Para dar una respuesta a los Equipos Parroquiales de Liturgia que se hacen esta pregunta, transcribo nuevamente, actualizándolo, parte del artículo editado el 26 de marzo pasado.
En la antigua tradición cristiana, los cincuenta días de Pascua eran vistos como un solo día, un único día de fiesta, en el que se decía que no estaba bien arrodillarse ni ayunar: nada que pudiera sonar a penitencia tenia sentido en esa larga fiesta.
Nosotros no vivimos esta cincuentena tan intensamente. La Cuaresma, por ejemplo, consigue siempre mucha más intensidad. Y si se piensa fríamente, no es demasiado razonable que la preparación para la Pascua (la Cuaresma) tenga más éxito que la celebración de la Pascua misma.
Una de las causas debe que nuestra tradición cristiana, a lo largo de los siglos, se ha ido centrando más en la preocupación por el pecado y la condenación, que en la victoria de Jesús que ha destruido el poder del mal. Y ahora, que ya no hablamos tanto del pecado ni de la condenación, esta tradición, quizás, se traduce más en preguntarnos “qué tenemos que hacer nosotros”, en lugar de descubrir “lo que Jesús hace por nosotros y descubrir la vida que nos da”.
Pero también existen otras causas. Una puede ser que así como la Cuaresma tiene un objetivo final (la Semana Santa y el Triduo Pascual), la Pascua no tiene ningún objetivo hacia donde caminar. Es un tiempo que parece plano, monótono, que se va acabando sin más, como deshilachándose: cuesta mantener la tensión en un tiempo largo sin objetivo final.
Otra puede ser que en nuestra parroquias el tiempo pascual coincide con el comienzo de muchas actividades, como catequesis, encuentros de distintas instituciones, etc. A pesar de todos estos inconvenientes valdrá la pena intentar celebrar tanto como se pueda este tiempo. A tal efecto pueden ayudarnos algunos elementos sencillos.
Por ejemplo, la ornamentación del templo. Durante todo el tiempo de Pascua el templo debería estar bien adornado con luces y flores, y hay que evitar que esta ornamentación decaiga a medida que pasan las semanas. Y, el último día, el domingo de Pentecostés, aumentar el clima festivo celebrando la culminación del tiempo, y no como una festividad separada de la Pascua.
Igualmente, resaltar los signos litúrgicos propios de este tiempo: el cirio pascual, bien adornado y colocado en un lugar bien visible, debe ser encendido antes del comienzo de la celebración de la eucaristía de todos los días. La aspersión con el agua en el comienzo de la misa. El canto frecuente del Aleluya, por ejemplo, que todos los domingos la respuesta al salmo responsorial sea el Aleluya, en este caso se deberá cantar otro Aleluya al comienzo del evangelio. También introducir elementos diversos que resalten el sacramento del bautismo, la vida comunitaria, y que hagan descubrir la fuerza del Espíritu en el mundo.
Finalmente, para la espiritualidad personal, en este tiempo puede ayudar mucho leer cada día, de manera contemplativa, las lecturas de la Misa. La primera lectura va siguiendo todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, y los evangelios son fragmentos del evangelio de Juan que nos hacen sentir muy cerca de Jesús.
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