lo que ya contaba Cirilo de Jerusalén a fines del siglo cuarto: algunos fieles se tocaban con la Sangre del Señor los ojos, la frente, las manos...
Es fácil observar a este respecto un doble movimiento en la historia. Por una parte la instintiva tendencia a "ritualizar" simbólicamente, con gestos corporales, todo lo relativo a lo Santo y a la fe. Pero por otra, precisamente por miedo a que esta concretización corporal se erija en algo absoluto y buscado por sí mismo, la consigna de relativizar y hasta de evitar esta ritualización.
Jesús nos enseñó la síntesis: nos enseñó y nos encomendó el lenguaje de los gestos y a la vez nos llamó la atención sobre la prioridad de lo interior y de las actitudes de fe.
No tenemos que caer en el extremo del ritualismo, como
supervaloración del gesto—en este caso, del contacto físico—, pero tampoco en el opuesto, la angelización y desencarnación de la fe.
La liturgia—como por otra parte la vida misma del hombre—habla con símbolos, elementos visibles, movimiento, abundancia de gestos, cercanía, imágenes, música. Y en concreto con el lenguaje del contacto físico en sus varias formas. Así manifiesta la actuación de Dios y la mediación de la Iglesia, así como la respuesta interior de fe, que afecta a la totalidad del ser humano. No es de extrañar que determinados grupos—en particular juveniles—tiendan hoy a dar mayor relieve a este elemento del contacto: para ellos el gesto de la paz debería ser mas expresivo, y el Padrenuestro no es raro que lo quieran recitar o cantar tomados unos y otros de la mano, para resaltar el compromiso de fraternidad que la oración del Señor supone.
Claro que el encuentro con Dios—y con las demás personas—debe suceder a un nivel interior y profundo. Pero los signos sacramentales están para eso: para expresar y facilitar ese encuentro siempre misterioso e inefable.
JOSÉ ALDAZABAL
Fuente: mercabá.org
Los gestos de Jesús
La salvación que nos ofreció Jesús era la salvación espiritual, la reconciliación con Dios, la paz interior, el perdón de los pecados, la comunicación de su gracia y su vida.
Pero era también salvación total, humana, espiritual y corporal a la vez. Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos visibles, que afectaban también la corporeidad del hombre. No sólo nos dijo que Dios nos amaba, sino que curó a los enfermos. No sólo nos encargó que nos amáramos los unos a los otros, sino que nos enseñó a lavarnos los pies como gesto de esta fraternidad.
Es interesante ver cómo aparece en los evangelios que Jesús tocaba a los que quería comunicar su fuerza salvadora.
Se le acercó un leproso, y él, "extendiendo la mano, le tocó y le dijo: quiero, sé limpio" (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: "entonces tocó sus ojos, diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y "le presentaban a los niños para que los tocase... y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos" (Mc 10,13). A la suegra de Pedro "le tocó la mano y la fiebre la dejó" (Mt 8,15). Al sordomudo "le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: effeta, ábrete" (Mc 7,33).
Al criado herido por Pedro, Jesús, "tocándole la oreja, le curó" (Lc 22,51).
A la niña del jefe de la sinagoga "le tomó de la mano y ésta se levantó" (Mt 9,25). Al ciego de nacimiento "hizo un poco de lodo y le untó sus ojos" (Jn 9,6)...
Tiene un significado profundo ese "tocar" de Jesús: es la mano de Dios, visibilizada en la de Cristo, que sana, bendice, protege, comunica vida, perdona, da seguridad...
Ahora la Iglesia, con sus sacramentos, continúa esa acción de Cristo con el mismo lenguaje de cercanía corporal.
¿Una liturgia incorpórea?
En nuestras celebraciones hemos cuidado mucho—sobre todo estos últimos años—la audición de la Palabra o de los textos de oración. Pero hemos descuidado un poco la importancia que tiene el lenguaje de otros signos: el movimiento, el simbolismo, la abundancia... En concreto damos poco relieve al contacto físico.
