El Adviento
En la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.
En la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.
Estamos promediando el tiempo de Adviento. En
estas semanas que nos preparan para la Navidad hay una frase de la liturgia que
me parece muy significativa, en este tiempo, y que nos invita a salir al
encuentro de Cristo que viene a nosotros.
Cristo viene a nosotros pero también nosotros vamos a su encuentro y eso me recuerda también un pasaje de la Primera Carta de Pedro donde recordaba a los primeros cristianos diciéndoles: “Ustedes a Cristo lo aman sin haberlo visto y creyendo en Él y sin verlo todavía se regocijan con un gozo indecible lleno de gloria esperando el fruto de esa fe que es la salvación”. Sin verlo lo aman, creyendo en Él, pero sin verlo todavía.
Eso está indicando que, en el Adviento, en la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.
¿Y cómo podemos verlo?” La respuesta es en el amor, en la fe, y diría que hay tres maneras y tres ámbitos en los cuales podemos ejercitar ese “ver a Jesús".
El primero en la Sagrada Escritura, que es la lectura de la Palabra de Dios y especialmente en el Evangelio, donde no tenemos un retrato de Cristo, pero hay tantos datos que podemos recoger con silencio, con amor, con un amor contemplativo, para ir diseñando en nuestro interior un rostro de Jesús. Podemos ir descubriendo su mirada, sus palabras, sus acentos, sus gestos, su misterio y así ir uniéndonos a Él.
Luego está la oración que es otro ámbito donde ejercitamos esa visión de Jesús. En la oración intima, en el dialogo personal, en el encuentro cara a cara en la oscuridad de la fe con Él, vamos como descubriendo su rostro, entrando en su intimidad y eso nos va asegurando un conocimiento cada vez mayor de Cristo.
Y creo que el último ámbito pertenece al de la vida cotidiana. También amamos a Cristo cuando salimos al encuentro de Él en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y en el prójimo, como dice el Evangelio. El prójimo es el que está a nuestro lado y necesita de nosotros. Pensemos en las Bienaventuranzas del Evangelio y lo que allí se menciona como situaciones que son objetos de una bienaventuranza por parte de Dios. O en lo que enseña Jesús como examen del Juicio Final. Pensemos si hemos salido al encuentro del que necesitaba el alimento, el vestido, la hospitalidad, el consuelo, el más pequeño de mis hermanos.
También ahí, en el más pequeño de nuestros hermanos, nos ejercitamos en el amor de Cristo y vamos saliendo a su encuentro.
Cristo viene a nosotros pero también nosotros vamos a su encuentro y eso me recuerda también un pasaje de la Primera Carta de Pedro donde recordaba a los primeros cristianos diciéndoles: “Ustedes a Cristo lo aman sin haberlo visto y creyendo en Él y sin verlo todavía se regocijan con un gozo indecible lleno de gloria esperando el fruto de esa fe que es la salvación”. Sin verlo lo aman, creyendo en Él, pero sin verlo todavía.
Eso está indicando que, en el Adviento, en la esperanza propia del Adviento, tiene que surgir en nosotros el deseo de ver a Jesús, aunque esto no pueda materializarse. Sin embargo, con el impulso del corazón debemos salir al encuentro de Cristo tratando de verlo.
¿Y cómo podemos verlo?” La respuesta es en el amor, en la fe, y diría que hay tres maneras y tres ámbitos en los cuales podemos ejercitar ese “ver a Jesús".
El primero en la Sagrada Escritura, que es la lectura de la Palabra de Dios y especialmente en el Evangelio, donde no tenemos un retrato de Cristo, pero hay tantos datos que podemos recoger con silencio, con amor, con un amor contemplativo, para ir diseñando en nuestro interior un rostro de Jesús. Podemos ir descubriendo su mirada, sus palabras, sus acentos, sus gestos, su misterio y así ir uniéndonos a Él.
Luego está la oración que es otro ámbito donde ejercitamos esa visión de Jesús. En la oración intima, en el dialogo personal, en el encuentro cara a cara en la oscuridad de la fe con Él, vamos como descubriendo su rostro, entrando en su intimidad y eso nos va asegurando un conocimiento cada vez mayor de Cristo.
Y creo que el último ámbito pertenece al de la vida cotidiana. También amamos a Cristo cuando salimos al encuentro de Él en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y en el prójimo, como dice el Evangelio. El prójimo es el que está a nuestro lado y necesita de nosotros. Pensemos en las Bienaventuranzas del Evangelio y lo que allí se menciona como situaciones que son objetos de una bienaventuranza por parte de Dios. O en lo que enseña Jesús como examen del Juicio Final. Pensemos si hemos salido al encuentro del que necesitaba el alimento, el vestido, la hospitalidad, el consuelo, el más pequeño de mis hermanos.
También ahí, en el más pequeño de nuestros hermanos, nos ejercitamos en el amor de Cristo y vamos saliendo a su encuentro.
En lo que falta del Adviento tratemos de
practicar esto de modo que la próxima Navidad sea la actualización de nuestro
encuentro con Cristo para que se cumpla esta aspiración de la liturgia: el
Señor viene a nosotros y nosotros nos apresuramos a salir a su encuentro.
Por Mons. Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata- Argentina
(Fuente: conoceréis de verdad.org)