miércoles, 20 de febrero de 2008

EL LECTOR - PROCLAMADOR DE LA PALABRA

Como te lo había anticipado, te presento este trabajo que he utilizado con éxito en muchos encuentros de preparación de lectores para la celebraciones litúrgicas. Espero que te sea de utilidad al momento de servir a tus hermanos en el ministerio del lector. 1. Proclamación de la Palabra. ¿Cómo debo leer la Sagrada Escritura en público? ¿Cómo mantengo mi seguridad y sinceridad al proclamar? ¿Cómo puedo leer naturalmente y, a la vez, proyectar la voz hacia toda la asamblea? La bendición que el obispo y el sacerdote da al diácono antes que éste proclame el evangelio, puede servir como respuesta a las preguntas anteriores. “El Señor esté en tu corazón y en tus labios para que anuncies digna y competentemente su santo evangelio” 2. Lee las tres lecturas. El evangelio nos da muy a menudo una idea de cómo debe leerse la primera lectura. Lee también los comentarios que tengas a mano. En estos encontrarás ideas para ayudarte a interpretar mejor lo que vas a leer. Cada vez que reces en la semana, relaciona tu oración con las lecturas que proclamarás el domingo. Recuerda que proclamar la Palabra es un ministerio. 3. Hazte transparente. Estos apuntes quieren ayudarte a fin de afirmar y resaltar tu capacidad interpretativa. Pero esto no quiere decir que la atención del oyente en la asamblea ha de estar dirigida hacia ti, porque lo más importante es la Palabra que proclamas. Como la música bella, la proclamación bien hecha es un arte. Los mejores actores aspiran a la “transparencia”, es decir, a perderse detrás del papel que interpretan. El mejor actor se destaca de los demás en cuanto que, durante su actuación, el público no le ve a él sino al personaje que interpreta, a esto se refiere el término “transparencia”. Y esa debe ser tu actitud como lector, meta que alcanzarás si empleas correctamente las técnicas de la interpretación, en vez de ignorarlas. Un lector tedioso o desaliñado, incapaz de diferenciar entre los personajes que interpreta, que lee con un ritmo demasiado acelerado o lento, desganado, que no sabe resaltar las descripciones más hermosas de un pasaje, que adopta un tono “monótono”, sin variar la voz para culminar una inflexión descendente o seguir adelante con un tono ascendente cuando es necesario, que no hace las pausas adecuadas, ese lector llama la atención hacia si mismo, ese lector es como una pared. La asamblea ve exclusivamente su persona y no puede ver más allá, en cambio, el lector verdaderamente comprometido, que emplea las técnicas más efectivas para darle vida a la lectura, es una ventana por la cual la asamblea puede ver más allá de lo inmediato. La asamblea puede seguir viendo la presencia del lector pero se olvida de ella y entra en el mundo que éste, con su voz, ha dibujado para ella. 4. El énfasis. No todas las palabras tienen el mismo valor. Algunas son más importantes que otras. Ciertas palabras expresan un sentimiento con mayor intensidad o están cargadas de emoción. Debes descubrir las palabras clave de una oración, las que trasmiten el significado de una frase. Estas expresan la acción y el efecto o resultado de algo. Los sustantivos son de suma importancia. Los adjetivos y los adverbios son palabras descriptivas que aportan color a la frase. En castellano ponemos más énfasis en los adjetivos, que ayudan a resaltar el sentido de la frase y aclarar el mensaje del autor. El contexto de la frase determina dónde se pone el énfasis, pero también es importante que se siga el ritmo natural de la frase y que se dé a las palabras un énfasis acorde con el ritmo natural. Ejemplo: “Hablen a Jerusalén, hablen a su corazón”, sigue el ritmo natural de la frase y respeta la variedad. Las preposiciones no reciben énfasis por lo general, a menos que se esté tratando de subrayar una dirección o marcar un tiempo. Puedes modificar el énfasis cuando consideres necesario, pero asegúrate de entender bien lo que estás haciendo. Es verdad que no existe una manera exclusiva de acentuar un texto. Proclamarás con más éxito cuando respetes la intención del autor, dándole actualidad a las palabras y preservando, a la vez, su significado original. 5. Palabras cuyo sonido refleja el significado. Estas palabras exigen un énfasis especial. El sonido de ciertas palabras, como: “brotará”, “se burlaron”, “desolado”, refleja su significado; el autor las ha elegido para expresar con más fuerza cierto sentimiento particular. Respeta la función de estas palabras. No se lee de la misma manera: “para enfrentar esta angustia”, que para enfrentar esta preocupación”. 