Las celebraciones pueden resultar así muy decorosas, muy racionales y ordenadas, pero faltas de expresividad.
Sería interesante reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a descuidar esta abundancia "sensorial" de nuestra liturgia. ¿Por el escrúpulo del contacto físico?; ¿para evitar una excesiva materialización y concretización?; ¿por cierto tono de espiritualidad anti-corporal? Tal vez hemos espiritualizado demasiado el concepto de "salvación" (la clásica "salvación del alma", en vez de "la salvación de todo el hombre") y reducido nuestra celebración a uno o dossentidos: la audición, y en todo caso la visión, sin apenas movimiento y cercanía de contacto. A los fieles no se les permitía "tocar" con su mano el pan consagrado, o el cáliz, o acercarse al altar o al ambón... Se ha estilizado el pan eucarístico de tal modo que ya no parece pan. Se ha desfigurado el sentido de la unción de modo que ya no se toca apenas el cuerpo y no tiene ningún parentesco
con los diversos "masajes" que nos damos continuamente en la vida humana.
Los cristianos, tal vez por herencia de los judíos, hemos dado prioridad a la palabra "dicha y oída", y no tanto a la "acción" de la liturgia, más encarnada y concretizada en el lenguaje de los otros sentidos, que se ha venido a minimizar hasta los límites del "validismo".
Con respecto al "tocar" parece que hayamos desarrollado mucho más el precepto negativo: "no tocar". Hemos seguido más el "no te acerques" de la visión de Moisés (Ex 3,5) que el estilo de Jesús. Es mas bien el "tabú" (no tocar), con todo su sentido de lejanía o de miedo, que el "dejad que los niños vengan a mí" de Jesús.
La salvación de Dios nos alcanza y nos toca. Y sin embargo, el lenguaje del contacto es todo un símbolo de cercanía, de personalización, de toma de posesión, de eficacia.
Es el símbolo de que Dios nos alcanza con su gracia, en el espacio y en el tiempo, a cada uno de nosotros, y que nosotros acogemos su don con todo nuestro ser.
Al igual que el amor de Dios—inefable, invisible—se nos manifestó en la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia—invisible, inefable—en el lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber...
Las palabras son un medio de comunicación estupendo y necesario. Pero muchas veces un gesto o un contacto son el mejor discurso. El beso que el Viernes Santo damos a la Cruz no necesita muchos discursos para expresar su intención. Cuando el penitente o el confirmado o el ordenado sienten sobre su cabeza la mano del ministro, experimentan, aún sin demasiadas palabras, la transmisión del don de Dios.
El gesto de tocar sacramentalmente expresa muy bien la acción de un Dios que salva, la respuesta de nuestra fe, la relación con una persona. El tocar individualiza, acerca, comunica, estimula, manifiesta y "realiza" las ideas y los sentimientos. En el fondo el tocar es signo de amor, de solidaridad y cercanía. Y esto lo fue en el modo de actuar de Cristo, y lo es en la actividad sacramental de la Iglesia, y también en nuestra vida de relaciones humanas.
Está bien que nuestra liturgia sea una liturgia de palabras (la palabra es también, en cierto sentido, contacto a distancia). Pero debe ser más todavía liturgia de "presencia" y de actuación. Y para esto tienen que entrar en funcionamiento todos los sentidos. Es, precisamente, el lenguaje específico de la liturgia, que no quiere primordialmente transmitir doctrinas ni manejar ideas, sino celebrar la acción de Cristo y de la comunidad cristiana por medio de los signos sacramentales.
Ni absolutizar ni empobrecer
Es verdad que existe el peligro del exceso: se puede caer en la tentación de absolutizar el gesto del contacto, lo cual sería caer en la superstición. Uno de los motivos por los que la Iglesia progresivamente suprimió la comunión con el Vino en la Eucaristía fue tal vez lo que ya contaba Cirilo de Jerusalén a fines del siglo cuarto: algunos fieles se tocaban con la Sangre del Señor los ojos, la frente, las manos...
