jueves, 21 de marzo de 2013

Algo sobre la Misa Crismal


 

En la recta final del camino cuaresmal, al aproximarse ya el Triduo Pascual, resulta oportuno compartir esta reflexión sobre la Misa Crismal, que si bien no forma parte del Triduo Pascual, por su significación, descubriremos la incidencia que tiene en la vida de cada Iglesia particular. Lamentablemente esta celebración no suele tener, por diversos motivos, la repercusión que se merece, en las vidas y costumbres del pueblo de Dios. Valdría la pena que nosotros, podamos disfrutar plenamente la riqueza que ofrece esta Misa y compartirla con los que nos rodean.
1. Haremos un poco de historia.  Esta celebración, como ya dijimos no pertenece al Triduo Pascual y durante siglos había sido característica del Jueves Santo en las Catedrales. En Roma en la liturgia papal, no había una misa especial: el Papa bendecía los óleos y consagraba el crisma en su única Eucaristía, la misa vespertina.
En los últimos siglos prácticamente había desaparecido, ya que la eucaristía del Jueves se celebraba por la mañana, entonces la Crismal no tenía un lugar y la bendición de los óleos se hacía en las catedrales dentro de la única eucaristía.
En el año 1955 al pasar la eucaristía del jueves a la hora de la tarde, quedó de nuevo libre la mañana para restaurar la Misa Crismal.
Esta Misa se ha ido configurando entre los años 1955 y 1970, en varias etapas y con varias dimensiones temáticas:
- La bendición de los óleos.
- La concelebración del clero con su Obispo, en una «fiesta sacerdotal» que incluye la renovación de las promesas sacerdotales.
Estos dos aspectos tienen un significado interesante dentro del conjunto de la vida de la Iglesia, aunque debemos dar mayor relieve a la bendición de los óleos y a la consagración del Crisma, que al segundo aspecto.
La Misa Crismal se puede adelantar a otro día cercano a la Pascua, dado que el jueves resulta a veces difícil reunir a todo el clero.[1][2]
2. Significado de esta Misa: Esta celebración tiene en sus textos diversas resonancias teológicas y eclesiales que solamente la nombraremos, ya que más adelante haremos una breve catequesis.
Las nombramos:
- Los sacramentos emanan de la Pascua del Señor o sea del Resucitado que desde su existencia pascual nos quiere comunicar su vida nueva por esta mediación de los sacramentos, aquí está el sentido profundo del contexto y el momento en el cual se celebra esta Misa.
- Los textos mismos de la Misa nos ofrecen la mejor catequesis sobre el crisma y los óleos como materia de la gracia sacramental. Es decir lo que hace visiblemente el aceite -suavizando, embelleciendo, fortaleciendo, curando- lo haga invisiblemente la gracia del Espíritu en la vida sobrenatural del cristiano.
- En esta celebración se pone de manifiesto que el Obispo es el centro de la vida espiritual de la diócesis. El Obispo es el pastor de la diócesis. El por la plenitud del sacerdocio es quien erige los lugares de culto, el que ordena a los ministros, el que anima y regula la vida sacramental.
- Pablo VI quiso dar a esta Misa un tono sacerdotal, como manifestación de la comunión existente entre el Obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo, a esto se añadió en el año 1969 la renovación de las promesas sacerdotales que se hace en esta Misa.
3. Una breve catequesis que espero nos ayude y anime a participar de esta celebración que a veces está como ajena al Pueblo de Dios, nos ayudará también a fortalecer la espiritualidad de comunión eclesial que estamos llamados a vivir. La compartimos:
El miércoles santo es el penúltimo día de Cuaresma y como cada año y en cada Iglesia particular, el Obispo, que tiene la responsabilidad de la mediación sacramental de la Iglesia, se dispone a preparar los sacramentos de la Pascua, para eso nos reunimos los presbíteros, que concelebramos con él, los diáconos y todo el pueblo fiel.
El misterio que celebramos es la unción mesiánica de Jesús, a ella hacen referencia las lecturas, el prefacio, las oraciones de bendición de los óleos. Es Cristo, el Ungido quien nos convoca y centra nuestra atención. Él se apropió de las palabras del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret. Lo vamos a escuchar en la primera lectura y en el evangelio. Movido por el Espíritu, se ofreció al Padre, en una acción sacerdotal plena, no de un rito vacío sino existencial. Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu y la unción de su Espíritu se nos ha comunicado a todos nosotros, quienes somos, por este motivo, casa real, pueblo sacerdotal, profetas de las maravillas de Dios.