6. Unidades de pensamiento. Muchas oraciones expresan más de una idea. Cuando se juntan muchas palabras, es fácil que el sentido de la oración se vuelva borroso y que las ideas no se puedan distinguir unas de otras. La puntuación guía el ojo del lector, no el oído, y a veces no indica correctamente qué palabras han de leerse en grupo y qué palabras o frases hay que separar con una pausa. Como lector, debes fijarte en esas unidades de pensamiento y emplear la voz de manera que se note la diferencia entre ellas. El oyente depende totalmente de ti y de la manera que organizas las ideas. 7. Pausas. Todas las pausas no tienen el mismo valor. Las pausas no son momentos “muertos”. Hay pausas que sirven para crear anticipación, crean un silencio que dice: “algo va a pasar”. Las pausas te ofrecen la oportunidad de conectar lo que acabas de leer con el pensamiento que sigue. Cuando llegues a una pausa, piensa que en su lugar hay una palabra o frase conjuntiva, como: “y entonces” o “sin embargo” u otra frase que se aplique al contexto. Sólo la práctica te permitirá determinar cómodamente la extensión de las pausas y llenarlas correctamente. Más pausas de las necesarias resultan una lectura irregular, cortada, mientras que pocas pausas provocan amontonamiento de palabras que pueden resultar incomprensivas. Haz siempre una pausa alargada después de decir: “Lectura de….”, y lo mismo al finalizar el texto y antes de decir “Palabra de Dios”. Esta última frase es muy importante y debe decirse con la mayor expresividad. 8. Alargamiento y continuación. Normalmente, al final de la frase, se hace una pausa que va acompañada de una entonación descendente, es decir: se baja la voz en un tono que indica final o conclusión: p.ej. “En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: escuchen esta comparación del Reino de Dios”. Sin embargo, a veces, se requiere un tono ascendente al final de la frase, se tal forma que se suba un poco el tono de la voz y se dé lo que se llama “alargamiento”. El alargamiento requiere que la palabra se extienda y que se dé una conexión sutil entre dos frases: la de la palabra de alargamiento y la que sigue: p.ej. “Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas”. 9. Los personajes. La mayor parte de las Escrituras están pobladas de diversos personajes que se destacan por su personalidad y comentarios. Como cada personaje es distinto, cada uno tiene su voz individual y al interpretarlo debes comunicar esa individualidad. Cuando ensayas cada lectura, familiarízate con los pensamientos y sentimientos de esos personajes y con aquello que los motiva a actuar de una manera determinada. El lector más eficaz es capaz de transmitir el carácter individual de cada personaje y no confundirlos todos. 10. El narrador. El narrador es muy a menudo el eje de la lectura. La voz que le pones, el timbre, tono, ritmo y fuerza pueden evocar diferentes sentimientos, y hasta darle otros sentidos a sus palabras. En algunos casos el narrador es objetivo: capaz de desaparecer emocionalmente de la situación que describe, p.ej. “dijo Jesús a sus discípulos”. Pero lo más común es que el narrador exprese un punto de vista subjetivo y comunique un interés emocional y personal respecto a los acontecimientos y personajes: p.ej. “Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, se conmovió hasta el alma”. Haz tuyo el punto de vista del narrador, y analiza por qué él desea contar cierta historia. 11. Citas indirectas. Algunos trozos narrativos adoptan el carácter de un diálogo. El narrador puede estar transmitiendo a los oyentes las palabras de un personaje sin citarlas directamente. Cuando ocurra esto, lee esas citas indirectas, no desde la perspectiva del narrador sino desde la perspectiva del personaje que las dijo. Ejemplo, cuando el evangelio dice: “Debido a eso, Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo”, puedes mostrar enojo y perturbación con tu voz al leer: “lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo”, tal como lo haría Pedro. 12. El comienzo y el final. Cada lectura tiene tres momentos críticos: el comienzo, el momento culminante y el final. Al comenzar es muy importante que mires a la asamblea y establezcas contacto visual con ella, respires hondo, y luego sí, digas: “Lectura de….”