La excelente página "La Buhardilla de Jerónimo", ha publicado la traducción de una entrevista realizada por ZENIT al P. Nicola Fux, que aquí se publica en su totalidad.
En julio de 2007, con el Motu
Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice Benedicto XVI ha restaurado la
celebración de la Misa en latín. El evento suscitó revuelo. Se
levantaron vibrantes voces de protesta pero también valientes
aclamaciones.
Para explicar el sentido y la
práctica de la reforma litúrgica de Benedicto XVI, don Nicola Bux,
sacerdote, experto en liturgia oriental y consultor de la Oficina para
las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, publicó el libro “La
reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre tradición e innovación”
(Piemme, Casale Monferrato 2008), con prefacio de Vittorio Messori.
En el libro, don Nicola explica que el
restablecimiento del rito latino no es un paso atrás, un retorno a los
tiempos precedentes al Concilio Vaticano II, sino más bien un mirar
adelante, retomando de la tradición pasada cuanto de bello y
significativo ella pueda ofrecer a la vida presente de la Iglesia.
Según don Bux, lo que el Pontífice
quiere hacer en su paciente obra de reforma es renovar la vida del
cristiano, los gestos, las palabras, el tiempo de lo cotidiano,
restaurando en la liturgia un sabio equilibrio entre innovación y
tradición. Haciendo así emerger la imagen de una Iglesia siempre en
camino, capaz de reflexionar sobre sí misma y de valorizar los tesoros
de los que es rico su cofre milenario.
Para tratar de profundizar el significado y el sentido de la
Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio del
lenguaje con Dios, Zenit ha entrevistado a don Nicola Bux.
*
¿Qué es la liturgia y por qué es tan
importante para la Iglesia y para el pueblo cristiano?
La sagrada liturgia es el tiempo y
el lugar en que, con seguridad, Dios va al encuentro del hombre. Por lo
tanto, el método para entrar en relación con Él es precisamente el de
rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le damos gracias
y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín colere,
cultivar una relación importante, pertenece al sentido religioso del
hombre, en toda religión desde los orígenes.
Para el pueblo cristiano, la sagrada
liturgia y el culto divino realizan, por lo tanto, la relación con lo
más querido que tiene, Jesucristo Dios – el atributo sagrado
significa que en ella tocamos su presencia divina. Por eso, la liturgia
es la realidad y la “actividad” más importante para la Iglesia.
*
¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por qué ha
suscitado tanto revuelo?
La reforma de la liturgia, término que debe ser entendido según
la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como instauratio,
es decir, restablecimiento en el lugar correcto en la vida eclesial, no
comienza con Benedicto XVI sino con la historia misma de la Iglesia, de
los apóstoles a la época de los mártires con el papa Dámaso hasta
Gregorio Magno, de Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio
es continua, porque siempre existe el riesgo de que la liturgia
caiga de su puesto, que es el de ser fuente de la vida cristiana; la
decadencia ocurre cuando se somete el culto divino al sentimentalismo y
al activismo personales de clérigos y laicos, que penetrando en el culto
lo transforman en obra humana y entretenimiento espectacular:
actualmente un síntoma de esto está dado por el aplauso en la iglesia
que acompaña indistintamente el bautismo de un recién nacido y la salida
del ataúd en un funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento,
¿no necesita reforma? Esto es lo que Benedicto XVI está haciendo: como
emblema de su obra reformadora quedará siempre el restablecimiento de la
Cruz al centro del altar con el fin de hacer entender que la liturgia
está dirigida al Señor y no al hombre, aunque sea ministro sagrado. El
revuelo está siempre en todo giro de la historia de la Iglesia pero no
hay que impresionarse.
*
¿Cuáles son las diferencias entre
los denominados innovadores y los tradicionalistas?
