sábado, 16 de enero de 2010

Reuniones o confesiones


Lo que sigue es una ficción (¿?). Dios quiera que quien la lea y se sienta tocado, le agradezca haberla leído.
Historia (imaginada) de un sacerdote que recordó que lo más importante es cuidar a las ovejas.

El párroco  acababa de entrar a su oficina. Abrió la agenda con el programa del día.
  9.00: reunión con el consejo económico.
10.30: reunión de sacerdotes del decanato.
12.30: almuerzo  con los sacerdotes del decanato.
15.00: reunión del obispo con los agentes de pastoral.
17.30: reunión para planeación de la catequesis.
El párroco  estaba colocando varios papeles en su sitio, cuando se acercó la secretaria parroquial.
"Ha llegado una señora anciana con un chico joven. Quieren hablar con un sacerdote".
"Diles que estamos ocupados, que vengan más tarde".
La secretaria se retira. A las 8.45, el párroco se dirige a la sala de reuniones. Tiene que pasar por la secretaria. Allí seguían, en pie, la señora y el joven.
"Padre, perdone nuestra insistencia. ¿Podemos hablar un momento con usted?"
"Buenos días, buenos días. Perdonen, es que tengo un poco de prisa. Ahora debo ir a una reunión, y toda la mañana y la tarde voy a estar ocupado. ¿No pueden venir más tarde, cuando encuentren algún sacerdote libre?"
"Padre, es que llevo más de un año con deseos de confesarme. Nunca encuentro a un sacerdote en la iglesia, o si lo encuentro están siempre muy ocupados. Pero hoy no puedo dejar pasar más tiempo. Convencí a mi nieto para que viniese a confesarse o, al menos, a hablar un rato con un padre. Quizá es el momento de Dios, no habría que dejar pasar más tiempo. ¿No le parece?"
El padre párroco sintió un poco de pena, pero es que las reuniones son tan importantes, y estaban programadas desde hacía tanto tiempo…
"Mire, señora, seguro que hacia mediodía encontrarán otro padre. El vicario  ahora viene conmigo.
"Padre, por favor, mi nieto está aquí ahora, pero a mediodía tiene que irse. ¿No es posible hacer algo, encontrar a alguien?"
El sacerdote notó dentro de sí un movimiento de impaciencia. Tenía prisa. El reloj marcaba las 8.55. Pero había que mostrarse educado.
"Señora, lo siento… Seguro que habrá otra oportunidad… Quizá cuando vuelva su nieto, otro día…"
Como la señora hizo un gesto de insistencia, el párroco  decidió escapar directamente por la iglesia, para llegar más rápido a la sala de reuniones.
Al pasar por la capilla del Sagrario, hizo la genuflexión. Algo dentro de sí le dejó triste e inquieto. Como si Cristo le susurrase al corazón: "¿Vas a dar más importancia a las reuniones que a unas personas que han llegado aquí para pedir ayuda? ¿Para eso te escogí sacerdote?"
Fue como una lanzada profunda. Unas lágrimas asomaron por sus ojos. Repitió la genuflexión, y fue otra vez a la sacristía.
La señora y el joven estaban a punto de salir por la puerta lateral. El padre  les dijo en voz alta: "Esperen, creo que hay una solución. Vuelvo en seguida".
Volvió al despacho y llamó  a la secretaria. "Cancela todas las citas que tengo en la mañana. Están anotadas aquí, en la agenda".
"Pero, padre, si ya están todos reunidos esperándolo".
"Ahora hay algo más importante. Luego explico a todos lo que ha pasado".
Fue a la iglesia y se dirigió al confesionario de la izquierda. Daba pena verlo tan solo, tan triste, tan sucio. Rompió una telaraña y sacudió el polvo. Volvió a la sacristía y llamó a la señora y al nieto.
La luz del confesionario se encendió. ¡Todavía funcionaba! Tenía dudas el padre abad, pues desde hacía mucho tiempo que no se usaba ese lugar para lo que fue construido: para confesar…
Entró primero el joven. Estuvo tiempo, mucho tiempo, tranquilo, sin prisas. ¿Conversó o se confesó? Dios lo sabe. Pero el joven salió distinto, con una sonrisa como pocas veces se le había visto en los últimos meses. Al despedirse del sacerdote, le dijo: "¿Sabe? Es la primera vez en mi vida que hablo con un sacerdote".
Luego entró la señora anciana. Quería estar poco tiempo, confesarse rápido, pues pensaba que el padre tendría mucha prisa. Pero se sintió extrañamente acogida, con más cariño que nunca. El padre  le dedicó tiempo, mucho tiempo, como si ella fuese la persona más importante del mundo.
En la capilla del Sagrario, Jesús estaba muy feliz. Porque un sacerdote había recordado que lo más importante es cuidar a las ovejas. Y porque dos almas, de edades y mentalidades muy diferentes, habían tenido la ocasión de recibir una nueva señal del cariño inmenso que Dios tiene por cada uno de sus hijos.
(Fuente: Catholic net)



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