. Inmediatamente te detienes por dos o tres segundos y comienzas con la lectura. Al llegar a las últimas palabras del texto, prepara su culminación disminuyendo el ritmo de lectura, de modo que sea evidente su conclusión. Al terminar la lectura establece nuevamente contacto visual con la asamblea mirándola fijamente. Luego de dos o tres segundos pronuncia, de memoria, la frase: “Palabra de Dios”. Estas palabras nunca deben tomar por sorpresa a la asamblea. Sigue mirando atentamente a la asamblea hasta que haya pronunciado la respuesta: “Te alabamos, Señor”. Luego, sí, baja tranquilamente del ambón. 13. Contacto visual. Por medio del contacto visual estableces una conexión con los oyentes. Cuando los miras, ellos están confiados que reconoces su presencia y de que estas allí por y para ellos. El contacto visual confirma que estás consiente de los oyentes y les comunicas tu deseo de compartir la Palabra de Dios con ellos. Esta acción de bajar la vista al texto y subirla mirando a la asamblea, jamás debe parecer automática, exagerada o incómoda. Es preferible mirar a la asamblea con menos frecuencia pero con más fijeza, que mirar a menudo pero sin uniformidad. 14. Ritmo. ¿Cómo se determina el ritmo? ¿Cuándo se acelera o se retarda la lectura? Todo depende de lo que lees, a quienes y donde. Mientras más grande sea el templo, más lleno de fieles, y más complicada sea la lectura, más importante será leer lento. Si te equivocas, es preferible leer a paso lento que acelerado. Recuerda que los oyentes no han estudiado el texto y que para ellos es algo nuevo. Leerás mesuradamente si lees ideas y conceptos y no meras palabras, si compartes imágenes y no sólo oraciones. Piensa las ideas (como si lo hicieras por primera vez) y mira las imágenes con tu propia mente antes de compartirlas con la asamblea. Cuando conversas con una persona, no te pones a recitar ciegamente una lista de ideas o argumentos que apoyan tu posición. Más bien, surgen una por una en tu mente, y este proceso requiere tiempo. Así, por tanto, has de leer las ideas de Jesús o las discusiones de Pablo, con calma. Asimismo, debido a que el diálogo es una imitación de una conversación verdadera, usualmente se lee a paso más acelerado que el que se usa en la parte narrativa de la historia. Si el sistema acústico amplificador del templo produce eco, tendrás que retardar el ritmo más de lo normal. Ten muy presente lo que sigue: el ritmo es un elemento indispensable para la comprensión del texto que se proclama; es la manifestación externa del dinamismo interno del pasaje. De ahí que sea necesario equilibrar diversos movimientos en una lectura. El lector, desde la primera frase, debe imponer atención por medio de una voz sosegada y firme, que anuncia y transmite un mensaje. Una lectura demasiado rápida se hace incomprensible, pues obliga a hacer un esfuerzo mayor. Por el contrario, la excesiva lentitud provoca apatía y somnolencia. La estructura del texto es la que impone el ritmo, pues no todo tiene la misma importancia dentro del conjunto. Se puede leer más aprisa un pasaje que tiene menor importancia, y dar un ritmo más lento a las frases que merecen un mayor interés. La puntuación debe ser escrupulosamente respetada. Las pausas del texto permiten respirar al lector, y ayudan al auditorio a comprender plenamente lo que se está leyendo. 15. Articulación y tono. La lectura debe llegar a la asamblea sin que se pierda una palabra o una sílaba. Al leer se debe abrir la boca lo suficiente para que se escuchen perfectamente todas las vocales, y para que las consonantes se hagan sentir con nitidez. Las frases o palabras que forman grupo, deben ser leídas sin interrupción para no romper el sentido del conjunto. Al texto hay que darle vida. Aunque la lectura se haga con claridad, se puede caer en la monotonía. Esto se evita con el tono y el ritmo que se den a la lectura. Es preciso huir de la voz monocorde y del “tonito”. Las interrogaciones y los paréntesis en el texto son una buena ocasión para subir o bajar la voz. Por otra parte, la acústica del templo impone ciertas condiciones al lector. Tan molesta puede resultar una voz hiriente, que grita, en un templo pequeño, como una voz apagada y mortecina en un templo grande. 