Estos dos términos deben ser
aclarados en primer lugar. Si innovar significa favorecer la instauratio
de la que hablaba, es precisamente de lo que tenemos necesidad; como
también si traditio significa custodiar el depósito revelado
sedimentado también en la liturgia. Si, en cambio, innovar quiere decir
transformar la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando
entre un gusto arcaico que quiere conservar sólo los aspectos que
agradan y un conformismo a la moda del momento, vamos fuera de camino; o
por el contrario, ser conservadores de tradiciones meramente humanas
que se han superpuesto a modo de incrustaciones en el cuadro, no
permitiendo ya captar la armonía del conjunto. En realidad, los dos
opuestos terminan por coincidir y revelar la contradicción. Un ejemplo:
los innovadores sostienen que la Misa antiguamente era celebrada
dirigida al pueblo. Los estudios demuestran lo contrario: la orientación
ad Deum, ad Orientem, es la propia del culto del hombre a
Dios. Piénsese en el judaísmo. Todavía hoy todas las liturgias
orientales la conservan. ¿Cómo es que los innovadores, amantes de la
restauración de los elementos antiguos en la liturgia postconciliar, no
la han conservado?
*
¿Qué significado tiene la
tradición en la historia y en la fe cristiana?
La tradición es una de las dos fuentes de la Revelación: la
liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124), es un
elemento constitutivo de ella. Benedicto XVI, en el libro “Jesús de
Nazaret”, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia. Luego están
las tradiciones de fe, de cultura, de piedad, que han entrado y han
revestido la liturgia; actualmente conocemos varias formas de ritos en
Oriente y en Occidente. Todos comprenden, entonces, por qué la
Constitución litúrgica, después de haber recordado que sólo la Santa
Sede es la autoridad competente para regular la sagrada liturgia, afirma
perentoriamente en el n. 22, § 3: “Nadie, aunque sea sacerdote, añada,
quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.”.
*
¿Sería posible, en su opinión, volver actualmente a la Misa en
latín?
El Misal Romano renovado por Pablo
VI es en latín y constituye la edición llamada típica, ya que a ella
deben hacer referencia las ediciones en lengua vernácula a cargo de las
Conferencias Episcopales nacionales y territoriales, aprobadas por la
Santa Sede. Por lo tanto, la Misa en latín se ha continuado celebrando
también con el nuevo Ordo, si bien raramente. Esto ha terminado
contribuyendo a la imposibilidad, para una asamblea compuesta de lenguas
y naciones diversas, de participar en una Misa celebrada en la lengua
sagrada universal de la Iglesia Católica de rito latino. Así, en su
lugar surgieron las llamadas Misas internacionales, celebradas de tal
forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se recitan o
cantan en varias lenguas; de este modo, ¡cada grupo comprende sólo la
suya!
Se ha
sostenido que el latín no lo entendía nadie; ahora, si la Misa en un
santuario es celebrada en cuatro lenguas, cada grupo termina entendiendo
sólo una cuarta parte. Aparte de otras consideraciones, como ha deseado
el Sínodo del 2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en
latín: al menos, una dominical en las catedrales y en las parroquias.
Esto ayudará, en la aclamada sociedad multicultural actual, a recuperar
la participación católica, tanto en el sentirse Iglesia universal como
en el reunirse junto a otros pueblos y naciones que componen la única
Iglesia. Los cristianos orientales, aún dando espacio a las lenguas
nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico en las
partes más importantes de la liturgia como la anáfora y las procesiones
con las antífonas para el Evangelio y el Ofertorio.
A instaurar todo esto contribuye mucho
el antiguo Ordo del Misal Romano anterior, restaurado por Benedicto XVI
con el Motu Proprio Summorum Pontificum que, simplificando, es
llamada Misa en latín: en realidad, es la Misa de san Gregorio Magno, en
cuanto su estructura se remonta a la época de aquel Pontífice y
permaneció intacta a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y
de los otros pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II la
han celebrado cotidianamente sin notar ningún contraste con la
actualización que estaban realizando.
*
El
Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de los abusos
litúrgicos. ¿De qué se trata?
