El miedo al vacío no refleja sólo la experiencia, bastante frecuente, entre algunos primerizos aficionados a la montaña, sino una realidad mucho más frecuente, en todos los órdenes de la vida. Podría casi decirse que responde a una ley física de la naturaleza. Todo vacío ejerce como una atracción o tal fascinación, que tiende a ser colmado casi automáticamente. Por lo visto las leyes cósmicas de la física, algunos las interpretan igualmente válidas en todos los órdenes de la existencia, incluido el de la celebración litúrgica. No se concibe una celebración con «vacíos», hay que intentar remediarlo de cualquier forma.
En primer lugar, parece identificarse el silencio, con un momento perdido, con espacio vacío y carente de contenido, validez y significado. Por ello, cualquier momento, espacio o aproximación al silencio, se trata de corregir inmediatamente, con algún tipo de acción, canto, monición, música o ritualidad, que evite algo que nos puede parecer embarazoso.
La verdad es que el silencio, al menos el litúrgico, también podría y debería ser considerado desde otra perspectiva diferente; no como un vacío de celebración, sino como un momento de plenitud, de intensidad, de interiorización personal, de acción contemplativa. No equivale a ausencia de rito, sino a concentración de presencia, a vivencia, a receptividad.
Silencios proporcionados y dosificados, proporcionan a nuestras celebraciones, un ritmo más pausado, sereno, gratificante y sosegado. Espacios de silencio, que nadie debería tener la pretensión de apropiárselos, o de utilizarlos, para algo mejor, que su propia densidad de trascendencia.
En la nueva Ordenación general del Misal Romano, se le atribuye al silencio una especial relevancia (56), solicitándolo expresamente en diversos momentos: después de la escucha de la palabra de Dios, (OLM 28, OGMR 128, 130, 136) Y de los ritos clave o momentos álgidos de toda celebración (OGMR 51,54), como puede ser la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, en el caso de la liturgia eucarística (OGMR 164).
Hace ya más de 40 años, el concilio nos advertía que el «silencio sagrado», dentro de la celebración litúrgica, sería uno de los mejores medios para promover la auténtica participación litúrgica (SC 30). y nosotros, mientras tanto, pensando que la mejor manera de promover una participación digna de tal nombre, debería consistir en que todos, en todo momento, pudiéramos hacer algo durante las celebraciones.
(Fuente: Boletín Litúrgico San Pio X)
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