Es fácil observar a este respecto un doble movimiento en la historia. Por una parte la instintiva tendencia a "ritualizar" simbólicamente, con gestos corporales, todo lo relativo a lo Santo y a la fe. Pero por otra, precisamente por miedo a que esta concretización corporal se erija en algo absoluto y buscado por sí mismo, la consigna de relativizar y hasta de evitar esta ritualización.
Jesús nos enseñó la síntesis: nos enseñó y nos encomendó el lenguaje de los gestos y a la vez nos llamó la atención sobre la prioridad de lo interior y de las actitudes de fe.
No tenemos que caer en el extremo del ritualismo, como
supervaloración del gesto—en este caso, del contacto físico—, pero tampoco en el opuesto, la angelización y desencarnación de la fe.
La liturgia—como por otra parte la vida misma del hombre—habla con símbolos, elementos visibles, movimiento, abundancia de gestos, cercanía, imágenes, música. Y en concreto con el lenguaje del contacto físico en sus varias formas. Así manifiesta la actuación de Dios y la mediación de la Iglesia, así como la respuesta interior de fe, que afecta a la totalidad del ser humano. No es de extrañar que determinados grupos—en particular juveniles—tiendan hoy a dar mayor relieve a este elemento del contacto: para ellos el gesto de la paz debería ser mas expresivo, y el Padrenuestro no es raro que lo quieran recitar o cantar tomados unos y otros de la mano, para resaltar el compromiso de fraternidad que la oración del Señor supone.
Claro que el encuentro con Dios—y con las demás personas—debe suceder a un nivel interior y profundo. Pero los signos sacramentales están para eso: para expresar y facilitar ese encuentro siempre misterioso e inefable.
JOSÉ ALDAZABAL
Fuente: mercabá.org
viernes, 3 de diciembre de 2010
El Adviento: un tiempo de preparación
El siguiente texto es un aporte personal para una publicación que se entrega en mi parroquia "San Cayetano" de Ciudad Evita - Buenos Aires, a los peregrinos que se acercan todos los días 7 de cada mes.
El título que figura arriba no tiene nada de novedad, sin
embargo qué otra cosa podemos decir o hacer cuando se nos dice que “alguien” va
a venir, sino prepararnos y esperar su venida. Sí, eso es el Adviento, es Alguien
que viene. En el calendario de la liturgia de la Iglesia llamamos Adviento al
tiempo de cuatro semanas que anteceden a la fiesta de Navidad y durante el cual
preparamos nuestro corazón y nuestra alma a la “venida del Señor Jesús, nuestro
Salvador”
Nos hacemos dos preguntas: ¿A qué “venida” nos referimos?
y ¿Cómo nos preparamos?. En primer lugar a la recordación del nacimiento de
Jesús, Hijo de Dios, nacido de María Virgen en Belén. Pero hay otras venidas.
Jesús viene a nosotros cuando leemos la Sagrada Escritura; viene cuando lo
recibimos en la Comunión y en los otros Sacramentos; viene cuando rezamos;
viene cuando atendemos a alguien que necesita nuestra ayuda, etc. Y también
vendrá cuando el mundo se acabe, como o decimos en el Credo: “Y de nuevo vendrá
con gloria a juzgar a vivos y muertos”
En segundo lugar nos preparamos, no pensando en que vamos
a comer en la Nochebuena o a quienes vamos a invitar, nuestra preparación es
personal y pasa por nuestro interior. ¿Cómo quiero que sea mi encuentro con
Jesús? ¿Qué hay de bueno en mí para ofrecerle? ¿Qué hay de malo en mí que tengo
que cambiar? ¿Estoy dispuesto a vivir una Navidad en paz, perdonando alguna
ofensa recibida y pidiendo perdón por algo malo hecho?
Una mirada hacia nuestro interior será la mejor manera de
vivir este Adviento y la celebración Navideña será gozosa y quizás sea la mejor
Navidad que hayamos vivido.
¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!
Diácono Jorge.
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