En
realidad, el primero en lamentar las alteraciones en la liturgia fue
Pablo VI, a pocos años de la publicación del Misal Romano, en la
audiencia general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI estaba convencido
de que la reforma litúrgica realizada después del Concilio realmente
había introducido y sostenido firmemente las indicaciones de la
Constitución litúrgica (discurso al sagrado Colegio del 22 de junio de
1973). Pero la experimentación arbitraria continuaba y se agudizaba, por
otro lado, la nostalgia del antiguo rito. El Papa, en el consistorio
del 27 de junio de 1977, reprendía a “los contestatarios” por las
improvisaciones, banalizaciones, ligerezas y profanaciones, pidiéndoles
severamente atenerse a la norma establecida para no comprometer la regula
fidei, el dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi;
y también a los tradicionalistas para que reconocieran la
“accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los ritos.
En 1975, la bula Apostorum
Limina de Pablo VI para convocar el año santo había apuntado a
propósito de la renovación litúrgica: “Nos estimamos extremadamente
oportuno que esta obra sea reexaminada y reciba nuevos desarrollos de
modo que, basándose sobre lo que ha sido firmemente confirmado por la
autoridad de la Iglesia, se pueda ver por todas partes aquellas que son
realmente válidas y legítimas y continuar su aplicación con un celo aún
mayor, según las normas y los métodos aconsejados por la prudencia
pastoral y por una verdadera piedad”.
Dejo a un lado las denuncias de abusos y
sombras en la liturgia por parte de Juan Pablo II en varias ocasiones,
en particular en la Carta Vicesimus quintus annus de la entrada
en vigor de la Constitución litúrgica. Benedicto XVI, por lo tanto, ha
querido reexaminar y dar nuevo impulso precisamente abriendo una ventana
con el Motu Proprio, para que poco a poco cambie el aire y se reubique
en el correcto carril lo que ha ido más allá de la intención y la letra
del Concilio Vaticano II en continuidad con la entera tradición de la
Iglesia.
*
Usted ha afirmado varias veces que, en
una correcta liturgia, es necesario respetar los derechos de Dios. ¿Nos
puede explicar qué es lo que quiere sostener?
La liturgia, término que en griego indica la acción ritual de
un pueblo que celebra, por ejemplo, sus glorias, como ocurría en Atenas o
como ocurre todavía hoy para la inauguración de las Olimpiadas u otras
manifestaciones civiles, evidentemente es producida por el hombre. La sagrada
liturgia tiene este atributo porque no es a nuestra imagen – en tal
caso, el culto sería idolátrico, es decir, creado por nuestras manos –
sino que es hecha por el Señor omnipotente: en el Antiguo Testamento,
con su presencia indicaba a Moisés cómo debía predisponer en los mínimos
detalles el culto al Dios único y verdadero, junto a su hermano Aarón.
En el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el verdadero
culto echando a los mercaderes del Templo y dando a los Apóstoles las
disposiciones para la Cena pascual. La tradición apostólica ha recibido y
relanzado el mandato de Jesucristo. Por lo tanto, la liturgia es sagrada,
como dice Occidente, y divina, como dice Oriente, porque ha
sido instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de
Dios, a la que nada debe anteponerse.
Precisamente la función mediadora entre
Dios y el hombre, propia del sumo sacerdocio de Cristo y ejercida en y
con la liturgia por el sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que
la liturgia desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina
basándose en la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y,
por lo tanto, indica cómo se debe “adorar en espíritu y en verdad”, es
decir, en su Hijo Jesús y en el Espíritu Santo. Él tiene el derecho de
ser adorado como Él quiere.
Sobre todo esto se necesita una profunda reflexión, ya que su
olvido está en el origen de los abusos y de las profanaciones, ya muy
bien descritas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de la
Congregación para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum
en la liturgia contribuye mucho a respetarla como algo sagrado, como
prescribían las rúbricas; pero también las nuevas deben volver a ser
seguidas con espíritu de devoción y obediencia por parte de los
ministros sagrados para edificación de todos los fieles y para ayudar a
muchos que buscan a Dios a encontrarlo vivo y verdadero en el culto
divino de la Iglesia. Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas
deben volver a aprender y a realizar los sagrados ritos con tal espíritu
y contribuirán así a la verdadera reforma querida por el Vaticano II y,
sobre todo, a reavivar la fe que, como escribió el Santo Padre en la
Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, corre el riesgo de apagarse
en muchas partes del mundo.
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)
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