16. Leer con expresión. El lector debe identificarse con lo que lee, para que la palabra que transmite surja viva y espontánea, captando a los oyentes, y penetre en el corazón del que escucha. Para que la lectura sea expresiva, el lector tiene que procurar leer con: Sinceridad: es decir, sin condicionamientos, hinchazón, o artificios. Claridad y precisión: conduciendo al oyente hacia el contenido, sin detenerse en las palabras. Recogimiento y respeto: como corresponde a una acción sagrada. 17. La pronunciación. Antes de leer frente a la asamblea, debes ensayar a solas frente al espejo. Practica la pronunciación varias veces recordando que el idioma castellano es silábico, es decir, que cada sílaba se pronuncia claramente distinguiendo las vocales. Si te resulta difícil de pronunciar una palabra, divídela en sílabas y empieza a pronunciar desde la final hacia el principio. P.ej. Tesalonicenses: Dí: “sences” (tres veces); “ni-cen-ces” (tres veces); “sa-lo-ni-cen-ces” (tres veces); “Te-sa-lo-ni-cen-ses” (tres veces o más); Repite despacio cada parte hasta que te sientas cómodo diciendo la palabra a ritmo normal. 18. Errores comunes. Si por alguna razón te pierdes en un versículo, pronuncias mal alguna palabra o interrumpes la lectura, haz una pausa corta, tranquilízate y repite el texto pronunciado mal. 19. Tu presencia. Vístete con recato, ya que no deseas llamar la atención hacia tu manera de vestir, sino hacia la Palabra que vas a proclamar. Tu figura o la disposición de tu cuerpo es parte integrante de la proclamación. Asegúrate de que tu presencia refleje lo que proclamas, porque al hablar, tu persona y la Escritura se convertirán en uno. No dejes que tu postura en el ambón o tu figura contradigan las buenas noticias que proclamas. 20. Estudia las lecturas que vas a proclamar. • Medita sobre las lecturas, durante la semana, antes de proclamarlas. • Profundiza en el conocimiento del texto que proclamarás. Consulta un comentario bíblico para entenderla mejor. • Acompaña este estudio con la oración. • Toma en cuenta el género literario del texto. Es importante saber si es profético, lírico, narrativo, meditativo, o si es una súplica. • No trates de imponer tus propios sentimientos en la lectura; intenta manifestar el contenido del texto según la intención del autor. • Practica en tu vida diaria, las enseñanzas de la lectura. 21. Al momento de la lectura. Antes que te toque leer, escucha al otro lector, pon atención en su manera distinta de proclamar; imagina que eres tu el que habla. Cuando el otro lector termina de leer, respira profundamente y cálmate. Al llegar al micrófono, asegúrate que esté a la altura de tu boca y frente a ella. No lo soples ni lo golpees. Ajústalo con cuidado. Párate derecho/a frente a él sin inclinarte hacia adelante, y distribuye tu peso sobre ambos pies. No te muevas de un lado al otro. Después de dar una mirada confiada a la asamblea, comienza la lectura con voz firme y que capte la atención de todos. Recuerda lo que dijimos al hablar del “comienzo y el final” (Nº 12). 22. Puntos para recordar.  Ensaya siempre antes la lectura en tu casa, y si es posible, también en el templo vacío.  Identifícate con lo que lees. Recuerda las imágenes mientras proclamas la lectura.  Al leer, acuérdate de proyectar la vez desde el pecho, y no dejes que sólo salga de la garganta o por la nariz.  Familiarízate con el micrófono y colócalo al nivel de tu boca, donde la voz adquiere más amplitud. 23. Si te preparas de la manera que te sugerimos aquí, podrás no sólo proclamar la Palabra con dignidad, sinceridad y claridad, sino también orar y celebrar de manera más plena, consciente y activa con toda tu comunidad. Tu participación en la celebración eucarística será fructuosa y tu ministerio de lector será un verdadero servicio a Dios y a la comunidad. Ciertamente podrás decir: “Dios está en mi corazón y en mis labios, y así puedo anunciar dignamente su Palabra”. Para ser un buen lector: Prepara bien la lectura Y sube con compostura Desde tu asiento al ambón. La Palabra que proclamas, Mensaje de Salvación, No es una palabra humana, ¡Es Palabra del Señor! Proclama con alegría, Proclama con buena voz, Dale sentido, pon vida, No defraudes al Autor. Mira al libro y al oyente, Pronuncia con claridad, No corras, que hay mucha gente Que oye con dificultad. Proclama con emoción; Fíjate bien lo que lees, Que se note que tu crees, Ese mensaje de amor.

1 comentario:

  1. muchas gracias por la informacion, en verdad es muy util.
    Soy proclamadora en la iglesia del Sagrado Corazon de Jesus, en Navojoa, Sonora, Mexico, bendiciones del Señor amoroso

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