martes, 4 de diciembre de 2012

¿Hay una tercera venida?


El Adviento en algunos Padres de la Iglesia

 TRES VENIDAS

Algunas lecturas de la Liturgia de las Horas subrayan admirablemente el sentido del Tiempo de Adviento, preparación para la Navidad.

En las lecturas patrísticas de la Liturgia de las Horas, se encuentran –en la primera semana de Adviento- dos que subrayan admirablemente el sentido de este tiempo litúrgico de preparación para la Navidad. Nos enseñan o recuerdan que nos hallamos en un tiempo intermedio entre la primera venida de Cristo y la futura, al final de los tiempos. Estamos en camino. La primera venida de Cristo, por la encarnación del Verbo -con todo lo que implica desde la concepción de Jesús en el seno inmaculado de María hasta su ascensión a los Cielos-, es el formidable trampolín de esperanza, que nos lanza seguros hacia la definitiva Patria.

«Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo».

Consuelo porque todavía no poseemos la gloria eterna que nos prepara el Señor. Descanso, porque, a pesar de las contrariedades y dificultades de este tiempo, en esperanza, poseemos ya el fin. Por eso, la alegría del cristiano está asegurada, por encima de todos los eventos de la tierra.

 

DOMINGO 1º DE ADVIENTO

De las cartas pastorales de San Carlos Borromeo, obispo (Catequesis 15, 1-3: PG, 33, 870-874) (Acta Ecclesiae Mediolanensis, t. 2, Lyon 1683, 916-917)

Las dos venidas de Cristo

Ha llegado, hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña -que la venida de Cristo no solo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió-, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron. con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

 

MIÉRCOLES DE LA 1ª SEMANA DE ADVIENTO

De los Sermones de San Bernardo, abad (Sermón 5 en el Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, edición cisterciense, 4, 1966. 188-190)

Vendrá a nosotros la Palabra de Dios

Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando -como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última venida, todos contemplarán  la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria.

- Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos sobre la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. He leído también en otra parte: El que teme al Señor obrará bien. Pero veo que se dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su palabra. ¿Dónde debe guardarla? No hay duda que en el corazón, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Conserva tú también la palabra de Dios, porque son dichosos los que la conservan. Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien sacia tu alma con este manjar delicioso.

Si guardas así la palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y, así como el primer Adán irrumpió en todo el hombre y lo llenó y envolvió por completo, así ahora lo poseerá totalmente Cristo, que lo ha creado y redimido y que también un día lo glorificará.

(Fuente: Arvo.org)

 

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