Cristo el ungido sigue siendo el protagonista de esta eucaristía y de todos los sacramentos de la Iglesia, así lo quiso, por él somos enviados nosotros, sus ministros; él bautiza cuando uno bautiza; él conforta a los enfermos que el sacerdote unge; él santifica y sella con el Espíritu a los miembros de la Iglesia.
Las unciones son uno de los medios más elocuentes que tiene la Iglesia para significar y comunicar eficazmente a los creyentes la unción de Cristo. El aceite es también uno de los elementos naturales con más riqueza de utilización: alimento, medicina, masajes, embellecimiento. La unción es penetración, integración en la persona.
La tradición bíblica tiene una larga historia del olivo y de las unciones: hoy haremos memoria de ellas. El ramo de olivo le anuncia a Noé el final del diluvio, y así el olivo se convierte en símbolo de retorno a la paz, recuerdo de la primitiva creación. Las unciones han servido tradicionalmente para simbolizar la toma de posesión de una persona por parte de Dios.
Los óleos, sobre los que se invocarán la bendición de Dios, imponiendo las manos como en la invocación eucarística, serán los elementos que se utilizarán para celebrar los sacramentos en toda nuestra arquidiócesis, a partir de la Pascua de este año hasta la próxima. Son, símbolo de la nueva creación que se inicia con Cristo el primer Resucitado entre los muertos.
El óleo da vigor a nuestro cuerpo, el que, en manos del Médico divino, usaremos los sacerdotes, cuando nos llamen los hermanos enfermos. Actualizando entonces la oración de la fe que hoy hacemos junto con nuestro Obispo, para comunicar la gracia del Espíritu, que los va a confortar.
Es el óleo de la agilidad y de la fortaleza en el combate, con el que ungiremos a los catecúmenos para significarles la asistencia desde los comienzos de la lucha de la vida cristiana, para que resplandezca en su vida la victoria pascual de Jesús.
Finalmente, es el crisma, mezcla de aceite y perfume, instrumento de las bendiciones divinas, perfume de fidelidad al evangelio, con el que ungiremos todo lo que tenga que asimilarse al Ungido por el Espíritu, Cristo Jesús.
Podemos afirmar, sin miedo, que participando de esta celebración, nosotros preparamos desde ahora nuestras visitas a los enfermos, nos comprometemos a ayudar a los cristianos en el combate de la fe y nos hacemos colaboradores y ministros de la acción del Espíritu que lo renueva y lo santifica todo.
Finalmente, esta celebración, por voluntad del Papa Pablo VI, se ha convertido en un acontecimiento espiritual para los presbíteros. Es cierto que nosotros, como hermanos entre los hermanos, renovamos nuestra identidad cristiana en la Noche santa de Pascua, haciendo la renuncia y la profesión de fe con todos los fieles. Pero hoy antes de comenzar el Triduo, el Obispo nos pide un particular testimonio público y explícito de nuestra decisión de permanecer fieles al ministerio que se nos ha confiado.
En nuestras comunidades, en la Vigilia Pascual, nosotros seremos los que dirigiremos las preguntas a nuestros hermanos. Hoy, es nuestro Obispo, quien nos pregunta a nosotros, quien nos confía y se confía a sí mismo, a la oración de la comunidad.
En medio de un pueblo, todo él ungido por el Espíritu, nosotros hemos recibido, por la imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo, el carisma del ministerio ordenado. Por él hemos sido puestos en nombre de Cristo ante los hermanos. Esto es lo que compromete nuestras vidas.
4. Para concluir, tratemos de vivir esta eucaristía, cada uno conforme a la vocación a que Dios le llamó en la Iglesia y que se establezca entre nosotros aquella corriente vivificante, que une el sacerdocio ministerial con el sacerdocio común de los fieles, en una alabanza común a Cristo y por Él. Con Él y en Él al Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, que nos penetra a todos en una unción espiritual.
(Fuente: Arquid. de Salta)

 



 

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