En la víspera de tan grande solemnidad, se adjunta un texto de san Juan Pablo II.
“Alégrate, llena de
gracia!” (Lc 1,29)
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo, por cuanto nos ha eligió en él antes de
la fundación del mundo.” (Ef 1,3-4) La carta a los Efesios, hablando de la
“riqueza de gracia” con que el Padre nos ha bendecido (cf Ef 1,7) añade: “En él
tenemos por medio de su sangre la redención”. Según la doctrina formulada en
los documentos solemnes de la Iglesia, esta “gloria de la gracia” se ha
manifestado en la Madre de Dios por el hecho que ella ha sido “rescatada de
manera sobre-eminente”. (Pio IX).
En virtud de la riqueza de la gracia del
Hijo bienamado, en virtud de los méritos redentores de aquel que debía ser su
Hijo, María fue preservada de la herencia del pecado original. Así, desde el
primer momento de su concepción, es decir, desde su existencia, pertenece a
Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y del amor que tiene su
fuente en el “Hijo bienamado”, en el Hijo del Padre eterno que, por la
encarnación, es su propio Hijo. Por esto, por el Espíritu en el orden de la
gracia, es decir, de la participación en la naturaleza divina, María recibe la
vida de aquel al que ella misma, en el orden de la generación terrena, da la
vida como madre... Y porque María recibe esta vida nueva en una plenitud que
conviene al amor del Hijo hacia su Madre, y pues a la dignidad de la maternidad
divina, el ángel de la Anunciación la llama "llena de Gracia".
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