Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística.
Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la
diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo
escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino
Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
"El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego
nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los
demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en
nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos
para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El
presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo,
por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando
el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha
respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a
todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los
llevan a los ausentes" (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
La
liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura
fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros.
Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
— La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística
constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa
preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra
de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
He
aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con
sus discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego,
sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35).
El desarrollo de la celebración
Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística.
Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in
persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra después
de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos
tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los
lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el
pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación.
La liturgia de la Palabra
comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo
Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y
los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra
como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a
ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los
hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se
hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos
los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad"
(1 Tm 2,1-2).
La presentación de las ofrendas
(el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el
pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo
en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en
su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena ,
"tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación,
pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de
su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación
de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone
los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su
sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer
sacrificios.
Desde
el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los
cristianos presentan tambié n s u s d o n e s p a r a compartirlos con
los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los
que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que
es recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y
viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de recursos, los
presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que
están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación, la redención y la santificación. Toda
la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia
celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces
santo;
En la epíclesis,
la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su
bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se
conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que
quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo
espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después
de la anámnesis);
en el relato de la institución,
la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del
Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de
pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz
de una vez para siempre;
en la anámnesis
que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y
del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de
su Hijo que nos reconcilia con él;
en las intercesiones,
la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la
Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en
comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la
diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo
entero con sus iglesias.
En la comunión,
precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles
reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la
Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque
este pan y este vino han sido, según la expresión antigua
"eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede
tomar parte en él s i no cree en la verdad de lo que se enseña entre
nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el
nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S.
Justino, apol. 1, 66,1-2).
(Fuente: Conoceréis de verdad.org)
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