domingo, 30 de marzo de 2014

Recurso para vivir la Cuaresma - Conversión


 
A medida que vamos transitando el camino de la Cuaresma, la Iglesia nos vuelve a presentar este tiempo litúrgico como un momento propicio para la conversión. Consigna que, quizá por lo repetitiva, haya perdido su fuerza, interés o sentido en nuestra vida personal y comunitaria. Bajo esta premisa, podremos interrogarnos si algo similar nos está ocurriendo, y preguntarnos a qué y por qué necesitamos convertirnos. A su vez, definir qué clase de actitudes deberíamos ejercitar, durante este tiempo cuaresmal, para lograr una verdadera conversión. Por eso, les propongo leer y meditar el siguiente texto, que nos servirá como punto de partida para el trabajo personal o grupal:

Para leer:

 A lo largo de todo el tiempo de cuaresma, se nos va a insistir sobre la necesidad de cambiar el corazón. La Iglesia pide al Padre insistentemente que cambie nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, que nos dé un corazón nuevo, grande, sensible, generoso. Este cambio de corazón es lo que llamamos conversión.

En Aparecida (http://www.celam.org/aparecida.php), el tema de la conversión se presenta como una necesidad y una urgencia en orden a expresar la dimensión misionera de los cristianos y de la Iglesia. Esta dimensión no es algo individual, sino eclesial. Por ello, se habla de “conversión pastoral” para acentuar el sentido personal, pero también eclesial de la conversión. Esto se plantea como el gran desafío que debemos asumir.

La conversión propia del tiempo de cuaresma es crecimiento espiritual en el cristiano y en toda la Iglesia. Para el discípulo, la conversión hace referencia a Jesucristo y al proyecto de vida que su misma Persona nos regala.

La conversión es la respuesta “de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en él por la acción del Espíritu Santo, se decide a ser su amigo e ir tras de él, cambiando su forma de pensar y de vivir” (DA 278). Se trata de un cambio totalizante: toda nuestra vida está llamada a ser transformada por Jesucristo.

La conversión implica reorientar nuestro corazón hacia él y desde él organizar nuestra vida, porque en él hemos descubierto que somos parte única y personal del proyecto de Dios.

Es precisamente en este camino de conversión que, antes de mirarnos a nosotros, debemos mirar a Jesucristo para conocernos y saber en qué debemos cambiar. En Jesucristo están el contenido y la posibilidad de nuestra conversión porque su meta es: “que lleguemos al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).

Solo a la luz del misterio de Cristo se explica el misterio del hombre (cf. GS). Por eso, la conversión cristiana es un camino de encuentro con Jesucristo, que reclama aprenderlo todo de él y asumir su estilo de vida, hacer un continuo proceso de configuración con él. La oración, la penitencia y la solidaridad propias de la cuaresma son un camino que nos ayudarán a asumir su propio estilo de entrega y de comunión con el Padre para el servicio a los hermanos. Asumimos sus sentimientos, sus actitudes y nos asemejamos en todo a él de tal forma que nos convertimos cada día en sus imágenes vivas. Jesús quiere que nosotros seamos signos permanentes de su presencia y de su amor.

El encuentro con Cristo es camino para la misión universal. Produce una profunda transformación y provoca la misión. La misión, a su vez, ofrece la posibilidad del encuentro con Jesús para otros. El encuentro con Jesús es un momento de gracia que permite amar con el mismo amor de Dios.

La conversión como encuentro con Jesús es un momento de gracia en el que, por la acción de su Espíritu, podemos amar con el mismo amor de Dios a todos, y esto tiene una marcada dimensión eclesial y salvífica. Por eso, el encuentro con Jesús conduce a la conversión, y esta a la misión. Favorece una vida nueva en la que no hay separación entre fe y obras. La conversión no es completa si falta la conciencia de las exigencias de la vida cristiana y, sobre todo, de la misión que esta implica.

La búsqueda de santificación propia de este tiempo y de toda nuestra vida de discípulos se va a realizar en el seguimiento del Señor que fue misionero del Padre. En Jesucristo todo es unidad, y nosotros lo seguimos a Jesús prosiguiendo su práctica evangelizadora "de obras y palabras" anunciando el plan universal de salvación del Padre y liberando a todos los oprimidos por el mal, siendo él Buena Noticia para los atribulados y agobiados (cf. Mt 11, 28), perdonando a los pecadores, sanando, curando y enviando a otros a continuar su misión.

La presencia de un espíritu misionero es un signo elocuente de que la Iglesia vive su verdad, desde su fidelidad al mandato del Señor.

Cuaresma, entonces, se nos presenta como un tiempo fuerte de intimidad con Cristo que nos mueve al compromiso y a la misión. Misión que debemos realizar como Jesús, que buscaba, con sacrificio, oración y entrega, a la oveja perdida, a los que están afuera. Los misioneros de hoy, al igual que Jesucristo, no podemos “estar a la espera”, sino que debemos salir a los cruces de los caminos, a los nuevos foros de la vida pública, para encontrarnos allí con el hombre y las realidades cotidianas que necesitan ser vivificadas con el fermento evangélico.

Que nuestra búsqueda de santidad esté unida a los sentimientos y actitudes de Jesucristo.

Que en nuestra oración centrada en Jesucristo estén siempre presentes nuestros hermanos, especialmente los más pobres, frágiles y alejados.

Que nuestra limosna sea expresión del amor de Cristo que vive en nosotros.

Que nuestro ayuno nos haga sensibles a las necesidades más hondas de nuestros hermanos para servirlos desde la misión.
 
(Fuente: autor Jorge Blanco - Dpto. Audiovisuales San Pablo)

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